las respuestas que estaba buscando Tarod desde hacia tanto tiempo...
El primer dia de las ceremo nias de celebracion amanecio brillante y prometedor. El sol se elevo en un cielo limpido, y solo soplaba una brisa suave que senalaba el principio del otono. Durante dos dias, un pequeno ejercito masculino, criados, algunos Iniciados y todos los ninos del Castillo que podian librarse de sus lecciones, habia estado trabajando en la preparacion del gran acontecimiento, y el severo edificio aparecia transformado por banderines y serpentinas que pendian en hileras sobre las oscuras paredes desde todas las ventanas. Invitados oficiales de todas las provincias habian estado llegando desde el amanecer, deseosos de arribar temprano al Castillo y asegurarse un buen sitio para presenciar los actos. Siguiendo las recomendaciones de un anciano miembro del Consejo que recordaba la investidura de su padre, Keridil habia enviado un destacamento de hombres armados para escoltar a los visitantes en el puerto de montana, y la llamativa caravana de carros y carruajes cerrados habia cruzado estrepitosamente la gigantesca puerta, precedida de siete Iniciados mo n-tando a caballo y encapuchados.
Todos los Margraves provinciales del pais estaban hoy presentes, con su sequito de familiares y servidores. Ancianos Consejeros de provincias se habian arriesgado a realizar el largo viaje hacia el norte, entusiasmados por lo que era, para la mayoria de ellos, su primera visita a la Peninsula de la Estrella, y ricos terratenientes y mercaderes habian llegado de tierras tan lejanas como la provincia de la Esperanza y las Grandes Llanuras del Este. Incluso el Margrave de la provincia Vacia, la arida tierra del nordeste cuya unica riqueza era la cria de ganado para el suministro de leche y carne y de los resistentes caballitos del norte, habia llegado con su reducida familia, vestidos todos ellos con la sencillez propia de su estilo de vida.
En realidad, solo dos personas notables faltaban en la lista de invitados: las que, con el Sumo Iniciado, constituian el triunvirato supremo que gobernaba el pais. La Senora Matriarca Ilyaya Kimi, supe-riora absoluta de la Hermandad de Aeoris, habia escrito desde su Residencia de Chaun del Sur, con caligrafia historiada pero temblona, expresando su profundo sentimiento porque la artritis le impedia emprender el viaje, y rogando a los dioses que bendijesen al nuevo Sumo Iniciado. Keridil no habia visto nunca a la anciana Matriarca, que debia tener al menos ochenta anos, pero conocia su fama de mujer de buen corazon, aunque un poco excentrica, que llevaba unos veinte anos en el ejercicio de su cargo. Pero si la Senora Matriarca no habia podido asistir en persona, habia cuidado en cambio de que su Hermandad estuviese bien representada, a juzgar por el numero de mujeres de habito blanco que se dirigian al Castillo.
El tercer y teoricamente mas influyente miembro del triunvirato habia enviado tambien un mensaje a Keridil, una carta formal y ligeramente desmanada que expresaba, sin demasiada fortuna, todo lo que exigia el protocolo. Fenar Alacar, el Alto Margrave, solo tenia diecisiete anos y se esforzaba por ser merecedor del titulo hereditario en el que habia sucedido a su padre hacia apenas un mes, despues de que este, en plena juventud y vigor, muriera en un accidente de caza. De el no se esperaba que asistiese a la investidura, pues el Alto Margrave, como primera autoridad del mundo, solo abandonaba su residencia en la Isla de Verano, en el lejano sur, en casos de grave emergencia; asi lo exigia la tradicion. Cuando terminasen las fiestas, uno de los primeros deberes de Keridil seria presentarse en la corte de la Isla de Verano para la ratificacion final de su cargo. Hasta entonces, Penar Alacar era y seguiria siendo simplemente un nombre que nadie habia asociado todavia con una cara.
Pero aunque toda la atencion se centraba en los invitados mas nobles que llegaban al Castillo, era muchisimo mayor el numero de gente del pueblo que invadia la Peninsula. Los mercaderes habian visto una buena oportunidad comercial en la enorme aglomeracion, y vendedores ambulantes procedentes de todas las partes del pais instalaban sus camp amentos improvisados en la Peninsula, con la esperanza de vender los articulos que traian. Junto con ellos llegaron en gran numero agricultores, pescadores, pastores y artesanos, hasta que todos los alrededores del Castillo fueron un hervidero de seres humanos.
Al amanecer del primer dia de la celebracion, se sumaron a la multitud varios grupos de boyeros, y uno de ellos, dirigido por un hombre de mediana edad, corpulento y de cabellos grises, instalo su campamento en la Peninsula para poder contemplar con comodidad las celebraciones. Una muchacha que vestia toscas prendas de hombre se separo del grupo sin llamar la atencion y se dirigio a los hitos que marcaban la entrada del vertiginoso puente. Un joven Iniciado, en traje de ceremonia, con una breve capa echada sobre los hombros para protegerse del frio de la manana, estaba apoyado en uno de los pilares observando perezosamente a los que llegaban, y sonrio a la joven que se acercaba. Ella le correspondio con un timido saludo y se detuvo, temerosa de seguir adelante.
A Cyllan aquel escenario le parecia un sueno. Una cosa era oir relatos sobre la Peninsula de la Estrella, y otra muy distinta estar en ella, ver con sus propios ojos la fortaleza de los Iniciados, con sus imponentes acantilados y su asombrosa grandeza. Desde donde se hallaba ella, el Castillo era invisible, pero Cyllan habia oido hablar de la extrana barrera que lo mantenia a resguardo de las miradas curiosas. Si podia, haciendo acopio de valor, acercarse a los hitos, pasar por delante del centinela y cruzar el puente de granito, entonces podria ver el Castillo; un privilegio que seguramente recordaria durante el resto de su vida...
Aunque de mala gana, se confeso que tenia otro motivo ademas del sencillo deseo de contemplar el esplendor del Castillo. Era el recuerdo, que conservaba en un rincon secreto de su mente, de un breve encuentro con el alto hechicero de negros cabellos cuyos ojos reflejaban tanto dolor. Habian pasado muy poco tiempo juntos, pero ella no se habia olvidado un solo instante de aquel encuentro. El habia sido el primer hombre en su vida que la habia tratado como a una igual y una amiga, en vez de considerarla, como era habitual, una ramera en potencia o una persona insignificante. Aunque no se hacia ilusiones sobre las posibles consecuencias de un segundo encuentro, al menos podria verle de nuevo, si lograba encontrar el camino hasta el recinto del Castillo...
Permaneci a indecisa junto a los pilares y se sobresalto cuando, inesperadamente, el joven Iniciado le hablo.
—Si lo deseas, puedes cruzar el puente —dijo. Cyllan le miro fijamente y el anadio—: Cuando se pone pie en el, no es tan terrible como parece.
Habia interpretado mal el motivo de su vacilacion, y ella sacudio la cabeza.
—No..., no me da miedo el puente. Pero creia... Dirigio involuntariamente la mirada a un grupo de mujeres, magnificamente ataviadas, que pasaban a caballo en aquel momento, y el joven comprendio.
—Hoy no hay barreras —le dijo, con una amable sonrisa—. Cualquiera puede entrar y salir a su antojo.
—Ya veo. Gra... gracias.
El acentuo su sonrisa.
—Cuando llegues al otro lado, tienes que caminar sobre la mancha mas oscura de la hierba. Es la puerta del Laberinto. Si no es a traves de ella, el Castillo es dificil de encontrar.
— Lo recordare.
Dirigio al joven una sonrisa de agradecimiento que ilumino su semblante, haciendo que el pensara que no era tan vulgar como al principio le habia parecido, y entonces paso entre los hitos. Cuando estaba a punto de entrar en el puente, una voz femenina le grito:
— ?Eh tu! ?Sal de aqui!
Cuatro caballos altos y bellamente enjaezados pasaron velozmente y estuvieron a punto de derribarla. Los dos que iban en cabeza eran montados por Hermanas de Aeoris, de habito y toca blancos. Detras de ellas cabalgaban dos muchachas mas jovenes, ambas ricamente ataviadas pero llevando el fino velo blanco propio de las Novicias. Una de las muchachas miro a Cyllan, que tuvo la vision fugaz de unos rizos de color cobrizo que orlaban una cara exquisitamente hermosa, cuya expresion revelaba confianza y arrogancia a partes iguales. Los caballos pasaron al trote, con sus amazonas muy erguidas en las sillas, y Cyllan, torciendo el gesto de envidia, empezo a cruzar detras de ellos el vertiginoso puente.
Aunque nunca habia visitado la Peninsula de la Estrella, Sashka Veyyil se movia con el frio aplomo que le daba la buena educacion y que le permitia disimular el asombro que sentia al ver por vez primera el Castillo. Con gesto altanero, hizo caso omiso de las exclamaciones de la otra Novicia, que cabalgaba a su lado, cuando cruzaron el Laberinto y se empezo a materializar la antigua estructura. Fijo la mirada en la puerta principal que se alzaba ante ellas, mas alla de la bulliciosa multitud. Llegaban mas tarde de lo que habria querido, y maldijo en silencio a las ancianas Senoras que las habian acompanado desde la Residencia de la Tierra Alta del Oeste y cuyo nerviosismo habia hecho que se demorasen en el viaje. Sus padres debian estar ya aqui, y seguramente habrian conseguido, para presenciar la ceremonia de la investidura, un sitio mejor del que ella podria encontrar.
Lamento su decision de asistir como Hermana Novicia y no como una Veyyil de la provincia Han.
Sashka habia ingresado en la Hermandad hacia menos de un ano, pero su personalidad empezaba ya a dejarse sentir. Su padre, un Sara-vin, y su madre, una Veyyil, de la que habia tomado su apellido, pertenecian a dos