– ?Maldito patan giboso! ?Fuera de aqui!

Sali corriendo del despacho con los oidos zumbandome. El hermano Andrew estaba demasiado gordo para perseguirme (murio de un ataque fulminante un ano despues), y yo hui de la catedral y volvi a casa renqueando por los caminos en penumbra, con el corazon destrozado. Cerca de la granja, me sente en una cerca y contemple el ocaso de aquel dia de primavera, una primavera que parecia burlarse de mi con su verde fecundidad.

Sentia que, si la Iglesia no me aceptaba, no tenia adonde ir, estaba solo.

Y, de pronto, mientras me hallaba sentado en la penumbra, Cristo me hablo. Es lo que ocurrio, asi que no hay otro modo de decirlo. Oi una voz dentro de mi cabeza, una voz que salia de mi interior pero que no era la mia. «No estas solo», dijo, y de improviso un inmenso calor, una sensacion de amor y paz, inundo mi ser. No se cuanto rato permaneci alli, respirando profundamente, pero ese momento cambio mi vida. El propio Cristo me habia consolado de las palabras de una Iglesia que se suponia era la suya. Nunca habia oido aquella voz y, aunque esa noche, mientras rezaba arrodillado, desee que volviera a hablarme, y segui deseandolo durante semanas, meses y anos, nunca volvi a oirla. Pero quiza una vez en la vida sea suficiente. Otros ni siquiera han tenido eso.

Partimos al rayar el alba, antes de que la aldea despertara. Yo continuaba de un humor sombrio, de modo que apenas hablamos. Habia caido una fuerte helada, y la tierra y los arboles estaban blancos, pero afortunadamente, cuando abandonamos el pueblo y empezamos a avanzar entre los empinados ribazos del camino, seguia sin nevar.

Cabalgamos durante toda la manana y las primeras horas de la tarde. Al fin, el bosque empezo a clarear y llegamos a una zona de campos de cultivo que se extendian hasta el pie de las South Downs. Tomamos un sendero que ascendia por la ladera, en la que pastaban ovejas de aspecto grenudo. Al llegar a la cima, el mar aparecio a nuestros pies, salpicado de mansas olas grises. A nuestra derecha, un rio serpenteaba entre promontorios hasta su desembocadura, en la que formaba una extensa marisma. En el borde del terreno pantanoso, se veia una pequena ciudad y, a un cuarto de legua, rodeado por una alta muralla, se alzaba un conjunto de edificios de gastada piedra amarilla entre los que descollaba una esplendida iglesia normanda casi tan grande como una catedral.

– El monasterio de Scarnsea -murmure.

_«E1 Senor nos ha traido sanos y salvos a traves de nuestras tribulaciones» -cito Mark.

– Mucho me temo que no seran las ultimas-repuse.

Cuando empezabamos a descender por la colma, el viento trajo del mar los primeros copos de nieve.

4

Bajamos por la ladera con precaucion hasta el camino que conducia a la ciudad. Los caballos estaban nerviosos y cabeceaban asustados ante los copos que les caian en la cara. Afortunadamente, dejo de nevar en cuanto llegamos a Scarnsea.

– ?Visitamos primero al juez? -me pregunto Mark.

– No, debemos llegar hoy al monasterio; si vuelve a nevar, tendremos que pasar la noche aqui.

Avanzamos por el empedrado de la calle principal, arrimados a la pared de los edificios para evitar que nos cayera encima el contenido de algun orinal. Los pisos superiores de las antiguas casas se inclinaban sobre la calzada. La madera y el yeso de muchas fachadas estaban podridos y las tiendas tenian un aspecto miserable. La poca gente con la que nos cruzabamos nos miraba con indiferencia.

Llegamos a la plaza mayor. En tres de sus lados se alzaban edificios tan deteriorados como los que acababamos de ver, mientras que el cuarto estaba ocupado por un ancho muelle de piedra. Sin duda, en otros tiempos el mar habia llegado hasta alli, pero ahora la plaza daba al barro y a los canaverales de la marisma, que, inhospita y sombria bajo el gris del cielo, despedia un olor a sal y podredumbre. Un canal, cuya anchura apenas permitia el paso de un barco pequeno, trazaba una larga cinta hasta el mar, una franja plomiza de un cuarto de legua de largo. En medio de la marisma, un grupo de hombres reforzaba las margenes del canal con las piedras que descargaban de las alforjas de una reata de asnos.

Era evidente que habia habido jolgorio hacia poco, porque en el otro extremo de la plaza se veia un grupo de mujeres parloteando junto al cepo municipal y el suelo estaba cubierto de frutas y verduras podridas. En medio del corro, sentada en un taburete, habia una mujer gruesa de mediana edad y aspecto miserable, con los pies atrapados en el cepo, la ropa manchada de huevo y pulpa de frutas y la cabeza cubierta con un gorro triangular con la R de «reganona» pintarrajeada en el. Estaba bebiendo una jarra de cerveza que le habia dado una de las mujeres y parecia de muy buen humor, pero tenia la cara amoratada y tumefacta y los ojos tan hinchados que apenas podia abrirlos. Al vernos, levanto la jarra y nos hizo una mueca. En ese momento, un grupo de ninos cargados con calabazas podridas irrumpio en la plaza corriendo y riendo, y una de las mujeres se encaro con ellos.

– ?Fuera de aqui! -les grito con un acento tan cerrado y gutural como el de los rusticos-. La comadre Thomas ha aprendido la leccion y dejara tranquilo a su marido. La soltaran dentro de una hora. ?Fuera!

Los ninos dieron media vuelta y se conformaron con lanzar insultos desde una distancia prudencial.

– Parece que aqui la gente es bastante civilizada -comento Mark.

Asenti. En los cepos de Londres, lo habitual era hacer punteria a los dientes y los ojos del reo con afiladas piedras.

Abandonamos la ciudad y tomamos el camino del monasterio, que discurria entre las canas y los charcos de agua estancada de la marisma. Me sorprendio que hubiera caminos en aquel inmundo lodazal, aunque, de no haberlos, los hombres y los animales que habiamos visto desde la plaza no habrian podido llegar hasta alli.

– En otros tiempos, Scarnsea era un puerto muy prospero -le explique a Mark-. La arena y el cieno han formado este marjal en unos cien anos. No me extrana que la ciudad sea tan pobre; por el canal apenas puede navegar una barca.

– ?De que vive la gente?

– De la pesca y la ganaderia. Y del contrabando con Francia, me atreveria a decir. Tienen que pagar rentas y alimentar a esos zanganos del monasterio. Scarnsea fue concedido como feudo a un caballero de Guillermo el Conquistador, el cual dio tierras a los benedictinos e hizo construir el monasterio, que fue pagado con impuestos ingleses, por supuesto.

El tanido de una campana resono ensordecedoramente en el silencio de la marisma.

– Nos han visto llegar -dijo Mark, y se echo a reir.

– Tendrian que tener muy buena vista. A no ser que se trate de uno de sus milagros. ?Por las llagas de Cristo, que fuerte suenan!

Las campanadas, que parecian resonar en el interior de mi craneo, continuaron mientras nos acercabamos a la muralla. Yo estaba agotado y mi dolor de espalda habia ido en aumento a medida que avanzaba el dia, de modo que iba medio tumbado sobre el ancho lomo de Chancery. Me ergui; tenia que imponer respeto en el monasterio desde el principio. Ahora podia apreciar las autenticas dimensiones del lugar. Los muros, recubiertos con piedras sujetas con yeso, tenian cuatro varas de altura y las fachadas laterales se extendian desde el camino hasta el borde de la marisma. Las puertas estaban protegidas por una gran torre normanda; cuando nos acercabamos a ella, vimos salir un carro tirado por dos grandes percherones, cargado con barriles. Detuvimos los caballos para dejarlo pasar, y el carretero se llevo la mano a la gorra y continuo traqueteando hacia la ciudad.

– Cerveza -comente.

– ?Barriles vacios? -pregunto Mark.

– No, llenos. La destileria del monasterio tiene la prerrogativa de proveer de cerveza a la ciudad. Al precio que fijen ellos. Esta en la carta fundacional de la ciudad.

– De modo que, si alguien se emborracha, lo hace con cerveza santa…

– Es algo bastante habitual. Los fundadores normandos les facilitaban la vida a los monjes a cambio de que rezaran por sus almas a perpetuidad. Todo el mundo salia ganando, menos los que lo pagaban todo. ?Gracias a Dios que han parado las campanas! -exclame, y respire hondo-. Bueno, entremos. Mantente callado y haz lo que yo haga.

Nos acercamos a la torre de entrada, un edificio imponente adornado con relieves de animales heraldicos. Las puertas estaban cerradas. Al levantar la cabeza, vi una cara asomada a la ventana del primer piso, donde vivia el

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