– Senor Glass, me llamo Henry Pierce. Me gustaria hablar con usted lo antes posible acerca de Lilly Quinlan. Su madre me dio su nombre y direccion. Espero hablar con usted pronto. Puede llamarme en cualquier momento.
Dejo el numero de su apartamento y el de la linea directa de su oficina y colgo. Se dio cuenta de que Glass podria reconocer que el numero de su apartamento era el que habia pertenecido a Lilly Quinlan.
Pierce tamborileo con los dedos en el borde del escritorio. Trato de pensar en cual debia ser el siguiente paso. Decidio que iria a ver a Cody Zeller. Pero primero llamo al numero de su apartamento y Monica contesto con voz brusca.
– ?Que?
– Soy yo, Henry. ?Aun no han llegado mis muebles?
– Acaban de llegar. Por fin. Lo primero que van a subir es la cama. Oye, no me eches la culpa si no te gusta donde ponen las cosas.
– Dime una cosa, ?les has pedido que pongan la cama en el dormitorio?
– Claro.
– Entonces seguro que me parecera bien. ?Por que estas tan brusca?
– Es este maldito telefono. Cada quince minutos llama algun asqueroso preguntando por Lilly. Te dire una cosa: no se donde esta, pero seguro que es rica.
Pierce tenia cada vez mas la sensacion de que alla donde estuviera el dinero no importaba. Pero no lo dijo.
– ?Sigue habiendo llamadas? Me dijeron que a las tres en punto habrian quitado el numero de la pagina Web.
– Bueno, acaban de llamarme hace cinco minutos. Antes de que pudiera decirle que no era Lilly, el tio ya me habia preguntado si hacia masajes de prostata, sea lo que sea. Le colgue. Es completamente asqueroso.
Pierce sonrio. El tampoco sabia lo que era. Pero trato de que su voz no trasluciera humor.
– Lo siento. Con un poco de suerte no tardaran mucho en subirlo todo y tu podras irte en cuanto hayan terminado.
– Gracias a Dios.
– Tengo que ir a Malibu, de lo contrario volveria ahora.
– ?Malibu? ?Que pasa en Malibu?
Pierce lamento haberlo mencionado. Habia olvidado su anterior interes y desaprobacion por lo que estaba haciendo.
– No te preocupes, no tiene nada que ver con Lilly Quinlan -mintio-. Voy a ver a Cody Zeller por un asunto.
Sabia que era una mala excusa, pero no tenia otra. Colgaron y Pierce empezo a guardarse la libreta en su mochila.
– Luces -dijo.
10
El trayecto hacia el norte por la autopista del Pacifico era lento, pero bonito. La autopista bordeaba el oceano, y el sol estaba bajo por el lado izquierdo de Pierce. Hacia calor, pero tenia las ventanas bajadas y el techo solar abierto. No recordaba la ultima vez que habia hecho ese recorrido. Quiza fue la vez que el y Nicole se habian escapado de Amedeo para comer tranquilamente y habian ido en coche hasta Geoffrey's, el restaurante con vistas al Pacifico y popular escenario de peliculas de Malibu.
Cuando llego a las primeras construcciones de la poblacion playera y las casas que se agolpaban al borde de la costa le robaban la vision del oceano, redujo la marcha y busco la vivienda de Zeller. No tenia la direccion a mano, de manera que tendria que reconocer la casa, en la que no habia estado desde hacia mas de un ano. Las residencias de esa zona estaban adosadas y todas parecian iguales. Sin cesped, construidas hasta el limite de la calle, planas como cajas de zapatos.
Le salvo ver el Jaguar XKR negro de Zeller que estaba estacionado enfrente del garaje cerrado de su casa. Ya hacia tiempo que Zeller habia convertido su garaje en sala de trabajo y tenia que alquilar el garaje a un vecino para proteger su coche de noventa mil dolares. Que el coche estuviera fuera indicaba que o bien Zeller acababa de llegar a casa o estaba a punto de salir. Pierce llegaba justo a tiempo. Dio un giro de ciento ochenta grados y aparco detras del Jaguar, con cuidado de no abollar el automovil que Zeller trataba como a una hermanita pequena.
La puerta delantera de la casa se abrio antes de que Pierce llegara; o Zeller lo habia visto a traves de una de las camaras montadas bajo el tejado o Pierce habia activado un sensor de movimiento. Zeller era la unica persona a la que conocia cuya paranoia rivalizaba con la suya. Probablemente era eso lo que los habia unido en Stanford. Recordo que cuando cursaban el primer ano de carrera Zeller tenia la teoria, a menudo citada, de que el presidente Reagan habia caido en coma tras el intento de asesinato en el primer ano de su presidencia y que habia sido sustituido por un doble que era una marioneta de la extrema derecha. La teoria daba para unas risas, pero Zeller creia seriamente en ella.
– Doctor Strangelove, supongo -dijo Zeller.
–
Habia sido su saludo habitual desde Stanford, cuando vieron juntos
Ambos intercambiaron el saludo que habian inventado en el relajado grupo de amigos al que pertenecian en la facultad. Se llamaban a si mismos los Maleficos por la novela de Ross MacDonald. El saludo consistia en entrelazar los dedos como vagones de tren y luego darse tres rapidos apretones como cuando uno agarra una pelota de goma en un banco de sangre: los Maleficos habian vendido plasma de manera regular en la facultad para comprar cerveza, marihuana y software informatico.
Pierce llevaba varios meses sin ver a Zeller y este no se habia cortado el pelo desde entonces. Lo llevaba mal atado en la nuca, desarreglado y decolorado por el sol. Iba vestido con una camiseta Zuma Jay, pantalones holgados y sandalias de cuero. Tenia la piel del color cobrizo de las puestas de sol en dias de niebla. El siempre habia tenido el aspecto al que aspiraban el resto de los Maleficos. Cumplidos los treinta y cinco, estaba empezando a parecer un surfista entrado en anos incapaz de dejarlo, lo cual lo hacia mas entranable para Pierce. En muchos aspectos Pierce sentia que habia capitulado y admiraba a Zeller por el camino que se habia abierto en la vida.
– Vaya, vaya, el doctor Strangelove en persona. Tio, no llevas el banador puesto y no veo tu tabla, asi que ?a que debo este placer inesperado?
Hizo una sena a Pierce para que pasara y entraron en un espacioso
– He pensado en dar una vuelta y ver como estaba esto -contesto Pierce.
Caminaron por el suelo de madera de haya hacia la panoramica. En una casa como aquella era un acto reflejo. Uno gravitaba hacia la vista, hacia el agua azul oscuro del Pacifico. Pierce vio una luz que se perdia en la niebla en el horizonte, pero ni un solo barco. Cuando se acercaron mas al cristal miro al rompiente desde la barandilla de la terraza. Un reducido grupo de surfistas con banadores multicolores estaban sentados en sus tablas, aguardando al momento adecuado. Pierce sintio que algo tiraba de el. Hacia mucho tiempo que no estaba alli. Siempre habia sentido que la camaraderia del grupo mientras se esperaba la cresta era una sensacion mas grata que el propio hecho de cabalgar la ola.
– Esos de ahi son mis chicos -dijo Zeller.
– Parecen adolescentes de instituto.
– Lo son. Y yo tambien.
Pierce asintio. Sientete joven, permanece joven era una filosofia de vida habitual en Malibu.
– Siempre me olvido de lo bien que vives aqui, Code.