Goodhaps extendio la mano, cogio el libro de contabilidad y examino las tapas.
– Recuerdo al comisionado hojeando un libro con las tapas azules. Tal vez fuera este. No lo se, no me acuerdo.
– Con vuestro permiso -dijo Alice acercandose a el y cogiendo el libro de sus manos. Miro la cubierta, le dio la vuelta y, con total conviccion, afirmo-: No es este.
– ?Estas segura? -le pregunte con el corazon en un puno. -El libro que el hermano Edwig le dio al comisionado no tenia ninguna mancha. Me habria llamado la atencion; el tesorero es un maniatico de la limpieza y el orden.
– ?Lo jurarias ante un tribunal de justicia?
– Lo haria, senor -respondio Alice con voz serena y firme. -Ahora ya no me cabe duda de que el tesorero me ha mentido -dije asintiendo lentamente-. Muy bien. Gracias una vez mas, Alice. Y guardad silencio sobre esto. Los tres.
– Yo no estare aqui -dijo Goodhaps con satisfaccion.
Mire por la ventana. Habia dejado de nevar.
– Si, doctor Goodhaps, creo que deberiais poneros en camino. Mark, tal vez podrias acompanar al doctor hasta la ciudad…
– ?Gracias, senor! -respondio el anciano con jubilo-. Agradecere tener un brazo en el que apoyarme. Mis cosas estan en casa del abad. Dejare mi caballo aqui; si pudierais enviarmelo a Londres cuando mejore el tiempo…
– Si, si… Mark, procura volver cuanto antes. Tenemos mucho que hacer.
– Adios, comisionado -dijo Goodhaps levantandose con ayuda del muchacho-. Espero que salgais con bien de este apestoso cubil.
Y con tan alegre discurso de despedida, se marcho.
Volvi a la habitacion y escondi el libro bajo la ropa de la cama. Estaba contento. Aquello era un progreso. Lo siguiente seria echar un vistazo en el estanque y la iglesia, asi que trate de calcular cuanto tardaria Mark en ir a Scarnsea y volver. Si iba solo, poco mas de una hora; pero con el viejo profesor… Me reproche mi debilidad, pero no podia permitir que Goodhaps fuera dando traspies por la nieve cargado de bultos.
Decidi hacer una visita a los caballos, que no habian salido de la cuadra desde que llegamos. Volvi al patio y me dirigi a los establos, donde un mozo que estaba barriendo el suelo me aseguro que los animales se encontraban perfectamente. En efecto, tanto
– ?Te gustaria salir, viejo amigo? -le pregunte a
El mozo de cuadra, que pasaba ante el pesebre en ese momento, me miro extranado.
– ?Tu no les hablas a los caballos? -le pregunte.
El muchacho murmuro algo ininteligible y siguio barriendo.
Me despedi de los animales y volvi a la enfermeria dando un paseo. Por el camino vi una zona despejada de nieve, en la que habia varios cuadrados de diferentes tamanos pintados con tiza. Media docena de monjes jugaban a saltar de uno a otro segun el numero que saliera al tirar un dado. Bugge los observaba apoyado en su pala. Al verme, se quedaron parados e hicieron ademan de apartarse para dejarme paso, pero les indique que continuaran con un gesto de la mano. Conocia el juego de mis anos en Lichfield; era una compleja version del tejo que se jugaba en todas las casas benedictinas.
Mientras los miraba, el hermano Septimus, el monje medio lelo al que el enfermero habia renido por comer en exceso, se acerco por la nieve trompicando y resoplando.
– ?Ven a jugar con nosotros, Septimus! -grito uno de los monjes.
Los demas se echaron a reir.
– ?Oh, no, no puedo! Me caeria…
– Venga, que estamos jugando a la version facil. Hasta un zoquete como tu puede participar.
– No, por Dios…
Pero uno de los monjes lo agarro del brazo y, haciendo oidos sordos a sus protestas, lo llevo hasta la cuadricula mientras los demas se apartaban para observar la escena. Todo el mundo sonreia de oreja a oreja, incluido Bugge. Al primer salto, Septimus resbalo en una placa de hielo, cayo de espaldas y aterrizo en el suelo con un chillido. La carcajada fue general.
– ?Ayudadme a levantarme! -suplico Septimus con voz lastimera.
– ?Parece una tortuga panza arriba! ?Animo, tortuga, arriba!
– ?Tiremosle unas cuantas bolas de nieve! -propuso uno-. A ver si asi se levanta.
Los monjes empezaron a arrojar bolas de nieve al pobre infeliz, que entre la gordura y las varices no conseguia levantarse, por mas que lo intentaba. Alcanzado por los proyectiles una y otra vez, gritaba, pataleaba y se balanceaba de tal modo que su parecido con una tortuga resultaba realmente extraordinario.
– ?Basta! -chillo Septimus-. ?Por lo que mas querais, hermanos, parad ya!
Los otros seguian acribillandolo y mofandose. Aquello no tenia nada que ver con las bromas inocentes de la noche anterior. Estaba considerando si debia intervenir, cuando una voz tonante se alzo sobre el guirigay:
– ?Hermanos! ?Basta ya! -Los monjes dejaron caer las bolas de nieve, y la esbelta figura del hermano Gabriel se acerco fulminandolos con la mirada-. ?Es esto caridad cristiana? ?Deberiais avergonzaros! ?Ayudadlo a levantarse! -Dos monjes jovenes se apresuraron a coger al sofocado Septimus por las axilas y ponerlo en pie-. ?A la iglesia ahora mismo! ?Todos! Faltan diez minutos para prima.
En ese momento, el sacristan advirtio mi presencia y se acerco a mi mientras sus hermanos se dispersaban.
– Lo lamento, comisionado. A veces los monjes se comportan como colegiales traviesos.
– Ya lo veo -respondi y, recordando mi conversacion con el hermano Guy, anadi-: No puede decirse que haya sido una muestra de fraternidad cristiana.
Mire al hermano Gabriel con atencion, pues acababa de comprender que no era obedienciario por casualidad; si la ocasion lo requeria, sabia mostrar su autoridad y su fuerza moral. Pero, mientras lo observaba, tuve la sensacion de que la energia se esfumaba de su rostro para dejar paso a una profunda tristeza.
– Parece que una de las reglas universales de este mundo es que la gente siempre busca victimas y chivos expiatorios, ?verdad? Especialmente en epocas de dificultades y tension. Como ya os he dicho, los monjes no somos inmunes a las tretas del demonio -murmuro el sacristan, que, tras hacerme una breve reverencia, siguio a sus hermanos hacia la iglesia.
Llegue a la enfermeria, cruce la sala y avance por el pasillo interior. Tenia hambre, de modo que entre en la cocina para coger una manzana del frutero. Al hacerlo, algo atrajo mi mirada hacia el exterior. Una gran mancha escarlata sobre la nieve. Corri a la ventana. Al mirar al jardin, las piernas casi dejaron de sostenerme.
Alice estaba tumbada boca abajo, junto a una jarra hecha anicos, en medio de un charco de sangre aun humeante que se extendia por la nieve.
19
Tuve que morderme los nudillos para no gritar. Simon Whelplay habia muerto por hablar conmigo; ?Alice, tambien? ?No, Dios mio! Corri hacia el jardin rezando desesperadamente para que se produjera un milagro -yo, que me reia de los milagros- y para que no fuera cierto lo que parecia evidente.
Alice yacia boca abajo, inmovil junto al sendero. Sobre su cuerpo y alrededor de el, habia tanta sangre que por un angustioso instante pense que habia corrido la misma suerte que Singleton. Me obligue a acercarme y comprobarlo; estaba entera. Con mano temblorosa, le busque el pulso en el cuello y, al sentir que el corazon latia con fuerza, solte un suspiro de alivio. Al notar el contacto de mi mano, Alice se movio y emitio un quejido. Sus ojos parpadearon y se abrieron, intensamente azules en su ensangrentado rostro.
– ?Alice! ?Alabado sea Dios, estas viva! ?Es un milagro! La cogi entre mis brazos y la atraje hacia mi gimiendo de alegria, pues, a pesar del dulzon olor a sangre que inundaba mis fosas nasales, podia sentir el calor de su cuerpo y los latidos de su corazon.
– Pero ?que haceis, senor? No… -protesto la chica empujando contra mi pecho e incorporandose en el suelo,