dama -le dijo al repartidor.
– Cincuenta -corrigio Ryan tras contar de nuevo los billetes.
Pierce asintio con la cabeza y el repartidor le cambio los billetes por fichas de colores.
– ?Vas a apostar? -le pregunto ella.
– Yo no juego.
– ?Ah, no? -Ryan enarco las cejas-. ?Y no te juegas el tipo cada vez que te encierras en un baul?
– No me juego nada -Pierce esbozo una sonrisa suave-. Es mi profesion.
– ?Es que esta en contra de las apuestas y otro tipo de vicios, senor Atkins? -pregunto ella tras soltar una risotada.
– No -Pierce sintio otra punzada de deseo y la sometio-. Pero me gusta poner mis propias reglas. Nunca es facil vencer a la casa en su propio juego -anadio mientras repartian cartas.
– Esta noche me siento con suerte -comento Ryan.
El hombre que estaba sentado a su lado alzo una copa de conac y puso su firma en una hoja. Acababa de perder mas de dos mil dolares, pero se lo habia tomado con filosofia y estaba comprando otros cinco mil dolares en fichas. Ryan vio el destello del diamante que brillaba en su dedo mientras repartian las cartas. Luego levanto el borde de sus naipes con cuidado. Vio que le habian salido un ocho y un cinco. Una rubia joven pidio una tercera carta y se paso de veintiuno. El hombre del diamante se planto en dieciocho. Ryan se arriesgo, pidio otra carta y se alegro al ver que era otro cinco. Se planto y espero con paciencia mientras otros dos jugadores pedian cartas.
La casa tenia catorce, dio la vuelta a un tercer naipe y se quedo en veinte. El hombre del diamante maldijo en voz baja y perdio quinientos dolares mas.
Ryan sumo sus siguientes cartas, pidio una tercera y perdio de nuevo. Imperturbable, espero a tener mas fortuna a la tercera. Saco diecisiete entre las dos cartas. Antes de hacer la senal de que se plantaba, Pierce se adelanto y pidio una tercera.
– Un momento protesto Ryan.
– Dale la vuelta -dijo el sin mas.
Ryan resoplo por la nariz, se encogio de hombros y termino obedeciendo. Le salio un tres: Con los ojos como platos, se giro en la silla para mirar a Pierce, pero este estaba mirando las cartas. La casa se planto en diecinueve y pago.
– ?He ganado! -exclamo encantada con el monton de fichas que empujaron hacia ella-. ?Como lo has hecho? Pierce se limito a sonreir y siguio mirando las cartas. En la siguiente mano, le dieron un diez y un seis. Aunque ella se habria arriesgado, Pierce le toco un hombro y nego con la cabeza. Ryan se trago sus protestas y se planto. La casa pidio una tercera carta, saco veintidos y quebro.
Ryan rio, entusiasmada, y volvio a girarse hacia Pierce.
– ?Como lo haces? -repitio-. No puedes recordar todas las cartas que salen y calcular las que quedan… ?o si? -anadio frunciendo el ceno.
Pierce volvio a sonreir y nego con la cabeza por toda respuesta. Luego condujo a Ryan a otra victoria.
– ?Que tal si me ayudas a mi? -el hombre del diamante solto sus cartas disgustado.
– Es un brujo -le dijo Ryan-. Lo llevo conmigo a todas partes.
– Pues a mi no me vendrian mal un par de hechizos -comento la rubia al tiempo que se recogia el pelo tras la oreja.
Ryan vio como la joven le lanzaba una mirada coqueta a Pierce mientras se volvian a repartir cartas.
– Es mio -dijo con frialdad y no vio a Pierce enarcar ambas cejas. La rubia volvio a centrarse en sus cartas.
Durante la siguiente hora, la suerte siguio acompanando a Ryan… o a Pierce. Cuando la montana de fichas que habia frente a ella era suficientemente grande, Pierce le abrio el bolso y las metio dentro.
– No, espera. ?Si estoy calentando motores!
– El secreto de ganar es saber cuando parar -contesto Pierce mientras la ayudaba a ponerse de pie-. Cambialas en caja, Ryan, antes de que se te ocurra gastartelas en la ruleta.
– Pero yo queria seguir jugando -protesto ella, mirando hacia atras, hacia la mesa que acababan de dejar.
– No por esta noche.
Ryan solto un suspiro de resignacion y volco el contenido del bolso frente a la caja. Junto a las monedas aparecieron un peine, una barra de labios y un penique aplanado por la rueda de un tren.
– Me trae suerte -comento ella cuando Pierce lo levanto para examinarlo.
– Asi que supersticiosa -murmuro el-. Me sorprende usted, senorita Swan.
– No es supersticion -replico Ryan mientras guardaba los billetes en el bolso a medida que el cajero los contaba-. Simplemente, me da buena suerte.
– Ah, eso ya es distinto -dijo el en broma.
– Me caes bien, Pierce -Ryan le rodeo un brazo-. Creo que tenia que decirtelo.
– ?De veras?
– Si -respondio ella con firmeza. Eso podia decirselo, penso mientras se dirigian a los ascensores. No era arriesgado y si totalmente cierto. Lo que no le diria era lo que Bess habia comentado de pasada. ?Como iba a estar enamorada? Decirle algo asi seria demasiado peligroso. Y, sobretodo, no tenia por que ser verdad. Aunque… aunque mucho se temia que si lo era-. ?Yo te caigo bien? -le pregunto, girandose sonriente hacia el, cuando las puertas del ascensor se cerraron.
– Si, Ryan -Pierce le acaricio la mejilla con los nudillos-. Me caes bien.
– No estaba segura -dijo ella al tiempo que se le acercaba un pasito. Pierce sintio un cosquilleo por el cuerpo-. Como estabas enfadado conmigo…
– No estaba enfadado contigo -contesto el.
Ryan no dejaba de mirarlo. Pierce tenia la sensacion de que el aire se estaba cargando, como cuando se cerraban los cerrojos de un baul estando el dentro. El corazon se le disparo, pero, gracias a su capacidad y al control que habia logrado ejercer sobre su mente, consiguio serenarse. No volveria a tocarla.
Ryan advirtio una chispa en los ojos de Pierce. Deseo. Ella tambien sintio calor bajo el estomago. Pero, sobre todo, tuvo ganas de acariciarlo, de mimarlo. Aunque el no fuese consciente, despues de la conversacion con Bess conocia lo mucho que Pierce habia sufrido y queria darle algo, consolarlo. Levanto una mano con intencion de posarla sobre su mejilla, pero el la detuvo, sujetandole los dedos al tiempo que la puerta del ascensor se abria.
– Debes de estar cansada -acerto a decir el con voz ronca mientras guiaba a Ryan al pasillo que daba a la suite.
– No -Ryan rio. Le gustaba sentir que tenia cierto poder sobre Pierce. Aunque solo fuera un poco, Pierce le tenia algo de miedo. Lo notaba. Algo la animo a provocarlo; no sabia si el champan, el sabor del exito o saber que Pierce la deseaba-. ?Tu estas cansado? -le pregunto cuando el abrio la puerta de la suite.
– Es tarde.
– No, nunca es tarde en Las Vegas. Aqui el tiempo no existe. No hay relojes -Ryan dejo el bolso sobre una mesa y se estiro. Luego se levanto el pelo y lo dejo caer resbalando entre sus dedos-. ?Como puede ser tarde si no sabes que hora es?
– Sera mejor que te acuestes -Pierce miro hacia los papeles que habia sobre una mesa-. Ademas, tengo que trabajar.
– Trabaja demasiado, senor Atkins -respondio Ryan al tiempo que se quitaba los zapatos-. La senorita Swan emitira un informe favorable de usted -anadio justo antes de echarse a reir.
El cabello le bailaba sobre los hombros y tenia las mejillas encendidas. Los ojos tambien le brillaban, chispeantes, vivos, seductores. La mirada de Ryan indicaba que los pensamientos de Pierce no eran ningun secreto para ella. El deseo lo azotaba, pero Pierce aguanto en silencio.
– Aunque a ti te gusta la senorita Swan… A mi no siempre -continuo Ryan. Se dejo caer sobre el sofa y agarro uno de los papeles que habia en la mesa. Estaba lleno de dibujos, flechas y notas que no tenian el menor sentido para ella-. Explicame que significa todo esto.
Pierce se acerco a Ryan. Se dijo que solo lo hacia para impedir que revolviera en sus papeles.
– Es demasiado complicado -murmuro mientras le quitaba de la mano el papel y lo volvia a colocar sobre la