– Exacto. -Bruce dio unas palmadas a la gran maquina situada detras de el-. Nos las hace la vieja Betsy.

– ?Mi carrete, pues, se revelo aqui?

– Claro.

Grace le dio el sobre de Photomat.

– ?Podria decirme quien revelo este carrete?

– Estoy seguro de que fue un error involuntario.

– No estoy diciendo eso. Solo quiero saber quien revelo mi carrete.

Miro el sobre.

– ?Puedo preguntarle por que quiere saberlo?

– ?Fue Josh?

– Si, pero…

– ?Por que se ha ido?

– ?Perdon?

– He recogido las fotos poco antes de las tres. Cierran a las seis. Y son casi las cinco.

– ?Y?

– Me extrana que un turno acabe entre las tres y las seis en una tienda que cierra a las seis.

El subdirector se enderezo un poco.

– A Josh le ha surgido una urgencia familiar.

– ?Que clase de urgencia?

– Mire, senora… -consulto el sobre-… Lawson, lamento el error y las molestias. Estoy seguro de que una foto de otro carrete se traspapelo entre las suyas. No recuerdo que haya pasado nunca, pero nadie es perfecto. Ah, espere.

– ?Que pasa?

– ?Me permite ver la fotografia en cuestion, por favor?

Grace temio que quisiera quedarsela.

– No la he traido -mintio.

– ?De que era la foto?

– Un grupo de gente.

El hombre asintio.

– Ya veo. ?Y esa gente estaba desnuda?

– ?Como? No. ?Por que lo pregunta?

– Esta alterada. He supuesto que la foto la habia ofendido por algo.

– No, no es eso. Solo necesito hablar con Josh. ?Podria decirme su apellido o darme su numero de telefono?

– De ninguna manera. Pero estara aqui manana a primera hora. Puede hablar con el entonces.

Grace decidio no protestar. Dio las gracias al hombre y se marcho. Tal vez era mejor asi, penso. Habia ido hasta alli movida por un impulso. Debia tener eso en cuenta. Seguramente se habia excedido en su reaccion.

Jack volveria a casa al cabo de un par de horas. Se lo preguntaria entonces.

Le tocaba a Grace recoger a las ninas de la clase de natacion. Eran cuatro, de ocho y nueve anos, todas con una energia encantadora. Subieron al monovolumen, dos en el asiento de atras y las otras dos en el de «atras, atras» de todo. Un remolino de risas y saludos acompanado del olor a pelo mojado, el suave aroma del cloro de la piscina y el chicle, el ruido de las mochilas al quitarselas, los chasquidos de los cinturones de seguridad al atarselos. Los ninos no podian viajar delante -las nuevas normas de seguridad- pero a Grace, pese a la sensacion de chofer o tal vez debido a ella, le gustaba llevar y traer a los ninos. Estas hablaban con entera libertad en el coche; el conductor adulto bien podria no estar atento. Pero un padre o una madre podia enterarse de muchas cosas. Podia enterarse de quien molaba, quien no, quien era popular, quien no lo era, que profesor era realmente guay y cual no lo era en absoluto. Podia, si escuchaba con suficiente atencion, descifrar que lugar ocupaba un hijo en la jerarquia.

Por otra parte, era de lo mas entretenido.

Como Jack saldria otra vez tarde del trabajo, cuando llegaron a casa Grace preparo rapidamente la cena para Max y Emma -hamburguesas vegetarianas (supuestamente mas sanas, y si se les echaba ketchup, los ninos no notaban la diferencia), bunuelos de carne y mazorcas de maiz congeladas. De postre, Grace pelo dos naranjas. Emma hizo los deberes: una carga demasiado pesada para una nina de ocho anos, penso Grace. En cuanto dispuso de un momento, Grace recorrio el pasillo y encendio el ordenador.

Aunque a Grace no le interesase la fotografia digital, entendia la necesidad e incluso las ventajas de los graficos por ordenador y de Internet. Tenia su propia pagina, donde exponia su obra y explicaba como comprarla, como encargar un retrato. Al principio le habia parecido demasiado mercantil pero, como le recordo Farley, su agente, Miguel Angel pintaba por dinero y por encargo. Igual que Leonardo da Vinci, Rafael y casi todo gran artista que ha conocido el mundo. ?Quien era ella para ponerse por encima?

Grace escaneo sus tres fotos preferidas de la cosecha de la manzana para guardarlas y, mas por capricho que por otra cosa, decidio escanear tambien la extrana foto. A continuacion, fue a banar a los ninos. Primero le toco a Emma. Justo cuando su hija salia de la banera, Grace oyo la llave en la puerta de atras.

– Hola -saludo Jack en un susurro-. ?Hay por aqui alguna mona cachonda esperando a su semental?

– Los ninos -dijo ella-. Los ninos estan despiertos.

– Ah.

– ?Nos acompanas?

Jack subio los peldanos de la escalera de dos en dos. La casa temblo con su peso. Era un hombre grande, uno ochenta y cinco de estatura, noventa y cinco kilos de peso. A Grace le encantaba su corpulencia cuando dormia a su lado, el movimiento de su pecho al respirar, el olor viril, el suave vello, la manera en que su brazo la rodeaba por la noche, la sensacion no solo de intimidad sino tambien de seguridad. La hacia sentirse pequena y protegida, y aunque tal vez no fuera politicamente correcto, le gustaba.

– Hola, papa -saludo Emma.

– ?Que tal, gatita? ?Como ha ido la escuela?

– Bien.

– ?Todavia te gusta ese tal Tony?

– ?Uf!

Satisfecho de la reaccion, Jack beso a Grace en la mejilla. Max salio de su habitacion, totalmente desnudo.

– ?Listo para el bano, muchachito? -pregunto Jack.

– Listo -contesto Max.

Chocaron las palmas. Jack cogio a Max en brazos mientras este se desternillaba de risa. Grace ayudo a Emma a ponerse el pijama. Le llegaban las risas de la banera. Jack cantaba con Max una cancion sobre una nina llamada Jenny Jenkins que no sabia de que color vestirse. Jack decia un color y Max tenia que responder con una rima. En ese momento la letra explicaba que Jenny Jenkins no podia vestirse de amarillo porque pareceria un «chiquillo». Y al instante los dos volvieron a reirse a carcajadas. Repetian mas o menos las mismas rimas cada noche. Y cada noche se morian de risa.

Jack seco a Max, le puso el pijama y lo acosto. Le leyo dos capitulos de Charlie y la fabrica de chocolate. Max, absorto, no se perdia una sola palabra. Emma ya tenia edad para leer sola. Tendida en su cama, devoraba el ultimo cuento de los huerfanos Baudelaire de Lemony Snicket. Grace se quedaba a dibujar con ella media hora. Era su hora del dia preferida: cuando trabajaba en silencio en la misma habitacion que su hija.

Cuando Jack acabo, Max le rogo que le leyera otra pagina. Jack se mantuvo firme. Era tarde, dijo. Max desistio a reganadientes. Conversaron un poco mas sobre la inminente visita de Charlie a la fabrica de Willy Wonka. Grace los escuchaba.

Roald Dahl, coincidian sus dos hombres, era el no va mas.

Jack atenuo la luz -tenian un regulador de intensidad porque a Max no le gustaba la oscuridad absoluta- y luego fue a la habitacion de Emma. Se agacho para darle un beso de buenas noches. Emma, que era una autentica nina de su papa, tendio los brazos, lo cogio por el cuello y se nego a soltarlo. Jack se derretia con la

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