– Ha hablado de mi mision. Me dijo que pensara en mi mision. Y hace un minuto ha repetido la palabra.

– Si.

Bosch vacilo.

– Lo que diga aqui es confidencial, ?verdad?

Ella torcio el gesto.

– No estoy hablando de nada ilegal. A lo que me refiero es que no va a ir contando a la gente lo que diga aqui. Que no le llegara a Irving.

– No, lo que me diga se queda aqui. Eso es incuestionable. Le explique que lo que entrego al subdirector Irving es una sencilla recomendacion muy concreta favorable o desfavorable a su reincorporacion al servicio. Nada mas.

Bosch asintio, dudo otra vez y despues tomo la decision. Se lo contaria.

– Bueno, estaba usted hablando de mi mision y su mision y etcetera, bueno, yo creo que durante mucho tiempo he tenido una mision. Solo que no lo sabia o, mejor dicho, no la aceptaba. No la reconocia. No se como explicarlo correctamente. Tal vez estaba asustado, no lo se. La he apartado durante muchos anos. No importa, lo que le estoy diciendo es que ahora la he aceptado.

– No estoy segura de estar entendiendole, Harry. Tiene que explicarme de que esta hablando.

Bosch miro la alfombra gris que tenia delante de el. Hablo mirando la alfombra porque no sabia como decirselo a la cara.

– Soy huerfano…, nunca conoci a mi padre y asesinaron a mi madre en Hollywood cuando yo era un nino. Nadie… Nunca detuvieron a nadie.

– Esta buscando a su asesino, ?verdad?

Bosch la miro y asintio.

– Esa es mi mision ahora.

Ella no mostro sorpresa en el rostro, que en cambio le sorprendio a el. Era como si hubiera estado esperando que le dijera lo que acababa de decirle.

– Hablame de eso.

Bosch estaba sentado en la mesa del comedor con la libreta a mano y los recortes de periodico que un becario del Times le habia preparado a instancias de Keisha Russell delante de el en dos pilas separadas. En una pila estaban las noticias sobre Conklin y en la otra las de Mittel. En la mesa habia una botella de Henry que Bosch habia estado cuidando como jarabe para la tos a lo largo de toda la tarde. Solo iba a permitirse una cerveza. El cenicero, no obstante, estaba lleno y una nube de humo azulado envolvia la mesa. No se habia puesto limite a los cigarrillos. Hinojos no habia dicho nada del tabaco.

Sin embargo, ella habia tenido mucho que decir de su mision. Le habia aconsejado rotundamente que lo dejara hasta que estuviera emocional mente mejor preparado para afrontar lo que podria descubrir. El le dijo que habia avanzado demasiado para detenerse. Fue en ese momento cuando la psiquiatra dijo algo en lo que no habia cesado de pensar en el camino y que seguia entrometiendose en sus pensamientos.

– Sera mejor que piense en esto y se asegure de que es lo que quiere -le habia dicho ella-. Inconscientemente o no, podria haber estado trabajando hacia esto toda su vida. Podria ser la razon de que sea detective, investigador de homicidios. Resolver la muerte de su madre tambien podria terminar con su necesidad de ser policia. Podria quitarle su impulso, su mision. Deberia estar preparado para eso antes de seguir adelante.

Bosch consideraba que lo que ella habia dicho era cierto. Sabia que la idea habia estado presente durante toda su vida. Lo que le habia ocurrido a su madre le habia ayudado a definir todo lo que hizo despues. Y la promesa de descubrirlo, la promesa de vengarla, estaba siempre presente en los oscuros recovecos de su mente. Nunca habia sido algo que se hubiera dicho en voz alta, ni siquiera algo en lo que hubiera pensado con tenacidad. Porque hacerlo implicaba planificar, y eso no formaba parte de una agenda. Aun asi, le superaba la sensacion de que lo que estaba haciendo era inevitable, algo programado por una mano invisible hacia mucho tiempo.

Aparto a Hinojos de su pensamiento y se concentro en el recuerdo. Estaba bajo el agua, con los ojos abiertos, mirando hacia arriba, hacia la luz. De pronto, la luz quedo eclipsada por una figura que se alzaba en el borde de la piscina, una figura borrosa, un angel oscuro que se cernia sobre el. Harry dio una patada en el fondo y subio hacia la superficie.

Bosch cogio la botella de cerveza y se la termino de un trago. Trato de concentrarse otra vez en los recortes de periodico que tenia delante.

Inicialmente le habia sorprendido la cantidad de historias que habia sobre Arno Conklin anteriores a su ascenso al trono de la oficina del fiscal del distrito. Sin embargo, al empezar a leerlas vio que la mayoria eran despachos mundanos de noticias en las que Conklin era el fiscal de la acusacion. Aun asi, Bosch comprendio un poco mejor la naturaleza del hombre a traves de los casos en los que trabajo y de su estilo como fiscal. Estaba claro que su estrella se alzo, tanto en la fiscalia como a ojos de la opinion publica, a raiz de una serie de casos altamente publicitados.

Los articulos estaban en orden cronologico. El primero trataba de la fructuosa acusacion en 1953 de una mujer que habia envenenado a sus padres y despues habia guardado sus cadaveres en baules del garaje hasta que al cabo de un mes los vecinos se quejaron del olor a la policia. Conklin era citado profusamente en varios articulos acerca del caso. En una ocasion se lo describia como «el apuesto ayudante del fiscal del distrito». El caso fue uno de los precursores del uso de la incapacidad mental por parte de la defensa. La mujer alego capacidad disminuida, pero a juzgar por la cantidad de articulos se habia desatado un furor publico sobre el caso y el jurado solo tardo media hora en declarada culpable. La acusada fue condenada a muerte y Conklin se aseguro un lugar en el escenario publico como paladin de la seguridad y defensor de la justicia. Habia una foto suya hablando con los periodistas tras el veredicto. La descripcion anterior de el era precisa. Era un hombre apuesto. Llevaba un traje de tres piezas, tenia el pelo rubio y corto y estaba bien afeitado. Era alto y delgado, y mostraba el aspecto rubicundo y genuinamente americano por el que los actores pagaban fortunas a los cirujanos. Arno era una estrella por derecho propio.

Habia mas articulos referidos a casos de asesinato en los recortes ademas de ese. Conklin habia ganado todos ellos. Y siempre habia solicitado -y obtenido-la pena capital. Bosch se fijo en que en los articulos sobre casos de finales de los cincuenta habia sido elevado al cargo de primer ayudante del fiscal del distrito y a final de la decada a ayudante, uno de los puestos de mas responsabilidad de la fiscalia. En una sola decada habia experimentado un ascenso meteorico.

Habia un reportaje sobre una conferencia de prensa en la que el fiscal del distrito John Charles Stock anunciaba que colocaba a Conklin a cargo de la unidad de investigaciones especiales y le encargaba limpiar la miriada de problemas de vicio que amenazaban el tejido social del condado de Los Angeles.

«Siempre he asignado los trabajos mas duros a Arno Conklin -explico el fiscal-. Y vuelvo a recurrir a el. La gente de la comunidad de Los Angeles quiere una comunidad limpia y, por Dios, la tendremos. Para aquellos que sepan que vamos a por ellos mi consejo es que se vayan. En San Francisco los acogeran. En San Diego los acogeran. Pero en Los Angeles no.»

A continuacion habia varios articulos fechados en los dos anos siguientes con ostentosos titulares acerca de cierres de casas de juego clandestinas, antros de drogadiccion, casas de citas y prostitucion callejera. Conklin trabajaba con unos efectivos de cuarenta policias cedidos por todos los departamentos del condado. Hollywood era el objetivo principal de los «comandos de Conkhn» como el Times habia bautizado a su brigada, pero el azote de la ley caia sobre malhechores de todo el condado. Desde Long Beach al desierto, todos aquellos que trabajaban en las nominas del pecado huian atemorizados, al menos segun el articulo del diario. A Bosch no le cabia duda de que los senores del vicio que eran objetivo de los comandos de Conklin siguieron operando sus negocios como de costumbre y solo fueron los ultimos de la cadena trofica, los empleados reemplazables, los que fueron detenidos.

La ultima historia en la pila de Conklin, fechada el 1 de febrero de 1962, era el anuncio de que se presentaria al maximo cargo de la fiscalia en una campana que hacia un renovado hincapie en liberar al condado de los vicios que amenazaban a toda gran sociedad. Bosch se fijo en que parte del majestuoso discurso que pronuncio en la escalinata del viejo tribunal del centro de Los Angeles era una filosofia policial bien conocida, que Conklin, o la persona que le escribia los discursos, se habia apropiado.

A veces la gente me dice: «?Cual es el problema, Arno? Estos son delitos sin victimas. Si un hombre quiere

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