partidario de Ana Bolena, para acabar urdiendo la acusacion de adulterio que habia consumado la desgracia de la reina. Permanecia con el entrecejo severamente fruncido, como la encarnacion de la justicia punitiva.
De pie, junto al tajo, a cuyo alrededor habia esparcida abundante paja, el verdugo llegado de Francia aguardaba con los brazos cruzados y la cabeza oculta bajo la siniestra capucha negra. Busque con la mirada la espada que, a peticion de la propia reina, habia traido consigo para asegurarle una muerte rapida, pero no consegui verla. Tenia la cabeza respetuosamente inclinada, pues me acompanaban algunos de los hombres mas importantes del pais: el lord canciller Audley, sir Richard Rich, el conde de Suffolk…
Estabamos inmoviles como estatuas y en absoluto silencio, mientras detras de nosotros la muchedumbre parloteaba animadamente. El manzano que hay en la explanada estaba en flor, y un mirlo posado en una rama alta cantaba ajeno a la multitud. Alce los ojos hacia el y no pude por menos que envidiar su libertad.
La reina aparecio en medio de un murmullo de expectacion. Iba escoltada por sus damas de honor, un capellan vestido con sobrepelliz y varios guardias con uniforme rojo. Palida y consumida, caminaba con los huesudos hombros encorvados bajo la blanca capa y el pelo recogido bajo una cofia. Avanzaba hacia el tajo volviendo la cabeza constantemente, como si esperara la llegada de un mensajero con el indulto del rey. Habia pasado nueve anos en el corazon de la corte, pero seguia sin comprender nada; aquel gran espectaculo no se detendria. Cuando llego al centro del cadalso, sus grandes y ojerosos ojos castanos miraron a su alrededor desesperadamente, buscando, como los mios, la espada.
En mi sueno no hay largos preliminares; ni interminables rezos ni discurso de la reina rogandonos que oremos por la vida del rey. En mi sueno, Ana Bolena se arrodilla de inmediato frente a la muchedumbre y empieza a rezar. Vuelvo a oir sus debiles y asperas suplicas, repetidas una y otra vez: «?Jesus, recibe mi alma! ?Dios Misericordioso, ten piedad de mi!» Luego, el verdugo se agacha y coge la espada, que permanecia oculta bajo la paja. «Asi que ahi estaba…», me digo y, un instante despues, tenso el cuerpo y ahogo un grito mientras el arma corta el aire tan deprisa que el ojo apenas puede seguirla y la cabeza de la reina salta sobre el tajo y cae en medio de un gran chorro de sangre. Una vez mas, reprimo una arcada y cierro los ojos mientras la muchedumbre exhala un gran murmullo, puntuado por algun «?Hurra!» aislado. Vuelvo a abrirlos al oir la frase preceptiva, apenas inteligible en boca del verdugo frances: «Asi mueren todos los enemigos del rey.» Tanto la paja como las ropas del esbirro, que sostiene en alto la goteante cabeza de la reina, estan empapadas en la misma sangre que sigue manando a borbotones del cadaver.
Los papistas dicen que en ese momento las velas de la iglesia de Dover se encendieron solas, una mas de las muchas y absurdas leyendas que circularon por el pais; pero yo puedo atestiguar que, en la cabeza decapitada de la reina, los ojos se movieron y recorrieron la multitud, y los labios temblaron como si quisieran hablar. Alguien chillo a mis espaldas, y un murmullo de sobrecogimiento se elevo de la muchedumbre mientras las abullonadas mangas de los vestidos de fiesta se alzaban hasta las frentes para hacer la senal de la cruz. En realidad, cuando los movimientos cesaron habian transcurrido menos de treinta segundos, y no la media hora de la que se hablaria luego. Pero en mi pesadilla revivi cada uno de esos segundos rezando para que aquellos espantosos ojos se estuvieran quietos de una vez. De pronto, cuando el verdugo arrojo la cabeza al cajon que haria las veces de ataud y el craneo golpeo la madera con un ruido seco, me desperte ahogando un grito y comprendi que estaban llamando a la puerta.
Volvieron a golpear con los nudillos, y un instante despues oi la angustiada voz de Alice:
– ?Doctor Shardlake! ?Comisionado!
Era plena noche, el fuego apenas ardia y la habitacion estaba helada. Mark gruno y se dio la vuelta en el catre.
– ?Que ocurre? -pregunte con voz temblorosa y el corazon aun palpitante por la pesadilla.
– El hermano Guy os necesita, senor.
– ?Un momento!
Me levante de la cama con dificultad y encendi una vela en las ascuas de la chimenea. Mark tambien se levanto, parpadeando y con el pelo revuelto.
– ?Que pasa?
– No lo se. Esperame aqui.
Me puse las calzas y abri la puerta. La chica, que llevaba un delantal blanco sobre el vestido, me miro apurada desde el pasillo.
– Os ruego que me perdoneis, senor, pero Simon Whelplay se ha puesto peor y quiere hablar con vos. El hermano Guy me ha dicho que os despertara.
– Muy bien -respondi siguiendola por el gelido corredor.
A escasa distancia de nuestra habitacion habia una puerta abierta. Oi voces: el hermano Guy y alguien que gemia angustiosamente. Al asomarme, vi al novicio acostado en una cama baja con ruedas. Tenia el rostro reluciente de sudor y deliraba entre ansiosos jadeos. Sentado junto al camastro, el hermano Guy le enjugaba la frente con un pano que de vez en cuando empapaba en el liquido de un cuenco.
– ?Que tiene? -pregunte tratando de disimular mi aprension, pues el chico se retorcia y resollaba igual que los contagiados de peste.
El enfermero me miro con preocupacion.
– Una congestion en los pulmones. No es de extranar, con las horas que ha pasado de pie, sin comer y con este frio. Tiene mucha fiebre. No para de decir que necesita hablar con vos. No se quedara tranquilo hasta que lo haya hecho.
Me acerque a la cama con miedo, pues temia respirar los miasmas de su enfermedad. El joven clavo sus enrojecidos ojos en mi.
– Comisionado…, senor… -dijo con voz ronca-. ?Habeis venido a hacer justicia?
– Si, estoy aqui para investigar la muerte del comisionado Singleton.
– El no ha sido la primera victima -resollo el chico-. No ha sido la primera. Yo lo se.
– ?Que quieres decir? ?A quien mas han matado?
Un violento ataque de tos agito su fragil pecho, en el que se oia gorgotear las flemas. Exhausto, Simon se dejo caer en la cama y poso los ojos en Alice.
– Pobre muchacha… Le adverti que aqui corria peligro… -musito entre violentos sollozos que acabaron transformandose en otro acceso de tos y amenazando con partir en dos su fragil cuerpo.
– ?Que quiere decir? -pregunte volviendome con viveza hacia Alice-. ?De que peligro te advirtio?
La chica me miro con perplejidad.
– No lo entiendo, senor. Nunca me ha advertido de nada. Hasta hoy apenas habia hablado con el.
Mire al hermano Guy. Parecia tan sorprendido como su ayudante.
– Esta muy enfermo, comisionado -dijo observando al enfermo con preocupacion-. Deberiamos dejarlo descansar.
– No, hermano, necesito hacerle mas preguntas. ?Teneis idea de a que se refiere?
– No, senor Shardlake. Se tan poco como Alice.
Me acerque a la cama y me incline sobre el muchacho.
– Explicame que quieres decir, Simon. Alice dice que no le has advertido de nada…
– Alice es buena -dijo el novicio entre dos jadeos-. Es carinosa y amable. Hay que advertirle…
El chico volvio a toser y el hermano Guy se interpuso entre nosotros con decision.
– Debo pediros que os marcheis, comisionado. Creia que hablar con vos lo tranquilizaria, pero esta delirando. Tengo que darle una pocion para hacerlo dormir.
– Por favor, senor -intervino Alice-. Por caridad. Ya veis lo enfermo que esta.
Me aparte del novicio, que parecia haber caido en un sopor producto del agotamiento.
– ?Esta muy grave? -le pregunte al hermano Guy.
El enfermero fruncio el semblante.
– Si la fiebre no remite pronto, acabara con el. Castigarlo de ese modo ha sido una atrocidad -anadio con la voz tenida de colera-. Ya me he quejado al abad; vendra a ver al chico por la manana. Esta vez, el prior Mortimus ha ido demasiado lejos.
– Necesito saber que queria decir. Volvere manana y, si su estado empeora, quiero que se me informe de inmediato.
– Por supuesto. Y ahora, senor, os ruego me disculpeis, tengo que preparar unas hierbas…
Asenti, y se marcho. Mire a Alice y le sonrei lo mas tranquilizadoramente que pude.