parpados.
—?No lo comprendes? En primer lugar, te enfrentaste con un Warp y salvaste la vida. ?Es un presagio increible! Y en segundo lugar... ?no te das cuenta de que, probablemente, no hay un solo hombre o mujer dentro de estas paredes capaz de hacer lo que hiciste tu con solo chascar los dedos?
Tarod se quedo confuso y alarmado.
— Pero los Iniciados..., su poder...
—Oh, existe, si, y hay personas que pueden ejercerlo. Podria contarte algunas cosas que he visto, y eso que solo me permiten presenciar los Ritos Inferiores. Pero lo que tu hiciste... Tal vez los Ancianos pudieron emplear esta fuerza con la misma facilidad, ?pero hace mucho tiempo que estan muertos!
— ?Los Ancianos?
Tarod sintio que algo peculiar se agitaba en algun rincon oscuro e inalcanzable de su mente; pero desaparecio antes de que pudiese captarlo.
Keridil hizo un expresivo ademan de impotencia.
—Les llamamos los Ancianos porque no tenemos un nombre mejor. Fueron la raza que vivio aqui antes que nosotros, la que construyo este Castillo. Deben haberte ensenado que Aeoris —y aqui hizo Keri-dil un rapido y reflexivo signo delante de su cara — trajo los dioses a nuestro mundo, para destruir a los partidarios del Caos, ?verdad?
—Oh... si.
—Bueno, segun los pocos escritos que dejaron los Ancianos y que algunos historiadores como Themila han conseguido descifrar, parece que, para ellos, ?nuestra ciencia valdria poco mas que los balbuceos de un nino de pecho!
Tarod no dijo nada, pero sus pensamientos secretos emprendieron rapidamente un camino inesperado. Por lo visto, los Iniciados del Circulo, esas personas casi legendarias de las que todos hablaban con inquietud, no eran invencibles.. , y esto le produjo un extrano desasosiego. Y sin embargo... decian que el tenia poder. Posiblemente un poder mas grande, a menos que Keridil exagerase, que los mas altos Adeptos. Era una idea escalofriante, y, de pronto, ansio saber mas.
Pero antes de que pudiese formular una pregunta, Keridil vio algo que no habia advertido antes.
—?Que es eso? —Habia agarrado la mano izquierda de Tarod y tocaba el anillo que llevaba este en el indice —. Nunca habia visto una piedra parecida. ?Es tuyo?
Tarod retiro la mano y miro celosamente el anillo. Habia en el una sola piedra, perfectamente clara, engastada en una gruesa y adornada montura de plata. Como le habian quita do su ropa estropeada y dado otra nueva, esto era lo unico que le ligaba al pasado.
—Si, es mio —dijo sin comentarios.
— ?Como lo conseguiste?
—Mi...
Tarod vacilo. Habia estado a punto de decir que era un regalo de su madre, pero, en realidad, era algo mas. Desde luego, se lo habia dado ella el dia que habia cumplido siete anos, pero recordaba que le habia dicho que era su herencia, la unica herencia, del padre cuya identidad ni ella ni el habian conocido nunca. Desde entonces, nunca se lo habia quitado del dedo y, cosa extrana, al crecer el parecia crecer tambien el anillo, de manera que siempre se adaptaba perfectamente al dedo.
—Si algun dia quieres cambiarmelo —dijo envidiosamente Keri-dil—, tengo un zafiro que...
—No. —La negativa fue instantanea y rotunda. Y el muchacho rubio palidecio.
—Lo siento, no queria... —y no termino la frase.
Tarod no contesto. Estaba mirando por la ventana, frunciendo los ojos verdes, como si, detras de la mascara de su cara, se hubiese sumido en hondas reflexiones. Habia algo irreal en aquel patio con su alegre fuente; algo parecido a un sueno, y por un instante se pregunto si iba a despertar y encontrarse de nuevo en Wishet, enfrentandose a una sentencia de muerte. Pero rechazo la idea. Por extrano que fuese el ambiente, el incansable y charlatan Keridil era bastante real. Y a pesar de su innata desconfianza de la gente, sintio una afinidad con el otro muchacho.
— No — dijo—, lo siento, Keridil. No quise molestarte.
Keridil suspiro.
—Me alegro, porque no quisiera perder tu amistad cuando acabo de encontrarla. Hasta ahora, no habia tenido ningun amigo de mi edad. Todos los otros muchachos parecen pensar que soy superior a ellos, o algo asi, por ser mi padre quien es.
Tarod no habia pensado que Keridil, criado en una comunidad tan cerrada, pudiese sentirse solo, y esto le produjo una rara satisfaccion: hacia que los dos se pareciesen.
—Pero seremos amigos, ?verdad? —prosiguio Keridil. Su cara tranquila y franca se puso, de pronto, seria—. Quisiera que asi fuese, porque... , bueno, no soy un vidente, pero puedo profetizar que un dia sere Sumo Iniciado de esta comunidad, a menos que fracase en la prueba, cosa que no creo que vaya a ocurrir. Pero sean cuales fueren mis hazanas, sea cual fuere mi poder, pienso que nunca podre igualarme a ti.
Por un fugaz instante, algo en su voz parecio trascender la juventud y la inmadurez, una anticipacion de un futuro inconcebible, una verdad que Tarod no podia comprender, pero que sentia agudamente en la medula de sus huesos. Antes de que pudiese hablar, se abrio la puerta de la camara y aparecio Themila.
—Keridil, ?no te dije que no debias cansar a Tarod con tu charla? —dijo severamente.
Keridil se levanto.
—No le he cansado, Themila —replico con dignidad—. Solo estabamos empezando a conocernos.
Themila se echo a reir.
—?Que de tonterias! ?Es fantastico que el muchacho no pierda la cabeza con tu palabreria! Deberiais estar durmiendo los dos. Manana tendreis tiempo sobrado para hablar.
Keridil arqueo las cejas mirando a Tarod, se encogio de hombros como disculpandose y se detuvo en la puerta para besar sonoramente a Themila en la mejilla. Cuando el ruido de sus fuertes pisadas se hubo extinguido en el pasillo, Themila se dirigio hacia la antorcha sujeta a la pared por una abrazadera de hierro.
—No tendras miedo a la oscuridad, verdad, Tarod? —dijo amablemente.
Tarod sacudio la cabeza.
—Gracias. Me gusta la noche.
—Entonces te deseo que descanses. El sueno es ahora para ti el mejor remedio. —Tomo la antorcha. Su sombra se retorcio de un modo grotesco en la pared al cambiar la direccion de la luz y, tras una leve vacilacion, anadio—:
Animate, muchacho. Aqui no tienes nada que temer.
Tal vez habia sido una imaginacion suya, penso mas tarde The-mila, pero creyo percibir algo ligeramente inquietante en la sonrisa que le dirigio Tarod en la penumbra. Por un momento, los ojos verdes brillaron con luz propia.
—No tengo miedo —dijo suavemente Tarod.
CAPITULO 4
Cuando la voz perfectamente modulada de Jehrek Banamen Toln hubo pronunciado las ultimas palabras de la antigua y formal invocacion, la multitud que llenaba el patio del Castillo emitio al unisono un suspiro apagado. Muy tiesos en sus trajes de ceremonia cuyos bordados con hilos de plata y oro reflejaban la luz tenida de escarlata del sol, los Adeptos miembros del Consejo descendieron lentamente la escalinata y caminaron por el pasillo que les abrio la muchedumbre. Jehrek presidia el desfile y su figura era todavia imponente, a pesar de que empezaba a andar algo encorvado por los anos y tenia una ligera artritis en las manos. Detras de el, los dignatarios visitantes