– Os escucho.

– Este otono, he visto luces en la marisma algunas mananas, al levantarme; la ventana de mi celda da a ese lado. Creo que los contrabandistas han vuelto a las andadas.

– El abad me hablo de ellos. Pero creia que la marisma era peligrosa…

– Lo es. Pero los contrabandistas conocen senderos que pasan junto al monticulo en el que se alzan las ruinas de la iglesia primitiva, cerca del rio. Se les permite que carguen alli las barcas con lana de contrabando para Francia. El abad se queja a las autoridades de vez en cuando, pero no sirve de nada. Sin duda, algunos funcionarios sacan tajada.

– De modo que alguien que conozca esos senderos podria haber entrado en el monasterio esa noche y vuelto a salir…

– Es posible. En esa zona, el muro esta en muy malas condiciones.

– ?Le habeis comentado alguna vez al abad lo de las luces?

– No. Como ya os he dicho, esta cansado de quejarse a las autoridades. He tenido demasiadas preocupaciones para pensar con claridad, pero ahora… -El rostro del sacristan se animo subitamente-. Tal vez sea esa la respuesta. Esos hombres son delincuentes, y un pecado puede conducir a otro, incluso al sacrilegio…

– Por supuesto, para la comunidad seria de lo mas conveniente que la culpa recayera en alguien de fuera.

– Doctor Shardlake -dijo el sacristan volviendose hacia mi con viveza-, puede que para vos nuestras oraciones y nuestra devocion a las reliquias de los santos no sean mas que ridiculas ceremonias realizadas por hombres que llevan una vida facil mientras fuera el mundo sufre y gime. -Yo me limite a inclinar la cabeza, y el hermano siguio hablando con repentino apasionamiento-: Nuestra vida de oracion y culto es un esfuerzo por aproximarnos a Cristo, por estar mas cerca de su luz y mas lejos del mundo del pecado. Cada oracion, cada misa es un intento de acercarnos a el; cada estatua, cada ceremonia y cada fragmento de vitral es un recordatorio de su gloria, un medio que nos ayuda a alejarnos de la maldad del mundo.

– Veo que lo creeis sinceramente, hermano.

– Se que vivimos mas comodamente de lo que deberiamos y que nuestra ropa y nuestra comida no son las que prescribio san Benito. Pero nuestro proposito es el mismo.

– ?Buscar la comunion con Dios?

– Si, y eso no es facil… -respondio el sacristan mirandome fijamente-. Quien piense lo contrario se equivoca. La humanidad pecadora esta llena de impulsos malvados, sembrados por el Demonio. Y no creais que los monjes somos inmunes, senor. A veces pienso que cuanto mas aspiramos a acercarnos a Dios, mas empeno pone el Demonio en tentarnos y con mas fuerza tenemos que luchar contra el.

– ?Y se os ocurre alguien que pudiera haber sucumbido a la tentacion de asesinar? -le pregunte con calma-. Recordad que hablo con la autoridad del vicario general y, a traves de el, con la del rey, cabeza suprema de la Iglesia.

El hermano Gabriel me miro directamente a los ojos.

– No puedo creer que ningun miembro de nuestra comunidad sea capaz de hacer algo asi. De otro modo, habria informado al abad. Ya os he dicho que en mi opinion el asesino es alguien de fuera.

Asenti.

– Sin embargo, sabemos que aqui se han cometido graves pecados, ?no es asi? Recordad el escandalo que acabo con el anterior prior… Y un pecado puede llevar a otro mayor.

– Entre… aquellas cosas… y lo que ocurrio la semana pasada hay mucha distancia -murmuro el sacristan ruborizandose-. Ademas, todo aquello pertenece al pasado -anadio levantandose y alejandose unos pasos.

Yo lo imite y me acerque a el. Tenia el rostro tenso y la frente cubierta por una pelicula de sudor, a pesar del frio.

– No del todo, hermano. El abad me ha explicado que el castigo de Simon Whelplay se debia en parte a que abrigaba ciertos sentimientos hacia otro monje. Hacia vos.

– ?Es un nino! -exclamo el sacristan volviendose con viveza-. Yo no soy responsable de los pecados con que fantaseaba su pobre cabeza. Ni siquiera sabia nada hasta que se confeso con el prior Mortimus; de lo contrario, le habria puesto fin. Si, es cierto, he yacido con otros hombres, pero me he confesado y arrepentido, y no he vuelto a pecar. Bien, comisionado, ya lo sabeis. Se que a la gente del vicario general le encantan estas historias.

– Solo busco la verdad. No hurgaria en vuestra alma por simple diversion.

El hermano Gabriel iba a replicar, pero se contuvo y respiro hondo.

– ?Deseais visitar la biblioteca?

– Si, por favor. Por cierto, he visto la grieta del muro de la iglesia -dije tras recorrer parte de la nave en silencio-. Sera una obra enorme. ?El prior no aprobara el gasto?

– No. El hermano Edwig dice que no podemos sobrepasar el presupuesto anual. Y eso apenas basta para frenar el deterioro.

– Comprendo. -«En tal caso -me dije-, ?por que hablaban el abad y el hermano Edwig de vender tierras para conseguir dinero?»-. Los contables siempre piensan que lo mas barato es lo mejor -anadi filosoficamente- y escatiman y ahorran hasta que todo se hunde a su alrededor.

– El hermano Edwig cree que ahorrar es un deber sagrado -murmuro el sacristan con amargura.

– Ni el ni el prior parecen demasiado dados a la caridad.

El hermano Gabriel me miro, pero me precedio fuera de la iglesia sin decir nada.

Al contacto con la blanca y fria luz de la manana, empezaron a llorarme los ojos. El sol ya estaba alto y, si no calor, daba claridad. Habia mas caminos abiertos en la nieve y algunos habitos negros empezaban a surcar la inmaculada extension del patio.

El edificio de la biblioteca se alzaba junto a la iglesia y era sorprendentemente grande. La luz entraba a raudales por las altas ventanas y banaba las estanterias, llenas de libros. Los escritorios estaban vacios, salvo por un novicio que se rascaba la cabeza, inclinado sobre un grueso volumen, y un monje anciano que copiaba laboriosamente un manuscrito en una esquina de la sala.

– No hay mucha gente estudiando -observe.

– La biblioteca suele estar vacia -dijo el hermano Gabriel con pesar-. Si alguien quiere consultar un libro, acostumbra a llevarselo a la celda -anadio acercandose al anciano-. ?Como va el trabajo, Stephen?

El monje alzo la cabeza y nos miro con los ojos entrecerrados.

– Despacio, hermano Gabriel.

Eche un vistazo a su trabajo. Estaba copiando una Biblia antigua, cuyo texto enmarcaba las ilustraciones con intrincado primor, y los colores, apenas ajados por el paso de los siglos, destacaban con nitidez en el grueso pergamino. Sin embargo, la copia del monje era un torpe remedo de letras inseguras y desiguales e ilustraciones de colores chillones.

– Nec aspera terrent, hermano, que no os arredren las dificultades -dijo el sacristan dandole una palmada en el hombro-. Os mostrare el grabado de la mano de san Dimas -anadio volviendose hacia mi.

El hermano Gabriel me condujo por una escalera de caracol hasta el piso superior, donde habia aun mas libros, innumerables anaqueles atestados de volumenes antiguos. Una gruesa capa de polvo lo cubria todo.

– Nuestra coleccion. Algunos de nuestros libros son copias de obras griegas y romanas realizadas en la epoca en que copiar era un arte. Hace tan solo cincuenta anos, los escritorios de ahi abajo estaban llenos de hermanos que copiaban libros. Pero desde que inventaron la imprenta nadie quiere manuscritos iluminados; prefieren libros baratos, con sus horribles letras cuadradas, apretujadas unas contra otras.

– Puede que los libros impresos no sean tan bonitos, pero han puesto la palabra de Dios al alcance de todo el mundo.

– ?Y esta al alcance de todo el mundo comprenderla? -replico el sacristan con viveza-. ?Sin ilustraciones ni arte para estimular nuestro respeto y nuestra reverencia? -Cogio un viejo manuscrito de un anaquel, lo abrio y empezo a toser en medio del polvo que habia levantado. Diminutas criaturas pintadas danzaban traviesamente entre las lineas del texto griego-. Se cree que es una copia de Sobre la comedia, una obra perdida de Aristoteles -dijo el hermano Gabriel-. Por supuesto, es una falsificacion, realizada en Italia en el siglo trece, pero no por ello menos hermosa. -El sacristan cerro el manuscrito y senalo un enorme volumen que habia en un estante, debajo de una coleccion de planos enrollados. Empezo a bajarlos y yo cogi uno con intencion de ayudarlo. Para mi sorpresa, me lo arrebato de las manos con brusquedad-. ?No! ?No los toqueis! -Arquee las cejas, y el sacristan se

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