transpiracion de los monjes. Singleton llevaba muerto una semana, y fuera del panteon se descomponia rapidamente. Incline la cabeza ante los monjes y retrocedi unos pasos.
– Me voy a la cama -le dije a Mark-. Quedate tu si quieres.
El nego con la cabeza.
– Os acompano. Esto es demasiado lugubre.
– Voy a presentar mis respetos a Simon Whelplay, aunque como seglares dudo que seamos bien recibidos.
Mark asintio y me siguio hacia el coro. Por detras del cancel nos llego el sonido de un canto en latin. Era el salmo noventa y cuatro.
«?Dios de las venganzas, Yave; Dios de las venganzas, muestrate!»
Aunque estaba exhausto, volvi a dormir mal. Me dolia la espalda, y me pase la noche dando vueltas entre breves cabezadas. Mark tambien estaba inquieto, y grunia y murmuraba en suenos. Cuando el cielo empezaba a clarear, me quede profundamente dormido, pero al cabo de una hora me desperto Mark. El ya estaba levantado y vestido.
– ?Dios santo! -gruni-. ?Ya es de dia?
– Si, senor -respondio Mark de mala gana.
Al levantarme, una punzada de dolor me atraveso la joroba. No podia seguir asi.
– ?Que, hoy no has oido nada? -le pregunte. Me habia propuesto dejarlo tranquilo, pero ver que mis palabras le traian sin cuidado me sacaba de quicio.
– La verdad es que hace unos minutos me ha parecido oir un ruido -respondio Mark con frialdad.
– He estado pensando en lo que dijo Jerome. Ya sabes que no esta bien de la cabeza. Es posible que se crea realmente las historias que nos conto y que eso las haga parecer… verosimiles. Mark me miro a los ojos.
– Yo no estoy tan seguro de que este loco, senor. Puede que solo tenga un gran dolor espiritual.
Esperaba que Mark aceptara mi explicacion; necesitaba recuperar su confianza.
– Bueno, en cualquier caso, lo que dijo no tiene ninguna relacion con el asesinato de Singleton -respondi con viveza-. Incluso podria tratarse de una cortina de humo para ocultar lo que sabe. Vamos, no hay tiempo que perder.
– Si, senor.
Mark fue a desayunar mientras yo me afeitaba y me vestia. Al acercarme a la cocina, lo oi hablar con Alice.
– No deberia hacerte trabajar tanto -estaba diciendo Mark.
– Asi fortalezco los musculos -contesto Alice con una ligereza de tono que no le habia oido hasta entonces-. Un dia tendre unos brazos tan gruesos y fuertes como los tuyos.
– Eso no seria apropiado para una dama. Senti una punzada de celos, pero tosi y entre. Sentado a la mesa, Mark miraba sonriente a Alice, que estaba colocando en fila unas urnas de piedra. Parecian realmente pesadas.
– Buenos dias. Mark, ?podrias llevar estas cartas a casa del abad? Dile que de momento me quedare con las escrituras.
– Por supuesto.
Mark me dejo solo con Alice, que me puso pan y queso sobre la mesa. Parecia mas animada que la noche anterior y se limito a preguntarme si habia dormido bien, sin hacer ninguna alusion a nuestra ultima charla. La formalidad de la pregunta me decepciono un tanto, pues sus palabras de la noche anterior me habian causado un gran gozo, aunque ahora me alegraba de haber retirado la mano. Bastantes complicaciones tenia ya.
Al cabo de unos instantes, el hermano Guy entro en la cocina.
– El hermano August necesita su cuna, Alice.
– Enseguida -respondio la muchacha haciendo una reverencia y dejandonos solos.
Fuera, las campanas empezaron a tocar tan ruidosamente que parecian resonar dentro de mi cabeza.
– El funeral por el comisionado Singleton se celebrara dentro de una hora.
– Hermano Guy -murmure apurado-, ?puedo consultaros profesionalmente?
– Por supuesto. Estare encantado de ayudaros.
– Siento molestias en la espalda. Desde el viaje a caballo hasta aqui, no ha dejado de dolerme en la parte en que… sobresale.
– ?Quereis que os examine?
Respire hondo. No me gustaba la idea de mostrar mi deformidad a un extrano, pero habia estado padeciendo desde que salimos de Londres y empezaba a preguntarme si no me habria hecho algun dano irreparable.
– De acuerdo -murmure, y empece a quitarme el jubon.
El hermano Guy se coloco detras de mi, y al cabo de un momento senti que sus frios dedos empezaban a palparme los agarrotados musculos de la espalda.
El enfermero aparto las manos y solto un grunido.
– ?Y bien? -le pregunte preocupado.
– Los musculos han sufrido un espasmo. Estan muy agarrotados. Pero no veo ninguna lesion en la columna. Con tiempo y descanso, el dolor deberia remitir -dijo el enfermero colocandose frente a mi y examinandome el rostro con una fria mirada profesional-. ?Os duele la espalda a menudo?
– De vez en cuando -respondi vistiendome-. Pero la cosa no tiene remedio.
– Estais sometido a una fuerte presion. Eso no ayuda.
– Desde que llegamos, no he dormido bien ni una sola noche -gruni-. Pero no es de extranar.
El hermano Guy me escrutaba con sus grandes ojos castanos.
– ?No os pasaba antes de llegar aqui?
– Soy de naturaleza melancolica. Durante los ultimos meses, la cosa ha ido a peor. Me temo que el equilibrio de mis humores se esta alterando.
El enfermero asintio.
– Creo que teneis la mente sobreexcitada, lo cual no es extrano, despues de lo que habeis presenciado aqui.
Permaneci en silencio durante unos instantes.
– No puedo evitar sentirme responsable de la muerte del novicio.
No era mi intencion abrirme a el de aquel modo, pero el hermano Guy tenia la habilidad de hacer hablar a los demas.
– Si hay algun responsable, ese soy yo. Lo envenenaron mientras estaba a mi cuidado.
– Despues de todo lo que ha ocurrido aqui, ?no teneis miedo?
El enfermero nego con la cabeza.
– ?Quien iba a querer hacerme dano? No soy mas que un moro viejo. Acompanadme a la enfermeria -dijo el hermano Guy tras una pausa-. Tengo una infusion que podria ayudaros. Hinojo, lupulo y algun ingrediente mas.
– Gracias.
Lo segui por el pasillo y me sente a la mesa mientras el seleccionaba hierbas y ponia agua a hervir. Alce la vista hacia el crucifijo espanol que habia colgado en la pared de enfrente y recorde que el dia anterior habia visto al enfermero tumbado boca abajo ante el.
– ?Os trajisteis ese crucifijo de vuestra tierra?
– Si, me ha acompanado en todos mis viajes -respondio el hermano Guy echando las hierbas a un cazo-. Cuando este preparada la infusion, tomad un poco, pero no demasiado, si no quereis pasaros el dia durmiendo -me advirtio, e hizo una pausa-. Os agradezco que hayais confiado en mi para que os examinara.
– Debo confiar en vos como medico, hermano Guy. -Tras una pausa, anadi-: Tengo la impresion de que os molesto lo que dije ayer sobre los rezos del funeral.
El enfermero inclino la cabeza.
– Comprendo vuestro punto de vista. Vos creeis que Dios es indiferente a la oracion.
– Creo que solo la gracia de Dios puede salvarnos. ?No estais de acuerdo? Vamos, olvidemonos de mi cargo por unos instantes y hablemos libremente, como simples cristianos.
– ?Como simples cristianos? ?Tengo vuestra palabra?
– Si, la teneis. ?Por el amor de Dios, esa infusion apesta!