de lo que costaria repararlas cuando el tiempo mejorara y las hiciera reventar. «Pronto te dare algo de lo que preocuparte de verdad», pense. Sorprendido por la intensidad de mi emocion, me reconvine interiormente, pues no es bueno que la antipatia hacia un sospechoso nos oscurezca el juicio.

Otro de los comensales estaba bajo el influjo de emociones aun mas fuertes. El hermano Gabriel apenas probo la comida. Parecia anonadado por la muerte de Simon y perdido en su propio mundo. Por eso me sorprendio tanto que de pronto levantara la cabeza y lanzara a Mark una mirada de tan intenso deseo, de tan violenta emocion que no pude reprimir un estremecimiento. Me alegre de que Mark estuviera concentrado en su plato y no se diera cuenta.

Cuando los monjes dieron las gracias por los alimentos y todo el mundo empezo a desfilar, senti autentico alivio. El viento habia arreciado y nos lanzaba al rostro pequenos copos de nieve. Indique a Mark que esperara junto a la puerta, mientras los monjes se calaban las capuchas y desaparecian a toda prisa en la oscuridad.

– Vamos a abordar al tesorero. ?Llevas la espada al cinto? -Mark asintio-. Bien. Manten la mano en la empunadura mientras hablo con el. Recuerdale nuestra autoridad… Pero ?donde se ha metido?

Esperamos un poco, pero el hermano Edwig no daba senales de vida. Al cabo de unos instantes, oimos sus tartamudeos y, cuando entramos en el refectorio, lo vimos con las manos apoyadas sobre la mesa grande, inclinado sobre el hermano Athelstan, que seguia sentado en su sitio con expresion compungida.

– Este balance no es c-correcto -estaba diciendo el tesorero al tiempo que clavaba un dedo en un papel una y otra vez-. Has alterado la partida del lupulo.

Fuera de si, el hermano Edwig agito una factura en el aire, pero al advertir nuestra presencia inclino la cabeza y nos dedico una sonrisa falsa.

– Buenas noches, c-comisionado. Espero que mis libros esten en orden…

– Los que tenemos, si. Me gustaria hablar con vos, por favor.

– Por supuesto. Un momento, os lo ruego. -El tesorero volvio a encararse con su ayudante-. Esta mas claro que el agua que has cambiado una cifra en la columna de la izquierda para ocultar que tus numeros no cuadran.

Adverti que su tartamudeo desaparecia cuando estaba enfadado.

– Solo son cuatro peniques, hermano tesorero.

– Cuatro peniques son cuatro peniques. Repasa todas las entradas hasta que los encuentres; las doscientas, de la primera a la ultima. Quiero un balance impecable. Ahora, vete -farfullo el tesorero despidiendo al joven con un gesto desdenoso.

El hermano Athelstan paso a nuestro lado a toda prisa y abandono el refectorio.

– Perdonadme, c-comisionado. Tengo que tratar con zoquetes.

Indique a Mark la puerta, y el se coloco ante ella y apoyo la mano en el pomo de la espada. El tesorero me miro con temor.

– Hermano Edwig -empece a decir en tono severo-, os acuso de ocultar un libro de contabilidad al comisionado del rey, un libro de tapas azules que intentasteis escamotear al comisionado Singleton, recuperasteis despues del asesinato y que me habeis ocultado a mi. ?Que teneis que decir? -El tesorero se echo a reir. Pero no seria el primer hombre formalmente acusado de asesinato que se rie para confundir a su acusador-. ?Por los clavos de Cristo, hermano! ?Os burlais de mi?

– No, senor, os pido perdon -se apresuro a responder el tesorero alzando una mano-. Pero… estais equivocado, es un m-malentendido. ?Os lo ha dicho la muchacha de la enfermeria? Por supuesto. Athelstan me conto que esa descarada lo vio discutiendo con el comisionado Singleton.

– Como ha llegado a mi conocimiento no es asunto vuestro -replique maldiciendo para mis adentros-. Responded a mi pregunta.

– P-por s-supuesto.

– Y no os atranqueis y escupais las palabras para ganar tiempo e inventar mentiras.

El tesorero solto un suspiro y junto las manos.

– Hubo un malentendido con el comisionado Singleton, que Dios tenga en su gloria. Nos pidio nuestros libros de c-c-c…

– De contabilidad, si.

– … igual que vos, y yo se los di, igual que os los he dado a vos. P-pero, como ya os he dicho, solia presentarse en la contaduria sin avisar, cuando no habia nadie, para ver que podia encontrar. No niego que tuviera derecho, senor; solo digo que provocaba confusion. El dia anterior al de su asesinato, abordo a Athelstan cuando estaba cerrando la contaduria y empezo a agitar un libro ante sus narices, como sin duda os habra contado la muchacha. Lo habia cogido de mi despacho privado -explico el tesorero abriendo las manos-. Pero no era un libro de cuentas. Contenia meros apuntes, calculos sobre futuros ingresos que hice algun tiempo atras, como comprobaria el propio senor Singleton en cuanto los examinara con mas detenimiento. Puedo mostraroslo si lo deseais.

– Lo cogisteis de casa del abad tras el asesinato, sin decirselo a nadie.

– No, senor. No hice tal cosa. Los criados del abad lo encontraron en su habitacion cuando la estaban limpiando, r-reconocieron mi letra y me lo devolvieron.

– Sin embargo, en nuestra anterior conversacion dijisteis no estar seguro de que libro cogio el comisionado Singleton.

– Lo habia o-olvidado. Es un libro sin importancia. Puedo enviaroslo para que lo c-comprobeis por vos mismo, senor comisionado.

– No. Iremos ahora mismo con vos a por el. -El hermano Edwig titubeo-. ?Y bien?

– Por supuesto.

Indique a Mark que se hiciera a un lado, y seguimos al tesorero por el patio del claustro alumbrandonos con el candil que llevaba mi ayudante. El hermano Edwig abrio la puerta de la contaduria y nos condujo a su despacho privado del primer piso. Se acerco al escritorio, abrio un cajon cerrado con llave y saco un delgado libro azul.

– Aqui lo teneis, senor. Comprobadlo por vos mismo.

Abri el libro. Las paginas no contenian columnas, sino notas escritas a vuela pluma y operaciones aritmeticas.

– De momento, me lo llevo.

– Faltaria mas. Pero ?puedo preguntar, dado que esto es un despacho privado, si acudireis a mi antes de llevaros otro libro? Es para evitar que queden desordenados.

– He visto en los otros libros que el monasterio tiene un amplio superavit, mayor este ano que el anterior -dije haciendo oidos sordos a su pregunta-. Las ventas de tierra han aportado nuevo capital. Entonces, ?por que os oponeis a las propuestas del hermano Gabriel para arreglar la iglesia?

El tesorero me miro muy serio.

– El hermano Gabriel se gastaria todo lo que tenemos en las reparaciones, dejando que lo demas se viniera abajo. El abad le dara dinero para la iglesia, pero tenemos que regatearle; si no, daria cuenta de todos nuestros ahorros. Es pura negociacion.

Era una explicacion plausible.

– Muy bien -le dije-. Eso es todo… por ahora. Una cosa mas. Habeis mencionado a Alice Fewterer. Esa chica esta bajo mi proteccion especial; si le ocurriera algo, os garantizo que sereis arrestado y enviado inmediatamente a Londres para ser sometido a una investigacion.

Di media vuelta y me marche.

– Conque pura negociacion… -rezongue mientras volviamos a la enfermeria-. Es mas escurridizo que una anguila.

– Sin embargo, no pudo matar a Singleton. El no estaba. Y un enano gordinflon como el no pudo cortarle la cabeza al comisionado.

– Pero podria haber matado a Simon Whelplay. Tal vez haya mas de una persona implicada en este asunto.

Una vez en la habitacion, procedimos a examinar el libro azul. Como habia asegurado el hermano Edwig, parecia no contener mas que calculos y anotaciones, todos ellos escritos con la pulcra letra redondilla del tesorero. A juzgar por el descolorido aspecto de la tinta de las primeras paginas, se remontaban a varios anos atras.

Despues de un rato, lo aparte a un lado y me restregue los ojos.

– Tal vez el comisionado Singleton penso que habia encontrado algo, cuando en realidad no era asi -dijo Mark.

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