detener la publicacion del articulo tan tarde. Probablemente habia cobrado vida propia, como un monstruo en el ordenador del periodico. Y ella, su doctora Frankenstein, tendria poco poder para detenerlo.
Cuando lo tuvo todo en el Mustang, le lanzo un saludo a Gowdy, entro y bajo por la colina hasta Cahuenga. Una vez alli, no sabia en que direccion girar, porque todavia no sabia adonde debia ir. Hacia la derecha estaba Hollywood. A la izquierda, el valle de San Fernando. Entonces se acordo del Mark Twain. En Hollywood, a solo unas manzanas de la comisaria de Wilcox, el Mark Twain era un viejo hotel residencia con apartamentos pequenos que por lo general eran agradables y limpios, mucho mas que el barrio que lo rodeaba. Bosch lo sabia porque ocasionalmente habia colocado testigos alli. Sabia asimismo que habia un par de apartamentos que contaban con dos habitaciones y bano privado. Decidio que pediria una de esas y doblo a la derecha. El telefono sono en cuanto hubo tomado la decision. Era Keisha Russell.
– Me debes una, Bosch. Lo he parado.
Bosch sintio alivio e irritacion al mismo tiempo. Era la manera de pensar tipica de un periodista.
– ?De que estas hablando? -contraataco-. Tu me debes una por salvarte el culo.
– Bueno, eso ya lo veremos. Voy a comprobarlo manana. Si cae del lado que tu dices, voy a ir a Irving para quejarme de Brockman. Lo voy a quemar.
– Acabas de hacerlo.
Russell se rio con una risa incomoda al darse cuenta de que acababa de confirmar que la fuente era Brockman.
– ?Que dice el jefe de redaccion?
– Cree que soy una idiota, pero le he dicho que hay mas noticias en el mundo.
– Buena frase.
– Si, me la voy a apuntar en el ordenador. ?Entonces que pasa? ?Y que ha ocurrido con esos recortes que te consegui?
– Los recortes siguen haciendo su trabajo. Todavia no puedo hablar de nada.
– Lo suponia. No se por que te sigo ayudando, Bosch, pero alla va. ?Recuerdas que me preguntaste por Monte Kim, el tipo que escribio ese primer recorte que te di?
– Si, Monte Kim.
– He preguntado por el por aqui, y uno de los viejos correctores de estilo me ha dicho que sigue vivo. Resulta que despues de irse del
– ?Me lo puedes dar?
– Supongo, porque estaba en la guia.
– Maldicion, nunca pienso en eso.
– Puede que seas un buen detective, pero no te ganarias la vida de periodista.
Russell le dio a Bosch el numero y la direccion, dijo que permanecerian en contacto y colgo. Bosch dejo el movil en el asiento y penso en esta ultima pieza de informacion mientras conducia hacia Hollywood. Monte Kim habia trabajado para el fiscal del distrito. Bosch tenia una idea bastante formada de para cual de ellos.
El hombre que se hallaba detras del mostrador en el Mark Twain no dio muestras de reconocer a Bosch, pese a que Harry estaba razonablemente seguro de que era el mismo con el que habia tratado para alquilar habitaciones para testigos. El hombre del hotel era alto y delgado y tenia los hombros caidos de quien lleva una carga pesada. Tenia aspecto de haber estado detras del mostrador desde la epoca de Eisenhower.
– ?Me recuerda? ?De calle abajo?
– Si, le recuerdo. No he dicho nada porque no sabia si era una operacion encubierta o no.
– No, no es encubierta. Queria saber si tenia libre alguna de las habitaciones del fondo. Que tenga telefono.
– ?Quiere una?
– Eso es lo que estoy pidiendo.
– ?A quien va a meter esta vez? No quiero mas pandilleros. La ultima vez me…
– No, ningun pandillero. Es para mi.
– ?Quiere la habitacion para usted?
– Exacto. Y no pintare en las paredes. ?Cuanto es?
El hombre del mostrador parecia desconcertado por el hecho de que Bosch quisiera quedarse alli. Al final se recupero y le dijo a Bosch que podia elegir: treinta dolares por dia, doscientos por semana o quinientos por mes. Todo por adelantado. Bosch pago por una semana con su tarjeta de credito y espero ansiosamente mientras el hombre comprobaba que iba a cobrar el cargo.
– Veamos, ?cuanto me cobra por aparcar en la zona de carga y descarga de delante?
– No puede alquilar eso.
– Quiero aparcar delante para que a los demas inquilinos les resulte un poco mas complicado desvalijarme el coche.
Bosch saco la cartera y deslizo cincuenta dolares por el mostrador.
– Si vienen los urbanos, digales que no pasa nada.
– Si.
– ?Es usted el encargado?
– Y el propietario. Desde hace veintisiete anos.
– Lo siento.
Bosch salio a buscar sus cosas. Tuvo que hacer tres viajes para subido todo a la habitacion 214. La habitacion estaba en la parte de atras. Tenia dos ventanas que daban a un callejon desde las que se veia la fachada posterior de un edificio de una planta que albergaba dos bares y una tienda de videos para adultos. Pero Bosch ya sabia que no iba a encontrarse con un jardin. No era la clase de sitio donde uno se encuentra con un albornoz en el armario y caramelos de menta en la almohada por la noche. Solo estaba un par de peldanos por encima de los lugares en los que le pasas el dinero al encargado a traves de una rendija en el cristal antibalas.
Una de las habitaciones contaba con un escritorio, una cama, que solo exhibia dos quemaduras de cigarrillo en la colcha, y una television montada en un soporte de acero atornillado a la pared. No habia cable ni control remoto ni guia de programas gentileza de la casa. La otra habitacion tenia un sofa de color verde gastado, una mesita para dos y una cocina americana con mini nevera, un microondas y una cocina economica de dos fogones. El cuarto de bano daba al pasillo que conectaba las dos habitaciones y era de baldosas blancas que se habian puesto amarillentas como la dentadura de un anciano.
A pesar de las circunstancias monotonas y de sus esperanzas de que se quedaria solo temporalmente, Bosch se esforzo por transformar la habitacion de hotel en un hogar. Colgo ropa en el armario, puso su cepillo de dientes y los utensilios para afeitarse en el cuarto de bano y preparo el contestador automatico, aunque todavia nadie sabia su numero. Decidio que por la manana llamaria a la compania telefonica y solicitaria que pusieran una grabacion de desvio de llamadas en su numero.
A continuacion instalo el equipo de musica en el escritorio. Por el momento dejo los altavoces en el suelo, uno a cada lado de la mesa. Busco entre sus cedes y puso la grabacion de Tom Waits titulada
Se sento en la cama, junto al telefono, escuchando a Waits y pensando en llamar a Jazz a Florida. Pero no estaba seguro de que iba a decir o a preguntar. Penso que seria mejor dejarlo por el momento. Encendio un cigarrillo y se acerco a la ventana. No pasaba nada en el callejon. Mas alla de los techos de los edificios se veia la torre ornamentada del vecino Hollywood Athletic Club, uno de los ultimos edificios bonitos que quedaban en Hollywood.
Cerro las cortinas con olor a humedad, se volvio y examino su nuevo hogar. Al cabo de un rato, arranco la colcha de la cama junto con el resto de las sabanas y volvio a hacerla con sus propias sabanas y manta. Sabia que era un pequeno gesto de continuidad, pero le hizo sentirse menos solo. Tambien le hizo sentir que sabia lo que estaba haciendo con su vida en ese punto y le ayudo a olvidarse de Pounds durante un rato mas.
Bosch se sento en la cama recien hecha y se recosto en las almohadas colocadas contra el cabezal. Encendio otro cigarrillo. Examino las heridas de sus dos dedos y vio que en lugar de costras habia piel rosada. Se estaban curando bien. Esperaba que el resto de su ser se curara igual de bien. Pero lo dudaba. Sabia que era responsable. Y sabia que de algun modo tendria que pagar.