volver a pasar pronto por aqui, no puede ser que dejen al pobre Eugen de este modo, no pueden dejarlo en el suelo toda la noche.
Me acerque en silencio a la ventana del pabellon y lance una mirada al interior, como si fuera un vulgar ladron. El cadaver seguia en el suelo, pero lo habian cubierto con una manta a cuadros escoceses. Quiza por ello recorde que en una ocasion lo habia visto actuar en el papel de Macbeth, y al instante resonaron en mi mente las palabras de lady Macbeth:
Volvi a sentir escalofrios, y de nuevo aquel agotamiento, el sudor helado que me empapaba el cuerpo, la fiebre… Pero hice un esfuerzo y me sobrepuse a todo ello. ?Vaya estupidez!, me dije; estos versos verdaderamente no pintan nada aqui. Abri la puerta con determinacion y entre, pero mi coraje cedio al instante dando paso a un angustioso temor: por primera vez estaba a solas con el muerto.
Yacia en el suelo cubierto con la manta y de su cuerpo no se veia mas que la mano derecha. Ya no tenia el revolver, alguien se lo habia quitado y lo habia puesto sobre la mesita que habia en el centro de la habitacion. Avance un poco para poder contemplar el arma mas de cerca, y en aquel instante me di cuenta de que no estaba solo.
El ingeniero se encontraba detras del escritorio, junto a la pared, agachado y contemplando algo que yo no alcanzaba a ver. Fuera lo que fuera, lo miraba con tanta atencion que se hubiera dicho que habia quedado hipnotizado por la contemplacion del dibujo de la alfombra. Se giro al oir mis pasos.
– ?Ah! Es usted, baron. ?Vaya un aspecto que tiene! -Y sin esperar a que yo dijera nada anadio -: ?En fin! Al parecer Dina se lo ha tomado con coraje.
Estaba de pie ante mi, con los brazos en jarras, las manos hundidas en los bolsillos del pantalon, un cigarrillo entre los labios. ?En la habitacion de un muerto y fumandose un cigarrillo!, pense escandalizado. Y la verdad es que daba la impresion de ser la frivolidad y la despreocupacion en persona.
– Es la primera vez que esta usted ante un muerto, ?no? ?Afortunado usted, baron, que es oficial en tiempos de paz! Ahora mismo me estaba fijando en ello: ?anda usted con tanto cuidado! No tenga miedo de hacer ruido, que ese no se despierta.
No respondi. Tiro con gran seguridad su cigarrillo en el cenicero que habia sobre el escritorio, a algunos pasos de el. Inmediatamente encendio otro.
– Provengo del Baltico. ?Lo sabia usted? Naci en Mitau, y me toco participar en la guerra ruso-japonesa.
– ?Estuvo en Sushima? -aventure. No se por que me vino a la memoria precisamente el nombre de aquella batalla naval. Pense que el debia de haber sido ingeniero naval o algo por el estilo.
– No, Munho -me respondio-. ?Ha oido usted alguna vez ese nombre?
Lo negue con la cabeza.
– Munho. No se trata de ningun lugar, sino de un rio. Un rio de agua amarillenta que serpentea a lo largo de una tierra formada por colmas. Es mejor no pensar en ello. Una manana habia alli por lo menos quinientos muertos, o quien sabe si mas; estaban uno junto al otro, toda una linea de tiradores con las manos quemadas y los rostros amarillos y desfigurados. Algo diabolico. No hay otra palabra para definirlo.
– ?Minas de contacto?
– No, alambradas electrificadas. Mi trabajo, ?sabe? Mil doscientos voltios. A veces, cuando me acuerdo de ello, me digo: ?Que quieres? Se trata del lejano Oriente, a dos mil millas de aqui, han pasado ya cinco anos, y todo lo que viste se ha convertido en ceniza y polvo. No me sirve de nada. Esas cosas permanecen clavadas en la memoria, esas cosas no hay quien las olvide.
Se quedo callado y echo una bocanada de humo formando bellos anillos en el aire. Todo lo que estaba relacionado con el fumar se habia convertido para el en un juego de malabaristas.
– Y ahora quieren acabar con las guerras -siguio al cabo de un rato -. ?Acabar con las guerras! ?Y acaso va a servir de algo? Eso que tiene usted ahi -y senalo con su indice hacia el revolver-, con eso es con lo que quieren acabar, y con todo lo que se le parece. ?De que va a servir? De todos modos no podran acabar con la bajeza de los hombres, y de todas las armas mortales que conozco esta es la peor de todas.
?Por que me estara contando todas esas cosas a mi?, me pregunte entre sorprendido e inquieto. ?Por que me mirara de ese modo tan extrano? ?Acaso esta insinuando tambien que yo soy el culpable de la muerte de Eugen Bischoff? En voz baja le dije:
– Se ha quitado la vida por decision propia.
– ?Ah si? ?Por decision propia, dice usted? -exclamo el ingeniero con una vehemencia re pentina que no pudo menos que asustarme-. ?Esta usted completamente seguro? Quiero de cirle algo, baron. He sido el primero en llegar.
La puerta estaba cerrada por dentro. He tenido que romper el cristal de la ventana, ahi puede ver usted todavia los trozos. He visto su rostro, he sido el primero en ver su rostro. Y se lo digo yo: el terror que desfiguro las caras de aquel medio millar de soldados en el rio Munho que, mientras subian por la ladera de una colina en medio de la oscuridad ya sabian que en el proximo instante iban a quedar enganchados en el cable de alta tension, aquellos rostros, sabe usted, no eran nada comparados con la expresion que tenia el de Eugen Bischoff en el momento de morir. Ha sentido miedo, un miedo atroz por algo que desconocemos. Y acuciado por este miedo ha acudido al revolver, como si fuera un refugio para el. ?Dice usted que se ha quitado la vida por decision propia? No, baron, no. Eugen Bischoff ha sido arrastrado a la muerte.
Y dicho esto, levanto levemente la manta que cubria el cadaver para echar un vistazo a aquel rostro rigido e inexpresivo.
– Arrastrado a la muerte con un latigazo. -Y estas palabras las pronuncio con un sobrecogimiento en la voz que no se correspondia para nada con su estado de animo de hacia un momento.
Desvie la vista. Aquello era superior a mis fuerzas.
– De modo que usted opina -dije al cabo de un rato haciendo un verdadero esfuerzo para hablar, pues tenia un nudo en la garganta-, usted es de la opinion, si no le he comprendido mal, que de algun modo se ha enterado…
– ?De que me esta usted hablando?
– Seguramente usted sabra ya que el banco en el que tenia depositado su dinero ha cerrado sus puertas por bancarrota.
– ?Ah, si? Pues mire, eso no lo sabia. Usted es la primera persona que me habla de ello. Pero no, baron, no ha sido eso. El miedo que se habia dibujado en su rostro era de otro tipo. ?Dinero? No. No ha sido una cuestion de dinero. Deberia haber visto su rostro, es algo que no puede ser explicado tan facilmente. Cuando entre en la habitacion -prosiguio tras unos instantes de silencio- todavia podia hablar. Fueron solo algunas palabras y aun alcance a entenderlas, a pesar de que, mas que dichas, fueron exhaladas. Palabras muy extranas, si. Aunque, claro, en labios de un moribundo…
Comenzo a ir de un lado a otro de la habitacion, sacudiendo la cabeza.
– Extranas palabras. En realidad, lo conocia tan poco. Uno sabe tan pocas cosas de los de mas. Usted lo conocia mejor, o por lo menos desde hacia mas tiempo. Digame: ?cual era la postura de Bischoff con respecto a la religion? Quiero decir, ?lo consideraba usted un hombre creyente?
– ?Creyente dice usted? Era supersticioso, como la mayoria de los actores. Supersticioso en los detalles, eso si, pero creyente en el sentido de devoto no, al menos yo nunca se lo habia notado.
– Y sin embargo, ?hubo de ser este su ultimo pensamiento? ?Precisamente este cuento de ninos? -pregunto el ingeniero mirandome fijamente a los ojos.
No dije nada, no sabia de que me estaba hablando. Seguramente tampoco esperaba una respuesta.
–
Tomo el revolver de la mesa y lo miro de un modo que dejaba entrever que estaba pensando en otra cosa. Despues volvio a dejarlo en su sitio.
– ?Como consiguio este arma? -pregunte-. ?Era suya?
Mi pregunta lo hizo volver a la realidad.
– ?Como? ?El revolver? Si, era suyo. Segun Felix lo llevaba siempre encima. Cuando volvia tarde a casa y ya se habia hecho de noche tenia que pasar a traves de descampados y edificios en obras, lugares idoneos para los canallas poco amantes de la luz. Temia los encuentros nocturnos, y el revolver siempre estaba cargado, a punto para ser utilizado: esto fue precisamente lo que le condeno. Un salto por la ventana en su caso no hubiera supuesto nada grave: un par de magulladuras, un pie torcido, y quiza ni esto.