Algunas veces, ciudadanos de posicion solida y respetable tomaban una habitacion en el hotel a fin de embriagarse, y siempre que pudieran pagar y no molestaran a nadie, era asunto exclusivamente suyo.
Pero si no habia equipaje u otras senales de solvencia, Jakubiec, en persona, iria a conversar con el. Estableceria contacto con discrecion y cordialidad. Si el huesped demostraba que podia pagar o aceptaba hacer un deposito previo, se separarian amistosamente. Sin embargo, si la primera sospecha se confirmaba, el gerente de creditos podia ser aspero y cortante, expulsando al huesped antes de que la cuenta se hiciera mayor.
– Aqui hay otro -dijo Sam Jakubiec a Christine-. Sanderson, habitacion 1207. Propinas desproporcionadas.
Ella inspecciono la tarjeta que el tenia en la mano. Mostraba dos anotaciones por servicios en la habitacion: una por un dolar y medio, la otra por dos dolares. En cada caso la propina era de dos dolares, que estaban agregados y firmados.
– La gente que no tiene intencion de pagar, anota por lo general grandes propinas -dijo Jakubiec-. De otra manera: es un cliente para despachar.
Christine sabia que, como en anteriores pesquisas, el gerente de creditos llevaria a cabo su tarea con cautela. Parte de su trabajo (de igual importancia que prevenir el fraude) era
Con un solo movimiento rapido, Sam Jakubiec devolvio las tarjetas con las cuentas personales al lugar correspondiente, y cerro el cajon del archivo.
– Ahora -dijo-, ?que puedo hacer por usted?
– Hemos tomado una enfermera privada para el 1410. -Brevemente le informo Christine sobre la crisis sufrida la noche antes por Albert Wells.- Estoy un poco preocupada porque no se si mister Wells puede pagarla; no estoy segura de que comprenda lo costoso que sera. -Podia haber agregado que estaba mas preocupada por el hombrecito que por el hotel, pero prefirio no hacerlo.
– El asunto de una enfermera particular puede significar mucho dinero -asintio Jakubiec. Caminando juntos, salieron de la recepcion cruzando el hall de entrada, que ahora estaba lleno, hasta la oficina del gerente de creditos, una habitacion pequena y cuadrada, situada detras del mostrador del conserje. Dentro, una regordeta secretaria morena estaba trabajando contra una pared constituida solo por bandejas de tarjetas de archivo.
– Madge -dijo Sam Jakubiec-, vea que tenemos de Wells, Albert.
Sin responder, cerro el cajon, abrio otro cuyas tarjetas recorrio con los dedos. Deteniendose, dijo en un solo aliento:
– Alburquerque, Coon Rapids, o Montreal. Elija.
– Montreal -dijo Christine.
Jakubiec tomo la tarjeta que le ofrecio la secretaria. Examinandola, observo:
– Parece bueno. Ha estado aqui seis veces. Paga al contado. Una pequena diferencia que parece haber sido solucionada.
– Ya conozco eso -dijo Christine-. El error fue nuestro.
El hombre del credito asintio:
– Diria que no hay de que preocuparse. La gente honrada deja una marca, lo mismo que los tramposos - devolvio la tarjeta a la secretaria para que la pusiera en su lugar, con las otras que formaban un registro de cada uno de los huespedes que habian estado en el hotel durante los ultimos anos-. Me preocupare de eso, sin embargo; averiguare cuanto costara, y luego hablare con mister Wells. Si tiene problemas de dinero quiza podamos ayudarle dandole un tiempo para que lo pague.,
– Gracias, Sam -Christine se sintio aliviada, sabierrdo que Jakubiec podia ser servicial y comprensivo en un caso legitimo, tanto como inflexible en los malos.
Cuando llegaba a la puerta de la oficina, el gerente de creditos la alcanzo:
– Miss Francis, ?como andan las cosas arriba?
Christine sonrio:
– Se esta jugando el destino del hotel, Sam. No queria decirselo, pero usted me ha forzado a ello.
– Si estudian mi ficha, la volveran a colocar. No me preocupa; de todas maneras tengo bastantes problemas.
Detras de su jactancia, Christine sospechaba que el gerente de creditos estaba tan preocupado por conservar su trabajo, como muchos otros. Los asuntos financieros del hotel deberian ser confidenciales, pero rara vez lo eran, y habia sido imposible evitar que las noticias de las recientes dificultades se esparcieran como un contagio.
Volvio a cruzar el vestibulo principal, respondiendo a los «Buenos dias» de los botones, del florista del hotel, y de uno de los ayudantes de la gerencia sentado, dandose importancia, en su escritorio situado en el centro. Luego, pasando de largo por los ascensores, corrio, agil, escaleras arriba, hasta el entresuelo principal.
Al ver al ayudante de la gerencia, recordo a su inmediato superior, Peter McDermott. Desde la noche anterior Christine habia pensado con frecuencia en Peter. Se preguntaba si el rato que habian pasado juntos habria producido el mismo efecto en el. Muchas veces se sorprendio deseando que asi fuera; luego se controlaba contra cualquier complicacion emocional que pudiera ser prematura. Durante los anos en que habia aprendido a vivir sola, hubo algunos hombres en la vida de Christine, pero no habia tomado en serio a ninguno de ellos. A veces, pensaba, parecia que el instinto la preservaba de renovar el tipo de vinculacion intima que cinco anos antes le habia sido arrebatada de manera tan cruel. Sin embargo, se preguntaba donde estaria Peter en ese momento, y que estaria haciendo. Bien, decidio con criterio practico, tarde o temprano en el curso del dia, sus caminos se cruzarian.
De nuevo en su oficina, en la
Respondio una voz de mujer: sin duda, era la enfermera particular. Christine se identifico, y pregunto cortesmente por el estado del paciente.
– Mister Wells ha pasado bien la noche -le informo la voz-, y su estado general ha mejorado.
Preguntandose por que algunas enfermeras pensaban que debian responder como boletines oficiales, Christine replico:
– ?En ese caso podre ir a verlo?
– Temo que por ahora no -tuvo la impresion de que una mano guardiana se habia levantado con firmeza-. El doctor Aarons vendra a ver al paciente esta manana, y quiero tenerlo todo en orden.
Parece referirse a una visita oficial, penso Christine. La idea de que el pomposo doctor Aarons era esperado por una enfermera igualmente pomposa, la divertia.
En voz alta, dijo:
– Entonces, haga el favor de decir a mister Wells que he llamado y que lo vere esta tarde.
4
La conferencia inconclusa en la
Cerca de los ascensores se detuvo para hacer una llamada telefonica, pidiendo que le pusieran con la recepcion para preguntar que habitaciones se habian reservado para mister Curtis O'Keefe y su acompanante. Eran dos