no queria. En casa todo va bien, vivo con comodidad, tengo mucho trabajo. En segundo, para ser sincero, me daba miedo.

— Vaya, vaya — dijo el Preceptor.

— De veras. ?Puede usted decirme que voy a encontrarme alli? ?Lo ve! Nadie sabe nada. Las terribles leyendas de Izya, decenas de ellas, y nadie sabe nada. Bueno, estan tambien los encantos de la vida de campana. ?Conozco bien esas expediciones! He participado en expediciones arqueologicas y de todo tipo…

Y aqui, como esperaba, el Preceptor intervino, con interes.

— Y en esas expediciones… como decirlo… ?que es lo mas horrible, lo mas desagradable?

A Andrei le encantaba aquella pregunta. Habia preparado la respuesta desde mucho tiempo atras, llego a anotarla en una libreta, y posteriormente la habia utilizado repetidas veces en conversaciones con diferentes chicas.

— ?Lo mas terrible? — repitio, para ganar tiempo —. Lo mas terrible es esto. Imaginese: la tienda de campana, de madrugada, estamos en un desierto, no hay nadie, aullan los lobos, hay tormenta y cae granizo… — Hizo una pausa y miro al Preceptor, que lo escuchaba atentamente, inclinado hacia delante —. Granizo, ?entiende? Del tamano de un huevo de paloma… Y de repente, hay que salir a hacer una necesidad.

La tensa espera dejo lugar en el rostro del Preceptor a una sonrisa algo confusa, y despues se echo a reir.

— Que comico — dijo —. ?Se te ocurrio a ti?

— Si — dijo Andrei, orgulloso.

— Que listo, muy comico — El Preceptor volvio a reirse, moviendo la cabeza a un lado y a otro. Despues se sento en el butacon y se dedico a contemplar el jardin —. Os lo pasais bien aqui en el Cortijo Blanco — dijo.

Andrei se volvio y tambien contemplo el jardin. La vegetacion iluminada por el sol, una mariposa sobre las flores, los manzanos inmoviles, y a unos doscientos metros tras las lilas, los muros blancos y el techo rojo del chalet vecino. Y Van, enfundado en su larga bata blanca, caminando lentamente, sin prisas, detras de su cortacesped, mientras su pequeno hijo lo acompana, agarrado a la pierna de su pantalon y dando pasitos cortos.

— Si, Van ha conseguido la paz — dijo el Preceptor —. Es posible que sea la persona mas feliz de toda la Ciudad.

— Es muy posible — asintio Andrei —. En todo caso, no diria lo mismo sobre el resto de mis conocidos.

— Si, sobre todo con el circulo de conocidos con que cuentas ahora — objeto el Preceptor —. Van es una excepcion entre ellos. Yo me limitaria a decir que, en general, es una persona que pertenece a otro circulo. No al tuyo.

— Si — pronuncio Andrei, pensativo —. Y eso que alguna vez recogimos basura juntos, nos sentabamos a la misma mesa, bebiamos de la misma jarra…

— Cada cual recibe lo que se merece. — El Preceptor se encogio de hombros.

— O aquello que persigue — mascullo Andrei.

— Lo puedes enunciar de esa manera. Si quieres, es lo mismo. Van siempre quiso estar en el escalon inferior. Oriente es Oriente. No podemos entenderlo. Y vuestros caminos se separaron para siempre.

— Lo mas divertido es que el y yo seguimos llevandonos bien — dijo Andrei —. Tenemos cosas de que hablar, cosas que recordar. Cuando estoy con el nunca me siento incomodo.

— ?Y el?

— No se… — Andrei medito unos momentos —. Pero lo mas factible es que el si se sienta incomodo. A veces me asalta de repente la impresion de que intenta con todas sus fuerzas mantenerse apartado de mi lo mas posible.

— ?Y eso es lo mas importante? — dijo el Preceptor mientras se estiraba, haciendo crujir los dedos —. Cuando Van esta sentado contigo bebiendo vodka, y recordais como era antes, el descansa, reconocelo. Y cuando te sientas con el coronel a beber escoces, ?alguno de vosotros descansa?

— De descanso, nada — balbuceo Andrei —. Nada… Sencillamente, necesito al coronel. Y el me necesita a mi.

— ?Y cuando comes con Geiger? ?Y cuando tomas cerveza con Dollfuss? ?Y cuando Chachua te cuenta nuevos chistes por telefono?

— Si — dijo Andrei —. Es asi. Exactamente.

— Creo que solo conservas tus anteriores relaciones con Izya, y esporadicas…

— Exacto — respondio Andrei —. Y esporadicas.

— ?No, es imposible hablar de descanso! — pronuncio el Preceptor con decision —. Imaginate: en este lugar esta sentado el coronel, vicejefe del Estado Mayor general de vuestro ejercito, un viejo aristocrata ingles de una distinguida familia. Y aqui esta sentado Dollfuss, consejero de construcciones, que alguna vez fue un famoso ingeniero en Viena. Y su esposa, la baronesa, que procede de una familia de junkers prusianos. Y frente a ellos esta Van, el conserje.

— Pues si. — Andrei se rasco la nuca y solto una risita —. Resulta una falta de tacto.

— ?No, no! Olvidate de la falta de tacto, al diablo con eso. Imaginate que Van estuviera presente. ?Como se sentiria?

— Entiendo, entiendo — dijo Andrei —. Entiendo… ?Todo eso no es mas que un delirio! Manana lo llamare, beberemos juntos. Maylin y Selma nos prepararan algo sabroso, y le regalare un revolver de canon corto, tengo uno sin gatillo…

— ?Bebereis! — repitio el Preceptor —. Os contareis algo de vuestras vidas, el tiene cosas que contarte y tu eres buen narrador, y ademas el no sabe nada sobre las ruinas de Pendjikent ni de Jarbaz. ?Lo pasareis muy bien! Hasta siento un poquito de envidia.

— Pues vengase con nosotros — dijo Andrei y se echo a reir.

— En mis pensamientos estare con vosotros — respondio el Preceptor, riendo tambien.

En ese momento sono el timbre de la puerta principal. Andrei miro el reloj: las ocho en punto.

— Seguro que es el coronel — dijo y se levanto de un salto —. Voy a abrirle.

— Por supuesto — dijo el Preceptor —. Y te ruego que, de aqui en adelante, no te olvides de que en la Ciudad hay cientos de miles de Van, pero solo veinte consejeros.

Se trataba del coronel. Siempre llegaba exactamente a la hora establecida, y por lo tanto era el primero. Andrei lo saludo en el recibidor con un apreton de manos y lo invito a pasar al estudio. El coronel vestia de civil. El traje gris claro le sentaba maravillosamente, sus cabellos canosos y ralos estaban peinados con cuidado, sus zapatos brillaban, al igual que las mejillas, prolijamente afeitadas. Era mas bien bajito, flaco y de buen porte, pero a la vez se le veia relajado, sin esa rigidez tan caracteristica de los oficiales alemanes, de los que habia muchisimos en el ejercito.

Al entrar en el estudio se detuvo frente al tapiz, y con las manos resecas y delgadas entrelazadas a la espalda estuvo contemplando aquella maravilla purpura en general, y las armas exhibidas sobre aquel fondo, en particular.

— ?Oh! — dijo y miro a Andrei con aprobacion.

— Sientese, coronel — dijo Andrei —. ?Un habano? ?Whisky?

— Muchas gracias — dijo el coronel, tomando asiento —. Unas gotas de estimulante no vendrian mal. — Se saco la pipa del bolsillo —. Hoy ha sido un dia absurdo. ?Que ha ocurrido en la plaza? Me dieron la orden de poner el cuartel en situacion de alerta.

— Algun idiota que fue a buscar dinamita al almacen — dijo Andrei, mientras buscaba algo en el bar —, y no encontro un lugar mejor para tropezar que debajo de mi ventana.

— Entonces ?no ha habido ningun atentado?

— ?Dios santo, coronel! — dijo Andrei, sirviendo el licor —. Al fin y al cabo, no estamos en Palestina.

El coronel solto una risita burlona y tomo el vaso que le ofrecia Andrei.

— Tiene razon. En Palestina, semejantes incidentes no sorprendian a nadie. Por cierto, en Yemen tampoco.

— Entonces, ?los han puesto en situacion de alerta? — pregunto Andrei, sentandose frente al oficial con un vaso en la mano.

— Si, imaginese. — El coronel bebio un sorbito, medito un instante levantando las cejas, a continuacion

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