— Bueno, lo acepto — dijo Geiger —. En la Ciudad hay decenas de miles de personas que nacieron y crecieron aqui. ?Y ellos, que? ?O el talento siempre es hereditario?
— En general, es muy extrano — dijo Andrei —. Hay magnificos ingenieros en la Ciudad. Hay muy buenos cientificos. Quiza no lleguen a la altura de un Mendeleiev, pero tienen nivel mundial. Digamos, el propio Butz… Aqui hay muchisima gente con talento: inventores, administradores, artesanos… mucha gente que trabaja aplicando conocimientos.
— Exactamente — exclamo Geiger —. Eso es lo que me asombra.
— Oye, Fritz — dijo Izya —. ?Por que razon quieres echarte mas preocupaciones encima? Digamos que surgen escritores de talento, y en sus obras geniales se dedicaran a darte cana a ti, a tu sistema, a tus consejeros… Veras las molestias que vas a tener. Al principio, intentaras convencerlos, despues tendras que amenazarlos, y finalmente te veras obligado a detenerlos.
— ?Y por que me van a dar cana sin falta? — se molesto Geiger —. ?No podria ser, por el contrario, que me alaben?
— No — afirmo Izya —. No te alabaran. Hoy Andrei te ha explicado claramente como son los cientificos. Pues resulta que los grandes escritores siempre andan rezongando. Es su estado normal, precisamente porque son la conciencia doliente de la sociedad, que ni siquiera sospecha que la tiene. Y como, en este caso, el simbolo de la sociedad eres tu, en primer lugar te tiraran tomates a ti… — Izya se echo a reir —. Me imagino como hablaran de Rumer.
— Es obvio que si Rumer tiene defectos — dijo Geiger, encogiendose de hombros —, un autentico escritor tiene la obligacion de hacerlos evidentes. Para eso es escritor, para curar las llagas.
— Nunca en su vida los escritores han curado ninguna llaga — repuso Izya —. La conciencia doliente simplemente duele, es todo…
— A fin de cuentas, no se trata de eso — le interrumpio Geiger —. Dime sinceramente: ?consideras que la situacion actual es normal o no?
— ?Y cual es la norma? — pregunto Izya —. ?Podemos considerar normal la situacion en la Tierra?
— Te enrollas de nuevo — dijo Andrei, torciendo el gesto —. Sencillamente te han preguntado si puede existir una sociedad sin talentos creadores. ?Te he comprendido correctamente, Fritz?
— Puedo precisar mas la pregunta — dijo Geiger —. ?Es normal que un millon de personas, aqui o en la Tierra, no hayan dado ni un talento creador en decenas de anos?
Izya callaba y pellizcaba distraido su verruga.
— Si lo comparamos, digamos, con la Grecia antigua — dijo Andrei —, es totalmente anormal.
— Entonces, ?cual es el problema? — volvio a preguntar Geiger.
— El Experimento es el Experimento — dijo Izya —. Pero si lo comparamos, digamos, con los mongoles, aqui todo es normal.
— ?Que quieres decir con eso? — pregunto Geiger, suspicaz.
— Nada en particular — se asombro Izya —. Ellos tambien son un millon, o posiblemente mas. Podemos ejemplificar, digamos, con los coreanos, o casi con cualquier pais arabe…
— Solo te faltan los gitanos — gruno Geiger.
— A proposito, muchachos — dijo Andrei, animado —: ?hay gitanos en la Ciudad?
— ?Idos al infierno! — dijo Geiger con enojo —. Es imposible hablar de algo serio con vosotros…
Quiso anadir algo mas, pero en ese momento aparecio el rubicundo Parker en el umbral y al instante Geiger miro su reloj.
— Es todo — dijo, poniendose de pie —. ?Que charla! — suspiro y comenzo a abotonarse el chaque —. ?A trabajar! ?A trabajar, consejeros!
TRES
Otto Frijat no habia mentido: el tapiz era lujoso de veras. Era de un color purpura casi negro, con matices profundos y nobles: ocupaba toda la pared izquierda del estudio, frente a las ventanas, y el recinto adquiria un aspecto muy especial. Era diabolicamente bello, elegante y distinguido.
Andrei, totalmente fascinado, beso a Selma en la mejilla y ella regreso a la cocina, a dirigir a la servidumbre. Andrei se desplazo por el estudio, examinando el tapiz desde todos los angulos, mirandolo desde el frente, desde los lados, de reojo; despues abrio su armario secreto y saco de alli una enorme Mauser, un monstruo con cargador de nueve proyectiles, nacida en el departamento especial de la fabrica Mauserwerke, el arma favorita de los comisarios de yelmo polvoriento durante la guerra civil, asi como de los oficiales del ejercito imperial japones, que vestian capotes con cuellos de piel de perro.
La Mauser estaba limpia, su brillo pavonado indicaba que estaba lista para el combate, pero por desgracia tenia limado el percutor. Andrei la sostuvo con ambas manos, ponderando su peso, despues palpo su culata, rugosa y redondeada, la bajo y a continuacion la levanto a la altura de los ojos, apuntando al blanco del manzano al otro lado de la ventana, como Geiger en el campo de tiro.
Despues se volvio hacia el tapiz y estuvo un rato escogiendo sitio. Pronto lo encontro. Andrei se quito los zapatos, se subio al sofa y pego la pistola a la pared con una mano. Aparto la cabeza lo mas posible para ver el efecto. Era maravilloso. Bajo de un salto, corrio al recibidor en calcetines, saco de un armario empotrado la caja de herramientas y regreso junto al tapiz.
Colgo la Mauser, despues una Luger con mira optica (con aquella Luger, Coxis habia matado a dos miembros de las milicias el ultimo dia del Cambio) y comenzo a trabajar con un modelo de Browning de 1906, pequena y casi cuadrada, cuando oyo una voz conocida a sus espaldas.
— Mas a la derecha, Andrei, a la derecha. Y un centimetro mas abajo.
— ?Asi? — pregunto Andrei, sin volverse.
— Asi.
Andrei fijo la Browning, se bajo del sofa de espaldas y retrocedio hasta el escritorio, contemplando el resultado de su trabajo manual.
— Hermoso — aprecio el Preceptor.
— Hermoso, pero es poco — dijo Andrei con un suspiro.
El Preceptor, pisando sin hacer ruido, se aproximo al armario, se agacho, registro y saco un revolver Nagant del ejercito.
— ?Y este? — pregunto.
— Falta la madera de la culata — dijo Andrei, con lastima —. Siempre me propongo comprarla, pero siempre se me olvida… — Se puso los zapatos, se sento en el antepecho de la ventana, junto al escritorio, y encendio un cigarrillo —. Arriba, pondre las armas de duelo. Primera mitad del siglo diecinueve. Aparecen ejemplares bellisimos, con incrustaciones de plata, de las formas mas asombrosas, desde las mas pequenas hasta las de canon largo.
— Las Lepage — dijo el Preceptor.
— No, precisamente las Lepage son mas pequenas… Y mas abajo, encima del sofa, podre las armas de combate de los siglos diecisiete y dieciocho…
Callo, imaginando cuan bello seria todo aquello. El Preceptor, agachado, seguia registrando en el armario. Tras la ventana, no lejos, zumbaba el cortacesped. Los pajaros gorjeaban y silbaban.
— Ha sido una buena idea colgar un tapiz aqui, ?verdad? — dijo Andrei.
— Magnifica — dijo el Preceptor, levantandose. Saco un panuelo del bolsillo y se seco las manos —. Pero yo pondria la lampara de pie en aquel rincon, junto al telefono. Y necesitas un telefono blanco.
— No me corresponde un aparato blanco — dijo Andrei con un suspiro.
— No importa — respondio el Preceptor —. Cuando regreses de la expedicion, tendras uno blanco.
— Entonces, ?mi decision de partir es correcta?
— ?Acaso tenias alguna duda?
— Si — dijo Andrei, y apago la colilla en el cenicero —. En primer lugar, no queria hacerlo. Simplemente,