La nave estaba vacia. Cruce el cancel. El presbiterio carecia de ornamentos y la patena y el caliz descansaban sobre un altar desnudo. En el facistol habia un ejemplar de la nueva Biblia encadenado al soporte. Me sente en un banco con la reconfortante sensacion de encontrarme en un lugar familiar, totalmente diferente de la iglesia de San Donato.

Pero no toda la parafernalia de los viejos tiempos habia desaparecido. Desde donde estaba sentado podia ver dos sepulcros de piedra del siglo pasado, colocados uno encima del otro. En el de arriba, la estatua yacente representaba a un rico mercader grueso y barbudo vestido con ostentacion; en el de abajo, a un esqueleto cubierto con jirones de las mismas prendas, bajo el que podia leerse la siguiente inscripcion: «Asi era y asi soy; como soy ahora, seras tu un dia.»

Mientras observaba el esqueleto de piedra me asalto el recuerdo del cuerpo putrefacto de Orphan surgiendo del estanque y a continuacion el de los escualidos y enfermizos ninos de la casa que habia pertenecido a Smeaton. De pronto, tuve el amargo presentimiento de que nuestra revolucion se limitaria a dar nombres como Temor de Dios o Perseverancia a los ninos hambrientos, en lugar de ponerles el de algun santo. Pense en la naturalidad con que Cromwell habia hablado de falsear pruebas para llevar al cadalso a personas inocentes, y en Mark describiendome a los codiciosos que se presentaban en Desamortizacion para intentar obtener las propiedades de los monasterios. Nuestro nuevo mundo no era una comunidad cristiana; nunca lo seria. En el fondo, no era mejor que el viejo, ni estaba menos sometido al poder y la vanidad. Recorde a las multicolores y mutiladas aves del almacen chillandose unas a otras sin ton ni son, y me parecieron una imagen de la misma corte del rey, donde papistas y reformistas gesticulaban y alborotaban disputandose el poder. Y yo, en mi voluntaria ceguera, me habia negado a ver lo que tenia ante los ojos. A los hombres les asusta el caos del mundo, me dije, y la insondable eternidad del mas alla. Por eso fabricamos teorias para explicarnos sus terribles misterios y convencernos de que estamos seguros en este mundo y lo estaremos en el otro.

De pronto, comprendi que una ceguera de otra especie me habia impedido ver lo que realmente habia ocurrido en Scarnsea. Me habia dejado atrapar en una tela de arana de falsas certezas sobre las realidades del mundo; pero bastaba con eliminar una de ellas para que el espejo deformante se transformara en otro de limpio cristal. En la soledad de la nave, me quede boquiabierto. Comprendi quien habia matado a Singleton y por que; una vez dado ese paso, todo encajo. Tambien comprendi que disponia de poco tiempo. Durante unos instantes, segui sentado en el banco, con la boca aun abierta y respirando pesadamente. Luego abandone la iglesia y, tan rapido como me permitio el caballo, volvi al lugar en el que, si estaba en lo cierto, encontraria la ultima pieza del rompecabezas: la Torre.

Cuando volvi a cruzar el puente, ya habia oscurecido y la explanada de la Torre estaba iluminada con antorchas. Casi corriendo, cruce el Gran Hall y llegue al despacho del senor Oldknoll. El armero seguia alli, copiando datos de un documento a otro.

– ?Doctor Shardlake! Espero que os haya cundido el dia. Mas que a mi, al menos.

– Necesito hablar con el jefe de los carceleros urgentemente. ?Podriais acompanarme a las mazmorras? No puedo perder el tiempo dando vueltas hasta encontrarlo.

Oldknoll debio de leer la importancia del asunto en mi rostro, porque se puso en pie de inmediato. -Os llevare ahora mismo.

El armero cogio un enorme manojo de llaves, me acompano fuera y le quito la antorcha al primer soldado con el que nos cruzamos. Cuando atravesabamos el Gran Hall, me pregunto si habia estado en las mazmorras alguna vez.

– Nunca, gracias a Dios.

– Es un lugar siniestro. Y uno de los mas concurridos que conozco.

– Si. A veces me pregunto hacia donde vamos.

– Hacia un pais plagado de herejes, hacia eso vamos. Papistas y evangelistas locos. Deberiamos colgarlos a todos.

Bajamos por una angosta escalera de caracol. El aire apestaba a humedad, y las paredes, cubiertas de una viscosidad verdosa, parecian sudar gruesas gotas de agua. Estabamos por debajo del nivel del rio.

Al final de la escalera habia una reja de hierro, al otro lado de la cual un grupo de hombres permanecian de pie alrededor de una mesa atestada de papeles, en medio de una gran sala iluminada con antorchas. Un guardia con la librea de la Torre se acerco a hablar con Oldknoll a traves de los barrotes.

– Me acompana un comisionado del vicario general -le dijo el armero-.Necesita ver al jefe de los carceleros.

– Por aqui, senores -dijo el guardia abriendonos la reja-. El senor Hodges esta muy atareado; hoy nos han traido a un monton de individuos acusados de ser anabaptistas.

El guardia nos condujo hasta la mesa, ante la que un individuo alto y delgado revisaba documentos con otro guardia. A ambos lados de la sala habia gruesas puertas de madera con ventanucos enrejados. A traves de uno de ellos se oia a un preso recitando versiculos en voz alta:

– «?Heme aqui contra ti, dice Yahve de los ejercitos. Yo convertire en humo tus carros, y la espada devorara a tus cachorros…!»

– ?Cierra el pico, si no quieres ganarte una tanda de azotes! -grito el carcelero jefe volviendo la cabeza hacia la celda. La voz se apago y Hodges se volvio hacia mi-. Disculpadme, senor, estoy examinando las denuncias contra los nuevos prisioneros. Algunos tendran que presentarse ante lord Cromwell para que los interroguen manana mismo, y no quiero mandarle los que no son.

– Necesito informacion sobre un preso que estuvo aqui hace dieciocho meses -le explique-. ?Recuerdas a Mark Smeaton?

– Dificilmente podria olvidar esos dias, senor comisionado -respondio Hodges arqueando las cejas-. La reina de Inglaterra en la Torre… -El carcelero jefe hizo una pausa para recordar-. Si, Smeaton paso aqui la noche anterior a su ejecucion. Teniamos instrucciones de mantenerlo separado de los otros presos, porque iba a recibir varias visitas.

Asenti.

– Si, Robin Singleton vino a asegurarse de que Smeaton no se retractaria de su confesion. Y hubo otras visitas. Supongo que estaran registradas…

Hodges cambio una mirada con Oldknoll y se echo a reir.

– ?Ya lo creo, senor! Hoy en dia se registra todo, ?verdad, Thomas?

– Como minimo, por duplicado.

El carcelero jefe envio a por el registro a uno de sus hombres, que volvio al cabo de unos instantes con un libro enorme.

Hodges lo abrio.

– Dieciseis de mayo de mil quinientos treinta y seis -dijo deslizando el dedo por la pagina-. Si, Smeaton estuvo en la celda que ocupa ese alborotador-explico moviendo la cabeza hacia la puerta de la que habian salido las imprecaciones, tras la que ahora el silencio era total.

– ?Sus visitantes? -le pregunte con impaciencia acercandome a mirar por encima de su hombro.

Hodges se aparto disimuladamente y volvio a inclinarse sobre el registro. Puede que algun jorobado le hubiera traido mala suerte con anterioridad.

– Veamos… Singleton vino a las seis. Otro visitante, que figura como «pariente», a las siete, y un sacerdote, a las ocho. Seria el capellan de la Torre, el hermano Martin, que vendria a confesarlo antes de la ejecucion. ?Condenado Fletcher! Mira que le tengo dicho que ponga siempre los nombres…

Deslice el dedo por la pagina y lei los nombres de los demas presos.

– «Jerome Wentworth, llamado Jerome de Londres, monje de la Cartuja de Londres.» Si, tambien esta. Pero necesito saber quien era ese pariente, Hodges, y con urgencia. ?Quien es Fletcher? ?Uno de tus guardias?

– Si, uno al que no le gusta escribir y, cuando lo hace, no se le entiende.

– ?Esta de servicio?

– No, comisionado, esta de permiso para asistir al entierro de su padre, en Essex. No volvera hasta manana a mediodia.

– ?Entrara de servicio?

– A la una.

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