pastos para los rebanos de terneras que darian la carne para la salsa; en el espacio que seria necesario para que el Sol llegase con sus rayos a madurar el trigo; en el espacio para que de las nubes de gases estelares el Sol se condensara y ardiera; en la cantidad de estrellas y galaxias y aglomeraciones galacticas en fuga por el espacio que serian necesarias para tener suspendida cada galaxia, cada nebulosa, cada sol, cada planeta, y en el mismo momento de pensarlo ese espacio infatigablemente se formaba, en el mismo momento en que la senora Ph(i)Nko pronunciaba sus palabras: -…los tallarines, ?eh, muchachos!-; el punto que la contenia a ella y a todos nosotros se expandia en una irradiacion de distancias de anos-luz y siglos-luz y millones de milenios-luz, y nosotros lanzados a las cuatro puntas del Universo (el senor Pbert Pberd hasta Pavia), ella disuelta en no se que especie de energia luz calor, ella, la senora Ph(i)Nko, la que en medio de nuestro cerrado mundo mezquino habia sido capaz de un impulso generoso, el primer '?Muchachos, que tallarines les serviria!', un verdadero impulso de amor general, dando comienzo a la vez al concepto de espacio y al espacio propiamente dicho, y al tiempo, y a la gravitacion universal, y al universo gravitante, haciendo posibles millones de soles, y de planetas, y de campos de trigo, y de senoras Ph (i)Nko dispersas por los continentes de los planetas que amasan con los brazos untados y generosos y enharinados y desde aquel momento perdida y nosotros llorandola.

Sin colores

Antes de que se formaran la atmosfera y los oceanos, la Tierra debia tener el aspecto de una pelota gris rodando en el espacio. Como ahora la Luna: alli donde los rayos ultravioletas irradiados por el Sol llegan sin filtrarse, los colores quedan destruidos; por eso las rocas de la superficie lunar, en vez de ser coloreadas como las terrestres, son de un gris muerto y unifonne. Si la Tierra muestra un rostro multicolor es gracias a la atmosfera que filtra esa luz mortifera.

Un poco monotono -confirmo Qfwfq- pero sedante. Recorria millas y millas a toda velocidad como cuando no hay aire de por medio, y no veia mas que gris sobre gris. Ningun contraste neto: el blanco verdaderamente blanco, si lo habia, estaba en el centro del Sol y no era posible siquiera acercarsele con la mirada; negro verdaderamente negro, no habia ni siquiera la oscuridad de la noche, dada la gran cantidad de estrellas siempre a la vista. Se me abrian horizontes no interrumpidos por cadenas montanosas que apenas acertaban a despuntar, grises en torno a grises llanuras de piedra; y por mas que atravesara continentes y continentes, no llegaba nunca a una orilla, porque oceanos y lagos y rios yacian quien sabe donde bajo tierra.

Los encuentros en aquellos tiempos escaseaban: ?eramos tan pocos! Con los ultravioletas, para poder resistir no habia que tener demasiadas pretensiones. La falta de atmosfera sobre todo se hacia sentir de muchas maneras; vean por ejemplo los meteoros: granizaban desde todos los puntos del espacio, porque faltaba la estratosfera en la que golpean ahora como en un techo, desintegrandose. Ademas, el silencio: ?Inutil gritar! Sin aire que vibrara, eramos todos mudos y sordos. ?Y la temperatura? No habia nada alrededor que conservase el calor del Sol; y al caer la noche, hacia un frio de quedarse duro. Afortunadamente, la corteza terresere se calentaba desde abajo, con todos aquellos minerales fundidos que iban comprimiendose en las entranas del planeta; las noches eran cortas (como los dias: la Tierra giraba mas velozmente sobre si misma); yo dormia abrazado a una roca caliente, caliente; el frio seco, alrededor, daba gusto. En una palabra, en cuanto a clima, para ser sincero, yo personalmente no me encontraba demasiado mal.

Entre tantas cosas indispensables que nos faltaban, comprenderan que la ausencia de colores era el problema menor: aunque hubieramos sabido que existian los habriamos considerado un lujo fuera de lugar. Unico inconveniente: el esfuerzo de la vista cuando habia que buscar algo o a alguien, porque siendo todo igualmente incoloro era dificil distinguirlo de lo que estaba atras o alrededor. A duras penas se conseguia individualizar lo que se movia: el rodar de un fragmento de meteorito, o el serpentino abrirse de un abismo sismico, o un chorro de lapilli.

Aquel dia corria yo por un anfiteatro de rocas porosas como esponjas, todo perforado de arcos detras de los cuales se abrian otros arcos: en una palabra, un lugar accidentado en el que la ausencia de color se jaspeaba de esfumadas sombras concavas. Y entre las pilastras de esos arcos incoloros vi algo como un relampago incoloro que corria veloz, desaparecia y reaparecia mas lejos: dos resplandores acoplados que aparecian y desaparecian de repente; aun no habia comprendido que eran y ya corria enamorado siguiendo los ojos de Ayl.

Me meti en un desierto de arena; avanzaba hundiendome entre dunas siempre de algun modo diversas y, sin embargo, casi iguales. Segun el punto desde el que se las mirara, las crestas de las dunas eran como relieves de cuerpos acostados. Alla parecia modelarse un brazo cerrandose sobre un tierno seno, con la palma tendida bajo una mejilla inclinada; mas aca, asomar un pie joven de pulgar esbelto. Alli parado, observando aquellas posibles analogias, deje transcurrir un buen minuto antes de darme cuenta de que bajo mis ojos no habia una cresta de arena, sino el objeto de mi persecucion.

Yacia, incolora, vencida por el sueno, en la arena incolora. Me sente al lado. Era la estacion -ahora lo se- en que la era ultravioleta llegaba a su termino para nuestro planeta; un modo de ser que estaba por terminar desplegaba su extrema culminacion de belleza. Jamas nada tan bello habia recorrido la tierra como el ser que tenia ante mi vista.

Ayl abrio los ojos. Me vio. Creo que primero no me distinguio -como me habia sucedido a mi- del resto de aquel mundo arenoso; que despues reconocio en mi la presencia desconocida que la habia seguido y se asusto. Pero al final parecio comprender nuestra comun sustancia y hubo un temblor entre timido y risueno en su mirada que me hizo lanzar, de felicidad, un ganido silencioso.

Me puse a conversar, todo con gestos. -Arena. No arena -dije, senalando primero en torno y luego nosotros dos.

Hizo una senal de que si, habia entendido.

– Roca. No roca -dije, por seguir desarrollando el tema. Era una epoca en que no disponiamos de muchos conceptos: designar, por ejemplo, lo que eramos nosotros dos, lo que teniamos de comun y de diverso, no era empresa facil.

– Yo. Tu no yo -trate de explicarle con gestos.

Se contrario.

– Si. Tu como yo, pero mas o menos -corregi.

Se habia tranquilizado un poco, pero desconfiaba todavia.

– Yo, tu, juntos, corre, corre -trate de decir.

Lanzo una carcajada y escapo.

Corriamos por la cresta de los volcanes. En el gris meridiano el vuelo de los cabellos de Ayl y las lenguas de fuego que se alzaban de los crateres se confundian en un batir de alas palido e identico.

– Fuego. Pelo -le dije-. Fuego igual pelo.

Parecia convencida.

– ?No es cierto que es lindo? -pregunte.

– Lindo -contesto.

El Sol ya se hundia en un crepusculo blanquecino. Sobre un despenadero de piedras opacas, los rayos pegando al sesgo hacian brillar algunas.

– Piedras alla nada iguales. Lindas, ?eh? -dije.

– No -contesto, y desvio la mirada.

– Piedras alla lindas, ?eh? -insisti, senalando el gris brillante de la piedra.

– No.

Se negaba a mirar.

– ?A ti, yo, piedras alla -le ofreci.

– ?No, piedras aqui! -respondio Ayl y tomo un punado de las opacas. Pero yo ya habia corrido adelante.

Volvi con las piedras brillantes que habia recogido, pero tuve que forzarla para que las tomase.

– ?Lindo! -trataba de convencerla.

– ?No! -protestaba, pero despues las miro; lejos del reflejo solar, eran piedras opacas como las otras; y solo entonces dijo-: ?Lindo!

Cayo la noche, la primera que pase abrazado no a una roca, y por eso quizas me parecio cruelmente corta. Si la

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