– Me han vuelto los temblores.
– Os traere un poco de vino caliente.
Tranquilizado, el anciano sonrio, y la joven siguio avanzando por el pasillo.
– Este es el despacho del hermano Guy, senores -dijo al llegar ante otra puerta.
Al detenerme, roce con la pierna una jarra que habia junto a la puerta. Para mi sorpresa, estaba caliente, y me incline para echarle un vistazo. Estaba llena de un liquido oscuro y espeso. Lo oli y me aparte bruscamente.
– ?Que es esto? -le pregunte a la muchacha, mirandola asombrado.
– Sangre, senor. Solo sangre. El enfermero esta practicando la sangria de invierno a los monjes. Guardamos la sangre; ayuda a crecer las hierbas.
– Jamas habia oido semejante cosa. Creia que los monjes, incluidos los enfermeros, tenian prohibido derramar sangre del modo que fuera. ?No viene un barbero a sangrar a la gente?
– Como medico titulado, el hermano Guy tiene dispensa, senor. Dice que en el lugar del que procede conservar la sangre es una practica muy comun. Os pide que espereis unos minutos; acaba de empezar a sangrar al hermano Timothy.
– Muy bien. Gracias. ?Te llamas Alice?
– Alice Fewterer, senor.
– Entonces, dile al hermano que esperaremos, Alice. No deseamos que su paciente se desangre.
La joven inclino la cabeza y se alejo haciendo resonar los tacones de madera contra las losas de piedra.
– Una joven agraciada -comento Mark.
– Desde luego. Que trabajo tan extrano para una mujer… Creo que le ha hecho gracia tu bragueta, y no me extrana.
– No me gustan las sangrias -dijo Mark cambiando de tema-. La unica que me hicieron me dejo tan debil como un recien nacido durante dias. Pero dicen que equilibran los humores.
– A mi, Dios me ha dado un humor melancolico y no creo que una sangria pueda cambiarlo. Pero veamos que tenemos aqui.
Me solte la anilla con las llaves del cinturon y las examine a la debil luz del candil de la pared hasta que descubri una en la que se leia «Enf». La introduje en la cerradura y abri la puerta a la primera.
– ?No deberiamos esperar, senor? -pregunto Mark.
– No hay tiempo para andar con cumplidos -le respondi descolgando el candil-. Ahora tenemos la oportunidad de saber algo sobre el hombre que encontro el cadaver.
La habitacion, encalada y limpia, era pequena y estaba saturada de un penetrante olor a hierbas. Vimos una camilla cubierta con una sabana inmaculada y manojos de hierbas colgados de clavos junto a los cuchillos de cirujano. En una de las paredes laterales habia una compleja carta astral y, en la de enfrente, una gran cruz de madera oscura de estilo espanol, con un Cristo de alabastro que sangraba por sus cinco llagas. Sobre el escritorio, que estaba situado bajo una alta ventana, habia pequenos montones de papeles cuidadosamente ordenados y sujetos con piedras de caprichosas formas. Se veian recetas y diagnosticos escritos en ingles y en latin.
Me acerque a los anaqueles y eche un vistazo a los botes y tarros, escrupulosamente etiquetados en latin. Al abrir la tapa de uno de ellos, descubri que contenia negras y lustrosas sanguijuelas, que se removieron al sentir la luz. Todo era como cabia esperar: margaritas secas para la fiebre, vinagre para los cortes profundos y jugo de estramonio para el dolor de oido.
En un extremo del estante mas alto habia tres libros. Dos de ellos estaban impresos: uno era de Galeno y el otro de Paracelso, ambos en frances. El tercero, encuadernado con tapas de cuero repujado, era un manuscrito con extranos signos llenos de picos y rizos.
– Mira esto, Mark.
– ?Que es, algun codigo medico? -pregunto el chico mirando por encima de mi hombro.
– No lo se.
Yo habia permanecido atento por si oia ruido de pisadas, pero la educada tos que sono a nuestras espaldas me hizo dar un respingo.
– Por favor, tened cuidado con ese libro, senor -dijo una voz con un acento extrano-. Tiene gran valor para mi, aunque no lo tenga para nadie mas. Es un tratado de medicina arabe; no esta en la lista de los libros prohibidos por el rey.
Nos dimos la vuelta. Un monje alto de unos cincuenta anos, rostro delgado y sereno y ojos hundidos nos miraba con calma desde el umbral. Para mi sorpresa, su tez era tan oscura como una tabla de roble. Habia visto algun que otro negro en Londres, en la zona de los muelles, pero nunca habia tenido a uno tan cerca.
– Os estaria muy agradecido si me lo devolvierais -anadio con su suave y ceceante voz, respetuosa pero firme-. Fue un regalo del ultimo emir de Granada a mi padre.
Le tendi el libro y el lo cogio, inclinandose en una profunda reverencia.
– ?Sois el doctor Shardlake y el senor Poer?
– En efecto. ?El hermano Guy de Malton? -Si, soy yo. Al parecer, teneis una llave de mi gabinete. Normalmente, cuando yo no estoy, solo entra aqui mi ayudante, Alice, para que nadie toque las hierbas y pociones. Una dosis equivocada de algunos de estos polvos puede causar la muerte -dijo mientras paseaba la mirada por los anaqueles.
– He tenido buen cuidado de no tocar nada, hermano -dije, notando que me sonrojaba.
– Bien -respondio el enfermero, e inclino la cabeza-. ?Y en que puedo ayudar al representante de Su Majestad?
– Deseamos alojarnos aqui. ?Teneis alguna habitacion disponible?
– Desde luego. Alice os la esta preparando en estos momentos, pero debo advertiros que casi todas las habitaciones del pasillo estan ocupadas por monjes ancianos y a menudo hay que atenderlos durante la noche, y eso podria perturbaros. La mayoria de las visitas prefieren la casa del abad.
– Nos quedaremos aqui.
– Como gusteis. ?Puedo ayudaros en alguna otra cosa?
Su tono era sumamente respetuoso, pero por algun motivo sus preguntas hacian que me sintiera como un paciente que no sabe explicar sus sintomas. Por extrano que fuera su aspecto, era un hombre que imponia.
– Creo que teneis a vuestro cargo el cuerpo del difunto comisionado Singleton…
– En efecto. Se encuentra en un panteon del cementerio laico.
– Deseamos examinarlo.
– Por supuesto. Entretanto, tal vez querais lavaros y descansar de vuestro largo viaje. ?Cenareis con el abad?
– No, creo que cenaremos con los monjes, en el refectorio. Pero me parece que antes nos tomaremos una hora de descanso. Ese libro… ?Sois de origen arabe? -le pregunte.
– Soy de Malaga, que hoy forma parte de Castilla, pero cuando naci todavia pertenecia al reino de Granada. Tras la conquista de Granada en mil cuatrocientos noventa y dos, mis padres se convirtieron al cristianismo. Pero alli la vida no era facil. Con el tiempo, nos trasladamos a Francia. En Lovaina, las cosas eran distintas; es una ciudad cosmopolita. Por supuesto, la lengua de mis padres era el arabe -anadio el hermano Guy sonriendo afablemente, aunque su mirada seguia siendo cauta.
– ?Estudiasteis Medicina en Lovaina? -le pregunte, asombrado, pues Lovaina era la escuela mas prestigiosa de Europa-. Deberiais estar sirviendo en la corte de un noble, o de un rey, no en un remoto monasterio.
– Tal vez. Pero como arabe espanol tengo ciertas desventajas. Durante anos he ido de un lado a otro por Francia e Inglaterra, como una de las pelotas de tenis de vuestro rey Enrique -respondio, y volvio a sonreir-. Pase cinco anos en Malton, Yorkshire. Y, si los rumores se confirman, pronto volvere a quedarme sin trabajo. -En ese momento, recorde que el hermano Guy era uno de los monjes que estaban al corriente del autentico proposito de Singleton. Ante mi silencio, el enfermero asintio pensativo-. Bien, os acompanare a vuestra habitacion y volvere a buscaros dentro de una hora para que podais examinar el cuerpo del comisionado Singleton. Sus pobres restos deberian recibir cristiana sepultura cuanto antes -dijo santiguandose y solto un suspiro-. Para el alma de un hombre asesinado sin haberse confesado ni haber recibido los ultimos sacramentos sera dificil encontrar descanso. Quiera Dios que ninguno de nosotros corra la misma suerte.