Esto le recordo la estratagema que habia pensado, a fin de que la noche resultara poco onerosa a Albert Wells. Telefoneo a Max, el maitre del comedor principal.

– Max, los precios de las comidas son vergonzosos -dijo Christine.

– Yo no los fijo, miss Francis. Algunas veces desearia hacerlo.

– ?Has tenido mucha gente, ultimamente?

– Algunas noches me siento como Livingstone esperando a Stanley. Saben que los hoteles como este, tienen una cocina central y que en cualquiera de sus restaurantes pueden tener la misma comida, preparada por los mismos chefs. Entonces, ?por que no concurrir a los salones donde el precio es mas bajo, aunque el servicio no sea tan elegante?

– Tengo un amigo a quien le gusta el servicio del comedor principal. Un caballero anciano llamado mister Wells. Comeremos alli esta noche. Quiero que su cuenta sea moderada, aunque no demasiado, para evitar que lo advierta. Cargueme la diferencia.

– ?Vaya! -rio el jefe de los camareros-. Usted es el tipo de muchacha que me gustaria conocer.

– Con usted no lo haria, Max. Todo el mundo sabe que es una de las dos personas mas ricas del hotel.

– ?Y quien es el otro?

– ?No es Herbie Chandler?

– No me hace ningun favor, uniendo mi nombre con el de ese.

– Pero, ?usted se ocupara de mister Wells?

– Miss Francis, cuando le presentemos la cuenta creera que ha comido en un automatico.

Christine colgo el auricular, riendo y sabiendo que Max manejaria la situacion con tacto y sentido comun.

Con una colera incredula y creciente, Peter McDermott leia, con lentitud, por segunda vez el memorandum de Ogilvie, comunicacion que estaba esperandolo en su escritorio, cuando volvio de su breve entrevista con Warren Trent.

Con fecha y hora de la noche anterior, habia sido dejado, sin duda alguna en la oficina de Ogilvie para que fuera recogido con la correspondencia interna, esta manana. Era evidente que tanto la hora como el sistema de entrega habia sido fijado para que cuando recibiera la comunicacion fuera imposible tomar ninguna medida (al menos en el momento) relativa al contenido.

Decia:

Mister P. McDermott.

Tema: Vacaciones.

El suscrito desea informar a usted que se toma cuatro dias de licencia de los siete que le corresponden, por razones personales urgentes, comenzandola inmediatamente.

W. Finegan, subjefe de mi departamento, esta informado del robo y de las medidas tomadas, etcetera. Tambien puede actuar en otros asuntos.

El suscrito se presentara a trabajar el lunes proximo.

Sinceramente

T. I. Ogilvie

Jefe de Detectives del Hotel

Peter recordo, indignado, que hacia menos de veinticuatro horas Ogilvie habia admitido como muy probable que un ladron profesional de hoteles estuviera operando dentro del «St. Gregory». En tal oportunidad Peter habia solicitado al detective que se trasladara al hotel por unos dias, sugerencia que el gordo habia rechazado. Entonces Ogilvie ya deberia de tener intencion de partir a las pocas horas, pero la habia mantenido secreta. ?Por que? Era obvio que habia comprendido que Peter se hubiera opuesto, y no habia tenido valor para discutirlo y tal vez tener que postergar la licencia.

El memorandum decia: «…razones personales urgentes…» Bien, teorizaba Peter, quizas eso fuera verdad. Hasta Ogilvie, a pesar de su alardeada intimidad con Warren Trent, comprenderia que su ausencia en este momento, sin prevenirlo, precipitaria un conflicto mayor como consecuencia.

?Que tipo de razones personales urgentes estaban en juego? Era evidente que no se trataba de nada correcto que se pudiera discutir abiertamente. Porque de ser asi, no hubiera procedido de esa manera. No obstante, en el negocio de hoteles, la autentica dificultad personal de un empleado, hubiera sido tratada con comprension. Siempre habia sido asi.

De manera que tenia que ser otra cosa que Ogilvie no podia revelar. Peter penso que no era asunto suyo, sino en la medida que afectaba al desenvolvimiento del hotel. Puesto que lo afectaba, tenia derecho a ser curioso. Decidio hacer un esfuerzo para saber por que motivo el detective se habia ido y adonde.

Por el timbre llamo a Flora. Tenia el memorandum en la mano cuando entro. Al advertirlo, ella hizo un gesto.

– Lo lei. Pense que usted no se molestaria.

– Si puede, quisiera que averiguara donde esta. Hable por telefono a su casa; luego, a todos los otros lugares a que suele ir. Averigue si alguien lo ha visto hoy o si espera verlo. Deje mensajes. Si localiza a Ogilvie, hablare yo personalmente.

Flora escribio en su cuaderno.

– Otra cosa… Llame al garaje. Anoche alrededor de la una de la madrugada, cuando volvia caminando hacia el hotel, vi a nuestro hombre que salia conduciendo un «Jaguar». Es posible que haya dicho a alguien a donde iba.

Cuando Flora se marcho, envio a buscar al subjefe de detectives, Finegan, un hombre delgado, lento para hablar, oriundo de Nueva Inglaterra, que cavilaba antes de responder a las impacientes preguntas de Peter.

No. No tenia idea de adonde habia ido mister Ogilvie. Fue solo a ultima hora del dia anterior cuando su superior habia informado a Finegan de que se quedaria a cargo de todo durante los proximos dias. Si. La noche anterior habia habido continuas patrullas en el hotel, pero no se observo ninguna actividad sospechosa. Tampoco se informo por la manana sobre la presencia de ningun intruso en las habitaciones. No. Tampoco habian sabido nada del Departamento de Policia de Nueva Orleans. Si. Finegan seguiria trabajando con la Policia, como lo sugeria Mc- Dermott. Desde luego, si Finegan sabia algo de mister Ogilvie, mister McDermott seria informado en seguida.

Peter despacho a Finegan. Por el momento no habia nada mas que hacer, a pesar de que la colera de Peter con Ogilvie era todavia intensa.

No se habia suavizado, cuando Flora le anuncio por el intercomunicador:

– Miss Marsha Preyscott en la linea dos.

– Digale que estoy ocupado; llamare despues. -Peter se controlo-. No, mejor, le hablare -tomo el telefono.

– He oido eso -comento con viveza-. Lo he oido.

Con irritacion, Peter resolvio recordar a Flora que deberia bajar la palanca del telefono, cuando el intercomunicador estaba abierto.

– Lo siento. Es una manana pesima comparada con una noche como la de ayer.

– Apostaria a que lo primero que aprenden los gerentes del hotel es a recuperarse con rapidez, como acaba de hacerlo -replico Marsha.

– Algunos podran. Pero yo soy asi.

La sintio vacilar. Luego, pregunto ella:

– ?Fue tan hermosa… la noche?

– Si, muy hermosa.

– Me alegro. Entonces, estoy dispuesta a cumplir mi promesa.

– Tengo la impresion de que ya lo ha hecho.

– No. Le prometi ensenarle algo de la historia de Nueva Orleans. Podriamos empezar esta tarde.

Estuvo por decir que no; que le era imposible dejar el hotel. Luego, comprendio que deseaba ir. ?Por que no? Rara vez tomaba los dos dias libres que le correspondian por semana, y ultimamente habia trabajado muchas horas extras. Podia concederse una breve ausencia.

– Bien, vamos a ver cuantos siglos pueden cubrirse entre las catorce y las dieciseis horas.

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