tanto les satisfizo el inesperado cambio de fortuna despues de las espantosas noticias concernientes a Tarod que cerraron los ojos ante el hecho de que Sashka desapareciese en las habitaciones privadas de Keridil cada noche, despues de cenar, y no volviese a ser vista hasta la manana.

Sashka estaba ya descubriendo que Keridil era mucho mas maleable y facil de comprender que Tarod. Habia aprendido rapidamente a usar toda su habilidad para distraerle de los remordimientos de conciencia, y, durante los dos ultimos dias, mientras se realizaban los ultimos preparativos para el Rito Supremo que enviaria a Tarod a la muerte, se habia resignado docilmente a representar un papel pasivo. Una vez habia insinuado su deseo de que le permitiesen presenciar el rito, pero habia aceptado la negativa de Keridil. Sin embargo, le habria gustado estar presente..., habria sido la senal definitiva de su triunfo.

No habia intentado ver a Tarod. Segun rumores, este yacia casi inconsciente en una habitacion cerrada y guardada, sometido a los cuidados de la Hermana Erminet; pero la Hermana Erminet nunca hablaba de el y, en realidad, parecia evitar deliberadamente a Sashka, cosa que complacia bastante a la muchacha. Sin embargo, a veces se preguntaba como estaria Tarod, si pensaria alguna vez en ella y si sabria que habia sido ella la que le habia entregado al Circulo. Le habria gustado que lo supiese... por una mezcla peculiar de amargo resentimiento y de celosos vestigios del deseo que habia sentido por el. Sashka esperaba que conociese su inminente destino y sufriese por ello...

Keridil ignoraba lo que pensaba ella mientras Gyneth, con estudiada e innecesaria deliberacion, echaba por fin una gruesa capa negra sobre sus hombros inmoviles. El broche, de oro macizo y con la insignia de Sumo Iniciado, se cerro sobre su cuello, y Keridil estuvo preparado para la ceremonia. A una senal del anciano criado, dos Adeptos de sexto grado, vestidos de blanco, avanzaron desde la puerta donde estaban esperando y se colocaron a ambos lados del Sumo Iniciado. Keridil apoyo la mano derecha en la maciza empunadura de la espada que pendia de su costado, y su solidez contribuyo a mitigar la angustia que sentia en el estomago. Su mirada se cruzo con la de Sashka, que, anticipandose, se levanto y cruzo la estancia en direccion a el. Su cara estaba muy seria cuando el tomo sus mejillas entre las manos.

—Manana por la manana todo habra terminado, amo r mio —dijo suavemente el.

Tarod tardaria toda la noche en morir... Sashka domino un estremecimiento de satisfaccion y se limito a asentir con la cabeza. Keridil se inclino delicadamente para besarla.

—Ve con tus padres y hazles compania. Cuando amanezca, todo empezara de nuevo para nosotros.

Su grave expresion y su actitud sombria le produjeron una excitacion que no se atrevio a mostrar. Devolvio el beso a Keridil y se echo atras, observando como salian de la habitacion los tres imponentes personajes, seguidos de Gyneth. Solo cuando se hubieron alejado se permitio sonreir.

Keridil y los dos Adeptos recorrieron en silencio los pasillos del Castillo hasta la puerta principal. Miembros del Circulo cuya categoria era inferior a la exigida por el ritual se habian reunido alli para verles e inclinaron respetuosamen te la cabeza a su paso. Las puertas estaban abiertas y, al bajar la escalinata, un frio viento del norte azoto la cara y las manos de Keridil. La ultima luz del dia se estaba extinguiendo, despues de la gloria sangrienta de la puesta de sol, y el patio parecia vacio y maligno. Al fondo esperaban los otros Adeptos, dispuestos en largas filas. Fantasmas, penso Keridil; a la incierta luz del crepusculo, todos ellos podian ser fantasmas de un pasado remoto... Se estremecio.

Nadie hablo mientras los Adeptos se separaban para formar dos hileras, entre las cuales paso Keridil. Al llegar a la puerta que conducia al sotano donde estaba el Salon de Marmol, se volvio y todos esperaron.

La luz que brillaba en la entrada principal del Castillo titilo una vez y se apago. Despues, las de las ventanas del comedor hicieron lo mismo. Y en los pisos altos, se apagaron una tras otra las antorchas, hasta que no quedo una sola luz encendida en el Castillo. El espectaculo hizo que a Keridil se le helara la sangre en las venas, cuando se pregunto cuanto tiempo hacia que no se habia practicado el terrible ritual. Ninguna luz y ningun fuego arderian esta noche en el grande y negro edificio, hasta el momento en que la mano del Sumo Iniciado hiciese aparecer la llama sobrenatural y purificadora que consumiria y destruiria al Caos.

Volvio a sentir escrupulos al pensar en lo que tenia que hacer aquella noche, pero los domino. Tenia que hacerlo; la necesidad habia endurecido su corazon, y el convencimiento de que el derecho estaba de su parte hacia enmudecer su conciencia. Solamente lamentaba que no hubiese podido ser todo mas sencillo; pero, desde que habia fracasado en su intento de matar a Tarod antes de que huyese del Castillo, habia pensado larga y profundamente y habia comprendido que una muerte simple podia no poner fin a todo el mal. Un demonio no moriria tan facilmente como un hombre: Tarod tenia que ser destruido por medios sobrenaturales, si habia que erradicar todo posible contagio. Ademas, una muerte rapida no satisfaria al Consejo, ni a la Hermandad, ni a la innumerable gente del pueblo que consideraba al Circulo como su mentor espiritual. La noticia de que habia una serpiente en medio de ellos se habia difundido por doquier; solamente todo el peso de un ritual de muerte podria restablecer su vacilante confianza.

Un movimiento entre los Adeptos puso, de pronto, sobre aviso a Keridil, que levanto la cabeza. Al otro lado del patio, un grupo, apenas discernible en la creciente oscuridad, salio por la puerta principal y avanzo lentamente en su direccion. La mayoria de sus componentes llevaban habitos blancos; pero en medio de ellos habia un hombre vestido de negro y que casi no podia andar; le sostenian dos guardias y el no oponia resistencia al rudo trato que le daban. Al frente de la pequena procesion marchaba otro Adepto con un tambor sujeto al cinto, y la mirada fija en el suelo, delante de sus pies.

Keridil se imagino subitamente los invisibles espectadores que debian de apretujarse en las oscuras ventanas del Castillo para observar aquel pequeno espectaculo, que seria lo unico que verian del ritual de aquella noche. Entonces se detuvieron los personajes que se acercaban y, por primera vez desde la noche de la muerte de Rhiman Han, Keridil se encontro cara a cara con Tarod.

Era dificil reconocer su cara bajo los enmaranados cabellos negros. Ademas, se tambaleaba y movia los dedos de un modo incoherente. La Hermana Erminet Rowald habia hecho bien su trabajo..., y Keridil se sintio a un tiempo sorprendido y aliviado al darse cuenta de que no le conmovia ver a su antiguo amigo en este lamentable estado. Levanto una mano, para indicar que podia comenzar la marcha hacia el Salon de Marmol; pero, antes de que pudiese completar su movimiento, Tarod echo bruscamente la cabeza atras. Lucho por enfocar la mirada, parecio recobrar el dominio de sus sentidos y fijo en Keridil sus ojos de drogado.

—Sumo Iniciado... —Su voz era solo un ronco murmullo, pero conservaba todo su veneno—. Debes estar muy contento con tu triunfo...

Keridil no respondio. El ritual le prohibia hablar antes de que estuviesen en el Salon de Marmol; pero, incluso sin esta prohibicion, no habria tenido nada que decir.

—Cosas muertas... —dijo Tarod—. Condenacion y aniquilacion. Todos nosotros, Keridil. Todos nosotros.

Una fuerte sacudida de uno de los guardias le hizo callar, y Keri-dil le volvio bruscamente la espalda. Por muy drogado que estuviese Tarod, sus confusas palabras habian despertado en el una impresion de inquietud. Miro por encima del hombro el anillo que seguia centelleando en la mano izquierda de Tarod, pues los Iniciados no habian podido arrancarlo de ella, y reprimio un estremecimiento. Sin volver a mirar al hechicero de negros cabellos, hizo una senal con la cabeza al grupo de Adeptos.

El Iniciado que llevaba el tambor levanto la mano libre. Torciendo habilmente la muneca, golpeo la piel, y un redoble sordo y funebre resono en el patio. Poco a poco, la comitiva se puso en marcha, en direccion a la puerta de la biblioteca, siguiendo el compas marcado por el tambor, regular y lugubre como los latidos del corazon de un moribundo.

CAPITULO 17

Fue el sonido del tambor lo que empezo a despertar los sentidos de Tarod, sacandolos de la modorra producida por las drogas de la Hermana Erminet. Caminaba entre sus guardianes, arrastrando los pies, pero sus miembros se resistian a una accion coordinada, y no tenia mas que una remota idea del lugar donde se hallaba y de lo que estaba sucediendo. Recordaba vagamente que le habian obligado a beber algo que sabia muy amargo, que habia tratado de resistirse, pero no habla tenido fuerzas para ello; ahora, su nublado cerebro percibia un peligro, pero estaba demasiado amodorrado y apatico para preocuparse por ello.

Hasta que el tambor empezo a devolverle la conciencia.

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