trabajo siquiera de urdir una explicacion ingeniosa, que algunas veces habia resultado muy eficaz dando una razon para estar en una habitacion que no era la suya. Sin embargo, era un riesgo que cualquiera que viviera de la agilidad de sus dedos tenia que aceptar, hasta un experto profesional como Keycase. Pero ahora, habiendo cumplido su condena (con la maxima conmutacion por buena conducta) y habiendo gozado mas recientemente de una provechosa correria de diez dias en Kansas City, preveia una amable y fructifera quincena en Nueva Orleans. Habia empezado bien.
Llego al aeropuerto de Moisant poco antes de las siete y treinta desde el barato hotel situado en la carretera de Chef Menteur, donde habia pasado la noche. Era un hermoso y moderno edificio terminal, penso Keycase, con mucho vidrio y cromo, y muchos recipientes de desperdicios, esto ultimo muy importante para lo que se proponia hacer.
Leyo en una placa que el aeropuerto llevaba el nombre de John Moisant, natural de Orleans, que habia sido un precursor de la aviacion mundial, y advirtio que las iniciales eran las mismas que las suyas, lo que tambien podia ser un presagio favorable. Era el tipo de aeropuerto del que le gustaria partir en uno de esos grandes
Pero eso era natural, porque sabia que si esta vez lo apresaban seria por diez o quince anos; por lo tanto, dificil de afrontar. A los cincuenta y dos anos de edad quedan pocos periodos de esa extension.
Paseando naturalmente por la terminal del aeropuerto, una figura acicalada, bien vestida, con un periodico doblado bajo el brazo, Keycase se mantenia bien alerta. Tenia la apariencia de un acomodado hombre de negocios, tranquilo y confiado. Solo sus ojos se movian sin tregua, siguiendo el movimiento de los viajeros madrugadores que se volcaban a la terminal de
Ambos incidentes eran descorazonadores, aunque una experiencia conocida. Keycase continuo observando. Era un hombre paciente. Sabia que pronto tendria que suceder lo que estaba esperando.
Diez minutos mas tarde su espera se vio recompensada.
Un hombre de cara rojiza que empezaba a quedarse calvo, cargado con un abrigo, una voluminosa maleta de avion y una camara fotografica, se detuvo para elegir una revista en camino a la rampa de partida. Cuando fue a pagar la revista, descubrio la llave del hotel, y lanzo una exclamacion de sorpresa. Su esposa, una mujer suave y delgada, le hizo una tranquila sugerencia, a lo que el respondio: «?No hay tiempo!» Keycase, que lo oyo, lo siguio de cerca. ?Bien! Al pasar al lado de uno de los cubos de basura, el hombre arrojo la llave dentro.
Para Keycase el resto era cosa facil. Se acerco al recipiente y arrojo en el su periodico doblado; luego, como si de pronto hubiera cambiado de parecer, se volvio y lo recupero. Al mismo tiempo miro al interior y observo la llave que cogio sin dificultad. Minutos despues, en la intimidad del lavabo de caballeros, comprobo que correspondia a la habitacion 641 del «St. Gregory Hotel».
A la media hora, en una forma que a menudo sucede cuando las cosas empiezan a venir bien, un incidente similar termino con el mismo exito. La segunda llave tambien era del «St. Gregory», hecho que pronto determino a Keycase a telefonear en seguida, confirmando su propia reserva. Decidio no presionar su suerte permaneciendo por mas tiempo en la terminal. Estaba en vias de un buen comienzo y esta noche se detendria en la estacion del ferrocarril; luego, en un par de dias quiza, volveria al aeropuerto. Habia otras maneras de obtener llaves de hotel, una de las cuales utilizo la noche anterior. No sin razon el fiscal de Nueva York, anos antes habia dicho en el tribunal: «Su Senoria, detras de este hombre siempre hay una llave. Francamente, cada vez que pienso en el, es como en 'Keycase' Milne.»
La frase se habia abierto camino en los registros de la Policia y el alias subsistio, de tal forma que el mismo Keycase lo usaba ahora con cierto orgullo. Era un orgullo sazonado por el conocimiento de que, con tiempo, paciencia y suerte, eran extremadamente buenas las probabilidades de obtener una llave para casi todas las cosas.
Su actual especialidad-dentro-de-una-especialidad se basaba en la indiferencia de la gente por las llaves de los hoteles, Keycase lo sabia desde tiempo atras, constante desesperacion de los hoteleros de todas partes. Teoricamente, cuando un huesped partia y pagaba su cuenta, debia dejar la llave; pero infinidad de personas se marchaban del hotel con la llave de la habitacion olvidada en el bolsillo o en la cartera. Los conscientes, algunas veces, la metian en un buzon, y un gran hotel como el «St. Gregory» pagaba con regularidad cincuenta o mas dolares por semana por el franqueo de llaves devueltas. Pero habia otras personas que las guardaban o las tiraban con indiferencia.
Este ultimo grupo mantenia constantemente ocupados a los ladrones profesionales de hoteles como Keycase.
Desde el edificio de la terminal, Keycase volvio al estacionamiento y a su «Ford», un sedan de cinco anos atras, que habia comprado en Detroit y habia llevado primero a Kansas y luego a Nueva Orleans. Era un coche ideal para Keycase por lo poco notorio, de un gris sucio, ni demasiado nuevo ni demasiado viejo como para ser advertido o recordado. El unico detalle que lo molestaba un poco era la matricula de Michigan, en una atractiva combinacion verde y blanca. Las matriculas de otros estados eran frecuentes en Nueva Orleans pero hubiera preferido no tener ese pequeno rasgo distintivo. Habia estudiado la posibilidad de utilizar matriculas de Luisiana falsificadas, pero esto parecia un riesgo mayor, y ademas Keycase era lo bastante perspicaz para no alejarse demasiado de su propia especialidad. Para su tranquilidad, el motor del coche se puso en marcha al primer contacto, ronroneando suavemente, como resultado de un arreglo que el mismo le habia hecho: habilidad aprendida a expensas del Gobierno federal durante una de sus varias condenas.
Condujo los veintidos kilometros hasta el centro observando con cuidado los limites de velocidad, y se dirigio al «St. Gregory» donde habia tomado y confirmado una habitacion el dia anterior. Estaciono el coche cerca de Canal Street, a pocas manzanas del hotel, y saco dos maletas. El resto de su equipaje habia quedado en su habitacion del motel, cuyo alquiler dejo pagado por adelantado.
Era muy costoso mantener una habitacion extra, pero tambien era prudente. El motel serviria como escondrijo para cualquier cosa que pudiera lograr, y si resultaba un desastre, podia ser abandonado por completo. Habia tenido cuidado de no dejar alli nada que lo identificara. La llave del motel se encontraba bien oculta en el filtro de aire del carburador del coche.
Entro en el «St. Gregory» con aire confiado entregando sus maletas al portero y se registro como «Byron W. Meader, Ann Arbour, Michigan». El empleado del servicio de habitaciones, conocedor de la ropa bien cortada y de los bien cuidados rasgos que revelan autoridad, trato al recien venido con respeto y le dio la habitacion 830. Ahora, penso con agrado Keycase, tendria en su posesion tres llaves del «St. Gregory»: una, de la que estaba enterado el hotel, y otras dos que el hotel ignoraba.
La habitacion 830, a la que lo llevo el botones pocos momentos despues, resulto ser ideal. Era espaciosa y comoda, y la escalera de servicio, observo Keycase al entrar, quedaba a pocos metros.
Cuando estuvo solo, deshizo la maleta. Mas tarde, resolvio dormir preparandose para el importante trabajo que debia realizar durante la noche.
7
Cuando Peter McDermott llego al vestibulo de entrada, Curtis O'Keefe habia sido eficientemente instalado. Peter decidio no saludarlo; habia momentos en que demasiada atencion resultaba tan fastidiosa para un huesped, como demasiado poca. Ademas, la bienvenida oficial del «St. Gregory» seria dada por Warren Trent, y despues de comprobar que el propietario del hotel habia sido informado de la llegada de O'Keefe, Peter se dirigio a ver a