pais estuviera revuelto-. Ahora, senor abad, os estaria muy agradecido si me permitierais examinar el cuerpo del pobre Singleton, que como decis deberia haber recibido cristiana sepultura hace tiempo. Tambien necesito a alguien que me ensene el monasterio; pero tal vez sea mejor dejar eso para manana. Ya casi es de noche.

– Por supuesto. El cuerpo esta en un lugar que espero encontreis tan seguro como adecuado, bajo la custodia del hermano enfermero. Ordenare que os acompanen alli. Por favor, permitidme dejar claro que hare todo lo que este en mi mano para ayudaros, aunque me temo que vuestros esfuerzos seran vanos.

– Os lo agradezco.

– Hay una habitacion de invitados preparada para vos en el piso de arriba.

– Gracias, pero creo que prefiero estar mas cerca del lugar de los hechos. ?Hay alguna habitacion disponible en la enfermeria?

– Pues… si. Pero ?no os parece que el representante del rey deberia alojarse en casa del abad?

– Prefiero la enfermeria -insisti con firmeza-. Y necesitare un juego completo de llaves de todos los edificios del recinto.

El abad sonrio con incredulidad.

– Pero ?teneis idea de cuantas llaves son, de cuantas puertas hay?

– Muchas, no me cabe duda. No obstante, supongo que habra algun juego completo.

– Yo tengo uno, y el prior y el portero tambien disponen de un juego cada uno. Pero los usan constantemente.

– Necesito un juego, senor abad. Por favor, encargaos de conseguirmelo.

Al ponerme en pie, tuve que hacer un esfuerzo para no quejarme del espasmo que me recorrio la espalda.

– Hare que os acompanen a la enfermeria -dijo el abad levantandose a su vez y alisandose el habito con el desconcierto pintado en el rostro.

Nos acompano hasta el vestibulo, se inclino ante nosotros y desaparecio a toda prisa. Yo solte un resoplido.

– ?Creeis que os dara las llaves? -me pregunto Mark.

– No te quepa duda. Teme a Cromwell. Pero a fe que conoce las leyes. Si su procedencia es humilde, como afirma Goodhaps, haber llegado a abad de un monasterio tan importante como este debe de serlo todo para el.

– Su acento era el de un hombre de clase.

– Los acentos se aprenden. Muchos ponen todo su empeno en conseguirlo. En la voz de lord Cromwell apenas queda nada de Putney. Y, sin ir mas lejos, en la tuya apenas queda nada de la granja.

– No le ha gustado que no nos quedemos aqui.

– No, y el viejo Goodhaps se llevara un disgusto. Pero no hay mas remedio; no quiero quedarme aislado en esta casa bajo la vigilancia del abad. Necesito estar en el corazon del monasterio.

Al cabo de unos minutos vimos aparecer al prior Mortimus, que traia un enorme manojo de llaves que colgaba de una anilla. Habria unas treinta. Algunas, enormes y adornadas, debian de tener siglos de antiguedad.

– Os ruego que no las perdais, senor -dijo el prior, tendiendomelas con una sonrisa tensa-. Es el unico juego de repuesto del monasterio.

– Guardalas tu, por favor -le pedi a Mark, tendiendoselas-. Entonces… ?habia un juego de reserva?

– El abad me ha pedido que os acompane a la enfermeria -dijo Mortimus eludiendo responder-. El hermano Guy os esta esperando.

Abandonamos la casa del abad y volvimos a pasar junto a los talleres, que encontramos desiertos y cerrados, pues ahora la oscuridad era total. No habia luna y hacia mas frio que nunca. Dejamos atras la iglesia, en la que se oia cantar al coro. Era una hermosa y compleja polifonia con acompanamiento de organo, en nada parecida a los desafinados gorgoritos que recordaba de Lichfield.

– ?Quien es el chantre? -le pregunte al prior.

– El hermano Gabriel, nuestro sacristan. Tambien es maestro de musica. Es un hombre de muchos talentos - dijo Mortimus con una nota ironica en la voz.

– ?No es un poco tarde para visperas?

– Un poco. Ayer fue el Dia de Difuntos, y los monjes lo pasaron en la iglesia.

– Cada monasterio tiene su propio horario, mas comodo que el establecido por san Benito -dije moviendo la cabeza.

El prior asintio muy serio.

– Lord Cromwell tiene razon cuando dice que hay que disciplinar a los monjes. Yo procuro hacerlo, en la medida de mis posibilidades.

Seguimos el muro de los dormitorios de los monjes y entramos en el amplio herbario que habia visto horas antes. La enfermeria adyacente era mayor de lo que habia supuesto. El prior hizo girar el anillo de hierro de la pesada puerta y nos acompano al interior.

Ante nosotros se extendia una sala alargada con una hilera de camas a cada lado, ampliamente espaciadas y vacias en su mayoria, lo que me recordo cuanto habia disminuido el numero de benedictinos; aquella comunidad solo habria necesitado una enfermeria tan grande en su mejor momento, antes de la Gran Peste. No habia mas que tres camas ocupadas, en los tres casos por ancianos en camison. Sentado en la primera, un rollizo y rubicundo monje comia frutos secos y nos observaba con curiosidad. El ocupante de la siguiente no miraba en nuestra direccion; cuando estuvimos mas cerca vi que tenia los ojos blancos como la leche y comprendi que las cataratas lo habian dejado ciego. En la tercera, un hombre de edad muy avanzada y con el rostro consumido y arrugado como una pasa murmuraba palabras ininteligibles, semiinconsciente. Una figura con cofia blanca y el habito azul de los criados le enjugaba la frente con un pano inclinada sobre la cama. Para mi sorpresa, era una mujer.

Al fondo de la sala, sentados alrededor de una mesa junto a un pequeno altar, media docena de monjes, con el brazo vendado tras una sangria, jugaban a las cartas. Al advertir nuestra presencia, se volvieron y nos miraron con desconfianza. La mujer tambien se volvio, y vi que era joven, tenia poco mas de veinte anos. Era alta y delgada, de formas rotundas y rostro anguloso, con facciones pronunciadas y prominentes mejillas. Mas que guapa, resultaba atractiva. Se acerco estudiandonos con sus inteligentes ojos azul oscuro, que bajo humildemente en el ultimo momento.

– El nuevo comisionado del rey quiere ver al hermano Guy -dijo el prior en tono perentorio-. Se alojaran aqui. Hay que prepararles una habitacion.

Por un instante, el monje y la joven cruzaron una mirada hostil. Luego, ella asintio e hizo una reverencia. -Si, hermano.

La joven se alejo y desaparecio por un puerta que habia al lado del altar. La firmeza y el garbo de sus movimientos tenian poco que ver con los desgarbados andares de una fregona.

– Una mujer dentro del monasterio… -murmure-. Eso va contra las ordenanzas.

– Tenemos dispensa, como otras muchas casas, para emplear mujeres en la enfermeria. La suave mano de una femina con conocimientos de medicina… Aunque no creo que pueda esperarse mucha suavidad de las manos de esa descarada. Tiene aires de grandeza. El enfermero es demasiado blando con ella…

– ?El hermano Guy?

– El hermano Guy de Malton, aunque no es de Malton, como enseguida comprobareis.

La joven volvio al cabo de unos instantes. -Os acompanare a su despacho, senores. Hablaba con el acento del pais y tenia una voz grave y aterciopelada.

– Entonces, os dejo -dijo el prior, tras lo cual inclino la cabeza y desaparecio.

La joven estaba admirando la ropa de Mark, que se habia puesto sus mejores galas para el viaje y, bajo la capa forrada de piel, llevaba una chaqueta azul sobre una blusa amarilla entre cuyos faldones asomaba la aparatosa bragueta. Sus ojos se alzaron hacia el rostro del muchacho, que solia atraer las miradas de las mujeres, pero en los ojos de la joven me parecio captar una inesperada tristeza. Mark le lanzo una sonrisa encantadora, y ella se puso roja.

– Por favor, indicanos el camino -dije agitando la mano.

La seguimos hasta un angosto y oscuro pasillo flanqueado de puertas, una de las cuales estaba abierta y dejaba ver a un monje sentado en una cama.

– ?Eres tu, Alice? -pregunto al vernos pasar con voz quejumbrosa.

– Si, hermano Paul -respondio la joven con suavidad-. Enseguida estoy con vos.

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