– He dicho hablar, nada mas; no quiero problemas con el hermano Guy. Tu sabes tratar con las mujeres. Esa muchacha parece inteligente y seguro que conoce tantos secretos sobre el monasterio como el que mas.
Mark se removio en el catre, incomodo.
– No quisiera que pensara que… que me gusta, cuando solo se trata de conseguir informacion.
– Nuestro trabajo aqui consiste en conseguir informacion. No tienes por que enganarla. Si te revela algo que nos sea util, yo me encargare de que la recompensen. Le buscaran otro sitio. Una mujer como ella no deberia estar pudriendose entre estos monjes.
– Me parece que a vos tambien os gusta, senor -dijo Mark sonriendome-. ?Os habeis fijado en sus ojazos?
– No es una mujer del monton… -respondi evasivamente.
– Sigue pareciendome mal engatusarla para sacarle informacion.
– Mira, Mark, si quieres trabajar al servicio de la ley o el Estado, tendras que ir acostumbrandote a engatusar a la gente.
– Si, senor -respondio el sin conviccion-. Es que… no me gustaria ponerla en peligro.
– Tampoco a mi. Pero en peligro podriamos estar todos.
Mark se quedo callado durante unos instantes.
– ?Podria tener razon el abad en lo de la brujeria? Eso explicaria la profanacion de la iglesia.
Negue con la cabeza.
– Cuanto mas lo pienso, mas evidente me parece que este asesinato estaba planeado. Incluso puede que la profanacion no tuviera otro objetivo que lanzar a los investigadores sobre una pista falsa. Por supuesto, para el abad seria mucho mas conveniente que lo hubiera hecho alguien de fuera.
– Ningun cristiano profanaria una iglesia de ese modo, fuera reformista o papista.
– No. Es una autentica abominacion -murmure cerrando los ojos.
Estaba muerto de cansancio. No podia pensar mas por ese dia. Cuando volvi a abrir los ojos, Mark me miraba fijamente.
– Habeis dicho que el cuerpo del comisionado Singleton os habia recordado la ejecucion de Ana Bolena.
– Es un recuerdo que aun me pone enfermo -dije asintiendo.
– La rapidez de su caida sorprendio a todo el mundo. A pesar de que nadie la queria.
– No. La llamaban El Cuervo de Medianoche.
– Dicen que la cabeza intento hablar despues de que se la cortaran.
– No puedo hablar de eso, Mark -lo ataje levantando una mano-. Yo me encontraba alli en calidad de funcionario del Estado. Venga, tienes razon. Deberiamos dormir.
El muchacho parecia decepcionado, pero se levanto sin replicar y echo mas troncos al fuego. Nos acostamos. Desde mi cama podia ver la ventana y los copos de nieve, que se recortaban contra otra ventana iluminada a cierta distancia. Los monjes trasnochaban. Los dias en que la comunidad se retiraba antes de que anocheciera para levantarse a orar a medianoche eran cosa del pasado.
A pesar del cansancio, mi mente seguia activa, y empece a dar vueltas en la cama. Pensaba, sobre todo, en la muchacha, en Alice. En un lugar como aquel todo el mundo estaba en peligro potencialmente, pero una mujer sola siempre es mas vulnerable. Me gustaba la chispa de caracter que habia visto en ella. Me recordaba a Kate,
Pese a mis deseos de dormir, no pude evitar que mi cansada mente se remontara tres anos atras. Kate Wyndham era hija de un comerciante de panos londinense que habia sido acusado de fraude contable por su socio ante el tribunal eclesiastico, con el argumento de que un contrato era equivalente a un juramento ante Dios. En realidad, el socio estaba emparentado con un archidiacono que tenia influencia sobre el juez; pero yo consegui que el caso se trasladara al tribunal del Rey, que lo desestimo. El agradecido comerciante, que estaba viudo, me invito a comer y me presento a su unica hija.
Kate tenia suerte. Su padre opinaba que las mujeres debian aprender algo mas que contabilidad domestica, y su hija tenia la cabeza en su sitio, ademas de un dulce rostro en forma de corazon y una hermosa melena castana que le caia sobre los hombros. Era la primera mujer que conocia con la que podia hablar de igual a igual. Nada le gustaba tanto como discutir sobre los asuntos de la justicia, los tribunales y hasta de la Iglesia, pues la experiencia su padre los habia convertido a ambos en fervientes reformistas. Aquellas largas veladas de conversacion con Kate y su padre en la casa familiar y, mas adelante, los largos paseos por el campo con ella fueron los momentos mas felices de mi vida.
Yo sabia que ella solo veia en mi a un amigo -soliamos decir, en broma, que hablaba con ella tan libremente como con cualquier hombre-, pero no podia evitar preguntarme si aquella amistad podria convertirse en algo mas. Aunque no era la primera vez que me enamoraba, nunca me habia atrevido a manifestar mis sentimientos, seguro como estaba de que mi deformidad solo me granjearia el rechazo y de que lo mejor era esperar hasta haber amasado una fortuna que pudiera ofrecer como compensacion. Pero a Kate podia darle otras cosas que ella valoraria: buena conversacion, camaraderia y un circulo de amigos con las mismas inquietudes.
Aun sigo preguntandome que habria ocurrido si le hubiera mostrado mis verdaderos sentimientos antes, pero lo cierto es que espere demasiado. Una noche, me presente en su casa sin anunciarme y la encontre en compania de Piers Stackville, hijo de un socio de su padre. Al principio no me preocupe, pues, aunque atractivo como un demonio, Stackville era un joven sin mas prendas que una caballerosidad laboriosamente afectada. Pero la vi sonrojarse y reirle sus insulsas gracias: mi Kate transformada en una bobalicona… Desde aquel dia, no la oi hablar de otra cosa que no fuera lo que Piers habia dicho o hecho, con suspiros y sonrisas que se me clavaban en el corazon.
Al final, le confese mis sentimientos. Lo hice tarde y torpemente, entre vacilaciones y tartamudeos. Pero lo peor fue su cara de sorpresa.
– Matthew, creia que solo deseabas mi amistad. Nunca he oido una palabra de amor de tus labios. Parece que me has ocultado muchas cosas.
Le pregunte si era demasiado tarde.
– Si me lo hubieras dicho seis meses antes…, quiza -respondio con tristeza.
– Se que mi aspecto no es el mas apropiado para inspirar pasion.
– ?Eres injusto contigo mismo! -exclamo Kate con inesperada vehemencia-. Tienes un rostro atractivo y varonil, y modales exquisitos; le das demasiada importancia a tu deformidad, como si fueras el unico que la tiene. Te compadeces demasiado de ti mismo, Matthew; eres demasiado orgulloso.
– Entonces…
Kate sacudio la cabeza con los ojos llenos de lagrimas.
– Es demasiado tarde. Quiero a Piers. Va a pedirle mi mano a papa.
Le espete que Stackville no era lo bastante bueno para ella, que a su lado se moriria de aburrimiento; pero Kate replico con firmeza que no tardaria en tener hijos y una buena casa de los que ocuparse y me pregunto si no era ese el papel propio de una mujer, el que Dios le habia destinado. Estaba destrozado y me marche sin decir nada mas.
No volvi a verla. Una semana despues, la peste se abatio sobre la ciudad como un huracan. La gente empezaba a temblar y sudar, caia en cama por centenares y moria en dos dias. La enfermedad acabo con grandes y pequenos, y se llevo tanto a Kate como a su padre. Recuerdo el funeral, que hube de organizar como albacea del difunto, y las cajas de madera descendiendo lentamente al fondo de la fosa. Al mirar a Piers Stackville por encima del ataud, su demudado rostro me dijo que amaba a Kate tanto o mas que yo. Movio la cabeza en un gesto de silenciosa condolencia y yo hice lo propio con una tenue y triste sonrisa. Di gracias a Dios porque al menos habia conseguido liberarme de la creencia en el purgatorio, cuyas penas habria debido soportar Kate. Sabia que un alma tan pura como la suya estaria en el cielo, descansando entre los bienaventurados.
Las lagrimas acuden a mis ojos mientras escribo estas palabras, como acudieron aquella primera noche en Scarnsea. Las deje rodar por mis mejillas en silencio, por miedo a despertar a Mark con mis sollozos y obligarlo a presenciar tan embarazosa escena. Purificado por el llanto, me dormi.
Sin embargo, la pesadilla volvio a asaltarme esa noche. Hacia meses que no sonaba con la muerte de la reina Ana, pero ver el cadaver de Singleton me habia turbado profundamente. Una vez mas, estaba en la explanada de la Torre una hermosa manana de primavera, entre la inmensa multitud que rodeaba el patibulo cubierto de paja. Estaba en primera fila; lord Cromwell habia ordenado que todos sus servidores asistieramos a la caida de la reina y nos identificaramos con ella. El propio vicario general estaba a unos pasos de mi. Habia hecho fortuna como