– No, senor, no los tengo. Siempre que se permita usar la disciplina.
– ?Por resbalar en una mierda de perro? -replique sin alterarme-. ?No seria mejor aplicar la disciplina a los perros y mantenerlos fuera del patio?
El prior parecia a punto de replicarme, pero, para mi sorpresa, solto una aspera carcajada.
– Teneis razon, senor, pero el abad no quiere encerrarlos. Le gusta que esten en forma cuando sale a cazar.
Mientras el prior hablaba, yo observaba su rostro, que paso del purpura al rojo del principio. Pense que debia de ser un hombre con unos ataques de colera terribles.
– ?A cazar? Me pregunto que habria dicho de eso san Benito. -El abad tiene sus propias reglas -respondio el prior mirandome significativamente.
Lo seguimos en direccion a un hermoso edificio de dos plantas, rodeado por un jardin de rosas. Era una residencia digna de un caballero que no habria desentonado en Chancery Lane. Al pasar delante del establo, vi al novicio, que metia mi caballo en un pesebre. El muchacho se volvio y me miro con una extrana intensidad. Dejamos atras la destileria y la forja, cuyo resplandor resultaba especialmente agradable con aquel frio, y pasamos por delante de otro taller en cuyo interior se veian varios bloques de piedra tallada y ornamentada. En la puerta, un hombre de barba gris con delantal de cantero examinaba los planos que habia tendidos sobre un tablero. A su lado, dos monjes discutian acaloradamente.
– No p-puede ser -dijo el hermano de mas edad con firmeza. Era un cuarenton rechoncho, con una franja de pelo rizado en torno a la tonsura, cara redonda y ojillos negros y duros. Sus regordetes dedos revolotearon sobre los planos-. Si utilizamos piedra de Caen, agotaremos el presupuesto de los proximos tres anos.
– No puede hacerse mas barato -aseguro el cantero-, si queremos hacerlo bien.
– Hay que hacerlo bien -afirmo enfaticamente el otro monje con voz profunda y sonora-. De lo contrario, destruiremos la simetria de la iglesia y saltara a la vista la diferencia de revestimientos. Si no estais de acuerdo, hermano tesorero, tendre que hablar con el abad.
– Hacedlo. No os servira de nada -replico el otro, que, al advertir nuestra presencia, nos clavo sus ojillos negros y se inclino sobre los planos.
El monje joven nos observo con detenimiento. Aparentaba unos treinta anos. Era alto y fuerte y tenia un rostro agradable de marcadas facciones y una corona de abundante pelo rubio, tieso como la paja. Sus ojos eran grandes, de un azul palido y limpido. Dirigio una larga mirada a Mark, que se la devolvio con frialdad, al tiempo que se inclinaba ante el prior. Este se limito a responder con un rapido movimiento de cabeza.
– Interesante -le susurre a Mark-. Se comportan como si sobre el monasterio no pesara ninguna amenaza. Hablan de restaurar la iglesia como si las cosas fueran a seguir igual eternamente. -?Habeis advertido como me ha mirado el alto? -Si. Eso tambien ha sido muy interesante. Pasabamos junto al crucero de la iglesia, cerca ya de la casa, cuando una figura blanca salio de detras de un contrafuerte y nos corto el paso. Era el cartujo que habiamos visto mientras esperabamos en la entrada.
– ?No quiero problemas, hermano Jerome! -le espeto el prior, apresurandose a interponerse entre el y nosotros-. ?Volved a vuestras oraciones!
El cartujo paso junto a el sin prestarle mas atencion que una breve mirada de desprecio. Vi que arrastraba la pierna derecha y que se ayudaba de una muleta que sujetaba con firmeza bajo la axila derecha. El otro brazo le colgaba junto al costado y la mano formaba con el un angulo extrano. Era un hombre nervudo, de unos sesenta anos, de pelo enmaranado alrededor de la tonsura y mas blanco que su mugriento y deshilachado habito. En su palido y alargado rostro, los ojos brillaban con una intensidad feroz que indicaba su empeno en penetrar en las almas. Eludio el brazo extendido del prior con sorprendente agilidad y se encaro conmigo.
– ?Sois el hombre de lord Cromwell? -me pregunto con voz cascada y temblorosa.
– Lo soy, senor.
– Entonces, debeis saber que quien empuna la espada, a espada morira.
– Mateo veintiseis, versiculo cincuenta y dos -respondi-. ?Que quereis decir? -le pregunte pensando en lo que habia ocurrido alli hacia unos dias-. ?Es una confesion?
El cartujo rio despectivamente. -No, jorobado, es la palabra de Dios, y es verdad.
El prior Mortimus lo agarro del brazo sano sin miramientos, pero el anciano se solto de un tiron y se alejo renqueando.
– No le hagais caso, por favor. -El prior se habia puesto tan palido que las venillas rotas destacaban bajo la piel de sus mejillas-. Esta mal de la cabeza -anadio apretando los labios. -?Quien es? ?Que hace aqui un cartujo? -Es un pensionista. Lo aceptamos como favor a su primo, que tiene propiedades en los alrededores. Por caridad hacia su condicion.
– ?En que casa estaba?
El prior vacilo.
– En la de Londres. Es conocido como Jerome de Londres.
– ?Donde el prior Houghton y la mitad de los monjes fueron ejecutados por negarse a jurar lealtad al rey? -le pregunte, perplejo.
– El hermano Jerome pronuncio el juramento…, aunque al final, despues de que lord Cromwell lo sometiera a ciertas presiones. -El prior me miro con dureza-. ?Comprendeis?
– ?Lo sometieron al potro?
– Hasta que no pudo soportar el dolor. Aquello lo trastorno. Pero lo merecia, por su deslealtad, ?no es cierto? Y ya veis como paga nuestra caridad. Pero esto no quedara asi.
– ?Que ha querido decir exactamente?
– Sabe Dios. Ya os lo he dicho, esta loco.
Mortimus reanudo la marcha. Cruzamos la valla de madera y entramos en el jardin del abad, donde un punado de palidas rosas de invierno destacaban en las desnudas y espinosas ramas. Volvi la cabeza, pero el monje tullido habia desaparecido. Al recordar la intensidad de su mirada, senti un estremecimiento.
5
El prior llamo a la puerta y, al cabo de unos instantes, un hombre grueso con el habito azul de los sirvientes aparecio en el umbral y nos miro con desconfianza.
– Visita urgente para su reverencia, del vicario general. ?Esta en casa?
El criado nos hizo una profunda reverencia.
– Que asesinato tan horrible -murmuro santiguandose con fervor-. No teniamos noticia de vuestra visita, senores. El abad Fabian aun no ha vuelto, aunque lo esperamos de un momento a otro. Pero pasad, por favor.
Entramos en un amplio vestibulo cuyas paredes estaban revestidas de paneles de madera pintados con escenas de caza.
– Quiza deberiais esperar en la antesala.
– ?Donde esta el doctor Goodhaps?
– Arriba, en su habitacion.
– Entonces, lo veremos a el en primer lugar. El prior le hizo un gesto al criado, que nos precedio al piso superior por la amplia escalera. El prior se detuvo ante una puerta y la golpeo con los nudillos. Oimos una voz medrosa al otro lado e, instantes despues, el ruido de una llave que giraba en la cerradura. La puerta se abrio unos dedos, y un rostro alargado, coronado por una mata de encrespado pelo blanco, se asomo y nos miro con temor.
– ?Hermano Mortimus! -exclamo el anciano con aspereza-. ?Por que golpeais la puerta de esa manera? Me habeis asustado.
Una sonrisa ironica distendio brevemente el rostro del prior.
– ?De veras? Perdonadme. Ahora ya estais seguro, mi buen doctor. Lord Cromwell ha enviado un emisario, un nuevo comisionado.
– ?Doctor Goodhaps? -le pregunte al anciano-. Soy el comisionado Matthew Shardlake. Me han enviado en respuesta a vuestra carta. Vengo de parte de lord Cromwell.