aun peor, habia oido a algunos hombres criticar abiertamente al legado, pues consideraban a Vespasiano responsable de las cuantiosas bajas que habian sufrido desde que desembarcaron en suelo britano. El hecho de que Vespasiano hubiera luchado contra el enemigo en las filas de vanguardia junto a los hombres no tenia importancia para muchos de los legionarios que no habian comprobado su valentia en persona. Tal como estaban las cosas, habia un considerable resentimiento y desconfianza hacia los oficiales superiores de la legion, y no auguraba nada bueno para el proximo combate con los britanos.

– Sera mejor que ganemos esta batalla -murmuro Macro. -Si, senor.

Los dos se quedaron en silencio un momento mientras miraban las lenguas de fuego que bailaban en el brasero. El fuerte sonido de las tripas del centurion desvio subitamente sus pensamientos hacia asuntos mas apremiantes.

– Tengo un hambre de mil demonios. ?Hay algo de comer?

– Alli, sobre el escritorio, senor. -Cato senalo con un gesto una oscura hogaza de pan y un pedazo de carne de cerdo salada que habia en un plato de campana. Una pequena jarra de vino aguado estaba junto a una copa de plata abollada, un recuerdo de una de las primeras campanas de Macro. El centurion puso mala cara al ver la carne de cerdo.

– Todavia no hay carne fresca? -No, senor. Carataco esta realizando un concienzudo trabajo de limpieza del terreno por delante de nuestra linea de marcha. Los exploradores dicen que han incendiado casi todas las cosechas y granjas hasta orillas del Tamesis y se han llevado al ganado con ellos. Estamos limitados a lo que nos llegue desde el deposito de avituallamiento de Rutupiae.

– Estoy harto de esa mierda de cerdo salado. ?No puedes conseguir otra cosa? Piso nos hubiera traido algo mejor que esto.

– Si, senor. -respondio Cato con resentimiento. Piso, el asistente de la centuria, era un veterano que habia conocido todas las artimanas y chanchullos del reglamento y a los hombres de la centuria les habia ido muy bien con el. Hacia tan solo unos dias, Piso, a quien apenas le faltaba un ano para que le concedieran la baja honorifica, habia muerto a manos del primer britano que se encontro. Cato habia aprendido mucho del asistente, pero los mas misteriosos secretos del funcionamiento de la burocracia militar habian desaparecido con el y ahora Cato estaba solo.

– Vere que puedo hacer respecto a los viveres, senor.

– ?Bien! -Macro asintio con la cabeza al tiempo que le hincaba el diente al cerdo con una mueca e iniciaba el largo proceso de masticar la dura carne hasta que alcanzara una consistencia lo bastante blanda para poder tragarla. Mientras masticaba siguio refunfunando-. Como me den mucho mas de esta cosa abandonare la legion y me convertire al judaismo. Cualquier cosa tiene que ser mejor que soportar esto. No se que carajo les hacen a los cerdos esos cabrones de intendencia. Uno diria que es casi imposible echar a perder algo tan simple como el cerdo en salazon.

No era la primera vez que Cato oia todo aquello y siguio con su papeleo. La mayoria de los fallecidos habian dejado testamentos en los que legaban sus posesiones del campamento a los amigos. Pero algunos de los nombrados beneficiarios tambien habian muerto, y Cato tenia que encontrar el orden de los legados entre todos los documentos para asegurarse de que las posesiones acumuladas llegaban a los destinatarios pertinentes. Las familias de aquellos que habian muerto intestados requeririan una notificacion que les permitiera reclamar los ahorros de la victima de los erarios de la legion. Para Cato,,el cumplimiento de los testamentos era una experiencia nueva y, como la responsabilidad era suya, no se atrevia a correr el riesgo de que hubiera algun error que pudiera conducir a entablar una demanda contra el. Por lo tanto, leia toda la documentacion con detenimiento y comprobaba y volvia a comprobar las cuentas de todos y cada uno de los hombres antes de mojar su estilo en un pequeno tintero de ceramica y redactar la declaracion definitiva de las posesiones y sus destinos.

El faldon de la tienda se abrio y un asistente del cuartel general se apresuro a entrar con su empapada capa del ejercito, que goteaba por todas partes.

– ?Eh, aparta eso de mi trabajo! -grito Cato al tiempo que tapaba los pergaminos apilados en su escritorio.

– Perdona. -El asistente del cuartel general retrocedio y se quedo pegado a la entrada.

– ?Y que cono quieres? -pregunto Macro mientras arrancaba de un bocado un trozo de pan negro.

– Traigo un mensaje del legado, senor. Quiere verlos a usted y al optio en su tienda con la mayor brevedad posible.

Cato sonrio. La utilizacion de aquella frase por parte de un oficial superior significaba enseguida, o de ser posible antes.

Despues de ordenar rapidamente los documentos en un monton y asegurarse de que ninguna de las goteras que tenia la tienda caia cerca de su escritorio de campana, Cato se puso en pie y recupero la capa colocada frente al brasero. Todavia estaba muy mojada y la noto humeda cuando se la paso por los hombros y abrocho el pasador. Pero el calor bajo los pliegues de la lana engrasada era reconfortante.

Macro, que seguia masticando, se puso la capa y luego le hizo unas impacientes senas al asistente del cuartel general.

– Ahora puedes largarte. Ya conocemos el camino, gracias.

Con una mirada nostalgica hacia el brasero, el asistente se subio la capucha y salio de espaldas de la tienda. Macro se embutio un ultimo bocado de cerdo, llamo a Cato con el dedo y farfullo:

– ?Vamos! La lluvia caia con un siseo sobre las hileras de tiendas de la legion y formaba agitados charcos sobre el suelo desigual. Macro levanto la vista hacia las oscuras nubes que habia en el cielo nocturno. A lo lejos, hacia el sur, los esporadicos destellos de relampagos difusos senalaban el paso de una tormenta de verano. El agua le bajaba por la cara y sacudio la cabeza para apartarse de la frente un empapado mechon de pelo suelto.

– ?Vaya una mierda de tiempo que hace en esta isla!

Cato se rio. -Dudo que vaya a mejorar mucho, senor. A juzgar por lo que dice Estrabon.

Aquella alusion literaria hizo que Macro le pusiera mala cara al chico.

– No podias limitarte a coincidir conmigo, ?verdad? Tenias que meter a algun maldito academico por medio.

– Lo siento, senor. -No importa. Vayamos a ver que es lo que quiere Vespasiano.

CAPITULO III

– Descansen -ordeno Vespasiano.

Macro y Cato, de pie a un paso del escritorio, adoptaron la requerida postura informal. Se quedaron bastante impresionados al ver claras senales de agotamiento en su comandante cuando este alzo el torso de los pergaminos que habia sobre su escritorio y la luz de las lamparas de aceite que colgaban por encima de la cabeza cayo en su rostro lleno de arrugas.

Vespasiano los contemplo unos instantes, sin estar muy seguro de como empezar.

Hacia unos dias que al centurion, al optio y a un pequeno grupo de hombres de Macro cuidadosamente seleccionados los habian enviado a una mision secreta. Les habian asignado la tarea de recuperar un arcon de la paga que julio Cesar se habia visto obligado a abandonar en una marisma cercana a la costa casi cien anos antes. El tribuno superior de la segunda legion, un fino y sofisticado patricio llamado Vitelio, habia decidido hacerse el solo con el tesoro y, con una banda de arqueros a caballo a los que habia sobornado, habia caido sobre los hombres de Macro en medio de la neblina de las marismas. Gracias a las habilidades de combate del centurion, Vitelio fracaso y huyo del lugar. Pero las Parcas parecian estar a favor del tribuno: se habia encontrado con una columna de britanos que intentaban flanquear el avance romano y habia podido advertir del peligro a las legiones justo a tiempo. Como resultado de la subsiguiente victoria, Vitelio se habia convertido en algo parecido a un heroe. Aquellos que conocian la verdad sobre la traicion de Vitelio se sentian indignados por la lluvia de alabanzas que recibia el tribuno superior.

– Me temo que no puedo presentar cargos en contra del tribuno Vitelio. Solo cuento con vuestra palabra para seguir adelante, y eso no basta.

Macro se erizo con ira apenas contenida. -Centurion, yo se la clase de hombre que es. Dices que intento hacer que te mataran a ti y a tus hombres cuando os mande a buscar el arcon de la paga. Esa mision era secreta,

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