– A esa hora estare en alta mar -murmure mordiendome una una-. Dame papel y pluma. -Garrapatee dos notas a toda prisa y se las entregue a Hodges-. En esta le pido a Fletcher que me informe de todo lo que recuerde de ese visitante; absolutamente de todo. Dejale bien claro que se trata de una informacion vital y, si no sabe escribir, que le dicte a alguien. Cuando acabe, quiero que envien la respuesta de inmediato a lord Cromwell, con esta otra nota. En ella le pido que me envie la respuesta de Fletcher a Scarnsea con el mensajero mas rapido de que disponga. El deshielo habra convertido los caminos en un infierno, pero un buen jinete deberia estar esperandome cuando mi barco llegue a puerto.

– Se la llevare a lord Cromwell yo mismo, doctor Shardlake -dijo Oldknoll-. Sera un placer salir a tomar el aire.

– Disculpad a Fletcher, comisionado -tercio Hedges-. Pero ultimamente tenemos tanto papeleo que a veces resulta dificil cumplir con todo.

– Bien, pero asegurate de hacerme llegar su respuesta, Hodges.

Di media vuelta y segui a Oldknoll fuera de las mazmorras. Mientras subiamos las escaleras, el preso de la celda de Smeaton volvio a soltar una retahila de confusas citas biblicas, a la que pusieron fin un chasquido seco y un alarido de dolor.

30

En el viaje de vuelta tuvimos suerte con los vientos; una vez en alta mar, la niebla desaparecio y el barco se deslizo Canal abajo empujado por una suave brisa de sudeste. La temperatura habia subido varios grados; despues del intenso frio de la ultima semana, casi hacia calor. El patron volvia con un cargamento de tejidos y herramientas, y estaba de mejor humor.

La tarde del segundo dia, cuando nos aproximabamos a tierra y distingui la linea de la costa bajo una tenue franja de niebla, el corazon empezo a palpitarme con fuerza; casi habiamos llegado. Habia pasado la mayor parte del viaje meditando; lo que hiciera a partir de ese momento dependia de que el mensajero de Londres hubiera llegado. Y era el momento de mantener otra conversacion con Jerome. Una pregunta que habia procurado no hacerme en aquellos dos ultimos dias acudio a la superficie de mi mente: ?seguirian sanos y salvos Mark y Alice?

Cuando enfilamos el canal de la marisma y empezamos a deslizamos hacia el muelle de Scarnsea, la niebla apenas permitia ver nada. El patron me pregunto timidamente si podia coger una pertiga y ayudarlo a mantener el barco alejado de la orilla, cosa que hice. Hubo un par de ocasiones en que casi nos quedamos atascados en el espeso y pegajoso lodo, al que afluian pequenos riachuelos de nieve derretida. El patron me ayudo a poner pie a tierra y me dio las gracias por mi ayuda; puede que empezara a tener una opinion algo mejor de al menos un hereje reformista.

Fui directamente a casa del juez Copynger. Acababa de sentarse a la mesa para cenar con su mujer y sus hijos, y me invito a acompanarlos, pero le dije que debia regresar al monasterio sin perdida de tiempo y me retire con el a su comodo despacho.

– ?Ha habido alguna novedad en San Donato? -le pregunte apenas cerro la puerta.

– No, senor.

– ?Todo el mundo esta bien?

– Que yo sepa, si. Pero tengo noticias sobre esas ventas de tierras. -Copynger abrio un cajon del escritorio y saco un titulo de compraventa extendido en un pergamino. Observe la pulcra caligrafia y comprobe que el sello del monasterio estaba claramente impreso en cera roja al pie del documento. La propiedad de una amplia parcela de tierra de cultivo situada al otro lado de las Downs pasaba a sir Edward Wentworth a cambio de cien libras-. Un precio modico -dijo Copynger-. Es una parcela enorme.

– Esta venta no figura en ninguno de los libros oficiales que he examinado.

– Entonces, ya teneis a esos sinverguenzas, senor -aseguro Copynger sonriendo con satisfaccion-. Al final, tuve que ir a casa de sir Edward personalmente, acompanado por un alguacil. Eso lo asusto; sabe que, a pesar de sus titulos, puedo ordenar que lo detengan. Solto la escritura en menos de media hora, gimoteando que el habia actuado de buena fe.

– ?Con quien negocio?

– Creo que su mayordomo trato con el tesorero. Ya sabeis que Edwig controla todos los asuntos del monasterio relacionados con el dinero.

– No obstante, el abad tuvo que sellar el titulo. A no ser que se hiciera a sus espaldas.

– Asi es. Por cierto, senor, una de las condiciones de la venta era que se mantuviera en secreto durante cierto tiempo; los arrendatarios seguirian pagando las rentas al mayordomo del monasterio, que se las entregaria a sir Edward.

– Las ventas secretas no son ilegales en si mismas. Pero ocultar la transaccion a los auditores del rey, si. - Enrolle el pergamino y lo guarde en mi bolso-. Habeis sido eficaz. Os estoy muy agradecido. Proseguid vuestras investigaciones y no digais nada por ahora.

– Le ordene a Wentworth que guardara silencio sobre mi visita, so pena de incurrir en la ira de lord Cromwell. No hablara.

– Bien. Actuare pronto, tan pronto como reciba cierta informacion de Londres.

– Mientras estabais alli -dijo Copynger tras aclararse la garganta-, la senora Stumpe vino preguntando por vos. Le dije que os esperabamos esta tarde, y la tengo en la cocina desde mediodia. Dice que no se ira hasta que hable con vos.

– Muy bien, le concedere unos minutos. Por cierto, ?con que fuerzas del orden contais aqui?

– El aguacil y su ayudante, y mis tres informadores. Pero en la ciudad hay buenos reformistas a los que puedo recurrir en caso necesario. -El juez me miro con los ojos entrecerrados-. ?Os encontrais en dificultades?

– Por el momento, no. Pero espero hacer detenciones muy pronto. Tal vez deberiais aseguraros de que vuestros hombres esten disponibles. Y los calabozos de la ciudad, listos.

Copynger asintio sonriendo.

– Sera una alegria ver a unos cuantos monjes en ellos. Por cierto, comisionado -dijo el juez lanzandome una mirada complice-, cuando acabe este asunto, ?le hablareis a lord Cromwell de la ayuda que os he prestado? Tengo un hijo que pronto estara en edad de trasladarse a Londres.

– Me temo que, en estos momentos, una recomendacion mia os serviria de poco -respondi sonriendo con ironia.

– Oh… -murmuro Copynger, decepcionado.

– Y, ahora, si pudiera ver a la senora Stumpe…

– ?Os importaria hablar con ella en la cocina? No quiero que me manche la alfombra de barro.

Copynger me acompano a la cocina, donde encontre a la gobernanta sentada ante una jarra de cerveza. El juez echo a un par de indiscretas doncellas y me dejo a solas con la anciana.

– Siento molestaros, senor, pero tengo que pediros un favor -dijo la senora Stumpe sin mas preambulos-. Enterramos a Orphan en el camposanto de la iglesia hace dos dias.

– Me alegro de que al fin sus pobres restos descansen en paz.

– Pague el entierro de mi bolsillo, pero no tengo dinero para comprar una lapida. Me di cuenta de que os dolia lo que le habia ocurrido, y me preguntaba… Solo es un chelin, senor. Para una lapida barata.

– ?Y para una un poco mejor?

– Dos, senor. Me encargaria de que os hicieran un recibo.

– Esta mision acabara convirtiendome en un limosnero -murmure con resignacion-, pero Orphan se merece una buena lapida. No obstante, no pienso pagar ninguna misa.

La anciana solto un bufido.

– Orphan no necesita misas. Las misas por los muertos son un engano. Orphan ya esta en el cielo.

– Hablais como una reformista, senora Stumpe.

– Lo soy, senor, y estoy orgullosa de serlo.

– Por cierto, ?habeis estado en Londres alguna vez? -le pregunte con la mayor naturalidad.

– No, senor -respondio la gobernanta mirandome extranada-. Lo mas lejos que he estado ha sido en

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