– Esas son buenas razones -respondio Peter-. Si usted prefiere pensar que son las unicas… siga adelante.

Warren Trent golpeo con fuerza con su mano sobre el brazo del sillon:

– ?No importan las razones! Lo que importa es que ustedes dos son un par de tontos.

Era una cuestion que ya se habia repetido. En Luisiana, si bien los hoteles afiliados a una cadena se habian integrado nominalmente meses antes, algunos independientes, encabezados por Warren Trent y el «St. Gregory», se resistieron al cambio. La mayoria, por un periodo breve cumplieron con la Ley de Derechos Civiles, y despues de la conmocion inicial, poco a poco volvian a su politica de segregacion establecida desde mucho tiempo atras.

Aun con casos legales pendientes, todos los sintomas indicaban que los hoteles segregacionistas, con la ayuda de fuerte apoyo local, podian ejercer acciones dilatorias que tal vez durarian anos.

– ?No! -Warren Trent, colerico, apago su cigarro.- Pase lo que pase en otras partes, insisto en que aqui todavia no estamos listos para eso. De manera que hemos perdido congresos sindicales. Bien, es tiempo de que nos pongamos en movimiento y hagamos alguna otra cosa.

Desde la sala, Warren Trent oyo que la puerta de afuera se cerraba detras de Peter McDermott, y los pasos de Aloysius Royce que volvia a una pequena salita llena de libros que era el dominio privado del negro. Dentro de pocos minutos Royce se marcharia, como siempre a esta hora del dia, a una clase de Derecho.

Todo estaba tranquilo en la gran sala; solo se oia el murmullo originado por el aparato de aire acondicionado, y algun ruido perdido que llegaba desde la ciudad, alla abajo, penetrando las gruesas paredes y las ventanas aislantes. Los rayos del sol mananero avanzaban lentamente sobre el piso alfombrado y, observandolos, Warren Trent sentia latir con fuerza su corazon, una consecuencia de la colera que por algunos minutos lo habia poseido. Era una advertencia, supuso, a la que debia prestar atencion mas a menudo. Sin embargo, en esta epoca en que tantas cosas le salian mal, parecia que se hacia dificil controlar sus emociones, y todavia mas dificil permanecer callado. Quizas esos exabruptos fueran solo mal humor… consecuencia de la edad. Pero era mas probable que fuera a causa de esa sensacion de que tantas cosas se estaban diluyendo, desapareciendo para siempre, mas alla de su control. Ademas, siempre se habia encolerizado con facilidad, excepto durante aquellos anos tan breves, cuando Hester le habia ensenado otra cosa: el uso de la paciencia y del sentido. Sentado alli, tranquilo, comenzo a recordar. ?Cuan lejos parecia! Mas de treinta anos…, cuando la habia llevado como su joven desposada, a traves del umbral de esa misma habitacion. ?Y que poco tiempo le duro! Breves anos, felices mas alla de toda medida, hasta que la poliomielitis, golpeando sin previo aviso, mato a Hester en veinticuatro horas, dejando a Warren Trent lleno de dolor y solo, con toda su vida por vivir… y el «St. Gregory Hotel».

En el hotel quedaban pocos que recordaban a Hester, y si un punado de veteranos la recordaba, era en forma confusa, y no como Warren Trent mismo la recordaba: una perfumada flor de primavera, que hacia sus dias suaves y su vida mas rica, como nunca la habia hecho nadie, ni antes ni despues.

En el silencio, un ligero y suave movimiento, como un crujido de sedas, parecia llegar desde la puerta que estaba detras de el.

Volvio la cabeza, pero era una burla de la memoria. La habitacion estaba vacia, y una humedad poco comun nublo sus ojos.

Se incorporo con dificultad del profundo sillon, clavada la ciatica como un cuchillo. Se dirigio a la ventana, mirando los tejados del French Quarter -el Vieux Carre, como la gente lo llamaba ahora, volviendo al antiguo nombre-, hacia Jackson Square y las agujas de la catedral, destellando al sol que las acariciaba. Mas alla estaba el arremolinado y fangoso Mississippi, y en medio de la corriente una linea de barcos anclados esperando su turno para entrar en los ajetreados muelles. Era el signo de los tiempos, penso. Desde el siglo xvIII Nueva Orleans habia oscilado como un pendulo entre la riqueza y la pobreza. Barcos de vapor, ferrocarriles, algodon, esclavitud, emancipacion, canales, guerras, turistas… todo, a intervalos, habia alcanzado cuotas de riqueza y de desastre. Ahora el pendulo habia traido prosperidad, aunque, al parecer, no para el «St. Gregory Hotel».

Pero, ?acaso tenia importancia… al menos para el? ?Merecia el hotel que se luchara por el? ?Por que no abandonarlo, vender, como pudiera, esta semana, y dejar que el tiempo y los cambios los tragaran a los dos? Curtis O'Keefe haria una proposicion justa, La cadena de O'Keefe tenia buena reputacion, y Trent mismo podria salir bien librado de todo esto. Despues de pagar la hipoteca principal, y tomando en cuenta a los accionistas menores, le quedaria bastante dinero con que vivir, al nivel que quisiera, para el resto de su vida.

?Rendirse! Tal vez fuera esa la respuesta. Rendirse a los tiempos cambiantes. Despues de todo, ?que era un hotel, sino ladrillos y cemento? Habia tratado de que fuera algo mas que eso, pero al fin habia fracasado. ?Dejemoslo ir!

Y sin embargo… si lo hacia, ?que otra cosa le quedaba?

Nada. Para el mismo, no quedaria nada, ni siquiera los fantasmas que andaban por este piso. Espero, pensativo, sus ojos abarcando la ciudad extendida ante el. La ciudad tambien habia sufrido cambios: habia sido francesa, espanola y americana; sin embargo, en cierta forma, habia sobrevivido como ella misma… unica e individual en una era de conformismo.

– ?No! No venderia. Todavia no. Mientras hubiera una esperanza, se sostendria. Aun tenia cuatro dias para conseguir el dinero de la hipoteca, y ademas de eso, las perdidas actuales eran una cosa temporal. Pronto cambiaria la marea, y dejaria al «St. Gregory» solvente y esplendoroso.

Poniendo en practica su resolucion, camino con dificultad cruzando la habitacion hasta la otra ventana. Sus ojos alcanzaron a ver un aeroplano volando alto desde el Norte. Era un jet, perdiendo altura y preparandose a aterrizar en el aeropuerto de Moisant. Se pregunto si Curtis O'Keefe estaria a bordo.

3

Cuando Christine Francis lo localizo poco despues de las nueve y treinta, Sam Jakubiec, el grueso y calvo gerente de creditos, estaba en pie al fondo de la recepcion realizando su control diario en el libro mayor, de las cuentas de los huespedes del hotel. Como siempre, Jakubiec trabajaba con una rapidez nerviosa que algunas veces enganaba a las personas, induciendolas a creer que un trabajo asi, no podia estar bien hecho. En realidad no habia casi nada que escapara a la mente enciclopedica y sagaz del jefe de creditos, hecho que en el pasado habia ahorrado al hotel miles de dolares en cuentas equivocadas.

Sus dedos bailaban ahora sobre las tarjetas (una para cada huesped y habitacion) de una maquina computadora mientras miraba, a traves de sus gruesos anteojos, los nombres y las cuentas por columnas; de vez en cuando hacia una anotacion en un cuadernillo que tenia al lado. Sin detenerse levanto los ojos y los volvio a bajar.

– Terminare en unos minutos, miss Francis.

– Puedo esperar. ?Hay algo interesante esta manana?

Sin detenerse, Jakubiec asintio.

– Algunas cosas.

– ?Por ejemplo?

Hizo una nueva anotacion en el cuaderno.

– Habitacion 512. H. Baker. Entro a las ocho y diez. A las ocho y veinte pidio una botella de licor y la hizo cargar en la cuenta.

– Quiza le guste limpiarse los dientes con licor.

Con la cabeza baja, Jakubiec asintio.

– Quiza…

Pero era mas probable, Christine lo sabia, que H. Baker, de la 512, fuera un tramposo. Automaticamente el huesped que pedia una botella de licor poco despues de su llegada, provocaba sospechas en el gerente de creditos. La mayor parte de los recien llegados que querian beber en seguida (despues de un viaje o de un dia agotador), pedian un coctel en el bar. El que ordenaba una botella, era a menudo un borracho y podia no tener intencion de pagar, o no tendria con que hacerlo.

Ella tambien sabia lo que sucederia despues. Jakubiec enviaria a una de las camareras de las habitaciones al 512 con cualquier pretexto, para que inspeccionara al huesped y su equipaje. Las camareras sabian que tenian que observar: un equipaje razonable y buena ropa. Si el huesped los tenia, el gerente de creditos, con toda probabilidad, no haria nada mas, fuera de vigilar la cuenta.

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