de servicio para bajar dos pisos. Como todos los grandes hoteles, el «St. Gregory» simulaba no tener un piso trece, llamandole decimocuarto, en cambio.

Las cuatro puertas de las suites reservadas, estaban abiertas; desde el interior se oia el ruido de las aspiradoras, cuando se acerco. Dentro, dos camareras trabajaban bajo la vigilancia de mistress Blanche du Quesnay, el ama de llaves del hotel, altamente competente, aunque de lengua incisiva. Se volvio al entrar ' Peter, brillantes los ojos, echando chispas.

– Podia haber imaginado que vendria uno de ustedes a comprobar si mi trabajo esta bien hecho, como si no supiera que es mejor que sea asi, considerando quien viene.

Peter sonrio.

– Tranquilicese, senora. Mister Trent me pidio que viniera. -Le gustaba la mujer madura pelirroja, una de las jefes de departamento en quien mas se podia confiar. Las dos camareras sonreian. Les hizo un guino, agregando para mistress Du Quesnay: – Si mister Trent hubiera sabido que usted le dedicaba su atencion personal, no habria pensado en ello.

– Y si nos quedamos sin jabon en el lavadero, enviaremos por usted -respondio el ama de llaves con un vestigio de sonrisa, mientras golpeaba con pericia los almohadones de dos largos canapes.

El rio, y pregunto:

– ?Se han pedido las flores y el canasto de fruta? -Peter penso que el magnate de los hoteles, probablemente, estuviera harto de la inevitable canasta de frutas (saludo corriente de los hoteles a los huespedes importantes). Pero su ausencia podia ser advertida.

– Ya estan en camino. -Mistress Du Quesnay levanto los ojos de los almohadones y dijo con ironica intencion:- Por lo que he escuchado, mister O'Keefe trae sus propias flores, y no en jarrones.

Era una referencia -Peter comprendio- al hecho de que Curtis O'Keefe rara vez viajaba sin su escolta femenina, la que cambiaba con frecuencia; prefirio ignorarla.

Mistress Du Quesnay le dirigio una de sus rapidas miradas atrevidas.

– Puede echar una ojeada. No se cobra.

Peter observo que las dos suites habian sido limpiadas a fondo. Los muebles, blanco y dorado, con un motivo frances, estaban sin polvo y en orden. En los dormitorios y cuartos de bano, la ropa blanca inmaculada y muy bien doblada. Lavabos y baneras, secas y brillantes, los inodoros limpios con las tapas bajadas. Espejos y vidrios relucientes. Las luces, asi como el combinado de radio y TV marchaban a la perfeccion. El aire acondicionado respondia a los cambios de los termostatos, y en este momento estaba fijado a una agradable temperatura de 20° C. No habia nada mas que hacer, penso Peter, mientras de pie en el centro de la segunda suite, la inspeccionaba.

De pronto recordo algo. Curtis O'Keefe era muy devoto; a veces, hasta la ostentacion, decian algunos. El hotelero oraba frecuentemente, y hasta en publico. Un comentario decia que cuando le interesaba un nuevo hotel, rogaba por el como lo haria un nino para obtener un juguete en Navidad; otro sostenia que antes de entrar en negociaciones, asistia a un servicio en una iglesia privada, a la que los ejecutivos de O'Keefe concurrian respetuosamente. El director de una cadena de hoteles competidora, recordo Peter, dijo cierta vez con malignidad. «Curtis nunca pierde una oportunidad para rezar. Por eso orina de rodillas.»

Esto llevo a Peter a verificar si habia Biblias de Gedeon… en cada uno de los dormitorios. Se alegro de comprobarlo.

Como sucedia casi siempre cuando habian sido utilizadas por mucho tiempo, las primeras paginas de las biblias estaban llenas de anotaciones con los numeros de telefono de muchachas «disponibles», porque como saben los viajeros experimentados, una Biblia de Gedeon era el primer lugar en donde buscar esa clase de informacion. Peter mostro los libros en silencio a mistress Du Quesnay. Ella chasco la lengua:

– Mister O'Keefe no utilizara esas; he hecho subir otras nuevas.

Poniendo las biblias bajo el brazo, miro con ojos inquisidores a Peter:

– Supongo que lo que a mister O'Keefe le guste o deje de gustarle, sera lo que determine que la gente conserve sus trabajos aqui.

Movio la cabeza:

– Sinceramente, no lo se, mistress Q. Su opinion es tan buena como la mia. -Sabia que los ojos del ama de llaves lo seguian interrogadores al dejar la suite. Sabia que mistress Du Quesnay sostenia un marido invalido y que cualquier amenaza a su trabajo seria motivo de ansiedad. Sentia una autentica conmiseracion por ella mientras iba en uno de los ascensores al entresuelo principal.

Peter suponia que en el caso de un cambio en la administracion, la mayor parte del personal, mas joven y capaz, tendria oportunidad de permanecer. Imaginaba que la mayoria aprovecharia esa oportunidad, puesto que la cadena de O'Keefe tenia fama de tratar bien a sus empleados. Los empleados mas viejos, sin embargo, algunos de los cuales se habian hecho mas negligentes en su tarea, tenian verdadero motivo para preocuparse.

Cuando Peter McDermott se acercaba a la suite de los ejecutivos, el mecanico jefe Doc Vickery se alejaba. Deteniendose, Peterledijo:

– El ascensor numero cuatro tuvo algunos inconvenientes anoche, jefe. No se si usted lo sabe.

El jefe asintio con su cabeza calva y redondeada.

– Es mal negocio cuando se necesita dinero para reparar una maquinaria, y no se obtiene.

– ?Esta en tan malas condiciones? -Peter sabia que el presupuesto de los mecanicos habia sido reducido recientemente, pero esta era la primera vez que se enteraba de un problema serio con los ascensores.

El jefe nego con la cabeza:

– Si usted se refiere a que.puede haber un accidente, la respuesta es: no. Vigilo los mecanismos de seguridad como vigilaria a un nino. Pero hemos tenido pequenas interrupciones y podrian producirse otras mayores. Lo que se necesita es detener un par de ascensores durante algunas horas, y repararlos en la forma debida.

Peter asintio. Si eso era lo peor que podia suceder, no habia motivo para preocuparse mucho. Pregunto:

– ?Cuanto dinero necesita?

El jefe lo miro por encima de sus anteojos de gruesa armazon.

– Cien mil dolares para empezar. Con eso arrancaria la mayor parte de las tripas del ascensor y las reemplazaria, ademas de otras cosas.

Peter emitio un silbido suave.

– Le dire una cosa -observo el jefe-. La buena maquinaria es una cosa hermosa, y algunas veces bastante parecida a la humana. La mayor parte del tiempo soporta mas trabajo del que se piensa, y ademas, se la puede componer y ayudar, y seguira trabajando. Pero de pronto, en alguna parte hay un punto muerto, al que nunca llegara por mucho que usted y la maquinaria… lo deseen.

Peter aun estaba pensando en las palabras del jefe, cuando entro en su oficina. ?Cual seria el punto muerto, se pregunto, para todo un hotel? Ciertamente, todavia no habia llegado para el «St. Gregory», aun cuando sospechaba que para el regimen actual del hotel, si.

Habia una pila de correspondencia, memorandums y mensajes telefonicos en su escritorio. Tomo el de mas arriba y leyo: «Miss Marsha Preyscott, respondiendo a su llamada, lo esperara en la habitacion 555 hasta tener noticias suyas.» Le recordaba su propio interes en saber algo mas de lo sucedido en la 1126-7.

Ademas, tenia que pasar pronto para ver a Christine. Habia algunas cosas menores que requerian la decision de Warren Trent, aunque no eran lo bastante importantes como para plantearselas en la entrevista de esa manana. Luego, sonriendo, se dijo: «?Deja de razonar! Quieres verla, y, ?por que no hacerlo?»

Mientras pensaba que haria primero, llamo el telefono. Era de la recepcion. Uno de los empleados:

– Pense que desearia saberlo. Mister Curtis O'Keefe acaba de llegar.

5

Curtis O'Keefe entro en el abovedado y concurrido vestibulo principal, rapido como una flecha dirigida al corazon de una manzana. Una manzana algo deteriorada, penso, con sentido critico. Mirando en derredor, su ojo de hotelero experimentado advirtio los sintomas. Pequenos, pero significativos: un periodico dejado sobre una silla y sin recoger; media docena de colillas de cigarrillos en un recipiente con arena al lado de los ascensores; el uniforme

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