La manteca se habia calentado bien, observo Jeremy, aun cuando le parecio que humeaba un poco mas de lo usual, a pesar de la campana de tiraje y del extractor de aire alli instalado. Se pregunto si deberia informar del humo a alguien, y luego recordo que el dia anterior un ayudante del chef lo habia reprendido con severidad por demostrar interes en la preparacion de una salsa, y se le habia informado de que eso no era asunto suyo. Jeremy se encogio de hombros. Esto tampoco era asunto suyo. Que otro se preocupara.

Alguien estaba preocupandose, aunque no por el humo, en la lavanderia del hotel, a media manzana de distancia.

La lavanderia, un anexo bullicioso y humeante, que ocupaba un edificio contiguo de dos pisos, estaba unido a la estructura principal del «St. Gregory» por un amplio tunel entre los subsuelos. Su expresiva y mal hablada encargada, mistress Isles Schulder, habia atravesado el tunel hacia algunos minutos, llegando, como siempre, antes que la mayor parte de su personal. En ese momento la causa de su preocupacion era un monton de manteles planchados.

En el curso de un dia de trabajo, la lavanderia manipulaba unas veinticinco mil piezas de ropa blanca, desde toallas y sabanas, delantales de camareros y de personal de cocina hasta los grasientos monos de los mecanicos y operarios. La mayoria requerian un trabajo de rutina, pero ultimamente se habia presentado un problema enojoso que se hacia cada vez mas agudo. Su origen: hombres de negocios que hacian sus calculos en los manteles, utilizando boligrafos.

– ?Cree usted que estos miserables lo harian en su casa? -le espeto mistress Schulder al mozo nocturno que habia separado los manteles en cuestion de una pila mas grande de ropa sucia corriente-. ?Por Dios! Si lo hicieran, sus esposas les darian un puntapie en el trasero, mandandolos de aqui al cementerio. Les he dicho muchas veces a esos estupidos de maitres que vigilen y pongan fin a esto. Pero, ?que les importa? -Su voz bajo a una mimica y remedo despectivo.- Senor, senor, lo besare en ambas mejillas, senor. Por favor, escriba en el mantel, senor, y aqui tiene otro boligrafo, senor. (Siempre que yo reciba una buena propina, ?a quien le importa la maldita lavanderia?)

Mistress Schulder callo. Al hombre del servicio nocturno, que se habia quedado mirandola con la boca abierta, le grito irritada:

– ?Vayase a su casa! ?No han hecho otra cosa que darme un dolor de cabeza, para empezar el dia!

«Bien -reflexiono cuando el hombre se fue-, por lo menos ha separado ese monton antes de que los metieran en el agua. Una vez que la tinta de los boligrafos se moja, se puede descartar la pieza, porque nada le quitara la mancha.» Nellie, la mejor quitamanchas de la lavanderia, tendria que trabajar duro todo el dia con el tetracloruro de carbono. Con suerte, quiza pudieran salvar la mayor parte de los manteles de esta pila, «aun cuando -penso mistress Schulder cenudamente-, todavia me daria el gusto de cambiar algunas palabras con los despreciables sujetos que me pusieron en tal necesidad».

Y asi seguian las cosas en todo el hotel. En el escenario, y entre bambalinas, en los departamentos de servicio, oficinas, carpinteria, panaderia, imprenta, dependencias domesticas, fontaneria, compras, disenos y decoraciones, despensas, garaje, reparaciones de TV, y otras despertaba un nuevo dia.

2

En la suite privada de seis habitaciones, en el decimoquinto piso del hotel, Warren Trent bajo del sillon de barberia en el que Aloysius Royce lo habia afeitado. Lo atormentaba una fuerte puntada de ciatica en el muslo izquierdo, como agujas al rojo… una advertencia de que este seria otro dia durante el cual necesitaria controlar su temperamento. La sala de afeitar privada estaba anexa a un cuarto de bano espacioso; este ultimo, con un gabinete para banos turcos, una banera a nivel del piso, al estilo japones, y un acuario desde el cual peces tropicales observaban con ojos desmesuradamente abiertos a traves del vidrio. Warren Trent camino entumecido hacia el cuarto de bano, deteniendose frente a una ancha pared cubierta por un espejo para observar su afeitado. No encontro fallas al estudiar el reflejo de su cara.

Esta mostraba profundas arrugas y grietas, y una boca floja que en ocasiones podia ser caprichosa, una nariz aguilena y ojos hundidos con una sugerencia de cautelosa reserva. El pelo, oscuro en su juventud, era ahora canoso, aunque grueso y ensortijado. Un cuello palomita y la corbata anudada con cuidado, completaban la figura de un caballero sureno importante y distinguido.

En otro momento, su apariencia, muy cuidada, le hubiera producido placer. Pero hoy no era asi. El estado de depresion que se habia apoderado de el en los ultimos tiempos, eclipsaba todo lo demas. De manera que ya habia llegado el martes de la ultima semana, recordo. Calculo, como lo habia hecho muchas otras mananas. Incluyendo hoy solo le quedaban cuatro dias, cuatro dias para evitar que toda su vida de trabajo se disolviera en la nada.

Malhumorado por sus pensamientos pesimistas, el propietario del hotel entro cojeando en el comedor, donde Aloysius Royce habia dispuesto el desayuno sobre la mesa de roble, con su manteleria almidonada y la plateria reluciente. A su lado habia una mesa provista de ruedas, con hornillos que acababan de mandar de las cocinas del hotel, con toda premura. Warren Trent se sento en actitud despreocupada en la silla que Royce le ofrecia, y luego hizo un ademan, senalando el lado opuesto de la mesa. En seguida el negro coloco un segundo cubierto y se sento. Habia otro desayuno en la mesa de ruedas, disponible para las ocasiones en que el capricho del viejo cambiaba la rutina de desayunar solo.

Sirviendo las dos porciones, huevos escalfados en crema con tocino canadiense y semola, Royce permanecio callado, sabiendo que su patron hablaria cuando quisiera. Hasta ahora no habia habido comentario alguno sobre la cara lastimada de Royce y los dos parches que le habian colocado, cubriendo las partes mas danadas durante la refriega de la noche anterior. Por ultimo, apartando su plato, Warren Trent observo:

– Sera mejor que aproveches esto. Quiza no podamos gozar de ello por mucho tiempo mas.

– ?La gente del trust no ha cambiado de idea con respecto a la renovacion? -pregunto Royce.

– No ha cambiado, y no lo haran. Ya no. -Sin previo aviso, el viejo golpeo con el puno en la mesa.- ?Gran Dios! Hubo una epoca en que bailaban al compas que yo queria. En una epoca formaban fila… Bancos, companias financieras, y todos los demas… tratando de prestarme su dinero, urgiendome a tomarlo.

– Los tiempos cambian para todos. -Aloysius sirvio cafe.- Algunas cosas mejoran, otras empeoran.

Warren Trent dijo con amargura:

– Es facil para ti. Eres joven. No has vivido lo bastante para ver que todo aquello por lo que has trabajado se derrumba.

Y a eso habia llegado, reflexiono con desaliento. Dentro de cuatro dias, el viernes, antes del cierre de los negocios, vencia una hipoteca de veinte anos sobre la propiedad, y el sindicato de inversiones acreedor de la hipoteca se negaba a renovarla. Al principio, enterado de la decision, su reaccion habia sido de sorpresa, pero no se sintio preocupado. Muchos otros prestamistas, imagino, se harian cargo de la hipoteca, con gusto, con un interes mayor, sin duda, pero cualesquiera que fueran las condiciones, acordarian los dos millones que se necesitaban. Solo cuando todos se hubieron negado en forma decidida: Bancos, trusts, companias de seguros y prestamistas privados… se desvanecio su confianza original. Un banquero, a quien conocia mucho, le aconsejo francamente:

– Los hoteles como el tuyo han perdido actualidad, Warren. Muchas personas piensan que la epoca de los grandes independientes ha pasado y que ahora los hoteles en cadena son los unieos que dan un beneficio razonable. Ademas, mira tu balance. Has estado perdiendo dinero sin cesar. ?Como imaginas que un prestamista puede aceptar esa situacion?

Sus protestas de que las perdidas actuales solo eran temporales y que cuando el negocio mejorara seria a la inversa, no dio resultado. No le creyeron.

Fue en ese momento cuando Curtis O'Keefe habia telefoneado sugiriendo una entrevista para esa semana en Nueva Orleans:

– Lo unico que deseo es tener una conversacion amistosa, Warren -habia declarado el magnate de los hoteles, con su suave acento tejano en la conferencia telefonica-. Despues de todo, usted y yo somos un par de hoteleros envejeciendo. Deberiamos vernos alguna que otra vez.

Pero Warren Trent no se engano con la suavidad; antes ya habia habido propuestas de la cadena O'Keefe. Los buitres estan rondando, penso. Curtis O'Keefe llegaria hoy, y no habia la menor duda de que estaba enterado de la situacion financiera del «St. Gregory».

Con un suspiro interior, Warren Trent dirigio sus pensamientos a asuntos mas inmediatos.

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