congregados. Ellos agarraron sus instrumentos y se apresuraron a alinearse. Los toques acordados para comunicar las ordenes se habian explicado a conciencia la noche anterior y, en cuanto el tribuno hizo correr la voz, resonaron las primeras notas, rompiendo el aire de la manana por encima de las cabezas de los administrativos que garabateaban sobre mesas de campana. Primero la identificacion de la unidad, luego la instruccion para la accion convenida de antemano. Mas abajo, sobre la tranquila superficie del agua, habia cuatro trirremes, anclados en paralelo al curso del rio de manera que presentaban sus bajos a las fortificaciones enemigas. Mientras Vitelio observaba, el gallardete de la nave mas proxima descendio por un momento, confirmando asi la orden. Unas diminutas figuras se apresuraron a ponerse en posicion alrededor de las catapultas fijadas en las cubiertas. Por el aire se alzaba el humo proveniente de los hornos portatiles requisados al ejercito la tarde anterior. Al principio el prefecto de la flota se habia negado en redondo a permitir que hubiera a bordo de sus barcos cualquier aparato que hiciera fuego; el riesgo era demasiado grande. El general habia insistido; las fortificaciones enemigas tenian que quedar reducidas a cenizas para ayudar al posterior ataque de la infanteria. En cualquier caso, habia senalado, la flota ya no se encontraba en el mar. Si ocurria lo peor, los marineros estarian al alcance de sus companeros en la orilla.

– ?Y los galeotes? -habia preguntado el prefecto de la flota. -?Que pasa con ellos?

– Estan encadenados a los bancos -explico pacientemente el prefecto-. En caso de incendio no habra muchas posibilidades de sacarlos.

– Supongo que no -coincidio el general Plautio-. Pero miralo por el lado bueno. En cuanto venzamos a esa gente del otro lado, te garantizo que seras el primero en elegir a los prisioneros para reemplazar cualquier baja. ?Contento?

El prefecto considero la propuesta y al final asintio. Algunos reclutas de refresco para los bancos de los esclavos serian bien recibidos por sus capitanes (por aquellos que aun tuvieran barco, claro esta).

– Ahora -concluyo Plautio- encargate de que tengamos preparada artilleria incendiaria por la manana.

Al recordar la escena, Vitelio sonrio mientras trepaba por la cuesta de vuelta al puesto de mando del general.

Mientras el sol se alzaba tras ellas, las catapultas de los barcos abrieron fuego y sus brazos lanzadores golpearon contra las barras de contencion. Unas finas volutas de humo oleoso trazaron una parabola hacia las fortificaciones de los britanos, y enseguida los proyectiles se estrellaron contra ellas y las rociaron con brillantes charcos de aceite abrasador

Las ballestas lanzaron pesadas flechas de hierro contra la empalizada para evitar cualquier intento de los britanos para apagar los fuegos. Vitelio ya habia visto antes los efectos de una descarga de proyectiles y sabia lo efectivas que aquellas armas podian llegar a ser. En cambio, los britanos no, y mientras el tribuno observaba, un enjambre de nativos subio a toda prisa por el terraplen y corrio hacia una seccion de la empalizada que habia recibido un impacto directo y ardia con fuerza. Cuando llegaron al lugar, los britanos echaron paladas de tierra sobre el fuego desesperadamente mientras que los que tenian posibilidad formaban una cadena que llegaba hasta el rio. Pero antes incluso de que la cadena humana pudiera empezar a funcionar, los ballesteros habian apuntado sus armas contra ella y en unos momentos el suelo estuvo plagado de figuras abatidas por una lluvia de flechas. Los supervivientes huyeron en direccion a los terraplenes y rapidamente les siguieron sus companeros de las palas.

– No tendriamos que verlos mucho mas esta manana, senor. -Vitelio iba sonriendo cuando se reunio con el general Plautio.

– No. No si tienen dos dedos de frente. -Plautio desvio la mirada hacia la derecha, donde la plateada superficie del rio describia una amplia curva y desaparecia entre el terreno en pendiente de la otra orilla. En aquel momento, a poco mas de seis kilometros rio abajo, las cohortes de batavos deberian estar cruzandola a nado, cuatro mil hombres en cohortes mixtas de caballeria e infanteria. Reclutados entre las tribus recientemente sometidas en el bajo Rin, los batavos, al igual que todas las cohortes auxiliares, tenian que hostigar al enemigo hasta que las legiones estuvieran listas para caer sobre el. Con un poco de suerte alcanzarian la otra orilla y se organizarian antes de que la avanzada enemiga tuviera tiempo de reunir efectivos para hacer frente a la amenaza. A Plautio no le cabia la menor duda de que Carataco tendria hombres apostados a lo largo de varios kilometros en ambas direcciones por el margen del rio. Plautio contaba con que los britanos no serian capaces de reaccionar con la suficiente rapidez para contener todos los ataques.

En cuanto detectara movimiento enemigo rio abajo empezaria el ataque frontal. justo delante de el, al pie de la pendiente, junto al vado, se hallaban concentradas las tropas de la novena legion, quietas y en silencio, aguardando la orden de avanzar sobre las fortificaciones enemigas. Plautio conocia bien el frio terror que estarian sintiendo en la boca de sus estomagos mientras se preparaban para el ataque. El habia estado en su lugar unas cuantas veces de joven, y ahora daba gracias a los dioses por ser general. Cierto, ahora experimentaba otros miedos y preocupaciones, pero ya no el terror fisico del combate cuerpo a cuerpo.

Miro hacia la izquierda, rio arriba, y escudrino sus riberas arboladas que practicamente engullian la plateada superficie del agua, permitiendo solo un reflejo aqui y un destello alla. En algun lugar de aquella ondulada espesura se encontraba la segunda legion, descendiendo hacia el flanco del enemigo. Plautio fruncio el ceno al no detectar indicios de movimiento. Siempre y cuando Vespasiano no perdiera la calma:y llegara dentro del plazo que habia otorgado el general, la Victoria sobre Carataco estaba asegurada; Pero si Vespasiano se retrasaba por algun motivo, el ataque principal podia ser rechazado perfectamente y los batavos, aislados en el lado del rio equivocado, serian hechos pedazos. si, Todo dependia de Vespasiano.

CAPITULO IX

Se propagaron unas pequenas ondas tremulas desde donde el hocico del caballo toco el agua. Era un caballo pequeno pero recio y bien cuidado, tal como indicaba el lustre de sus ijadas. Tenia una gualdrapa de un grueso tejido sujeta con correas al lomo y por el otro lado se veia el borde de un escudo.

Cato se volvio hacia sus hombres y agito la mano hacia abajo para que se quedaran completamente quietos. Entonces se alzo lentamente, escondido tras la enorme mole del tronco del roble y atisbo por encima de este hacia el caballo. Aguantando la respiracion, como si esta fuera audible, estudio el escenario que lo rodeaba por si descubria mas senales de vida. Pero no habia nadie mas, solo el caballo. Cato maldijo en silencio. ?donde estaba el jinete? El caballo estaba atado. Tenia que estar cerca. Cato agarro con mas fuerza el asta de su jabalina.

A poco mas de un metro alguien tosio y antes de que un asustado Cato pudiera reaccionar, un hombre se puso en pie al otro lado del tronco mirando en la otra direccion mientras se subia los burdos pantalones de lana. -?Oh, mierda! -Cato fue a levantar su lanza.

El hombre se giro, con una mirada fulminadora, mostrando los dientes bajo unos bigotes pelirrojos. Su hirsuto pelo untado con cal se alzaba en enmaranadas puntas bajo un casco de bronce. Por un instante los dos se quedaron quietos, mirandose el uno al otro, petrificados de sorpresa. El britano fue el primero en reaccionar. Agarro a Cato por las correas de los hombros y, de un fuerte tiron, lo levanto por encima del tronco y lo arrojo sobre los guijarros sueltos de la orilla del rio. El impacto dejo a Cato sin aire en los pulmones. se estrello contra su boca y el mundo se volvio de pronto de un blanco cegador. Se oyeron gritos, recupero la vision y vio al britano de pie sobre el, con la espada a medio desenvainar y mirando hacia atras, al otro lado del tronco. Entonces el hombre desaparecio, con un ruido de guijarros a su paso, mientras unas manos amigas levantaban a Cato. -?Estas bien?

– ?No lo dejes escapar! -dijo jadeando-. ?Detenlo! Pirax solto bruscamente a su optio y salio corriendo en pos del britano seguido por el resto de la seccion, que paso como pudo al otro lado del tronco. Para cuando Cato se habia recuperado lo suficiente para ponerse en pie, todo habia terminado. El britano estaba tendido boca abajo en el borde del rio a unos tres metros de su caballo con un par de jabalinas asomandole por la espalda.

El caballo se habia desatado de una sacudida y retrocedio despacio. En momentos observaba a los recien llegados con incertidumbre como si esperara en vano que le aseguraran que su dueno volveria.

– Que alguien coja el caballo -ordeno Cato. Lo ultimo que necesitaba entonces era que el animal saliera corriendo y fuera descubierto por otros exploradores britanos. Uno de los soldados se desabrocho las correas del escudo y del casco. Se acerco lentamente al caballo.

– Haz el ruido de una zanahoria -sugirio Pirax como si sirviera de algo antes de agarrar del brazo a su optio-. ?Estas bien, Cato?

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