cometido el terrible crimen, y luego lo remataron con cobardia y mentiras. Peter recordaba el antiguo cementerio de St. Luis, el cortejo funebre, el feretro grande y luego el pequeno.

Los Croydon hasta habian enganado a Ogilvie. Por mas despreciable que fuera el detective del hotel, su crimen era menor que el de ellos. Sin embargo, el duque y la duquesa estaban dispuestos a descargar en Ogilvie la mayor parte de la culpa y del castigo.

Nada de eso hacia vacilar a Peter. La razon era simplemente una tradicion, de siglos, el credo de un hotelero: la cortesia que se debia a un huesped.

Fuera lo que fuera, el duque y la duquesa de Croydon, eran huespedes del hotel.

Llamaria a la Policia. Pero primero llamaria a los Croydon.

Levantando el auricular, Peter pidio que lo comunicaran con la Presidential Suite.

8

Curtis O'Keefe en persona ordeno el servicio de desayuno para el y para Dodo, que habian subido a la suite hacia una hora. No obstante todavia estaba casi sin tocar. Ambos, el y Dodo, habian hecho un esfuerzo para sentarse juntos a comer, pero ninguno al parecer tenia apetito. Despues de un momento Dodo pidio excusas y volvio a su apartamento para terminar las maletas. Debia salir para el aeropuerto dentro de veinte minutos. Curtis O'Keefe, una hora despues.

La tension entre ellos persistia desde la tarde anterior.

Despues de su colerico exabrupto, O'Keefe en seguida se sintio en extremo arrepentido. Continuaba resentido y amargado con lo que considero una perfidia de Warren Trent. Pero su groseria con Dodo no tenia excusa, y el lo sabia.

Lo que era peor, repararlo era imposible. A pesar de sus disculpas, permanecia la verdad. Se estaba librando de Dodo, y el vuelo de la muchacha por la «Delta Air Lines» a Los Angeles se habia fijado para la tarde. La reemplazaba con otra mujer… Jenny La-Marsh quien en este momento, lo esperaba en Nueva York.

La noche anterior, habia ofrecido una velada especial a Dodo, llevandola primero a comer magnificamente en el «Commander's Palace», y luego a bailar y ver el «show» en el «Blue Room» del «Roosevelt Hotel». Pero la noche no habia sido placentera, y no por culpa de Dodo, sino por el estado de animo de el.

Ella habia hecho cuanto habia podido para mostrarse alegre y resultar una compania agradable.

Despues de su no disimulada tristeza de la tarde, parecia haber decidido dejar a un lado sus sentimientos de dolor y tratar de mostrarse encantadora como siempre:

– Oh, Curtie, muchas muchachas darian lo que tienen por lograr un papel en una pelicula como el que tengo yo. Eres el mas encantador de los hombres, Curtie. Siempre lo seras -termino, poniendo una mano sobre la de el.

El efecto fue agudizar su propia depresion, que al final resulto contagiosa para ambos.

Curtis O'Keefe atribuyo sus sentimientos a la perdida del hotel, si bien en general era mas ductil para este tipo de asuntos. En su larga carrera habia experimentado su parte de desenganos en los negocios y se habia acostumbrado a reaccionar rapidamente tratando de sacar adelante el asunto siguiente, mas bien que perder el tiempo lamentando sus errores.

Pero en esta ocasion, aun despues de una noche de sueno, su estado de animo persistia.

Se habia resentido con Dios. Habia una clara acrimonia, mas un resabio de critica en sus oraciones de la manana… Te ha parecido oportuno poner a tu «St. Gregory» en otras manos… no cabe duda de que tienes tus propios motivos inescrutables, aunque mortales experimentados, como tu siervo, no pueden entender la razon…

Oro solo, y por menos tiempo que de costumbre. Luego encontro a Dodo haciendo las maletas de el asi como las propias. Cuando el protesto, ella le aseguro:

– Curtie, me gusta hacerlo. Y si yo no lo hiciera ahora, ?quien lo haria?

No se sintio inclinado a explicar que ninguna de las predecesoras de Dodo se habia ocupado de las maletas, que para eso llamaba a una camarera del hotel, como haria de ahora en adelante.

Fue entonces cuando telefoneo al servicio de habitaciones para pedir el desayuno, pero la idea no habia tenido exito a pesar de que se sentaron con intencion de saborearlo y que Dodo volvio a hacer cuanto pudo:

– Vamos, Curtie, no tenemos por que estar tristes. No es como si no fueramos a vernos nunca mas. Podemos encontrarnos en Los Angeles muchas veces…

Pero O'Keefe, que ya conocia estos asuntos, sabia que no era asi. Ademas penso que no era la separacion de Dodo, sino la perdida del hotel lo que realmente le importaba.

Los minutos transcurrian. Ya era hora de que Dodo partiera. El grueso del equipaje, recogido por dos botones habia bajado al vestibulo unos momentos antes. Llego el jefe de botones a buscar el equipaje de mano restante, y para escoltar a Dodo a su limousine especialmente contratada en el aeropuerto.

Herbie Chandler, conociendo la importancia de Curtis O'Keefe, y sensible como siempre a las potenciales propinas, habia supervisado esta partida, en persona. Estaba esperando en la entrada del corredor de la suite.

O'Keefe miro su reloj y camino hacia la puerta de la suite de Dodo:

– Tienes muy poco tiempo, querida.

– Estoy terminando de arreglarme las unas, Curtie.

Se pregunto por que todas las mujeres dejan para el ultimo momento el arreglo de las unas. Curtis O'Keefe le dio a Herbie Chandler un billete de cinco dolares diciendo:

– Comparte esto con los otros dos.

– Gracias, muchas gracias, senor -respondio Chandler con su cara de comadreja, iluminada.

Lo compartiria, reflexiono, solo que a los otros dos botones les daria cincuenta centavos a cada uno y Herbie retendria los otros cuatro dolares para si.

Dodo salio de la habitacion contigua.

Deberia haber musica, penso Curtis O'Keefe. Un sonido de trompetas y el vibrar de las cuerdas.

Vestia un simple traje amarillo y el gran sombrero alado que habia usado cuando llegaron, el martes. El pelo rubio ceniza le caia por los hombros. Sus ojos azules lo miraron.

– Adios, mi muy querido Curtie -le echo los brazos al cuello y lo beso.

El, sin intentarlo, la apreto contra si. Tuvo el absurdo impulso de ordenar al jefe de botones que trajera el equipaje de Dodo de abajo, de decirle a ella que se quedara y que no lo abandonara nunca. Lo desecho como una tonteria sentimental. En cualquier caso, ahi estaba Jenny LaMarsh. Manana a esta hora…

– Adios, querida. Pensare mucho en ti, y seguire tu carrera de cerca.

Al llegar a la puerta, ella se volvio y lo saludo con la mano. No estaba muy seguro, pero tenia la impresion de que Dodo lloraba. Herbie Chandler cerro la puerta de la habitacion.

En el descanso del piso doce, el jefe de botones llamo a un ascensor. Mientras esperaba, Dodo reparo su maquillaje con un panuelo.

Los ascensores parecian lentos esta manana, penso Herbie Chandler. Con impaciencia oprimio el boton por algunos segundos. Advirtio que todavia estaba tenso. Se sentia sobre ascuas desde la sesion del dia anterior con McDermott, pensando como y en que forma se produciria… una citacion directa de Warren Trent, ?quiza…? que senalaria el final de la carrera de Herbie en el «St. Gregory». Hasta ahora no habia habido ninguna llamada. Esta manana, se decia que el hotel habia sido vendido a un viejo de quien Herbie jamas habia oido hablar.

?De que manera podia afectarle personalmente? Con pesar comprendio Herbie que no significaria ninguna ventaja para el… por lo menos, si McDermott se quedaba, lo que parecia probable. La dimision del jefe de los botones podia demorarse unos dias, pero nada mas. ?McDermott! El hombre odiado era como un aguijon dentro de el. Si tuviera valor, clavaria un cuchillo entre los hombros del miserable, penso Herbie.

Se le ocurrio una idea. Habia otras maneras, menos radicales, pero muy desagradables, con las que alguien como McDermott pasaria un mal rato. Sobre todo en Nueva Orleans. Por supuesto, eso costaba dinero; pero ahi estaban los quinientos dolares rechazados tan presuntuosamente por McDermott el dia anterior. Lamentaria

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