Conduce un Ford Windstar.

– ?Matricula?

– No la veo.

– Tenemos agentes acudiendo a los dos sitios. Ya pueden abandonar la persecucion.

Charlaine aparto el telefono.

– ?Mike?

– De acuerdo.

Charlaine se reclino en el asiento y penso en su propia casa, en los fantasmas, en los cuerpos sin alma.

Eric Wu no se sorprendia facilmente.

Cuando vio que lo seguian la mujer de la casa y ese hombre que supuso que era su marido… Desde luego nunca lo habria previsto. Se pregunto como afrontarlo.

Esa mujer.

Ella le habia tendido la trampa. Lo estaba siguiendo. Habia llamado a la policia. Habian enviado a un agente. Wu sabia que volveria a llamar.

Sin embargo, habia contado con poner suficiente distancia entre el y la casa de Sykes antes de que la policia respondiera a su llamada. Cuando se trataba de rastrear vehiculos, la policia distaba mucho de ser omnipotente. Bastaba con ver lo sucedido con el francotirador de Washington unos anos atras. Tenian centenares de agentes. Tenian controles de carretera. Y durante un tiempo vergonzosamente largo fueron incapaces de encontrar a los dos aficionados.

Si Wu lograba alejarse unos cuantos kilometros, estaria a salvo.

Pero ahora tenia un problema.

Esa mujer otra vez.

Esa mujer y su marido lo seguian. Comunicarian a la policia hacia donde iba, en que carretera estaba, que direccion tomaba. No conseguiria poner distancia suficiente entre el y las autoridades.

Conclusion: Wu tenia que detenerlos.

Vio el cartel del centro comercial Paramus Park y tomo la salida que pasaba por encima de la autopista. La mujer y su marido lo siguieron. Era ya entrada la noche. Las tiendas estaban cerradas, el aparcamiento vacio. Wu entro. La mujer y su marido mantuvieron la distancia.

Eso estaba bien.

Porque habia llegado el momento de desafiarlos.

Wu tenia una pistola, una Walther PPK. No le gustaba usarla. No porque se anduviera con remilgos. Simplemente preferia utilizar las manos. Con la pistola se defendia; con las manos era un experto. Las controlaba perfectamente. Formaban parte de el. Con una pistola habia que confiar en la mecanica, en una fuente exterior. Eso a Wu no le gustaba.

Pero entendia la necesidad.

Detuvo el coche. Comprobo que la pistola estaba cargada. No habia echado el seguro del coche. Abrio, salio del vehiculo y apunto.

– ?Que cono esta haciendo? -pregunto Mike.

Charlaine vio el Ford Windstar entrar en el aparcamiento del centro comercial. No habia mas coches. El aparcamiento estaba bien iluminado, banado por el resplandor fluorescente de los centros comerciales. Vio mas adelante establecimientos de Sears, Office Depot, Sports Authority.

El Ford Windstar se detuvo.

– No te acerques -dijo ella.

– Estamos en un coche cerrado, con el seguro puesto -dijo Mike-. ?Que puede hacernos?

El asiatico se movia con desenvoltura y agilidad, y sin embargo tambien lo hacia con calma, como si hubiera planeado con cuidado cada movimiento de antemano. Era una combinacion extrana, esa manera de moverse, casi inhumana. Pero en ese momento se hallaba junto al coche, totalmente inmovil. Levanto un brazo, solo el brazo, el resto permanecio tan quieto que parecia una ilusion optica.

Y de repente estallo el parabrisas.

El ruido fue subito y ensordecedor. Charlaine grito. Algo le salpico la cara, algo humedo y pegajoso. En el aire flotaba un olor metalico. Charlaine se agacho instintivamente. Los cristales del parabrisas le llovieron sobre la cabeza. Algo cayo sobre ella, empujandola hacia abajo.

Era Mike.

Volvio a gritar. El grito se mezclo con otra detonacion. Tenia que moverse, tenia que salir de alli, tenia que sacarlo de alli. Mike no se movia. Lo aparto de un empujon y se arriesgo a levantar la cabeza.

Otra bala le paso rozando.

No tenia ni idea de donde habia impactado. Volvio a agachar la cabeza. Oyo otra vez sus propios gritos. Transcurrieron unos segundos. Por fin Charlaine se atrevio a mirar.

El hombre caminaba hacia ella.

«?Y ahora que? Escapa. Huye», fue lo unico que acudio a su mente.

?Como?

Puso la marcha atras. Mike seguia pisando el freno. Se inclino y alargo el brazo para cogerle el tobillo inerte y apartar el pie del freno. Todavia encajonada en el espacio reservado a las piernas, Charlaine consiguio apretar el acelerador con la palma de la mano. Empujo con todas sus fuerzas. El coche retrocedio bruscamente. Charlaine no podia moverse. No tenia ni idea de hacia donde iba.

Pero se movian.

Siguio apretando el pedal a fondo con la mano. El coche paso por encima de algo, tal vez un bordillo. Con la sacudida se golpeo la cabeza contra el volante. Volvieron a chocar con algo. Ella no cejo. Ahora el camino se habia vuelto mas liso. Pero solo por un momento. Charlaine oyo bocinazos, chirridos de frenos y el espantoso zumbido de coches que perdian el control.

Se produjo un impacto, un terrible sonido agudo y, pocos segundos despues, oscuridad.

19

El agente Daley habia palidecido.

Perlmutter se enderezo.

– ?Que pasa?

Daley miraba fijamente el papel que sostenia en la mano como si temiera que se le escapara.

– Aqui hay algo que no encaja, capitan.

Cuando el capitan Perlmutter empezo a trabajar en la policia, aborrecia el turno de noche. El silencio y la soledad podian con el. Se habia criado en el seno de una familia numerosa, con siete hermanos, y le gustaba esa vida. Su mujer, Marion, y el planeaban tener una familia numerosa. El ya lo tenia todo previsto: las barbacoas, los fines de semana entrenando a alguno de los ninos, las conferencias en la escuela, las peliculas familiares los viernes por la noche, las noches de verano en el porche delantero. Es decir, la vida que habia conocido en Brooklyn durante la infancia, pero en una casa mas grande, con un toque suburbano.

Su abuela desgranaba citas en yiddish sin cesar. La favorita de Stu Perlmutter era la siguiente: «El hombre propone y Dios dispone». Marion, la unica mujer a la que habia querido, murio de una embolia fulminante a los treinta y un anos. Estaba en la cocina, preparando un bocadillo para Sammy -su hijo, su unico hijo-, cuando ocurrio. Murio antes de llegar al suelo de linoleo.

En gran medida, la vida de Perlmutter se acabo ese dia. Hizo cuanto pudo para criar a Sammy, pero la verdad es que nunca estuvo realmente por la labor. Queria al nino y disfrutaba con su trabajo, pero habia vivido para Marion. Esa comisaria, su empleo alli, se habia convertido en su consuelo. Su casa, la presencia de Sammy, le recordaban a Marion y todo aquello que nunca tendrian. Alli, a solas, casi podia olvidar.

De eso hacia mucho tiempo. Ahora Sammy iba a la universidad. Se habia convertido en un buen chico, pese a la falta de atencion de su padre. Debia de haber alguna razon para eso, pero Perlmutter no sabia cual era.

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