No paraba de darle vueltas a la idea de que Singleton habia sido asesinado porque habia descubierto algo sobre uno de los monjes. Parecia el movil mas verosimil, pero no encajaba con la escalofriante escenificacion del hecho. Suspire y me pregunte si acabaria viendome obligado a interrogar a todos los monjes y criados del monasterio; al pensar en el tiempo que necesitaria para hacerlo, se me cayo el alma al suelo. Cuanto antes me alejara de aquella maldita ratonera y de los peligros que entranaba, mas feliz me sentiria. Ademas, lord Cromwell necesitaba una solucion rapida. Pero, como habia dicho Mark, yo solo podia hacer lo que estaba en mi mano. Tenia que ir paso a paso, como buen abogado. Y el siguiente era comprobar si era posible acceder al monasterio desde la marisma.
– Hay que considerar todas las circunstancias -murmure abriendome paso por la nieve-. Todas.
Me detuve junto al estanque y pasee la mirada por la superficie, que cubria una fina capa de hielo. No obstante, el sol casi estaba en el cenit, y pude distinguir las siluetas de las enormes carpas que zigzagueaban entre las canas.
Me disponia a marcharme cuando algo capto mi mirada, un tenue brillo amarillento en el fondo del estanque. Intrigado, volvi a inclinarme hacia el agua. Al principio, no consegui localizar lo que acababa de ver entre las canas y pense que habia sido un efecto luminoso, pero al cabo de unos instantes volvi a verlo. Me arrodille y mire con atencion. Habia algo, una mancha amarilla en el fondo del vivero. El relicario era de oro y algunas espadas caras tienen la empunadura dorada. Merecia la pena investigar. Un escalofrio me recorrio el cuerpo. No me atraia enfrentarme al agua helada en esos momentos; volveria mas tarde, con Mark. Me levante, me sacudi la nieve de la ropa, me arrebuje en el manto y me acerque a la puerta.
En un par de puntos, el muro se habia derrumbado y estaba reparado de forma tosca y desigual. Solte del cinturon el manojo de llaves y encontre una que encajaba en la enorme y vieja cerradura. La puerta se abrio con un crujido sobre un angosto camino que discurria paralelo a la muralla, separado de la marisma por un desnivel de poco mas de un palmo. Me sorprendio que el terreno pantanoso empezara tan cerca del monasterio. En algunos lugares, el camino estaba inundado de fango hasta el pie de la muralla, tan deteriorada que necesitaba ser reconstruida. Por la parte exterior, los arreglos que habian hecho eran aun mas rudimentarios. En algunos puntos, un hombre agil habria podido trepar por las anfractuosidades de la pared sin dificultad.
– ?Maldita sea! -masculle, porque ahora ni siquiera podia descartar esa posibilidad.
Me volvi hacia la marisma. Cubierta de nieve y salpicada de espesos canaverales y charcas heladas, se extendia unas ochocientas varas hasta el ancho cauce del rio, cuyas aguas reflejaban el azul del cielo. En la otra orilla, el terreno ascendia en suave pendiente hacia el boscoso horizonte. Todo estaba inmovil; el unico signo de vida eran un par de aves marinas posadas en el rio. Mientras las miraba, alzaron el vuelo lanzando tristes graznidos hacia el frio cielo.
A medio camino entre el rio y la muralla habia un ancho monticulo, un islote en la marisma. En la cima, se veian unas ruinas bajas. Debia de ser el lugar que habia mencionado el hermano Gabriel, el primer asentamiento de los monjes. Movido por la curiosidad, adelante precavidamente el baston y di un paso fuera del camino. Para mi sorpresa, bajo la nieve el terreno era firme. Pero en realidad no habia mas que una capa superficial de tierra y matojos helados; unos pasos mas, y mi pie se hundio en la blandura del fango. Di un grito y solte el baston mientras sentia que el espeso cieno succionaba mi pierna y el fango y el agua helada se me colaban en el zapato y me mojaban el tobillo.
Agite los brazos en un desesperado intento de mantenerme en pie, aterrado por la idea de perder el equilibrio y caer de bruces en el cenagal. Aun tenia la pierna izquierda en terreno firme y, apoyandome en ella, tire del otro pie con todas mis fuerzas, rezando para que el izquierdo no rompiera la somera capa helada y tambien se hundiera en el barro. Por suerte no fue asi y, sudando por el esfuerzo y el miedo, consegui sacar la pierna atascada, negra de cieno, tras largos y penosos forcejeos. El agujero exhalo una vaharada a cloaca y se cerro con un gorgoteo. Retrocedi hasta el camino y me sente en el suelo con el corazon palpitante. Mi baston seguia donde lo habia soltado, pero no se me ocurrio volver a buscarlo. Me mire la pierna cubierta de hediondo cieno y maldije mi estupidez. Me imagine la cara de lord Cromwell si alguien hubiera tenido que comunicarle que el comisionado que tan cuidadosamente habia elegido para enfrentarse a los misterios y peligros de Scarnsea se habia caido en una cienaga y se habia ahogado.
– Eres idiota -dije en voz alta.
En ese momento, oi un ruido a mis espaldas y me volvi. La puerta de la muralla estaba abierta y el hermano Edwig me miraba desde el umbral con un grueso manto sobre el habito y el asombro pintado en el rostro.
– Do-doctor Shardlake, ?estais bien?
Al verlo recorrer el desierto paisaje con la mirada, comprendi que me habia oido hablar solo.
– Si, hermano Edwig -respondi levantandome, consciente del aspecto que debia de tener completamente salpicado de barro-. He sufrido un pequeno accidente. Casi me hundo en el lodo.
– No deberiais acercaros a la marisma, senor co-comisionado -dijo el tesorero negando con la cabeza-. Es muy traicionera.
– Ya lo veo. Pero ?que estais haciendo aqui, hermano? ?No teneis trabajo en la contaduria?
– He estado vi-visitando al novicio enfermo con el abad. Necesitaba despejarme la ca-cabeza. A veces vengo a pasear por aqui. -Lo mire con curiosidad. No me resultaba facil imaginarmelo dando traspies por la huerta cubierta de nieve para hacer ejercicio-. Me gusta venir aqui y co-contemplar el rio. Es re-relajante.
– Siempre que uno mire donde pone los pies.
– C-claro. ?Deseais que os ayude a volver? Estais cubierto de lodo.
– Puedo arreglarmelas -asegure, aunque estaba empezando a tiritar-. Pero, si, deberia volver.
Regresamos al recinto y nos dirigimos hacia las dependencias del monasterio. Yo caminaba tan deprisa como me permitia la pierna, que me pesaba como si fuera de hielo.
– ?Como esta el novicio?
– Parece que se re-recupera, aunque con las fiebres de pecho nunca se sabe -respondio el tesorero moviendo la cabeza-. Yo las tuve el invierno pasado y no pude acudir a la contaduria en dos semanas -explico, y volvio a sacudir la cabeza.
– ?Y que opinais del trato que le ha dispensado el prior a Simon Whelplay?
El hermano Edwig volvio a sacudir la cabeza con impaciencia.
– Es dificil de juzgar. Debemos mantener la disciplina.
– Pero ?no deberiamos ser compasivos con los mas debiles?
– La gente necesita c-certezas, necesita saber que si actua mal recibira su c-castigo. -El tesorero me miro fijamente-. ?No lo creeis asi, senor comisionado?
– A unas personas les cuesta mas aprender que a otras. A mi me habian advertido que no fuera a la cienaga, y sin embargo he ido.
– Pero eso ha sido un error, senor comisionado, no un pecado. Y, si a alguien le cuesta aprender, razon de mas para darle una leccion mas firme. Ademas, ese chico es muy debil; habria enfermado de todos modos -aseguro el tesorero con dureza.
– Me parece que veis el mundo en blanco y negro, hermano Edwig -repuse arqueando las cejas.
El tesorero me miro con perplejidad.
– Por supuesto, senor. Blanco y negro. Virtud y pecado. Dios y el Diablo. Las reglas estan establecidas y debemos seguirlas.
– Ahora quien establece las reglas es el rey, no el Papa.
– Si, senor -murmuro el hermano Edwig poniendose muy serio-. Y esas son las que debemos seguir.
No era eso lo que el hermano Athelstan aseguraba haberles oido decir a el y los demas obedienciarios.
– Tengo entendido, hermano Edwig, que la noche en que asesinaron al comisionado Singleton estabais ausente…
– S-si. Tenemos algunas propiedades en W-Winchelsea. No estaba satisfecho con las cuentas del administrador y fui a revisarlas en persona. Estuve fuera tres noches.
– ?Que descubristeis?
– Pensaba que nos estaba estafando, pero solo se trataba de errores. No obstante, lo despedi. La gente que no sabe llevar las cuentas no me interesa.
– ?Viajasteis solo?
– Me acompano uno de mis ayudantes, el anciano hermano Wuliam, al que habeis conocido en la contaduria. -