– Lo siento, senor, solo recuerdo que vivia en el campo. Era una mujer bajita y regordeta, de unos cincuenta anos, con el pelo canoso. Apenas hablo. Su abogado y ella cogieron la espada y las demas cosas y se marcharon.
– ?Recuerdas el nombre del abogado?
– No, senor. Fue el quien cogio la espada. Recuerdo que la mujer comento que le habria gustado tener un hijo al que poder darsela.
– Muy bien. Quiero que le eches un vistazo a mi espada… No, no te alarmes, solo voy a desenvainarla para ensenartela. Quiero que me digas si podria ser la que se llevo esa mujer.
Deje el arma sobre el banco. El joven se quedo mirandola, y su mujer se acerco a el con el nino en brazos.
– Se parece mucho -dijo la joven mirandome con desconfianza-. La sacamos de su funda, senor, pero solo para ver como era; no hicimos nada con ella. Pero reconozco la empunadura dorada, y esas marcas de la hoja.
– Comentamos que era preciosa -recordo el marido-. ?Verdad, Elisabeth?
– Gracias a los dos -les dije envainando la espada-. Me habeis sido de gran ayuda. Siento que el nino este enfermo -anadi alargando la mano para acariciar al bebe; pero la mujer me contuvo con un gesto de la mano.
– No la toqueis senor, esta comida de liendres. No para de toser. Es este frio; ya hemos perdido a un hijo. ?Calla, Temor de Dios!
– Tiene un nombre poco frecuente.
– Nuestro parroco es un reformista convencido, senor; el les ha puesto nombre a todos. Dice que tener hijos con esos nombres ayuda mucho. ?Vamos, ninos, levantaos!
Los otros tres hermanos se pusieron en pie y dejaron ver sus esmirriadas piernecillas y sus hinchadas barrigas.
– Celo, Perseverancia y Deber -recito su padre senalandolos uno tras otro.
– Les dare seis peniques a cada uno -dije asintiendo con la cabeza-, y aqui teneis tres chelines por vuestra ayuda.
Saque las monedas de mi faltriquera. Los pequenos las cogieron de buena gana mientras sus padres los miraban como si no dieran credito a sus ojos. Embargado por la emocion, di media vuelta, sali a toda prisa y me aleje a lomos del jamelgo.
La terrible escena que acababa de presenciar en la antigua casa de John Smeaton me habia impresionado vivamente, de modo que fue un alivio concentrar la mente en lo que acababa de descubrir. No tenia sentido. La persona que habia heredado la espada, la unica persona con un motivo familiar para vengarse, era una anciana. En el monasterio no habia ninguna mujer mayor de cincuenta anos, aparte de un par de viejas criadas, dos adefesios huesudos que no respondian a la descripcion del joven. La unica persona de esas caracteristicas que habia conocido en Scarnsea era la senora Stumpe. Por otra parte, una anciana rechoncha no habria podido asestar el golpe que habia decapitado a Singleton. Pero los documentos que me habia enviado lord Cromwell afirmaban taxativamente que John y Mark Smeaton no tenian parientes varones. Negue con la cabeza.
En ese momento me di cuenta de que, absorto en mis cavilaciones, habia dejado de guiar el caballo, que me llevaba hacia el rio. No me apetecia volver a casa aun y lo deje seguir. Olfatee el aire. ?Eran imaginaciones mias, o realmente estaba empezando a cambiar el tiempo?
Pase cerca de un vertedero cubierto de nieve, junto al que habia un grupo de hombres acampados, presumiblemente con la esperanza de encontrar trabajo en los muelles; habian construido un chamizo con tablones y sacos y estaban apretujados alrededor de una hoguera. Al oirme, se volvieron y me miraron con cara de pocos amigos; de pronto, un chucho escualido y mugriento salio disparado del campamento y se acerco ladrando al caballo, que agito la cabeza y solto un relincho. Uno de los hombres llamo al perro a su lado, y yo pique espuelas al jamelgo y me aleje rapidamente dandole palmadas en el pescuezo para calmarlo.
En la orilla del rio, las brigadas de estibadores descargaban los barcos que acababan de arribar. Habia un par de hombres tan negros como el hermano Guy. Detuve el caballo. Justo frente a mi, los estibadores sacaban cajones y pales de la bodega de una enorme carraca; mientras admiraba su ornamentada proa cuadrada, desde la que una sirena desnuda me sonreia procazmente, me pregunte de que lejano rincon del mundo acabaria de llegar. Al alzar la vista hacia los grandes mastiles y la marana de los aparejos, adverti sorprendido que la cofa estaba envuelta en vapor, y al mirar rio abajo vi jirones de niebla flotando sobre el agua, y note que, efectivamente, el aire era mas calido.
El caballo volvio a mostrarse inquieto, de modo que di media vuelta y tome una calle flanqueada de almacenes en direccion a la City. Apenas habia dado unos pasos cuando una extraordinaria algarabia procedente de uno de los edificios me impulso a detenerme; gritos, chillidos y una confusion de voces en extranas lenguas. Oir aquellos sonidos sobrenaturales en medio de la niebla me produjo una sensacion rara. Vencido por la curiosidad, ate el jamelgo a unposte y me acerque al almacen, del que salia un fuerte hedor.
La puerta estaba abierta y mostraba un espectaculo estremecedor. En el interior del almacen habia tres enormes jaulas de hierro de la altura de un hombre. Estaban llenas de pajaros como el de la vieja que me habia recordado Pepper. Habia centenares, de todos los tamanos y colores: rojos, verdes, dorados, azules, amarillos… Se encontraban en un estado lamentable: todos tenian las alas cortadas, algunos hasta el raquis, y los munones se veian cubiertos de llagas en carne viva; la mayoria parecian enfermos, pues les faltaban la mitad de las plumas y tenian el cuerpo cubierto de costras y bolsas de pus alrededor de los ojos. Por cada uno que se agarraba con las patas a los barrotes de la jaula, habia otro muerto en el suelo entre montones de excrementos secos. Pero lo peor eran sus chillidos; algunos solo emitian debiles quejas, como si suplicaran el final de su martirio; otros, sin embargo, chillaban sin descanso en una asombrosa variedad de lenguas; oi palabras latinas e inglesas, pero la mayoria pertenecian a idiomas que desconocia. Dos de ellos, colgados boca abajo de los barrotes, se chillaban sin descanso, uno diciendo «Viento en popa» y el otro,
El horrible espectaculo me habia dejado paralizado; pero de pronto una mano me agarro del hombro con brusquedad. Al volverme, vi a un marinero vestido con un jubon mugriento que me miraba con suspicacia.
– ?Que haceis aqui? -me pregunto con aspereza-. Si habeis venido a comprar, teneis que hablar con el senor Fold.
– No, no, ya me iba. He oido el griterio y me he acercado a ver que era.
– La Torre de Babel, ?eh, senor? -dijo el marinero sonriendo de oreja a oreja-. ?Voces animadas por el espiritu hablando en lenguas extranas? No, solo es otro cargamento de estos pajaros para entretener a la gente rica.
– Estan en un estado lamentable…
– En el sitio del que proceden hay mas. Muchos mueren durante el viaje y a otros muchos los matara el frio; son unos bichos muy delicados. Pero bonitos, ?verdad?
– ?Donde los conseguisteis?
– En la isla de Madeira. Alli hay un comerciante portugues que se ha dado cuenta de que en Europa son muy apreciados. Deberiais ver algunas de las cosas que compra y vende, senor; ?incluso fleta barcos llenos de negros africanos para que trabajen como esclavos en las colonias de Brasil! -dijo el marinero riendo y ensenando las fundas de oro de los dientes.
De pronto, senti una necesidad desesperada de alejarme del gelido y fetido aire del almacen. Me despedi del marinero y monte a caballo. Los estridentes chillidos de los pajaros y su escalofriante imitacion del lenguaje humano me siguieron hasta el final de la fangosa calle.
Volvi a atravesar la muralla de la City y me adentre en un Londres repentinamente gris y neblinoso, lleno del ruido del agua que goteaba de los tempanos de hielo de los aleros. Detuve el caballo ante una iglesia. Tenia costumbre de oir misa al menos una vez por semana, pero llevaba diez dias sin hacerlo, y necesitaba consuelo espiritual. Desmonte y entre en el templo.
Era una de esas iglesias ricas de la City frecuentadas por comerciantes. Ahora la mayoria de los comerciantes de Londres eran reformistas, lo que explicaba que no hubiera velas y que las imagenes de los santos del cancel hubieran sido cubiertas con pintura y sustituidas por un versiculo de la Biblia: