despues respondio:
—Esto no significa nada para mi. Todos hemos tenido momentos parecidos en nuestra juventud. Pero no puedo aprobar la fria traicion.
— Entonces, ella...
—?Si te ha traicionado? ?Oh, si! Te ha traicionado, te ha enganado, llamalo como quieras; la pequena zorra sabia perfectamente lo que estaba haciendo. —Sonrio de nuevo, ahora tristemente—. Un Adepto de septimo grado es una cosa; un hombre a quien han puesto precio a su cabeza, es otra muy distinta. A fin de cuentas, ella es una Veyyil Saravin; me extrana que tu sentido comun no te hiciese ver su manera de ser.
Parecia no saber si burlarse de el o compadecerle, y Tarod no sabia si despreciarla o estarle agradecido. Cerro los ojos para no ver su propia afliccion impotente, y la Hermana Erminet volvio a su lado.
—Lo siento por ti, Adepto —dijo mas amablemente—. A pesar de lo que hayas hecho y de quien seas, nadie merece un trato semejante por parte de la persona que ha dicho que le amaba. —Vacilo un momento—. Yo senti una vez lo que sientes tu ahora, aunque dudo de que esto te sirva de consuelo. Me dejo plantada un joven cuyo clan pensaba que yo era inferior a ellos. Yo creia que el les desafiaria por mi, y en esto fui tan ingenua y tonta como tu. Cuando me di cuenta de mi error, trate de suicidarme, fracase en mi intento y mi familia me envio a la Hermandad.
Se paso la lengua por los labios, sorprendida, de pronto, de su propia actitud. En cuarenta anos, no habia hablado a nadie de aquel remoto incidente... , pero ahora penso que nada perdia con confesarlo a un hombre que, antes de que pasaran muchos dias, se llevaria a la tumba su secreto...
Tarod la observaba fijamente.
— Tal vez — dijo a media voz — somos los dos de la misma clase, Hermana Erminet.
Ella gruno desdenosamente.
—Nos parecemos tanto como un huevo a una castana.
—Alargo una mano y le asio la muneca izquierda. La nueva droga habia surtido pleno efecto, y el nada pudo hacer para impedirselo. Erminet froto la piedra del anillo con el dedo pulgar—. Es una curiosa chucheria. Los Iniciados estuvieron tratando de quitarte el anillo, pero no lo consiguieron. Dicen que guardas en el tu alma y que en realidad no eres un hombre, sino algo del Caos. ?Es verdad?
Los ojos de Tarod centellearon.
— Empleas con mucha ligereza esta palabra. ?No temes al Caos, Hermana Erminet?
—No te temo a ti. Y, seas o no seas del Caos, pronto habran acabado contigo, y si es asi, ?por que habria de temerte?
Esta vez no seria una espada clavada en la espalda...
Keridil seguiria el ritual ortodoxo del Circulo, y Tarod sabia demasiado lo que le esperaba antes de que su vida se extinguiese al fin. Purificacion, exorcismo, condena, fuego... conocia los actos prescritos tan bien como el que mas, aunque no se habian realizado desde hacia siglos y eran absolutamente barbaros. Trataria de persuadir a la Hermana Errninet de que le administrase algun brebaje anestesico antes de que empezara el ritual de la muerte, aunque se imaginaba que era capaz de negarse por pura perversidad. En este caso, solo podia esperar una terrible agonia antes de ir a reunirse con Aeoris...
Agonia. La perspectiva de este dolor fisico no significaba nada para Tarod; parecia tan remoto y ajeno a la realidad como se sentia el. Cerro los ojos, subitamente aplastado por una oleada de agotadora desesperacion. Ni siquiera tenia fuerza para rebelarse contra su propio destino; ya no le importaba. El amargo sabor de la traicion de Sashka habia socavado su voluntad, y el olvido seria una bendicion...
La voz de la Hermana Erminet interrumpio asperamente sus tristes pensamientos.
—?Como van a matarte? —pregunto, en tono indiferente—. ?Lo sabes?
El abrio de nuevo los ojos y la miro turbiamente.
—Creo que si.
—Y no sera una muerte facil, ?verdad?
— No...
Ella gruno.
—No soy muy entendida fuera de mi especialidad, pero he leido bastante acerca de estas cosas... —Sus ojos, pequenos y brillantes como los de un pajaro, se fijaron en la cara de el cuando anadio, casi timidamente—: Podria darte un narcotico. No lo bastante fuerte para que no sintieses nada, pues el Circulo sospecharia de mi. Pero siempre te... facilitaria las cosas.
— Eres muy amable.
Erminet se encogio de hombros y volvio la cara, desconcertada. Ni por un instante habia presumido que, precisamente ella, podria sentir compasion e incluso debiles sintomas de afecto por un desconocido condenado a muerte; pero los sentimientos eran reales, y ella, lo bastante sincera para no negarlos. Tal vez era una empatia natural con alguien que habia sido victima de una amante traidora, como lo habia sido ella antano de un amante traidor; o tal vez se debia a una arraigada antipatia contra Sashka y otras muchachas como ella, a quienes Erminet consideraba diletantes sin ningun merito. En todo caso, no le gustaba ver una vida vigorosa tronchada y desperdiciada.
— No soy amable — dijo a Tarod, en tono cortante—. Soy, sencillamente, mas afortunada que tu. Tu estas destinado a morir, mientras que yo debo seguir viviendo para tratar de inculcar un poco de mi saber sobre las hierbas a esas Novicias de cabeza hueca. Y si es esto lo que quiere Aeoris, no voy a discutirlo. Ademas, si tu eres lo que ellos dicen, sin duda haremos bien en librarnos de ti.
Tarod se echo a reir. Lo hizo en voz baja, pero el sonido fue inconfundible y la Hermana se volvio para mirarle.
—Eres muy raro —observo— he visto morir a mucha gente, pero a nadie reirse de la perspectiva de la muerte.
—Oh, yo no me rio de la muerte, Hermana —dijo Tarod—. Solo me rio de ti.
—?De mi? —dijo ella, enojada.
—Si. Me ves impotente, gracias a tus pocimas, y dices que os librareis de mi. —Por un momento, un fuego extrano brillo en sus ojos; despues, se apago—. Espero por el bien de todos, Hermana Erminet, ?que no os equivoqueis!
Encima del Castillo, el cielo habia adquirido color de san gre seca, y tenia las grandes losas del patio con un reflejo fatidico. Desde la ventana de su estudio, Keridil pudo ver a los primeros Adeptos de alto rango reuniendose y caminando hacia la puerta que conducia a la biblioteca y, desde esta, al Salon de Marmol. La roja luz del ocaso se reflejaba tambien en sus ropajes blancos, rodeandoles de una aureola lugubre y debilmente inhumana; se movian despacio, como intimidados ya por las exigencias de las ceremonias que les aguardaban.
Haciendo un esfuerzo, Keridil aparto la mirada de la ventana y concentro su atencion en su tarea inmediata. Hacia un frio terrible en la habitacion (este ritual particular exigia que no se encendiese fuego en presencia del Sumo Iniciado el dia elegido) y Keridil casi se alegro de tener que llevar las gruesas prendas de ceremonia, a pesar de que, por no haber sido empleadas durante generaciones, desprendian un olor a moho muy desagradable. Se pregunto quien habria sido el ultimo Sumo Iniciado que llevo aquellas vestiduras purpureas, con sus complicados bordados en hilo de color zafiro, y la naturaleza del delito que habria sido castigado en aquella ocasion; pero borro esta idea de su mente. La noche pasada habia sufrido las pesadillas mas horribles que jamas hubiese experimentado y en las que Tarod, transformado en algo que nada tenia de humano, le perseguia a traves de un paisaje deformado de montanas que gritaban su nombre como acusandole, y de vientos que quemaban su carne, hasta que, carbonizado pero todavia con vida, se arrojaba Keridil de cara al duro suelo y rezaba para que llegase la muerte. Se habia despertado sudoroso, gritando con voz ronca, y solamente una copa de vino y los brazos carinosos de la muchacha que compartia su cama habian borrado el infernal recuerdo.
La joven estaba ahora sentada en silencio en un sillon del fondo de la estancia, envuelta en una gruesa capa para resguardarse del terrible frio. Aparte del tiempo que habia pasado tranquilizando a Keridil cuando este desperto de su pesadilla, Sashka habia dormido tan profundamente como siempre, y su semblante permanecia sereno e imp a-sible mientras observaba como Keridil preparaba la ejecucion de Ta-rod. Durante los siete dias transcurridos desde su llegada al Castillo, habia pasado casi todo el tiempo en compania de Keridil, y ahora todos aceptaban que era, salvo de nombre, la consorte del Sumo Iniciado. Sus padres, llamados urgentemente, habian venido a toda prisa desde la provincia de Han, esperando encontrar a su hija desolada y avergonzada, y, en vez de esto, habian hallado a una muchacha radiante por un triunfo que superaba en mucho sus anteriores ambiciones. Y