– Si quiere salir un momento, me puedo quedar hasta que usted vuelva.

– Bien -respondio la enfermera, titubeando y deshelandose un poco.

La voz, desde dentro, dijo:

– Hagalo. Miss Francis sabe lo que tiene que hacer. Si no hubiera sido asi, me hubiera muerto anoche.

– Bien -respondio la enfermera-, solo estare ausente diez minutos, y si me necesita, por favor, llameme a la cafeteria.

Albert Wells se inclino cuando entro Christine. El hombrecito estaba reclinado en una pila de almohadas. Su apariencia (aun cuando su cuerpo flaco estaba cubierto ahora por un camison pasado de moda pero limpio) producia la impresion de un gorrion, pero hoy, era la de un gorrion gallardo, en contraste con la desesperante fragilidad de la noche anterior. Todavia estaba palido, pero habia desaparecido el color ceniza. Su respiracion, si bien a veces silbaba, era regular,,y no parecia forzada.

– Ha sido muy buena en venir a verme, miss.

– No es cuestion de bondad -replico Christine-. Queria saber como se encontraba.

– Gracias a usted, mucho mejor. -Hizo un gesto hacia la puerta, cuando se cerro tras la enfermera.- Pero esa, es un dragon.

– Es, probablemente, buena para usted. -Christine inspecciono la habitacion con gesto de aprobacion. Todo en ella, incluyendo las pertenencias personales del viejo, estaba arreglado con prolijidad. Una bandeja con medicamentos diestramente dispuesta a un lado de la cama. El cilindro de oxigeno que habian utilizado la noche anterior, aun estaba en su lugar, pero la mascara improvisada habia sido reemplazada por una mas profesional.

– Oh, conoce bien su trabajo -admitio Albert Wells-, pero para otra vez, me gustaria tener una mas bonita.

Christine se sonrio:

– Veo que se siente mejor. -Se pregunto si debia decir algo de lo que habia hablado con Sam Jakubiec, y decidio que no. En cambio pregunto:- ?Usted dijo anoche que comenzo a tener esos ataques siendo minero?

– De bronquitis. Si, es verdad.

– ?Fue usted minero mucho tiempo, mister Wells?

– Mas anos de los que quiero recordar, miss. Sin embargo, siempre hay cosas que nos obligan a recordar: la bronquitis es una, luego esto. -Estiro las manos con las palmas hacia arriba, y la muchacha vio que estaban anudadas y gruesas del trabajo manual de muchos anos.

Impulsivamente, estiro las suyas para tocarselas:

– Supongo que es algo de lo que puede sentirse orgulloso. Me gustaria saber que hacia usted.

El nego con la cabeza:

– Quizas alguna vez, cuando usted tenga muchas horas y paciencia. En su mayor parte, sin embargo, son cuentos de viejo, y los viejos se ponen pesados a veces, si se les da la oportunidad.

Christine se sento en una silla, al lado de la cama.

– Tengo paciencia, y no creo aburrirme.

El viejo rio.

– Hay algunas personas en Montreal que discutirian eso.

– Muchas veces he pensado en Montreal. No he estado nunca alli.

– Es un lugar muy confuso: en algunos aspectos se parece mucho a Nueva Orleans.

– ?Es por eso por lo que viene usted aqui todos los anos?

?Porque se le parece? -pregunto Christine con curiosidad.

El hombrecito considero la pregunta, sus huesudos hombros hundidos en la pila de almohadas:

– Nunca he pensado en ello, miss… ni de una forma ni de otra. Creo que vengo aqui porque me gustan las cosas a la antigua, y no hay muchos lugares donde encontrarlas. Sucede lo mismo con este hotel. Esta un poco empalidecido en algunos aspectos, usted lo sabe. Pero en general, es hogareno. Quiero decir, de la mejor manera. Detesto las cadenas de hoteles. Todos son lo mismo: acicalados y pulidos, y cuando se vive en ellos es como vivir en una fabrica.

Christine vacilo, comprendiendo entonces que los sucesos del dia habian dispersado lo que antes era un secreto, y le dijo:

– Tengo que darle una noticia que no le gustara. Temo que el «St. Gregory» sea parte de una cadena dentro de poco.

– Si sucede, lo lamentare -contesto Wells-. Ademas, creo que ustedes estan preocupados con problemas de dinero.

– ?Como sabe eso?

El viejo rumio:

– Las dos ultimas veces que me aloje me di cuenta de que aqui las cosas se ponian dificiles. ?Que sucede ahora, apuros con un Banco? ?La hipoteca que vence? ?O algo parecido?

Habia aspectos sorprendentes en este minero retirado, penso Christine, incluyendo un instinto de la verdad. Respondio sonriendo:

– Probablemente ya he hablado de mas. De lo que se enterara con seguridad, es de que mister Curtis O'Keefe ha llegado esta manana.

– ?Oh, no! ?Precisamente el! -El rostro de Albert Wells reflejaba una verdadera preocupacion.- Si ese mete las manos en este lugar, hara una copia de todos los otros. Sera una fabrica, como le dije. Este hotel necesita cambios, pero no de ese tipo.

Christine le pregunto intrigada:

– ?Que tipo de cambios, mister Wells?

– Un buen hotelero podria decirle eso, mejor que yo, aunque tengo algunas ideas. Se una cosa, miss, como siempre, el publico es muy dado a las novedades. En este momento quiere el pulimento del cromo y la uniformidad. Pero a su tiempo se cansaran y querran volver a las cosas antiguas, con su verdadera hospitalidad, y un poco de caracter y de atmosfera; algo que no sea precisamente lo que encontraron en otras cincuenta ciudades, y que encontraran en cincuenta mas. El unico problema es que, para cuando se den cuenta de ello, la mayor parte de los lugares buenos, incluyendo este, quizas habran desaparecido. -Se interrumpio y luego pregunto:- ?Cuando lo deciden?

– En realidad no lo se -respondio Christine. La profundidad de sentimientos del hombrecito la dejo perpleja-. Solo que no creo que mister O'Keefe permanezca aqui mucho tiempo.

Albert Wells asintio.

– No se queda mucho tiempo en ninguna parte, por lo que se. Trabaja de prisa cuando se propone hacer algo. Bien, sigo diciendo que es una pena, y si asi sucede, aqui tiene a una persona que no volvera.

– Lo echaremos de menos, mister Wells. Por lo menos yo… suponiendo que sobreviva a los cambios.

– Sobrevivira, y estara donde quiere estar, miss. Pero si algun hombre joven tiene bastante sentido comun, no sera trabajando en ningun hotel.

Rio sin responder, y hablaron de otras cosas hasta que, precedida por un breve golpe en stacatto, reaparecio la enfermera. Dijo muy cortes:

– Gracias, miss Francis -luego, mirando detenidamente su reloj-: Es hora de que mi paciente tome su medicina y descanse.

– De todos modos tengo que irme. Volvere a verlo manana, mister Wells, si me lo permite.

– Me gustaria que lo hiciera.

Cuando ella se marchaba, el le hizo un guino.

Una nota sobre el escritorio de su despacho, solicitaba a Christine que llamara a Sam Jakubiec. Lo hizo, y el gerente de creditos respondio:

– Pense que le gustaria saberlo. Llame al Banco de Montreal. Aparentemente, su amigo es una persona de bien.

– Es una buena noticia, Sam. ?Que le dijeron?

– Bien, en cierta forma fue extrano. No quisieron decirme nada sobre la calificacion de credito… como en general hacen los Bancos. Solo me dijeron que presente el cheque para ser cobrado. Les dije la cantidad; no parecieron preocuparse. De manera que creo que tiene el dinero.

– Me alegro -dijo Christine.

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