por delante. Volviendose hacia el rio, observo aquel desordenado cumulo negro que lo vadeaba y que parecia causar un barullo inhumano mientras chapoteaba por la suave corriente. La tension solo disminuyo cuando Macro y sus hombres llegaron a la otra orilla y el rumor se fue apagando.
Una vez los soldados se hubieron reunido en el margen del rio, Macro dio las ordenes en voz queda. Los dividio en secciones y a cada una de ellas se le asigno un eje de avance. Luego, seccion a seccion, los hombres se adentraron con mucho cuidado entre los arboles.
– Cato, tu vas conmigo -susurro Macro-. Vamos. Con una ultima mirada hacia la otra orilla del rio, oscura y silenciosa contra el horizonte que se volvia gris, Cato se dio la vuelta y entro en el bosque con mucha cautela. Al principio, el paso de las otras secciones era claramente audible: el crujir de las ramitas, el susurro de la maleza y los enganchones del equipo. Pero los sonidos se fueron apagando gradualmente al tiempo que los hombres se iban familiarizando con el desacostumbrado movimiento y las secciones se alejaban unas de otras. Cato hacia cuanto podia para seguirle el ritmo a su centurion sin dar un traspies o hacer demasiado ruido. Descontaba cada paso de los ochocientos metros que Vespasiano habia ordenado. El bosque parecia no terminar nunca y ascendia en una suave pendiente. El traicionero sotobosque dio paso bruscamente a un terreno mucho mas firme y los arboles se abrieron formando un claro. Macro se detuvo y se agacho, forzando la vista para distinguir lo que les rodeaba.
Con la debil luz que atravesaba las copas de los arboles, Cato pudo ver tenues detalles de la anosa arboleda en la que se encontraban. El bosquecillo estaba rodeado por arcaicos robles retorcidos sobre los -cuales habia clavados cientos de craneos; se hallaban completamente cercados por cuencas de ojos vacias y las sonrisas de oreja a oreja de las calaveras. En el centro del claro habia un burdo altar construido con unas monumentales losas de piedra por cuyos lados corrian unas manchas oscuras. Una atmosfera sombria envolvia la arboleda con sus volutas y ambos hombres se estremecieron, y no solo por el frescor del aire.
?Mierda! -susurro Macro-. ?Que diablos es este lugar? -No lo se… -respondio Cato en voz baja. En la arboleda parecia reinar un silencio casi sobrenatural, hasta las primeras notas del amanecer semejaban estar apagadas de algun modo. A pesar de su adhesion a una vision racional del mundo, Cato no pudo evitar tener miedo ante la opresiva atmosfera del bosquecillo. Sintio el impulso de salir de ese espantoso escenario lo antes posible. Aquel no era un lugar para Romanos, ni para ningun hombre civilizado-. Debe de estar relacionado con alguno de sus cultos. Los druidas o algo asi.
– ?Druidas! -El tono de Macro revelo su gran inquietud-. Sera mejor que salgamos de aqui, rapido.
– si, senor. Sin apartarse de los margenes del claro, Macro y Cato pasaron sigilosamente por delante de aquellos arboles con sus espeluznantes trofeos y siguieron adelante a traves del bosque. una palpable oleada de alivio los inundo cuando dejaron atras la arboleda. Desde la primera vez que los romanos se habian topado con los druidas, las oscuras historias sobre su pavorosa magia y rituales sangrientos habian sido transmitidas de generacion en generacion. Tanto Macro como Cato sentian Una gelida tension que les erizaba los pelos de la nuca mientras andaban con cuidado entre las sombras. Durante un rato avanzaron en silencio a traves de la maleza hasta que, al final, Cato estuvo seguro de percibir unos tonos mas claros entre los arboles que tenian delante.
– ?Senor! -susurro. -Si, ya lo he visto. Debemos de encontrarnos cerca del otro extremo del bosque.
Con mas cautela que nunca, siguieron avanzando con cuidado hasta que la espesura se fue dispersando y tan solo quedaron unos atrofiados arboles jovenes. Se encontraban en lo mas alto de la cresta que se extendia por detras del rio y tenian una clara vista por encima de la otra ladera y a lo largo de la misma cresta en la direccion de las fortificaciones britanas que vigilaban el vado. El humo de los campamentos de ambos ejercitos embadurnaba la atmosfera. Hacia el este, el cielo estaba tenido de rosa y se distinguia una suave neblina abajo, en direccion al rio. El terreno del oeste todavia se encontraba envuelto en lugubres sombras. No habia ninguna senal de movimiento y Macro le hizo senas a su optio para que regresara con el a los arboles.
– Vuelve a donde esta el legado y dile que esta todo despejado, la legion puede empezar a cruzar. Me quedare un rato mas por aqui para asegurarme.
– Si, senor. -Sera mejor que le expliques como se ve el terreno desde aqui arriba. No podremos acercarnos a lo largo de la cima de la cresta, nos verian a mas de un kilometro y medio de distancia. Tendremos que seguir el margen del rio hasta estar cerca de los britanos y entonces dirigirnos a la cresta.
?Lo has entendido todo? ?Ahora vete.
Cato volvio a bajar por la cuesta mas rapidamente de lo que la habia subido ahora que la luz se intensificaba y revelaba todas las raices y zarzas traicioneras. Aunque se mantuvo a bastante distancia de la arboleda, llego a la orilla del rio mucho antes de lo que habia previsto. Por un momento se dejo llevar por el panico cuando no vio senales del resto de la legion en la otra orilla. Entonces le llamo la atencion un leve movimiento rio arriba y alli estaba el legado agitando un brazo entre los arboles. Instantes despues Cato exponia su informe.
– ?Marchar siguiendo el margen del rio? -Vespasiano lo reflexiono con recelo al tiempo que examinaba la otra orilla-.
Eso nos va a retrasar.
– No puede evitarse, senor. La cresta esta demasiado expuesta y el bosque es demasiado espeso.
– Muy bien. Vuelve con tu centurion y dile que vaya explorando la zona por delante del contingente principal. Evitad todo contacto e informenme de cualquier cosa que veais.
– Si, senor. Mientras la columna empezaba a atravesar el vado en fila los grupos de reconocimiento de la sexta centuria se reagruparon alrededor de Macro en la otra orilla. En cuanto Cato hubo transmitido las ordenes del legado, Macro formo a sus hombres en grupos y mando al optio en cabeza con la primera seccion.,,,,,Cato era muy consciente de la responsabilidad que recaia sobre el. En esos momentos era los ojos y oidos de la segunda legion. De el dependia el exito del plan del general y la seguridad de 'sus companeros. Si el enemigo descubria que se aproximaba la segunda, dispondria de un amplio margen de tiempo para preparar un recibimiento a sus atacantes. o lo que era aun peor, podria tener tiempo para organizar un contraataque. Mientras pensaba en estas posibilidades, el joven optio avanzo con sigilo a lo largo de la orilla, forzando sus sentidos al triple. El tranquilo rio se deslizaba bajo la palida atmosfera mientras el sol ascendia por encima de los arboles e inundaba de luz y calor aquella manana de verano. Continuo asi 'durante gran parte de una hora, en tanto que Cato avanzaba,,Con cautela hasta llegar a un lugar donde el margen del rio habia cedido y muchos anos atras un enorme roble habia caido al agua. Ahora estaba tumbado sobre el accidentado suelo de la orilla, con las enmaranadas ramas muertas meciendose al paso de la corriente. Una masa de raices arrancadas de la tierra proporcionaba un armazon en el que se aferraban nuevos brotes de vegetacion.
Un subito ruido de algo que caia en el agua hizo que se quedara paralizado y que los hombres del grupo de reconocimiento intercambiaran unas miradas ansiosas antes de que Cato divisara al martin pescador anidando en una rama que colgaba por encima de unas ondulaciones que se expandian por la superficie del agua. Casi se rio ante la repentina descarga de tension antes de ver, a no mas de quince metros de distancia, a un caballo que estaba en la orilla del rio. El elegante cuello descendio y la bestia empezo a beber. Un juego de riendas tenian amarrado al animal al tocon de un arbol. Del jinete no habia ni rastro.
CAPITULO VIII
– Indique a los barcos de guerra que abran fuego.
– Si, senor. -Vitelio saludo y se alejo a paso rapido. Aquel puesto en el Estado Mayor del general estaba resultando ser sumamente pesado. Plautio buscaba cualquier excusa para encontrarle una falta y no habia momento en el que no sintiera la escudrinadora mirada del general posada en el. Bueno, dejemos que el cabron se divierta de momento, pensaba Vitelio. El tiempo estaba de su lado. Con su padre bien instalado en el circulo mas intimo del emperador, su carrera progresaria sin demasiados contratiempos. aguardaria el momento oportuno y sufriria los desaires de los idiotas como Plautio hasta que llegara la ocasion propia para entrar en juego. Vitelio albergaba ya una ambicion tan audaz que el mero hecho de pensar en ella a veces hacia que se quedara sin respiracion. Si Claudio pudo convertirse en emperador, lo mismo podria hacer cualquier hombre con la paciencia y la fuerza de voluntad necesarias para conseguirlo. Pero se tranquilizaba a si mismo. no debia actuar hasta estar seguro de que tendria exito. Hasta que aquel glorioso dia llegara, lo unico que podia hacer era ir minando la dinastia reinante de los Claudios, debilitando al emperador y a sus herederos sin ser visto, de cualquier modo en que le fuera posible hacerlo.
Mientras trotaba cuesta abajo hacia el cuartel general provisional, Vitelio hizo una senal a los trompetas alli