– Ahora estas gafado, Edwin -dijo uno de sus compinches alzando la voz-. Si quieres recuperar la buena suerte, tendras que tocar a un enano.

Los tres hombres rieron a carcajadas. Vi que Mark se volvia hacia ellos y lo agarre del brazo.

– No -le susurre-. No quiero jaleos. ?Vamos!

Tuve que obligarlo a subir la empinada escalera y empujarlo al interior de la habitacion, donde encontramos nuestras cosas colocadas al pie de los dos camastros. Nuestra entrada asusto a la poblacion de ratas del techo de paja, que oiamos corretear sobre nuestras cabezas.

Nos sentamos y nos quitamos las botas.

– ?Por que debemos aguantar los insultos de esos patanes? -exclamo Mark, furioso.

– Estamos en territorio hostil. La gente del Weald sigue siendo papista. Seguro que el cura de esa iglesia les dice todos los domingos que recen por la muerte del rey y el regreso del Papa.

– Creia que era la primera vez que veniais por aqui.

Mark estiro los pies hacia el grueso tubo de la chimenea, que subia hasta al techo por el centro del cuarto y constituia la unica fuente de calor.

– Cuidado con los sabanones… Es la primera vez, pero, desde la revuelta del ano pasado, los espias de lord Cromwell le envian informacion desde todos los condados. Llevo copias en mi bolsa.

Mark se volvio hacia mi.

– A veces, ?no os resulta pesado tener que pensar siempre en lo que decis cuando hablais con extranos, por miedo a que se os escape algo que un enemigo pueda utilizar para acusaros de traicion? Antes no era asi.

– Este es el peor momento, pero las cosas mejoraran.

– ?Cuando se cierren todos los monasterios?

– Si. Porque entonces la Reforma estara segura. Y lord Cromwell tendra suficiente dinero para proteger el reino contra una invasion y hacer muchas cosas por el pueblo. Tiene grandes planes.

– Cuando los de Desamortizacion hayan acabado de sacar tajada, ?quedara algo para comprar siquiera capas nuevas a patanes como los de ahi abajo?

– Quedara, Mark, quedara -respondi con conviccion-. Los grandes monasterios poseen riquezas inimaginables. ?Y que dan ellos a los pobres, a pesar de que su deber es hacer caridad? Aun me acuerdo de los indigentes que se arremolinaban ante las puertas de Lichfield los dias de limosna, de los ninos harapientos que se empujaban y se daban patadas para conseguir los cuartos de penique que les arrojaban a traves de los barrotes. Me daba verguenza ir a la escuela. A una escuela como aquella. Bueno, pues ahora habra escuelas decentes en todas las parroquias, pagadas por el erario del rey. -Mark arqueo las cejas con incredulidad-. | Por amor de Dios, Mark! - exclame, exasperado por su escepticismo-. Aparta los pies del tubo. ?Huelen peor que el estofado de cordero!

El muchacho se metio en la cama y clavo los ojos en el techo de paja.

– Espero que tengais razon, senor. Pero mi experiencia en el Tribunal de Desamortizacion me ha hecho dudar de la caridad de los hombres.

– Hasta en el pecador mas contumaz hay una chispa divina, que va obrando lentamente. Y lord Cromwell la tiene, a pesar de su dureza. Ten fe -anadi con suavidad.

Sin embargo, mientras le hablaba, recorde el siniestro placer con que el vicario general habia hablado de quemar monjes con la madera de sus propias imagenes y volvi a verlo agitando el relicario con el craneo de la joven virgen.

– ?La fe… movera montanas? -me pregunto Mark al cabo de unos instantes.

– ?Por los clavos de Cristo! -explote-. En mis tiempos, los idealistas eran los jovenes, y los cinicos, los viejos. Estoy demasiado cansado para seguir discutiendo. Buenas noches.

Empece a desnudarme, apurado, porque no me gusta mostrar mi deformidad, pero Mark tuvo la delicadeza de volverse mientras nos quitabamos la ropa y nos poniamos los camisones.

Muerto de cansancio, me meti en la combada cama, apague la llama de la vela y rece mis oraciones. Pero todavia permaneci despierto largo rato, escuchando la acompasada respiracion de Mark y el renovado corretear de las ratas, atraidas hacia el centro del techo por el calor de la chimenea.

Aunque, como de costumbre, habia procurado hacer caso omiso, las miradas que los aldeanos habian lanzado a mi joroba y el comentario del criado del monasterio me habian hecho sentir una familiar punzada de dolor que se me habia asentado en el estomago y habia acabado con mi buen humor. Durante toda mi vida he procurado hacer oidos sordos a los insultos, aunque cuando era joven me costaba no enfurecerme y gritar. He conocido a muchos lisiados cuyas mentes se han deformado, tanto como sus cuerpos, bajo el peso de los insultos y las burlas; miran al mundo con odio, con expresion irritada, y se vuelven para cubrir de improperios a los muchachos que los acosan por la calle. Es mejor no hacer caso y seguir con la vida que Dios ha querido darnos.

No obstante, recorde cierta ocasion en que eso no me fue posible. Fue un hecho que cambio mi vida. Yo tenia quince anos y estudiaba en la escuela catedralicia de Lichfield. Como alumno veterano, los domingos tenia que asistir, y a veces ayudar, a misa, lo cual me parecia maravilloso, despues de pasarme la semana peleandome con los libros para intentar descifrar el griego y el latin que tan mal nos ensenaba el. hermano Andrew, un canonigo rechoncho que sentia debilidad por la botella.

La catedral estaba inundada por la luz de las innumerables velas que titilaban frente al altar, junto a las imagenes y el ornamentado cancel que separaba el coro de la nave. Yo preferia los dias en que no ayudaba a misa y me sentaba con los demas. Al otro lado del cancel, el sacerdote decia la misa en un latin que yo empezaba a entender, y el eco de sus palabras resonaba en la nave, mezclado con las respuestas de la congregacion.

Hace tanto tiempo que ha desaparecido la antigua misa que es dificil explicar la sensacion de misterio que transmitia: el incienso, la solemne musicalidad del latin, el tintineo de la campanilla mientras el sacerdote alzaba el pan y el vino, convirtiendolos, como creiamos todos, en la carne y la sangre de Jesucristo…

A lo largo de todo aquel ano mi cabeza se habia ido llenando de fervor religioso. Al contemplar los rostros de la congregacion, serenos y respetuosos, habia acabado por considerar a la Iglesia como una gran comunidad que incluia a vivos y muertos y, aunque solo fuera por unas horas, transformaba a los fieles en el obediente rebano del Gran Pastor. Yo me sentia llamado a servir a ese rebano y me decia que, como sacerdote, podria ser un guia de mis semejantes y ganarme su respeto.

Sin embargo, el hermano Andrew no tardo en desenganarme el dia en que, temblando por la trascendencia de lo que tenia que decir, fui a hablar con el a su pequeno despacho del fondo del aula. Era el final de la jornada; sentado a su escritorio, el hermano examinaba un pergamino con los ojos enrojecidos y el habito manchado de tinta y comida. Tartamudeando, le dije que creia tener vocacion y que deseaba estudiar para ordenarme.

Esperaba que me preguntara por mi fe, pero se limito a hacer un gesto de desden con una de sus regordetas manos.

– Tu nunca podras ser sacerdote, muchacho -me dijo-. ?No lo comprendes? No me hagas perder el tiempo con tonterias.

Sus blancas cejas se fruncieron con irritacion. No se habia afeitado; en sus rollizas y enrojecidas mejillas los canones de la barba parecian escarcha.

– No lo entiendo, hermano. ?Por que no?

El canonigo suspiro, lanzandome una vaharada de alcohol a la cara.

– Senor Shardlake, sabeis por el Genesis que Dios nos hizo a su imagen y semejanza, ?verdad?

– Desde luego, hermano Andrew.

– Para servir a su Iglesia teneis que conformaros a esa imagen. Nadie con un defecto visible, aunque no sea mas que un miembro atrofiado, y por supuesto nadie con una joroba tan grande como la vuestra, podra ser sacerdote jamas. ?Como vais a ofreceros de intercesor entre el comun de la humanidad pecadora y la majestad de Dios, cuando vuestra forma es tan inferior a la de ambos?

Me senti como si de pronto me hubieran cubierto de hielo.

– Eso no puede ser cierto. Es cruel.

– ?Pones en duda las ensenanzas de la Santa Iglesia, muchacho? -grito el hermano Andrew con el rostro livido-. ?Y tu quieres ser sacerdote? ?Que clase de sacerdote, un hereje lollardo?

Mire a aquel hombre repantigado en su sillon, con el habito manchado de comida y la cara congestionada y sin afeitar.

– Deberia parecerme a vos, ?no es eso? -le espete sin pensar.

El canonigo se levanto con un rugido y me abofeteo la oreja con todas sus fuerzas.

Вы читаете El gallo negro
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату