respuesta. En un rincon habia dos mujeres arabes cuyos rostros apenas se veian. Una de las dos estaba llorando.

«Ellas no pueden responder a mi pregunta», se dijo. «?Quien, sino yo misma, podria hacerlo?

Birgitta y Karin habian quedado en verse para comer en un restaurante situado en una de las calles perpendiculares a Stroget. Birgitta habia pensado ir de tiendas en busca de un traje para los juicios, pero la lluvia le quito las ganas. Se quedo en Kastrup haciendo tiempo antes de tomar un taxi para ir a la ciudad, puesto que no estaba segura de dar con el lugar. Karin la saludo contenta al verla entrar en el restaurante, que estaba lleno de gente.

– ?Ya se han ido?

– Si, siempre se piensa demasiado tarde, pero es horrible mandar a toda la familia en el mismo avion.

Karin meneo la cabeza.

– No pasara nada -le aseguro-. El avion es el medio mas seguro de viajar.

Almorzaron, miraron las fotografias y recordaron el viaje. Mientras Karin hablaba, Birgitta se sorprendio pensando, por primera vez en mucho tiempo, en el incidente del robo del que fue victima. En Hong, que aparecio ante su mesa de aquel modo inopinado. En el bolso, que volvio a aparecer. En todo aquel suceso aterrador en que se vio envuelta.

– ?Me estas escuchando? -inquirio Karin.

– Claro que si. ?Por que lo preguntas?

– No lo parece.

– Pensaba en mi familia, que ahora va por los aires.

Despues de comer pidieron un cafe. Karin propuso que se tomasen un conac como protesta contra el frio que hacia.

– Desde luego que si.

Luego tomaron un taxi para ir a casa de Karin. Cuando llegaron, la lluvia habia cesado y la capa de nubes empezo a disiparse.

– Necesito moverme -comento Birgitta-. Paso una cantidad infinita de horas sentada en mi despacho o en el juzgado.

Fueron a dar un paseo por la playa, que estaba desierta, a excepcion de unas cuantas personas mayores que habian salido a pasear con sus perros.

– ?En que piensas cuando mandas a alguien a la carcel? ?Te lo he preguntado ya alguna vez? No se si has juzgado a algun asesino… -quiso saber Karin.

– Muchas veces. Entre otros, a una mujer que asesino a tres personas. A sus padres y a un hermano menor. Recuerdo que estuve observandola durante el juicio. Era pequena y menuda, muy hermosa. Si yo hubiese sido un hombre, me habria resultado sexy. Intente detectar arrepentimiento en su expresion. Era evidente que los asesinatos fueron premeditados. No mato a palos a sus victimas en un acceso de ira. Ademas, fue literalmente asi, los mato a palos. Eso es tipico de los hombres. Las mujeres suelen utilizar cuchillos. Nosotras somos el sexo que acuchilla, mientras que los hombres golpean. Aquella mujer, en cambio, agarro un bate que su padre tenia en el garaje y les abrio la cabeza a los tres. Nada de arrepentimiento.

– ?Por que lo hizo?

– Nunca se supo.

– O sea, que estaba loca.

– No segun los que examinaron su estado mental. Al final, no me quedo mas remedio que condenarla a la maxima pena permitida por la ley. Ni siquiera apelo, algo que los jueces suelen considerar un triunfo. En este caso, no estoy tan segura.

Se detuvieron a contemplar un barco de vela que navegaba con rumbo norte por el estrecho.

– ?No crees que deberias contarmelo? -pregunto Karin.

– ?Contarte que?

– Lo que de verdad sucedio en Pekin. Se que no me contaste la verdad. Al menos, no toda la verdad, como soleis decir vosotros.

– Me asaltaron. Y me robaron el bolso.

– Eso ya lo se, pero las circunstancias, Birgitta…, no me las creo. Tuve la sensacion de que me ocultabas algo. Aunque no nos hayamos visto mucho en los ultimos anos, te conozco bien. Cuando eramos rebeldes, hace ya mucho tiempo, aprendimos a decir la verdad y a mentir al mismo tiempo. Yo jamas intentaria mentirte. O enganarte, como solia decir mi padre. Se de sobra que verias mis intenciones.

Birgitta se sintio aliviada.

– Ni siquiera yo lo entiendo -confeso-. No se por que te oculte la mitad de la historia. Tal vez porque estabas tan ocupada con el tema de la primera dinastia de emperadores… O porque ni yo misma comprendia bien lo sucedido.

Siguieron caminando por la playa y, cuando el sol empezo a calentar de verdad, se quitaron las cazadoras. Birgitta le hablo de la fotografia sacada de la camara de vigilancia instalada en el pequeno hotel de Hudiksvall y de sus esfuerzos por localizar al hombre que aparecia en la grabacion. Se lo conto todo con detalle, como si ella misma se encontrase en el lugar del testigo, bajo la mirada vigilante del juez.

– Y no me dijiste una palabra de ello -se lamento Karin cuando Birgitta concluyo su relato y emprendieron el camino de regreso.

– Senti miedo cuando te fuiste -admitio Birgitta-. Pense que acabaria pudriendome en cualquier celda subterranea. La policia podria decir despues que habia desaparecido.

– Para mi, tu actitud es indicio de falta de confianza. En realidad, deberia enfadarme.

Birgitta se detuvo frente a Karin.

– No nos conocemos tan bien -declaro-. Puede que nos lo creamos, o que deseemos que fuese asi. Cuando eramos jovenes, nuestra relacion era muy distinta a la de hoy. Somos amigas, pero no tan intimas. Quiza nunca lo fuimos.

Karin asintio. Prosiguieron caminando por la playa, mas alla de las algas, donde la arena estaba mas seca.

– Deseamos que todo se repita, que sea igual que antes -comento Karin-. Pero envejecer implica protegerse de los sentimentalismos. La amistad debe ponerse a prueba y renovarse constantemente para que sobreviva. Puede que un viejo amor no se oxide, pero si una vieja amistad.

– Bueno, el simple hecho de que ahora estemos hablando es un paso en la direccion adecuada. Es como arrancar el oxido con un cepillo con las cerdas de acero.

– ?Que ocurrio despues? ?Como termino la historia?

– Volvi a casa. La policia o una organizacion secreta registro mi habitacion. Ignoro que esperaban encontrar.

– Pero supongo que te extranaria que te quitaran el bolso, ?no?

– Por supuesto, guardaba relacion con la fotografia del hotel de Hudiksvall. Alguien queria impedir que yo me dedicase a buscar a ese hombre. Sin embargo, yo creo que Hong me dijo la verdad. China no quiere que los visitantes extranjeros vuelvan a casa contando ese tipo de «desafortunados incidentes». Sobre todo ahora, que el pais se prepara para su gran numero estrella, los Juegos Olimpicos.

– Todo un pais de mas de mil millones de habitantes que espera entre bastidores el momento de entrar en escena. Vaya una idea mas curiosa.

– Muchos cientos de millones de personas, nuestros queridos campesinos, no tendran ni idea de lo que significan los Juegos; o tal vez son conscientes de que, para ellos, la situacion no mejorara solo porque los jovenes de todo el mundo se reunan para competir en Pekin.

– Tengo un vago recuerdo de esa mujer, Hong. Era muy hermosa. Habia en ella una actitud de alerta, como si estuviese preparada para que ocurriese cualquier cosa.

– Es posible. Yo la recuerdo de otro modo. A mi me ayudo.

– ?Sabes si servia a varias personas?

– Si, he pensado en ello. No puedo responderte, porque no lo se, pero seguramente tienes razon.

Pasearon por un muelle donde aun habia muchos amarraderos vacios. Una mujer que achicaba agua de un viejo bote de madera las saludo alegremente en un dialecto que Karin apenas comprendio.

Despues del paseo, se tomaron un cafe en casa de Karin, que le hablo del trabajo que estaba realizando en ese momento, la interpretacion de varios poetas chinos y su obra desde la independencia de 1949 hasta hoy.

Вы читаете El chino
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату