acercaba a mi.

La estreche entre mis brazos; ella murmuro:

—?Mas fuerte! — Y al cabo de un rato — ?Kris!

—?Que?

— Te amo.

Estuve a punto de gritar.

La manana era roja. El disco abotagado del sol trepaba por el horizonte.

Una carta me esperaba, en el umbral; la abri. Oia a Harey, que tarareaba en el cuarto de bano. De vez en cuando asomaba la cabeza y yo le veia la cara, oculta a medias por los cabellos mojados.

Fui hasta la ventana y lei:

Kelvin, la cosa se pone en marcha. Sartorius ha pensado que si recurrieramos a ciertas formas de energia lograriamos desestabilizar las estructuras de neutrinos. Querria examinar cierta cantidad de plasma F en orbita. Propone que hagas un vuelo de reconocimiento y que lleves plasma en la capsula. La decision es cosa tuya, pero tenme al corriente. Yo no tengo opinion. Me parece que ya no tengo nada. Si prefiero que aceptes, es porque al menos tendremos la impresion de estar dando un paso adelante. Si no, no nos queda otra cosa que envidiar a G.

Tu Rata Vieja.

P.S. No entres en la cabina de radio; eso es todo lo que te pido. Puedes telefonear.

Se me encogio el corazon leyendo esta carta. La repase atentamente una vez mas, luego la rompi y arroje los trocitos de papel en el fregadero.

Busque un traje de vuelo para Harey. Repeti los movimientos de la comedia abominable que habia imaginado el otro dia. Pero Harey no recordaba nada. Cuando le dije que debia partir en viaje de reconocimiento y le propuse acompanarme, se alegro mucho.

Hicimos un alto en la cocina, juntos preparamos el desayuno — Harey comio muy poco— y luego fuimos a la biblioteca.

Antes de cumplir la mision que Sartorius habia sugerido, yo queria echar un vistazo a la literatura que trataba de los campos magneticos y las estructuras de neutrinos. Sin saber aun como, habia decidido examinar paso a paso las actividades del eminente fisico. Evidentemente, me decia, cuando el desestabilizador de neutrinos estuviese a punto, yo no impediria que Snaut y Sartorius « se liberaran »; podia llevar conmigo a Harey y esperariamos el fin de la operacion en algun lugar exterior: en la cabina de un vehiculo volante. Yo estaba trabajando con la bibliotecaria automatica, que respondia a mis operaciones eyectando una ficha donde se leia la laconica inscripcion « Falta en el catalogo », o amenazaba ahogarme bajo una catarata de obras de fisica especializada. Sin embargo, yo no tenia ganas de abandonar la vasta sala circular; me sentia a mis anchas entre esas hileras de cajones repletos de microfilms y de cintas grabadas. Situada en el centro mismo de la Estacion, la biblioteca no tenia ventanas; era el sitio mas aislado en el gran caparazon de acero, y yo me sentia relajado, pese al fracaso manifiesto de mis busquedas.

Errando a traves del inmenso salon, me detuve de pronto ante una estanteria que llegaba al cielo raso y cuyos anaqueles soportaban el peso de unos seiscientos volumenes, todos los clasicos referidos a Solaris, comenzando por los nueve tomos de la monografia monumental y ya relativamente anticuada de Giese. No se trataba por cierto de un despliegue ostentoso, muy improbable aqui, sino de un homenaje respetuoso en memoria de los precursores. Saque los pesados volumenes de Giese, y sentandome en el brazo de un sillon me puse a hojearlos. Tambien Harey habia encontrado material de lectura; por encima de su hombro descifre algunas lineas. Habia elegido uno de los numerosos libros traidos por la primera expedicion, El cocinero interplanetario,volumen que tal vez hubiera pertenecido a Giese. Harey estudiaba con atencion las recetas de cocina adaptadas a las condiciones severas de la cosmonautica; no dije nada y volvi a la estimable obra que tenia en las rodillas: Solaris. Diez anos de exploracionhabia aparecido en la coleccion Solariana,tomos 4 a 13; la numeracion de los ultimos volumenes tenia ya cuatro cifras.

Giese carecia de lirismo; empero, en el estudio de Solaris, un punto de vista lirico es inconveniente. La imaginacion y las hipotesis prematuras son particularmente nefastas cuando se trata de un planeta en el que todo al fin resulta posible. Es muy cierto que la descripcion inverosimil de las metamorfosis « plasmaticas » del oceano quiza traduzca fielmente los fenomenos observados, aun cuando esa descripcion sea inverificable, pues el oceano rara vez se repite. El caracter extrano, el gigantismo de estos fenomenos deja estupefacto a quien los observa por primera vez; fenomenos analogos serian considerados un simple « capricho de la naturaleza », una manifestacion accidental de fuerzas ciegas, si se las observase en escala reducida, en un cenagal. En suma, el genio y el espiritu mediocre quedan perplejos por igual ante la diversidad inagotable de las formaciones solaristas: ningun hombre se ha familiarizado realmente con los fenomenos del oceano vivo. Giese no era un espiritu mediocre, ni tampoco un genio. Era un clasificador pedante, uno de esos hombres a quienes una compulsiva dedicacion al trabajo preserva de las presiones de la vida cotidiana. La terminologia de Giese era relativamente comun, completada con terminos inventados por el, insuficientes y hasta poco afortunados. Pero ha, de admitirse que ningun sistema semantico de los conocidos hasta ahora podria describir la conducta del oceano. Los « arboles-montana », los « lon-gus », los « fungoides », los « mimoides », las « simetriadas » y « asimetriadas », las « vertebridas » y los « agilus », son terminos linguisticamente bastardos, pero alcanzan a dar una idea de Solaris a quien haya visto el planeta solo en fotografias borrosas y peliculas incompletas. En realidad, nuestro escrupuloso clasificador ha pecado mas de una vez por imprudencia, sacando conclusiones prematuras. Los hombres estan siempre emitiendo hipotesis, aunque desconfien de ellas. Giese, que se creia a salvo de la tentacion, consideraba que los « longus » entraban en la categoria de formas basicas; los comparaba a acumulaciones de olas gigantescas, similares a las mareas de los oceanos terrestres. En la primera edicion de su obra puede descubrirse que en un principio los llamo « mareas », inspirado por un geocentrismo que podriamos considerar divertido, si no traicionara explicitamente el dilema de Giese. Ha de precisarse que las dimensiones de los « longus » superan a las del gran canon del Colorado, y que estos fenomenos ocurren en una materia que en la superficie parece un coloide espumoso (durante esta fantastica « fermentacion » la espuma se solidifica en festones de encaje almidonado de mallas enormes; algunos expertos hablan de « tumores osificados »), mientras que abajo la sustancia se vuelve cada vez mas firme, como un musculo tenso, un musculo que a unos quince metros de profundidad es duro como roca, y no obstante flexible. El « longus » propiamente dicho parece ser una creacion independiente, se extiende a lo largo de varios kilometros entre paredes membranosas distendidas donde asoman « excrecencias osificadas ». Giese comparo al « longus » con una piton colosal que luego de haber devorado una montana, la digiere en silencio, imprimiendo de vez en cuando a su cuerpo reptante un lento movimiento de vibracion. El « longus » presenta esa apariencia de reptil letargico solo cuando se lo observa desde muy arriba. Cuando uno se acerca, y las dos « paredes de canon » se alzan en varios centenares de metros por encima del aparato volante, se advierte que ese cilindro inflado, que va de horizonte a horizonte, esta animado de un movimiento vertiginoso. Se observa en primer termino la rotacion continua de una materia oleosa de color verde gris, que refleja la enceguecedora luz del sol; pero si el aparato continua descendiendo hasta casi tocar el « dorso del reptil » (las aristas del « canon » que albergan al « longus » se asemejan entonces a las crestas de una falla geologica), se comprueba que el movimiento es mucho mas complicado: remolinos concentricos, donde se entrecruzan corrientes mas oscuras.

A veces, ese « manto » se convierte en una corteza lustrosa que refleja el cielo y las nubes, y es acribillada luego por las erupciones detonantes de los gases y fluidos internos. El observador advierte poco a poco que esta mirando un centro de fuerzas de donde se alzan al cielo las dos vertientes gelatinosas, que luego cristalizan lentamente. La ciencia, no obstante, no acepta las evidencias sin pruebas y unas discusiones virulentas se sucedieron durante anos. El tema principal: la sucesion de los fenomenos en el seno de esos « longus » que surcan por millones las inmensidades del oceano vivo.

Se atribuyeron a estos « longus » distintas funciones organicas; segun unos transformaban la materia; otros descubrian procesos respiratorios; otros llegaban a sugerir que por alli pasaban las materias alimenticias. El polvo de las bibliotecas ha sepultado el repertorio infinito de las suposiciones. Experiencias fastidiosas, a veces peligrosas, eliminaron todas las hipotesis. Hoy solo se habla de los « longus » como formaciones relativamente simples y que se mantienen estables varias semanas, particularidad excepcional entre los fenomenos observados en el planeta.

Los « mimoides » son formaciones notablemente mas complejas y extranas, y provocan en el observador una

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