– Bastante nuevo. Espero conocerla mejor con el tiempo.
Ella anuncio con repentino entusiasmo.
– Conozco mucho de la historia local. ?Me deja ensenarle?
– He comprado algunos libros. Sucede que no he tenido tiempo…
– Puede leer los libros despues. Es mucho mejor ver las cosas primero, o que se las refiera. Ademas querria hacer algo para demostrarle cuan agradecida estoy…
– No hay necesidad de eso.
– De todos modos me gustaria. ?Por favor! -le puso una mano en el brazo.
Preguntandose si seria prudente, contesto:
– Es una oferta interesante.
– Entonces esta convenido. Manana doy una comida en casa. Sera una velada al estilo antiguo de Nueva Orleans. Despues podremos hablar de Historia.
– ?Oh…! -protesto el.
– ?Quiere decir que tiene algun compromiso para manana?
– No exactamente.
– Entonces, esto tambien esta decidido -dijo Marsha con firmeza.
El pasado, la importancia que tenia evitar cualquier relacion con una muchacha joven, que ademas era huesped del hotel, hizo vacilar a Peter. Luego penso: seria una groseria rehusar. Y no habia nada indiscreto en aceptar una invitacion para comer. Habria otras personas presentes, despues de todo.
– Si voy… querria que hiciera una cosa por mi, ahora.
– ?Que?
– Vaya a su casa, Marsha. Abandone el hotel y vayase a su casa.
Sus miradas se encontraron. Una vez mas el percibio su juventud y fragancia:
– Muy bien -replico-; si quiere que lo haga, lo hare.
Peter McDermott estaba absorto en sus propios pensamientos cuando entro en su oficina, en el entresuelo principal, pocos minutos mas tarde. Le preocupaba que alguien tan joven como Marsha Preyscott, y presumiblemente nacida con una lista de dorados privilegios, estuviera, en apariencia, tan abandonada. Aun con su padre, ausente del pais, y su madre alejada (habia oido de los multiples matrimonios de la que una vez fue mistress Preyscott) encontraba increible que la muchacha no tuviera la menor proteccion. «Si yo fuera su padre -penso-, o su hermano…»
Lo interrumpio Flora Yates, su pecosa secretaria privada. Los vigorosos dedos de Flora, que podian danzar sobre una maquina de escribir con mas rapidez que cualquiera, sostenian un monton de mensajes telefonicos. Senalandolos, Peter pregunto:
– ?Hay algo urgente?
– Pocas cosas. Pueden esperar hasta la tarde.
– Bien, que esperen entonces. Le pedi al cajero que me mandara la cuenta de la habitacion 1126-7. Esta a nombre de Stanley Dixon.
– Aqui esta -tomo una hoja de entre algunas otras que se hallaban sobre su escritorio-. Tambien hay una estimacion de gastos de la carpinteria, por danos en la
Peter echo una ojeada a ambas. La cuenta que incluia algunos servicios extra a la habitacion, era de setenta y cinco dolares; el presupuesto del carpintero, de ciento diez. Indicando la cuenta, Peter dijo:
– Deme el numero de telefono de esta direccion. Supongo que estara a nombre del padre.
Habia un periodico doblado en su escritorio, que todavia no habia mirado. Era el
Peter se pregunto si Christine habria visto la cronica del periodico. Su impacto parecia mayor a causa de su propio y breve contacto con el lugar del hecho.
El regreso de Flora con el numero telefonico que habia solicitado, volvio su atencion a cosas mas inmediatas.
Dejo a un lado el periodico y utilizo la linea directa para marcar personalmente el numero. Una voz profunda de hombre, respondio:
– Residencia de la familia Dixon.
– Desearia hablar con mister Stanley Dixon. ?Esta ahi?
– ?Quien habla, senor?
Peter dio su nombre y agrego:
– Del «St. Gregory Hotel».
Hubo una pausa y el sonido de pasos lentos que se alejaban; luego volvieron con el mismo ritmo.
– Lo siento, senor. Mister Dixon, hijo, no puede atenderlo.
Peter dio una entonacion especial a su voz.
– Dele este mensaje: digale que si no quiere ponerse al telefono, llamare directamente a su padre.
– Quiza si usted hiciera eso…
– ?Vaya! Digale lo que acabo de indicarle.
Una vacilacion casi audible. Luego:
– Muy bien, senor. -Los pasos volvieron a alejarse.
Hubo un clic en la linea, y una voz adusta anuncio:
– Soy Stan Dixon. ?De que se trata?
Peter respondio cortante:
– Se trata de lo que sucedio anoche. ?Le sorprende?
– ?Quien es usted?
Repitio su nombre.
– He hablado con miss Preyscott. Ahora quisiera hablar con usted.
– Ya esta hablando -contesto Dixon-. Ha conseguido lo que queria.
– No en esta forma. En mi oficina, en el hotel -hubo una exclamacion que Peter desoyo-. Manana a las cuatro de la tarde, con los otros tres. Traigalos usted.
La respuesta fue rapida y violenta:
– ?Al infierno con ello! Quienquiera que sea usted, no es mas que un despreciable empleado de hotel y no voy a recibir ordenes suyas. Ademas, tenga cuidado porque mi padre conoce a Warren Trent.
– Para su informacion, ya he discutido el asunto con mister Trent. Lo dejo en mis manos, incluyendo el iniciar o no un proceso criminal. Pero le dire que usted prefiere que hablemos con su padre. Empezaremos por eso.
– ?Un momento! -Se oyo un suspiro profundo, luego con mucha menos beligerancia.- Tengo una clase manana a las cuatro.
– Pues falte a la clase -le dijo Peter-, y obligue a los otros a que hagan lo mismo. Mi oficina esta en el entresuelo principal. Recuerde: manana a las cuatro en punto.
Poniendo el auricular en su lugar, sintio que estaba deseando que llegara el momento de la reunion del dia siguiente.
8
Las desordenadas paginas del periodico de la manana estaban esparcidas sobre la cama de la duquesa de