– ?Sigues lamentando haber apostado? -Macro le dio un ligero codazo que lo saco de su ensimismamiento.
– No, senor. Estaba pensando en ese britano. -?Ah! Olvidalo. Lo que hizo fue una estupidez y eso es todo. Tal vez le tendria mas respeto si hubiera usado su espada contra nosotros para intentar escapar. Pero, ?suicidarse? ?Que desperdicio!
– Si usted lo dice, senor. Habian llegado a la tienda que hacia de hospital y agitaron la mano para apartar los insectos que se amontonaban en las lamparas de aceite junto a los faldones de la tienda antes de agacharse para entrar. Un ordenanza estaba sentado ante un escritorio situado a un lado. Los condujo a la parte trasera de la tienda, donde se alojaban los oficiales heridos. Cada centurion tenia asignada una pequena zona personal con una cama de campana, una mesilla y un orinal. El ordenanza corrio una cortina y les hizo senas para que entraran. Macro y Cato se metieron dentro, uno a cada lado de la estrecha cama sobre la cual una mortaja de lino cubria el cuerpo del centurion jefe.
Se quedaron ahi de pie en silencio un momento antes de que el ordenanza se dirigiera a Cato.
– Los articulos que queria que tuvieras estan debajo de la cama. Os dejare un rato aqui solos.
– Gracias -respondio Cato en voz baja. La cortina cayo de nuevo sobre el hueco de entrada y el ordenanza regreso a su escritorio. Reinaba el silencio, solo se oia algun debil quejido proveniente de otra parte de la tienda y el sonido mas distante del campamento situado mas alla.
– Bueno, ?vas a mirar o prefieres que lo haga yo? -pregunto Macro con un murmullo.
– ?Como dice? Macro senalo con el pulgar al centurion jefe.
– Una ultima mirada al rostro del viejo antes de que se convierta en humo. Se lo debo.
Cato trago saliva, nervioso. -Adelante. Macro alargo la mano y retiro con cuidado la mortaja de lino, destapando a Bestia hasta llegar a su pecho desnudo repleto de un pelo gris. Ninguno de los dos habia visto nunca a Bestia sin uniforme, y la masa de rizadisimo vello corporal fue una sorpresa. Alguna alma caritativa ya le habia tapado los ojos al centurion jefe con unas monedas para pagar a Caronte el pasaje de la travesia de la laguna Estigia hacia el Averno. Le habian limpiado la herida que finalmente lo mato, pero, aun asi, los dientes destrozados y los huesos y tendones de los musculos, visibles alli donde a Bestia le habian cortado la carne de un lado de la cara, no eran muy agradables de ver.
Macro dio un silbido. -Es asombroso que pudiera decirle nada al legado en este estado.
Cato asintio con la cabeza. -De todos modos, el cabron consiguio llegar a la cima, que es mas de lo que la mayoria de nosotros alcanzamos. Veamos que ha dejado para ti. ?Te parece que lo mire?
– Si quiere, senor. -Esta bien. -Macro se arrodillo y hurgo debajo de la cama--. ?Ah! Aqui esta.
Al levantarse sostenia una espada envainada y una pequena anfora. Le entrego la espada a Cato. Entonces, destapo el anfora y olisqueo su contenido con cautela. Sonrio de oreja a oreja. _?Vino de Cecubo! -exclamo Macro con una cantinela-. Muchacho, fuera lo que fuera lo que hiciste para impresionar a Bestia, debe de haber sido algo endemoniadamente milagroso. ?Te importa si…?
– Sirvase, senor -contesto Cato. Examino la espada. La vaina era de color negro y tenia incrustaciones de plata en forma de sorprendentes dibujos geometricos. La funda presentaba alguna que otra abolladura o muesca causadas por el abundante uso. Asi pues era un arma de soldado, no un artefacto ornamental cualquiera reservado para las ceremonias.
El centurion Macro se paso la lengua por los labios, alzo el anfora y realizo su brindis.
– Por el centurion jefe Lucio Batacio Bestia, un cabron de cuidado, pero justo. Un buen soldado que hizo honor a sus companeros, a su legion, a su familia, a su tribu y a Roma. -Macro bebio un buen trago del anejo vino de Cecubo, su nuez trabajando freneticamente, antes de bajar el anfora y relamerse-. Absolutamente maravilloso. Prueba un poco.
Cato tomo el anfora que le tendian y la levanto sobre el cadaver del fallecido centurion jefe, sintiendose ligeramente cohibido por aquel gesto.
– Por Bestia. Macro tenia razon. El vino era sabroso como pocos, intensamente afrutado, con apenas un toque de almizcle y un regusto seco. Delicioso. Y con mucho alcohol. Echemos un vistazo a tu espada.
– Si, senor. -Cato le entrego la espada. Tras una rapida mirada a la vaina, Macro agarro el mango de marfil con su pomo de oro torcido de manera ornamental y desenfundo la hoja. Estaba bien templada y brunida y brillaba como un espejo. Macro alzo las cejas en un sincero gesto de apreciacion, al tiempo que deslizaba el dedo por el cortante filo. Estaba mas afilada que de costumbre para tratarse basicamente de Un estoque. La sopeso y murmuro su aprobacion ante el delicado equilibrio entre el pomo y la hoja. Se trataba de una espada, que uno podia empunar con facilidad y que no sobrecargaba la muneca del modo en que lo hacian las espadas cortas de los oficiales. Aquello no lo habia hecho ningun romano. La hoja era sin duda obra de una de las grandes forjas galas que habian venido haciendo las mas excelentes espadas durante generaciones. ?Como la habria conseguido Bestia?
Entonces se dio cuenta de que habia una inscripcion, una frase corta cerca de la guarnicion, escrita en un alfabeto que el habia llegado a reconocer como griego. _Mira, ?que dice aqui?
Cato tomo la espada y tradujo mentalmente: «De Germanico a L. Batacio, su Patroclo». Un escalofrio de asombro recorrio la espalda de Cato. Bajo la mirada al rostro horriblemente desfigurado del centurion jefe. ?Alguna vez ese hombre habia sido un atractivo joven? ?Lo bastante atractivo para ganarse el afecto del gran general Germanico? Era dificil de creer. Cato solo habia conocido a Bestia como una persona dura y cruel que imponia disciplina. ?Pero quien sabe los secretos que un hombre guarda al morir? Algunos se los lleva con el al Averno, otros son desvelados.
– ?Y bien? -dijo Macro con impaciencia-. ?Que dice? Conociendo las intolerancias de su centurion, Cato penso con rapidez.
– Es un regalo de Germanico, por sus servicios.
– ?De Germanico? ?El mismisimo Germanico? -Me imagino que si, senor. No se dan mas detalles. -No tenia ni idea de que el viejo estuviera tan bien relacionado. Eso merece otro brindis.
Cato le paso el anfora de mala gana e hizo una mueca de dolor cuando Macro engullo mas vino anejo. Cuando recupero el anfora, esta parecia pesar tan poco que le resulto decepcionante. Antes de que se perdiera el equilibrio de su herencia en la tripa de su centurion, Cato prefirio brindar de nuevo por Bestia y bebio todo lo que pudo asimilar de un solo trago.
Macro eructo.
– Bue… bueno, Bestia debio de llevar a cabo una hazana bastante heroica para ganar esta pequena belleza. ?Una espada de Germanico! Eso es todo un logro, todo un logro.
– Si, senor -asintio Cato en voz baja-. Debio de serlo. -Cuida esa hoja, muchacho. No tiene precio. -Lo hare, senor. -Cato empezaba a notar los efectos del vino en el caluroso bochorno del limitado espacio de la tienda y de pronto ansio respirar aire fresco-. Creo que ahora deberiamos dejarle, senor. Que descanse en paz.
– -Esta muerto, Cato. No esta dormido.
– Era una forma de hablar. De todos modos necesito salir de aqui, senor. Necesito salir fuera.
– Yo tambien. -De un tiron, Macro volvio a cubrir a Bestia, con la mortaja de lino y siguio al optio afuera.
Habia dejado de llover y, como las nubes se estaban deshilachando, las estrellas titilaban debilmente en la humeda atmosfera. Cato respiro profundamente llenandose de aire los pulmones. Notaba los efectos del vino mas que nunca y se pregunto si sufriria la humillacion de tener que vomitar.
– Volvamos a nuestra tienda a terminarnos el anfora -dijo Macro alegremente-. Como minimo le debemos eso al viejo.
– ?Ah, si? -replico Cato en tono sombrio. -Claro que si. Es una antigua tradicion del ejercito. Asi es como lloramos a nuestros muertos.
– ?Una tradicion? -Bueno, ahora lo es. -Macro sonrio, atontado-. Venga, optio.
Aferrandose con fuerza a su nueva espada envainada, Cato cedio el control del anfora y la pareja puso un rumbo incierto a traves de las ordenadas hileras de tiendas, hacia las de su propia centuria.
Al amanecer del dia siguiente, cuando se prendio fuego a la pira de Bestia, el centurion y el optio de la sexta centuria de la cuarta cohorte miraban con los ojos empanados. La segunda legion al completo formo para presenciar el acontecimiento y se distribuyo en torno a tres lados de la pira mientras que el legado, el prefecto de campamento, los tribunos y demas oficiales superiores se pusieron en posicion de firmes en el cuarto lado. Vespasiano habia elegido bien su posicion contra la suave brisa que soplaba en el paisaje britano, de manera que no le llegaba el humo de la pira. justo enfrente, los primeros zarcillos de espeso humo oleaginoso, cargados con el olor de la grasa ardiendo, flotaron entre los legionarios que permanecian en posicion de firmes. Un coro de toses