– ?Nada mas? ?Algo que quieras contarme?
– No. Nada.
– Imagino que eres consciente de que, tarde o temprano, averiguare cuanto me interesa saber.
– Si.
Ya Ru asintio reflexivo.
– Eres una buena persona, Ma Li. Y yo tambien. Sin embargo, me molesta y me llena de amargura que sean deshonestos conmigo.
– No te he ocultado nada.
– Bien. Tienes dos nietos, ?verdad? A los que amas por encima de todo.
Vio que Ma Li daba un respingo, como alarmada.
– ?Es eso una amenaza?
– En absoluto. Solo estoy dandote la oportunidad de decirme la verdad.
– Ya te la he dicho. Hong me hablo del miedo que le infundia el rumbo del desarrollo de China. Nada de amenazas ni de rumores.
– Bien, en ese caso, te creo.
– Me das miedo, Ya Ru. ?De verdad crees que merezco que me atemorices?
– Yo no te he asustado. Fue Hong, con su carta misteriosa. Habla de ello con su espiritu. Y pidele la paz para la zozobra que te embarga.
Ya Ru se levanto y Ma Li lo acompano hasta la salida, donde se estrecharon la mano. Luego, el se subio al coche y se marcho, en tanto que Ma Li volvia a su despacho…, donde vomito en el lavabo.
Acto seguido, se sento dispuesta a memorizar palabra por palabra la carta que Hong le habia entregado y que ella guardaba en un cajon de su escritorio.
«Hong murio a causa de la ira», concluyo Ma Li. «Fuera lo que fuera lo que le sucedio. En realidad nadie ha sabido aun darme una explicacion satisfactoria de como se produjo aquel accidente.»
Antes de salir del despacho aquella noche, rompio la carta y arrojo los restos al inodoro. Seguia asustada y sabia que, a partir de aquel momento, se veria obligada a vivir con la amenaza de Ya Ru. A partir de aquel momento, el estaria siempre cerca.
Ya Ru paso la noche en uno de sus clubes de Sanlitun, la zona de ocio de Pekin. En uno de los reservados se sento a descansar, mientras que Li Wu, una de las duenas del club, le daba un masaje en la nuca. Li era mas o menos de su edad. Y hubo un tiempo en que fue su amante. Aun pertenecia al reducido grupo de personas en las que Ya Ru confiaba y, aunque se pensaba muy bien que decirle y que ocultarle, sabia que le era leal.
Li se desnudaba para darle los masajes. La musica del club se oia lejana, la habitacion estaba sumida en una semipenumbra que apenas iluminaba el rojo papel pintado de las paredes.
Ya Ru reviso mentalmente la conversacion con Ma Li. «Todo es cosa de Hong», concluyo para si. «Cometi un grave error al confiar durante tanto tiempo en su lealtad a la familia.»
Li continuo masajeando su espalda. De repente, Ya Ru le agarro la mano y se sento de un salto.
– ?Te he hecho dano?
– Necesito estar solo, Li. Volvere a llamarte mas tarde.
La mujer se marcho, mientras Ya Ru se cubria con una sabana. Se preguntaba si no habria errado el razonamiento. Si la cuestion no era que decia la carta que Hong le habia entregado a Ma Li.
«Supongamos que Hong hablo con alguien», se dijo. «Alguien que pensaba que a mi no me preocuparia demasiado.»
De repente recordo las palabras de Chan Bing acerca de la jueza sueca que tanto interes habia despertado en Hong. ?Que le habria impedido hablar con ella y hacerle confidencias indebidas?
Ya Ru se tumbo en la cama. Despues del masaje que Li le habia dado con sus delicados dedos, el cuello le dolia menos.
A la manana siguiente llamo a Chan Bing y fue derecho al grano.
– Mencionaste algo de una jueza sueca con la que mi hermana estuvo en contacto. ?A proposito de que?
– Se llamaba Birgitta Roslin. Fue un robo normal y corriente. La hicimos venir a identificar a los agresores, pero no reconocio a ninguno. En cambio, si que hablo con Hong sobre una serie de asesinatos cometidos en Suecia, segun ella sospechaba, a manos de un chino.
Ya Ru se quedo helado. Era mucho peor de lo que el creia. Existia una amenaza capaz de causarle mucho mas dano que las sospechas de corrupcion. Se apresuro a concluir la conversacion con Chan Bing rematandola con las consabidas frases de despedida.
Y, mentalmente, fue preparandose para una mision que tendria que ejecutar en persona, puesto que Liu ya no estaba.
Aun le quedaba algo por llevar a cabo. Su victoria sobre Hong no era aun completa.
Chinatown, Londres
34
Llovia de forma copiosa la manana de mediados de mayo en que Birgitta Roslin acompano a su familia a Copenhague, desde donde partirian para emprender sus vacaciones en Madeira. Tras no poca angustia y numerosas conversaciones con Staffan, decidio no ir con ellos. La prolongada baja por enfermedad de hacia unos meses le impidio solicitarle a su jefe unas vacaciones. El juzgado seguia sobrecargado de casos que aguardaban a ser juzgados. Simplemente, no podia marcharse.
Llegaron a Copenhague bajo una abundante lluvia. Staffan, que tenia billetes de tren gratis, insistio en que tomasen el tren hasta el aeropuerto de Kastrup, donde aguardaban sus hijos, pero ella se empeno en llevarlo en coche. Se despidio de ellos en la terminal de salidas y se sento en una cafeteria a observar el flujo de personas cargadas de maletas y de suenos en que viajaban a tierras lejanas.
Llamo a Karin unos dias antes para avisarla de que iria a Copenhague. Pese a que habian transcurrido varios meses desde que regresaron de Pekin, aun no habian tenido la posibilidad de volver a verse. Birgitta Roslin se entrego de lleno al trabajo en cuanto le dieron el alta. Hans Mattsson la recibio con los brazos abiertos, le coloco un jarron de flores sobre la mesa y, un segundo despues, le planto un monton de demandas pendientes que debian ir a juicio lo antes posible. Precisamente entonces, a finales de marzo, se discutio en la prensa local del sur de Suecia el tema de la lentitud de los tribunales suecos. Hans Mattsson, cuyo caracter no podia considerarse combativo, no respondio, segun Birgitta y sus colegas, con la contundencia necesaria, pues nada dijo sobre lo desesperado de la situacion de los juzgados y, sobre todo, de las consecuencias de los recortes del Gobierno. En tanto que sus colegas grunian y se enfurecian ante la gran cantidad de trabajo que pesaba sobre ellos, Birgitta Roslin sintio una serena alegria al verse de nuevo en su puesto. Volvio a quedarse en el despacho tan a menudo y hasta tan tarde, que Hans Mattsson le advirtio que, de continuar asi, no tardaria en sobrepasar sus limites y caer enferma de nuevo.
– No estaba enferma -objeto Birgitta-. Solo tenia la tension alta y los valores sanguineos por los suelos.
– He ahi la respuesta de un buen demagogo -observo Hans Mattsson-. No la de una jueza sueca que sabe que tergiversar las cosas puede conducir a lo peor.
De ahi que solo hubiese hablado por telefono con Karin Wiman. Habian intentado quedar en dos ocasiones, pero en ambos casos se les presentaron problemas de ultima hora. Sin embargo, aquel lluvioso dia, en Copenhague, Birgitta estaba libre. Tenia que volver al juzgado al dia siguiente y decidio pasar la noche con Karin. Llevaba en el bolso las fotografias del viaje y, con la curiosidad de una nina, ansiaba ver las tomadas por Karin.
Ya sentian el viaje a Pekin como algo lejano. Se preguntaba si el que los recuerdos se esfumasen con tanta rapidez seria cosa de la edad. Miro a su alrededor en la cafeteria, como si buscase a alguien capaz de darle una