– Eso parece razonable.

– Lo era. Y la misma cosa se exigia del dueno cuando comenzaron a usarse habitaciones mas pequenas, porque hasta estas siempre eran o podian ser compartidas por extranos.

– Si se piensa en ello -musito Christine-, no era una epoca de mucha intimidad.

– Eso vino despues cuando hubo habitaciones individuales y llaves. Despues de eso, la ley considero las cosas de otra manera. El dueno de la hosteria estaba obligado a proteger a sus huespedes de la violacion de sus habitaciones. Pero mas alla de eso no tenia ninguna responsabilidad, ni por lo que les pasaba a ellos en sus habitaciones, ni por lo que hicieran.

– ?De manera que la llave impuso la diferencia?

– Todavia lo hace -dijo Peter-. Con respecto a eso, la legislacion no ha cambiado. Cuando le damos una llave al huesped es un simbolo legal, lo mismo que era en las hosterias inglesas. Significa que el hotel ya no puede utilizar la habitacion ni alojar a nadie alli. Por otro lado, el hotel no es responsable del huesped cuando cierra la puerta de su habitacion tras de si. -Senalo la carta que Christine habia dejado en el escritorio.- Por eso nuestro amigo de la carta tendria que encontrar al que arrojo la botella. Si no, fracasara.

– No sabia que fuera usted tan enciclopedico.

– No quise producir ese efecto -respondio Peter-. Me imagino que W. T. conoce bien la legislacion, pero si desea una lista de casos, tengo una en alguna parte.

– Probablemente, se lo agradecera. Le pondre una nota en la carta. -Sus ojos miraron con fijeza los de Peter.- A usted le gusta todo esto, ?no es verdad? Dirigir un hotel… y todo lo que implica.

– Si, me gusta -replico con franqueza-. Sin embargo, me gustaria mas, si pudiera arreglar unas cuantas cosas aqui. Quiza si lo hubieramos hecho antes, no necesitariamos ahora a Curtis O'Keefe. A proposito, supongo que sabe que ha llegado.

– Usted es el decimoseptimo que me lo dice. Creo que el telefono comenzo a sonar en el momento que piso la acera.

– No me sorprende. Ya muchos se estaran preguntando por que esta aqui. O mejor, cuando se nos informara oficialmente del porque de su visita.

– Acabo de concertar una comida privada para esta noche, en la suite de W. T… para mister O'Keefe y su amiga. ?La ha visto? He oido decir que es algo especial -dijo Christine.

El nego con la cabeza:

– Estoy mas interesado en planear mi propia comida, que le concierne a usted, y por eso estoy aqui.

– Si es una invitacion para esta noche, estoy libre y tengo hambre.

– ?Bien! -se puso de pie en toda su altura-. La recogere a las siete, en su apartamento.

Peter estaba saliendo, cuando en una mesa proxima a la puerta observo un ejemplar doblado del Times-Picayune. Deteniendose, vio que era la misma edicion, con grandes titulares negros que anunciaba las muertes ocasionadas por el automovilista, que ya habia leido. Dijo sombriamente:

– Supongo que ha visto esto…

– ?Si! ?Horrible! Cuando lo lei tuve la espantosa sensacion de haber visto todo lo ocurrido, sin duda, porque pasamos por alli anoche.

La miro con extraneza:

– Es curioso que usted diga eso. Yo tambien tuve una sensacion extrana. Me molesto anoche, y de nuevo esta manana.

– ?Que tipo de sensacion?

– No estoy seguro. Lo que mas se le aproxima es… es como si supiera algo y, sin embargo, no lo se -Peter se encogio de hombros, rechazando la idea-. Espero que sea como usted dice… porque pasamos por alli -dejo el periodico donde lo habia encontrado.

Mientras se alejaba a grandes pasos, se volvio a saludarla con la mano, sonriendo.

Como hacia con frecuencia a la hora de almorzar, Christine pidio que le enviaran a su oficina un sandwich y cafe. Mientras lo estaba tomando aparecio Warren Trent, pero solo se quedo para leer el correo, partiendo poco despues para una de sus rondas por el hotel que, como bien sabia Christine, podria durar algunas horas. Observando la tension en el rostro del propietario, se sintio preocupada y advirtio que caminaba con dificultad, signo seguro de que la ciatica lo estaba molestando.

A las dos y media, dejando aviso a una de las secretarias en la oficina exterior, Christine se marcho para visitar a Albert Wells.

Tomo un ascensor hasta el piso decimocuarto; luego, dando vuelta por el largo corredor, vio que una figura regordete se aproximaba. Era Sam Jakubiec, el gerente de creditos. Cuando se acerco, observo que el hombre llevaba una hoja de papel, y que su expresion era severa.

Viendo a Christine, se detuvo:

– He ido a ver a mister Wells, su amigo enfermo.

– Si tenia esa expresion, no ha podido animarlo.

– A decir verdad, el tampoco me alegro a mi. Consegui sacarle esto, pero solo Dios sabe si sirve de algo.

Christine tomo la hoja que el gerente de creditos le ofrecia. Era un papel sucio con membrete del hotel, con una mancha de grasa en una punta. En la hoja, con letra ordinaria y tendida, Albert Wells habia escrito y firmado una orden contra el Banco de Montreal por doscientos dolares.

– A pesar de su expresion tranquila -dijo Jakubiec-, es un viejo obstinado. No queria darme nada, al principio. Dijo que pagaria la cuenta cuando terminara, y no parecia interesado cuando le dije que le ampliariamos el plazo para pagar, si lo necesitaba.

– La gente es quisquillosa cuando se trata de dinero -dijo Christine-. Especialmente si tiene poco.

El hombre del credito chasco la lengua con impaciencia:

– ?Demonios…! La mayoria de nosotros anda escaso de dinero. Yo, siempre. Pero la gente, en general, piensa que ser pobre es una verguenza, cuando si lo admitieran lisa y llanamente, muchas veces podrian ser ayudados.

Christine observo, con ciertas dudas, el cheque improvisado:

– ?Es legal esto?

– Es legal, si tiene dinero en el Banco para cubrirlo. Puede usted extender un cheque en una hoja de musica o en una cascara de banana, si lo desea. Pero la mayor parte de la gente que tiene dinero en su cuenta, por lo menos lleva cheques impresos. Su amigo Wells dijo que no podia encontrar ninguno.

Mientras Christine le devolvia el papel, Jakubiec dijo:

– ?Sabe usted lo que creo? Creo que es honrado y que tiene el dinero… pero solo lo justo y que se va a encontrar en aprietos despues de pagar. Lo malo es que ya debe mas de la mitad de estos doscientos, y que la cuenta de la enfermera va a tragarse el resto.

– ?Que va a hacer?

El gerente de creditos se froto la calva con la mano:

– Antes que nada, voy a hacer una llamada a Montreal para saber si este cheque es bueno, o si no sirve.

– ?Y si no sirviera, Sam?

– Tendra que marcharse, por lo menos en cuanto a mi me concierne. Por supuesto, si usted quiere decirselo a mister Trent, y el opina otra cosa… -Jakubiec se encogio de hombros-. Eso seria distinto.

Christine nego con la cabeza.

– No quiero incomodar a W. T. Pero le agradeceria si usted me informara antes de hacer nada.

– Con gusto, miss Francis -el gerente de creditos saludo con la cabeza, y luego, con pasos cortos y vigorosos, continuo por el corredor.

Un momento despues, Christine llamo a la puerta de la habitacion 1410.

La abrio una enfermera uniformada, de mediana edad, de rostro serio y que llevaba anteojos de pesada armazon. Christine se identifico, y la enfermera respondio:

– Espere aqui, por favor. Preguntare si mister Wells quiere verla.

Se oyeron pasos dentro, y Christine sonrio cuando oyo una voz que decia con energia:

– Por supuesto que quiero verla. No la haga esperar.

Cuando la enfermera volvio, Christine sonrio:

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