talento, aunque le pierde el exceso de entusiasmo -aseguro al cabo de unos instantes con voz mas calmada. Luego, mirandome con angustia, murmuro:-. Perdonadme, pero vos os alojais en la enfermeria… ?Sabeis como esta?
– El hermano Guy cree que se recuperara.
– ?Alabado sea Dios! Pobre muchacho… -musito el sacristan santiguandose.
A medida que me ensenaba la iglesia, el hermano Gabriel iba animandose y contandome la historia de esta o aquella estatua, describiendome la arquitectura del edificio o ponderandome la belleza de los vitrales. Parecia hallar alivio a su angustia en las palabras, sin caer en la cuenta de que, como reformista, yo no podia aprobar las cosas que me estaba mostrando. Mi impresion de encontrarme ante un hombre ingenuo e idealista se reforzaba por momentos. Pero las personas como el tambien podian ser fanaticos, y el sacristan era un hombre alto y fuerte, de largos y delicados dedos, pero tambien de gruesas y fuertes munecas que habrian podido manejar una espada perfectamente.
– ?Siempre habeis sido monje? -le pregunte.
– Profese a los diecinueve anos. No he conocido otra vida. Ni la he deseado -aseguro deteniendose ante una gran hornacina que carecia de estatua.
Alrededor del pedestal, cubierto con una tela negra, habia un enorme monton de bastones, muletas y otros utensilios empleados por los tullidos, entre los que vi un pesado collarin como los que suelen llevar los ninos contrahechos para que se les enderece la espalda; yo mismo habia usado uno, que no me habia servido de nada.
– Ahi es donde estaba la mano del Buen Ladron -suspiro el hermano Gabriel-. Es una perdida terrible; ha curado a muchas personas desgraciadas. -Mientras hablaba, lanzo la inevitable mirada a mi espalda; luego aparto la vista e hizo un gesto hacia el monton de muletas-. Todas estas cosas pertenecian a gente a la que curo el Buen Ladron a lo largo de los anos. Ya no las necesitaban y las dejaron ahi como muestra de gratitud.
– ?Cuanto tiempo llevaba la reliquia aqui?
– La trajeron de Francia los monjes que fundaron San Donato en mil ochenta y siete. Llevaba siglos en Francia y antes, en Roma.
– Creo que el relicario era valioso. De oro con esmeraldas incrustadas.
– Los enfermos pagaban gustosos por tocarlo, ?sabeis? Se sintieron muy decepcionados cuando las ordenanzas prohibieron exhibir reliquias a cambio de donativos.
– Supongo que es muy grande…
El hermano Gabriel asintio.
– En la biblioteca hay un grabado. Si quereis verlo…
– Me gustaria, si. Gracias. Decidme, ?quien descubrio que la reliquia habia desaparecido?
– Fui yo. Y tambien la profanacion del altar.
– Contadme como ocurrio, por favor.
Me sente en el saliente de un contrafuerte. Tenia la espalda mucho mejor, pero preferia no permanecer de pie demasiado tiempo.
– Me levante hacia las cinco, como de costumbre, y vine a preparar la iglesia para los maitines. Por la noche, solo dejo unas cuantas velas encendidas ante las imagenes, asi que cuando entre con mi ayudante, el hermano Andrew, no vi nada extrano. Fuimos al coro; Andrew prendio las velas de los candeleros y yo abri los libros de oracion por la pagina que tocaba leer esa manana. Al aumentar la luz, Andrew descubrio un rastro de sangre y me llamo. Llevaba al presbiterio. -El sacristan se estremecio-. Alli, sobre el altar mayor, habia un gallo negro degollado. Dios se apiade de nosotros… Plumas negras manchadas de sangre en el mismo altar y una vela encendida en cada extremo, emulando un ritual satanico -murmuro el sacristan y se santiguo.
– ?Podeis mostrarme el sitio, hermano?
– La iglesia ha sido reconsagrada -dijo el sacristan tras una vacilacion-, pero no se si conviene revivir lo ocurrido ante el mismo altar.
– Aun asi, debo pediros…
A reganadientes, el hermano Gabriel me precedio por una puerta practicada en el cancel que conducia al coro. En ese momento recorde que, segun Goodhaps, los monjes parecian mas afectados por la profanacion que por la muerte de Singleton.
En el coro habia dos filas de bancos ricamente tallados y ennegrecidos por los anos, colocadas una frente a otra sobre el suelo de baldosas.
– Aqui empezaba el rastro de sangre -dijo el sacristan senalando el suelo-. Llegaba hasta alli.
Lo segui hasta el presbiterio, donde se alzaba el altar, cubierto con un mantel blanco. Detras habia un retablo primorosamente tallado y decorado con pan de oro. El aire estaba saturado de incienso. El hermano Gabriel senalo dos ornamentados candeleros de plata situados, a cierta distancia uno de otro, en el centro del altar, donde se colocan la patena y el caliz durante la misa.
– Estaba ahi.
En mi opinion, la misa deberia ser una sencilla ceremonia en ingles, para que los hombres pudieran meditar sobre su relacion con Dios, sin la distraccion de un decorado aparatoso ni de las fiorituras del latin. Tal vez por eso, o quiza por los hechos que habian ocurrido alli, al contemplar el adornado altar a la tenue luz de las velas, tuve una subita percepcion del mal, tan intensa que me estremeci. La percepcion, no de un crimen ordinario, ni de unos cuantos pecados furtivos, sino del mal mismo en accion.
– Hace veinte anos que profese -dijo el hermano Gabriel con el rostro ensombrecido por la tristeza-. En los dias mas oscuros y frios del invierno, durante los maitines, contemplaba el altar, y fuera cual fuese el peso que agobiara mi alma, se desvanecia con el primer rayo de sol que se filtraba por la vidriera del lado este. Me sentia lleno de la promesa de luz, de la promesa de Dios. Pero ahora nunca podre mirar el altar sin que aquella escena acuda a mi mente. Fue obra del Diablo.
– No obstante, hermano -murmure-, el autor del crimen fue un hombre, y mi mision es encontrarlo. -Volvi al coro, me sente en uno de los bancos e indique al sacristan que se sentara a mi lado-. Cuando descubristeis aquella atrocidad, hermano Gabriel, ?que hicisteis?
– Le dije al hermano Andrew que debiamos comunicarselo al prior. Pero en ese momento se abrio la puerta que comunica con los dormitorios y un hermano se acerco corriendo y nos dijo que habian asesinado al comisionado. Entonces abandonamos la iglesia con el.
– ?Y advertisteis que la reliquia habia desaparecido?
– No. Eso fue mas tarde. Sobre las once, pase junto a la hornacina y vi que estaba vacia. Sin duda debieron de hacerlo al mismo tiempo.
– Tal vez. Vos tambien entrariais por la puerta que comunica los dormitorios con la iglesia… ?Permanece cerrada con llave durante la noche?
– Por supuesto. La abri yo.
– Asi que quien profano la iglesia tuvo que entrar por la puerta principal, que no se cierra con llave, ?me equivoco?
– No. Nuestro deseo es que tanto los monjes como los criados y los visitantes puedan entrar en la iglesia siempre que lo deseen.
– Y vos llegasteis poco despues de las cinco. ?Estais seguro?
– He seguido la misma rutina durante los ultimos ocho anos.
– Asi pues, el intruso que sacrifico el gallo y probablemente tambien robo la reliquia actuo en la semioscuridad. Tanto la profanacion como el asesinato de Singleton se cometieron entre las cuatro y cuarto, cuando Bugge se encontro con el comisionado, y las cinco, cuando vos entrasteis en la iglesia. Fuera quien fuese, trabajo deprisa. Eso implica que conocia muy bien la distribucion de la iglesia.
– Si, no cabe duda -murmuro el sacristan mirandome con atencion.
– Pero la gente de la ciudad no suele venir a oir misa al monasterio… Cuando acuden a celebrar fiestas especiales o a rezar a las reliquias, ?se les permite pasar mas alla del cancel?
– No. Al coro y al presbiterio solo pueden acceder los monjes.
– Entonces, los unicos que conocen todas esas normas y la distribucion de la iglesia son los monjes… y algun criado que trabaje aqui, como ese hombre al que he visto encendiendo las velas en la nave.
– Geoffrey Walters tiene setenta anos y esta sordo -repuso el hermano Gabriel mirandome muy serio-. Los criados de la iglesia llevan anos aqui. Los conozco bien y es inconcebible que alguno de ellos haya hecho algo asi. Debo discrepar. Creo que podria tratarse de alguien de fuera… -murmuro tras unos instantes de vacilacion.
