totalmente secreta. Me imagino que solamente tu, yo y el muchacho aqui presente conociamos el contenido del cofre. Y Vitelio, por supuesto. En este mismo momento sigue sellado y va camino de vuelta a Roma bajo fuerte vigilancia, y cuanta menos gente sepa que contiene oro en su interior, mejor. Asi es como el emperador quiere dejar las cosas. Nadie nos va a dar las gracias por exponer el caso ante un tribunal si se formulan cargos en contra de Vitelio. Ademas, puede que no sepais que su padre es un intimo amigo del emperador. ?Hace falta que diga mas?

Macro fruncio los labios y sacudio la cabeza. Vespasiano dejo que sus palabras hicieran mella, comprendiendo perfectamente la expresion de resignacion que se asento en los rostros del centurion y de su optio. Era una lastima que Vitelio tuviera que ser el que saliera de la situacion oliendo a rosas, pero eso era algo tipico de la suerte del tribuno. Aquel hombre estaba destinado a ocupar un alto cargo y las Parcas no iban a dejar que nada se interpusiera en su camino. Y, detras de su traicion, habia muchas mas cosas que las que Vespasiano podia dejar que supieran aquellos dos hombres. Aparte de sus responsabilidades como tribuno, Vitelio tambien era un espia imperial al servicio de Narciso, el primer secretario del emperador. Si alguna vez Narciso llegara a saber que Vitelio lo habia enganado, la vida del tribuno quedaria a disposicion del estado. Pero Narciso nunca se enteraria por boca de Vespasiano. Vitelio se habia encargado de eso.

Mientras reunia informacion sobre la lealtad de los oficiales y soldados de la segunda legion, Vitelio habia descubierto la identidad de un conspirador implicado en un complot para derrocar al nuevo emperador.

Flavia Domitila, la esposa de Vespasiano. Por el momento, entonces, existia un empate entre Vitelio y Vespasiano: ambos tenian informacion que podia herir mortalmente al otro si alguna vez llegaba a oidos de Narciso.

Consciente de que debia de haberse quedado mirando a sus subordinados con expresion ausente, Vespasiano enseguida se puso a pensar en la otra razon por la que habia mandado llamar a Macro y Cato.

– Centurion, hay algo que deberia animarte. -Vespasiano alargo la mano hacia un lado de la mesa y tomo un pequeno bulto envuelto en seda. Al desdoblar la seda con cuidado, Vespasiano dejo al descubierto un torques de oro que miro por un momento antes de sostenerlo bajo la tenue luz de las lamparas de aceite-. ?Lo reconoces, centurion?

Macro miro un momento y luego movio la cabeza en senal de negacion.

– Lo siento, senor. -No me sorprende. Probablemente tenias otras cosas en la cabeza la primera vez que viste esto -dijo Vespasiano con una sonrisa ironica-. -Es el torques de un jefe de los britanos. Pertenecia a un tal Togodumno, quien, afortunadamente, ya no se encuentra entre nosotros.

Macro solto una carcajada al recordar de pronto el torques tal y como habia estado, alrededor del cuello del enorme guerrero que habia matado en combate unos dias antes.

– ?Toma! Vespasiano le lanzo el torques y Macro, al que pillo desprevenido, lo intercepto con torpeza--. Un pequeno obsequio como muestra del agradecimiento de la legion. Ha salido de mi parte del botin. Te lo mereces, centurion. Lo ganaste, asi que llevalo con honor. _Si, senor -respondio Macro al tiempo que examinaba el torques. Unas bandas de oro trenzadas brillaban bajo la temblorosa luz y cada uno de los extremos se enroscaba sobre si mismo alrededor de un gran rubi que centelleaba como una estrella empapada de sangre. Tenia unos motivos extranos que se arremolinaban grabados en el oro que rodeaba los rubies. Macro sopeso el torques y realizo un calculo aproximado de su valor. Puso unos ojos como platos cuando cayo en la cuenta de la importancia del gesto del legado.

– Senor, no se como darle las gracias. Vespasiano hizo un gesto con la mano.

– Entonces no lo hagas. Tal como he dicho, te lo mereces. En cuanto a ti, optio, no tengo nada que ofrecerte aparte de mi agradecimiento.

Cato se sonrojo y apreto los labios con una expresion amarga. El legado no pudo evitar reirse del joven.

– Es cierto que tal vez yo no tenga nada de valor para darte. Pero hay otra persona que si lo tiene, o mejor dicho lo tenia. ~?Senor?

– ?Sabes que el centurion jefe ha muerto a causa de sus heridas?

– Si, senor. -La pasada noche, antes de que perdiera la conciencia, hizo un testamento oral delante de testigos. Me pidio que yo fuera su albacea.

– ?Un testamento oral? -Cato fruncio el ceno. -Mientras haya testigos, cualquier soldado puede determinar de palabra como se han de distribuir sus pertenencias despues de su muerte. Se trata de una costumbre mas que de una norma consagrada por la ley. Al parecer Bestia queria que tu' tuvieras ciertos articulos de su propiedad.

– ?Yo? -exclamo Cato-. ?El queria que yo tuviera algo, senor?

– Eso parece. -Pero, ?por que demonios? Si no me podia ni ver. -Bestia dijo que te habia visto luchar como un veterano, sin armadura, con solo el casco y el escudo. Haciendo tu trabajo tal como el te habia ensenado. Me dijo que se habia equivocado contigo. Habia creido que eras un idiota y un cobarde. Se dio cuenta de que eras todo lo contrario y quiso que supieras que estaba orgulloso de la manera en que te habias formado.

– ?Eso dijo, senor? -Exactamente eso, hijo. Cato abrio la boca, pero no le salieron las palabras. No podia creerlo, parecia imposible. Haber juzgado tan mal a alguien. Haber asumido que eran irremediablemente malos e incapaces de cualquier sentimiento positivo.

– ?Que queria que tuviera, senor? -Averigualo tu mismo, hijo -le contesto Vespasiano-. El cadaver de Bestia todavia esta en la tienda hospital con sus efectos personales. El ayudante del cirujano sabe lo que tiene que darte. Quemaremos el cuerpo de Bestia al amanecer.

Podeis retiraros.

CAPITULO IV

Una vez fuera, Cato dio un silbido de asombro ante la perspectiva del legado de Bestia. Pero el centurion no le prestaba mucha atencion a su optio: toqueteaba el torques, disfrutando de su considerable peso. Fueron andando en silencio hacia la tienda hospital hasta que Macro dirigio la mirada hacia la alta figura del optio.

– ?Vaya, vaya! Me pregunto que te habra dejado Bestia. Cato tosio y se aclaro el nudo que tenia en la garganta. -Ni idea, senor. -No me imagino que le debio de pasar al viejo para hacer un gesto de ese tipo. Nunca oi que hiciera nada parecido en todo el tiempo que he servido con las aguilas. Supongo que debiste de haberle causado buena impresion despues de todo.

– Supongo que si, senor. Pero apenas puedo creerlo. Macro medito sobre ello un momento y luego movio la cabeza. Yo tampoco. No es mi intencion ofenderte ni nada parecido pero, bueno, tu no encarnabas precisamente la idea que tenia de un soldado. Debo admitir que me costo un tiempo entender que eras algo mas que un raton de biblioteca larguirucho. No tienes pinta de soldado.

– No senor -fue la hurana respuesta--. De ahora en adelante tratare de tener el aspecto adecuado.

– No te preocupes por eso, muchacho. Se que eres un asesino hasta la medula, aunque tu no lo sepas. Te he visto en accion, ?no?

Cato se estremecio al oir la palabra «asesino». Eso era lo ultimo por lo que queria ser conocido. Un soldado, si, esa palabra poseia cierta credibilidad civilizada. Logicamente, ser soldado conllevaba la posibilidad de matar, pero eso, se dijo Cato, era algo inherente a la esencia de la profesion. Los asesinos, en cambio, no eran mas que unos brutos con pocos valores, por no decir ninguno. Los barbaros que vivian entre las sombras de los grandes bosques de Germania eran asesinos. Mataban salvajemente por mera diversion, como muy bien demostraban sus nimios e inacabables conflictos tribales. Puede que Roma hubiera tenido guerras civiles en el pasado, se recordo Cato, pero, bajo el orden impuesto por los emperadores, la amenaza de un conflicto interno practicamente habia desaparecido. El ejercito romano luchaba con un proposito moral: extender los valores civilizados a los ignorantes salvajes que vivian al margen del Imperio.

?Y esos britanos? ?Que clase de personas eran? ?Asesinos, o soldados a su manera? El mirmillon que habia muerto en los juegos del legado le obsesionaba. Aquel hombre habia sido un autentico guerrero y habia atacado con la ferocidad de un asesino nato. Su autodestruccion fue un acto de puro fanatismo, una caracteristica de algunos hombres que inquietaba profundamente a Cato, y que lo llenaba de una sensacion de terror moral y de la conviccion de que solo Roma ofrecia un camino mejor. A pesar de todos sus cinicos y corruptos politicos, a la larga Roma fue sinonimo de orden y progreso, un modelo para todas aquellas masas de gente apinada y aterrorizada que se escondian en las sombras de las oscuras tierras barbaras.

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