Cato asintio con la cabeza baja, avergonzado. Bueno, ?por donde ibamos? -Vejigas, senor.

– ?Ah, si! Esperemos que no nos hagan falta. Si no encontramos un vado no me gustaria enfrentarme a los britanos con solo una tunica de lana entre ellos y mis partes.

Cato estuvo totalmente de acuerdo.

En aquellos momentos el sol ya se encontraba a poca altura sobre el horizonte occidental y cato volvio a mirar hacia el rio, que parecia mas ancho que nunca. Se estremecio ante la idea de tener que cruzarlo a nado; su tecnica natatoria ni siquiera podia llamarse asi.

La brillante luz del sol penetraba directamente entre los arboles y proyectaba por todo el claro un enredo de sombras con los bordes anaranjados. Un repentino y fugaz movimiento le llamo la atencion a Cato. Sin mover el cuerpo, volvio la cabeza para seguirlo. Una liebre habia saltado cautelosamente al camino desde un ortigal que se encontraba a menos de seis metros de donde estaba el. El animal se alzo sobre sus patas traseras y olisqueo el aire con prudencia. Con la cabeza y la parte superior del cuerpo rodeadas por el halo que provocaba el resplandor del sol distante, la liebre parecia un blanco tentador y Cato empezo a levantar lentamente el arco. Con ella no iban a comer todos los hombres de la centuria, pero serviria hasta que bajara por el camino algun otro animal de mas tamano.

Cato sujeto bien el arco y estaba a punto de soltar la cuerda cuando percibio otra presencia en-el claro. La liebre se dio la vuelta, salio disparada y se adentro de nuevo en la maleza.

De entre las sombras, un ciervo salio tranquilamente al claro y se dirigia hacia el otro lado, al punto donde el sendero penetraba en los arboles. Era un objetivo mucho mas grande, incluso a veinte pasos de distancia, y, sin dudarlo, Cato apunto teniendo en cuenta la caida y una tendencia a disparar alto y hacia la derecha. La cuerda zumbo, el ciervo se quedo inmovil y un haz de oscuridad atraveso el aire y cayo en la parte trasera del cuello del animal con un fuerte ?zas!

El animal se derrumbo, sacudiendo su largo cuello mientras la sangre salpicaba el sotobosque. Cato coloco rapidamente otra flecha en el arco y cruzo el claro a toda prisa. El ciervo, intuyendo el peligro y enloquecido por la afilada flecha que tenia profundamente clavada en el cuello, se levanto con gran dificultad y se fue dando saltos por el sendero que bajaba hasta el rio. Haciendo caso omiso de la enmaranada vegetacion que se extendia a ambos lados del camino, Cato persiguio a su presa cuesta abajo, quedandose atras y volviendola a alcanzar luego, cada vez que el ciervo tropezaba. El animal herido salto precipitadamente a la orilla y se sumergio en el rio. La superficie del agua, que fluia suavemente, estallo en multitud de gotitas que brillaban al atrapar la luz del sol de la tarde.

Cato lo seguia de cerca y se acerco al borde del rio. Desde alli parecia mucho mas ancho y peligroso que visto desde el claro de mas arriba. El ciervo siguio adelante chapoteando y Cato levanto el arco, temiendo furioso que el animal pudiera aun escapar o ser arrastrado por la corriente.

El ciervo avanzo, luchando por mantenerse a flote, y en esos momentos ya se encontraba por lo menos a unos treinta pasos. La segunda flecha le dio justo en medio de la espalda y sus patas traseras se aflojaron, insensibles. Cato dejo el arco en la orilla del rio y se metio en el agua. El lecho del rio era firme, cubierto de guijarros y tenia menos de treinta centimetros de profundidad. El agua salpicaba a su alrededor mientras se dirigia hacia el ciervo con la daga desenvainada. La segunda flecha le habia roto la columna vertebral al ciervo, que se retorcia aterrorizado, tratando desesperadamente de hacer uso de sus patas delanteras y seguir adelante a rastras y manchando el agua con su sangre.

Cato se detuvo, receloso de las pezunas que se agitaban, y dio la vuelta para situarse delante del animal. Cuando la sombra de Cato cayo sobre la cara del ciervo, este se quedo paralizado de terror y, aprovechando la oportunidad, Cato clavo la daga en su cuello y se lo corto de cuajo. Fue un final compasivamente rapido y, tras un ultimo y breve forcejeo, el ciervo quedo inmovil, con la. mirada de sus ojos sin vida clavada en el vacio. Cato temblaba, por una parte a causa de la energia nerviosa que habia liberado durante la desesperada persecucion y muerte y, por otra, debido a una extrana sensacion de desagrado y verguenza por haber degollado al animal. Matar a un hombre era distinto. Totalmente distinto. Aunque, ?por que tendria que ser peor? Entonces Cato se dio cuenta de que nunca habia -matado a un animal como este. Si, les habia retorcido el pescuezo a algunos pollos, pero aquello le producia desasosiego y la sangre que se arremolinaba a su alrededor lo marcaba. Volvio a bajar la mirada. Luego la dirigio hacia la orilla del rio por la que habia bajado corriendo. Despues volvio sus

Ojos hacia la otra orilla.

– Me pregunto… Cato se giro de espaldas al ciervo y se dirigio hacia la otra orilla, donde los arboles se veian absolutamente negros contra un cielo de un intenso color naranja. Entrecerro los ojos y trato de distinguir la profundidad del agua que tenia delante. Estaba demasiado oscuro y, a tientas, se abrio paso por el agua nerviosamente, asegurando cada paso que daba. La profundidad del rio aumentaba gradualmente y la corriente se aceleraba pero, cuando estuvo situado en medio de su curso, el agua solo le llegaba a la altura de la cadera. A partir de alli la profundidad disminuia de nuevo y pronto estuvo de pie en la otra orilla del rio mirando de nuevo hacia el margen ocupado por las legiones.

Se agacho entre las sombras y espero hasta que el sol se puso del todo y las estrellas salpicaron el cielo de primera hora de la noche, pero no habia ni rastro de nadie. No habia soldados de guardia, no habia patrullas, solo el sonido de las palomas torcaces y los suaves chasquidos causados por las criaturas de los bosques que se movian a su' alrededor en la oscuridad. Cuando se convencio de que estaba completamente solo, Cato regreso al rio, se adentro en el agua hacia el cuerpo del ciervo y lo arrastro hasta el lugar donde habia dejado el arco de caza.

El optio sonrio contento. Los hombres de la sexta centuria iban a comer bien aquella noche, y al dia siguiente el resto de la legion tendria algo mas que agradecerle.

CAPITULO VII

– ?Estas seguro de que es aqui, Optio?

– Si, senor. -Vespasiano dirigio la mirada hacia el otro lado del rio. Aun no habia despuntado el dia y el perfil de los arboles apenas se distinguia del cielo nocturno. La orilla del rio era invisible y el unico sonido que llegaba desde el otro extremo del agua era el ululato de un buho. Por detras del legado el sendero estaba ocupado por una silenciosa aglomeracion de legionarios, tensos y alerta frente a cualquier senal de peligro. Las marchas nocturnas eran la pesadilla de la vida militar: uno no tenia ni idea de cuanto habia avanzado, habia frecuentes altos cuando las columnas se aglomeraban o simplemente topaban unas con otras y siempre acechaba el miedo a una emboscada. Coordinarlas tambien era una pesadilla, motivo por el cual rara vez los comandantes del ejercito realizaban movimientos de tropas entre el atardecer y el amanecer. Pero el plan de ataque elaborado por Plautio y sus oficiales de Estado Mayor requeria que la segunda legion cruzara el rio y estuviera en posicion lo mas rapidamente posible y, preferentemente, al amparo de la oscuridad.

Vespasiano no se habia acabado de creer su buena suerte cuando le dieron la noticia del descubrimiento de un vado a menos de tres kilometros del campamento de marcha de la legion. Era tan oportuno que resultaba sospechoso, por lo que habia interrogado a fondo al optio. Por lo que sabia sobre las habilidades del muchacho gracias a experiencias anteriores, Cato era inteligente y cauto (dos cualidades que el legado admiraba especialmente) y se podia confiar en que informara con exactitud. No obstante, si el optio habia descubierto la existencia del vado con tanta facilidad, sin duda los britanos tambien conocian su existencia. Bien podia tratarse de una trampa. Se dio cuenta de que habria poco tiempo para comprobar esa hipotesis cuando miro atras, por encima de su hombro, hacia donde la oscuridad se disipaba frente al horizonte. Habia que mandar de inmediato un destacamento de exploradores al otro lado. Si, despues de todo, los britanos estaban vigilando el vado, la legion se veria obligada a seguir avanzando rio arriba en busca de otro. Pero cuanto mas tardaran en cruzar, menos oportunidades tendria el general de coordinar los tres ataques contra las fortificaciones britanas.

– ?Centurion! -?Si, senor! -respondio bruscamente Macro desde alli cerca.

Cruza el rio con tus hombres y reconoced la zona en unos ochocientos metros en ambas direcciones al otro extremo del vado. Si no os tropezais con el enemigo y quedais convencidos de que podemos cruzar sin ser vistos, enviame un mensajero. Mejor que sea Cato.

– Si, senor. -Si tienes cualquier duda sobre la situacion, os volveis a replegar cruzando el rio. ?Entendido?

– Si, senor. -Y hacedlo rapidamente. No nos quedan muchas horas de oscuridad para ocultarnos.

Mientras la sexta centuria desfilaba sendero abajo y se adentraba en el rio, Vespasiano hizo correr la voz por la columna para que los hombres se sentaran a descansar. Iban a necesitar todas sus fuerzas para el dia que tenian

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