Cyllan no pudo contenerse; las palabras brotaron de su boca sin ella darse cuenta, y su voz era colerica.
— ?Y encuentras agradable esa perspectiva?
— Y tu, ?no? — Drachea fruncio el entrecejo—. No tenemos que habernoslas con un hombre. ?Es un ciudadano del Caos! ?Maldicion! ?Preferirias ver a semejante monstruo campando por sus respetos en el mundo?
Preferiria no ver a nadie morir de un modo tan barbaro, penso Cyllan, pero se mordio la lengua. La incomodaba el hecho de que un impulso interior la hubiese hecho salir en defensa de Tarod, pero se dijo que era solamente la crueldad de Drachea lo que le habia ofendido. Sin embargo, la idea del destino de Tarod si Drachea triunfaba..., no, si Drachea y ella triunfaban, pues su causa era la misma..., la estremecia hasta la medula.
Si Drachea se dio cuenta de sus dudas, las paso por alto, demasiado absorto en sus propios planes para prestar atencion a todo lo demas.
— Debemos volver al Salon de Marmol — dijo resueltamente— y encontrar aquella joya. Y sera mejor que no retrasemos lo que hemos de hacer. — Se levanto de nuevo, cruzando los brazos—. Todavia tengo en mi poder los papeles del Sumo Iniciado. Si Tarod lo descubriese, no quiero ni pensar cual seria su reaccion. Creo que lo mas prudente es devolverlos con la mayor rapidez posible. — Miro hacia la puerta—. Aunque saben los dioses que me sentiria mucho mas tranquilo si pudiese tener algun arma antes de volver a rondar por este edificio.
— Tiene que haber armas en el Castillo — dijo Cyllan, aunque dudaba en su fuero interno de que una espada pudiese servir de mucho contra los peligros que les acechaban—. En el festival de Investidura se celebraron torneos, asaltos de esgrima. Yo no vi ninguno de ellos, pero me los relataron. Y Tarod solia llevar un cuchillo...
Drachea le dirigio una extrana mirada, debilmente tenida de recelo, pero solamente dijo:
— Muy bien. Entonces debes encontrar las armas. Mira en las caballerizas del Castillo. El Shu-Nhadek, la milicia guardaba las amas cerca de los caballos, lo cual es bastante sensato. Traeme una espada, ligera pero bien equilibrada. —Hizo una pausa—. Es decir, si sabes distinguir una buena espada.
Cyllan entrecerro los ojos. Probablemente, Drachea solo habia cenido una espada dos o tres veces en su vida, y aun para fines ceremoniales. Ella habia tenido una vez un cuchillo; un arma cruel de hoja curva y mango de hueso. Lo habia empleado para rajar la cara de uno de los mozos de su tio, que habia pensado que podia aprovechar el sopor de su amo borracho para violar a su sobrina y escapar con tres buenos caballos, y los alaridos del hombre habian despertado a todo el campamento. Kand Brialen habia despedido al presunto ladron con un brazo y tres costillas rotas, «una por cada caballo» como dijo ferozmente el, y habia recompensado la vigilancia de Cyllan dandole un cuarto de gravin y vendiendo su cuchillo en el primer pueblo por el que pasaron.
—Puedo distinguirla bastante bien, Drachea —dijo—. Y tornare una daga para mi, si la encuentro.
El se sorprendio un poco por el tono de su voz, pero lo disimulo rapidamente encogiendose de hombros.
— No perdamos tiempo. Yo llevare los papeles al sitio donde deben estar y volveremos a encontrarnos aqui cuando hayamos hecho nuestro trabajo.
Drachea no queria confesarse que sentia miedo al recorrer el largo pasillo que conducia a las habitaciones del Sumo Iniciado, pero los fuertes latidos de su corazon desmentian su arrogancia. Con las revelaciones de Keridil Toin, y tambien las de Cyllan, frescas en su mente, la idea de que podia encontrarse con Tarod llevando encima los documentos acusadores a punto estuvo de hacerle volver corriendo al refugio de su habitacion. Ahora lamentaba no haber encargado a Cy llan esta tarea e ido el en busca de armas; pero era demasiado tarde para lamentaciones. Y seguramente, se dijo, tratando de reforzar su valor menguante, las probabilidades de encontrarse con el Adepto en la inmensidad del Castillo eran muy escasas.
La decision de Drachea de realizar personalmente esta tarea se debia en parte al hecho de que cada vez desconfiaba mas de Cyllan. Al principio habia considerado la evidente desavenencia entre ellos simplemente como consecuencia natural de sus distintas categorias: a fin de cuentas, Cyllan era tan inferior a el que, en circunstancias mas afortunadas, no se habria relacionado con ella en absoluto. Pero ahora ya no estaba tan seguro. Cyllan habia conocido con anterioridad al siniestro dueno del Castillo; parecia reacia a condenarle por lo que era, ya que, en un par de ocasiones, Drachea la habia puesto deliberadamente a prueba y ella habia saltado en defensa de Tarod como un perro guardian. Cuando se produjese el conflicto, como no podia dejar de suceder, se pregunto si estaria tan ciega a la verdad como para no tener el sentido comun de combatir por la justicia.
Sin embargo, Cyllan era un factor de poca importancia. En ultimo extremo, podia prescindir de ella y no lamentaria particularmente su perdida. Drachea consideraba ahora que, si habia estado en deuda con ella, esta deuda habia sido sobradamente pagada. ?Acaso no la habia ayudado, guiado e instruido en todo desde su impremeditada llegada aqui? Si sus planes, que todavia eran embrionarios, daban resultado, ?ella tendria que darse cuenta de su superioridad!
Casi habia llegado al final del pasillo, y la inquietud dio paso a una sensacion de alivio cuando se le aparecio la puerta del Sumo Iniciado. Una vez devueltos los documentos, Tarod nunca descubriria que habian sido sustraidos y leidos; y cualquier ventaja, por trivial que fuese, era valiosa.
Levanto el pestillo de la puerta...
—Bueno, amigo mio, tus excursiones son cada vez mas atrevidas.
Drachea giro en redondo, y abrio la boca horrorizado al ver a Tarod plantado detras de el.
El alto Adepto avanzo sonriendo, aunque la sonrisa no engano a Drachea. En los ojos verdes de Tarod habia un brillo maligno, y Drachea comprendio que su estado de animo era muy peligroso.
—Esta ambicion no te favorece, Drachea —siguio diciendo Tarod, con voz suave—. Revela el deseo de calzarte los zapatos de un muerto antes de que se realice el entierro.
— Yo iba... Solamente pretendia...
Drachea se esforzaba en encontrar una respuesta que pudiese parecer plausible, y Tarod observaba sus esfuerzos con helada indiferencia. No sabia que le habia impulsado a buscar al joven con el unico proposito de atormentarle; era una persecucion vana e inutil que ni siquiera su antipatia por Drachea podia justificar. Pero habia estado meditando, y de la reflexion habia pasado a la colera, y la colera necesitaba desfogarse. Drachea habia tenido la mala suerte de encontrarse a su alcance y Tarod no tenia escrupulos en emplearlo como chivo expiatorio.
Pero el malhumor de Tarod quedo casualmente justificado cuando vio el fajo de papeles que Drachea estaba tratando torpemente de ocultar. El primero de ellos llevaba el sello del Sumo Iniciado...
El fuego latente en la mente de Tarod empezo a llamear como una hoguera, y el Adepto tendio la mano izquierda.
— Creo — dijo — que haras bien en mostrarme lo que llevas ahi.
Drachea sacudio desesperadamente la cabeza.
—No es nada —respondio esforzandose en no tartamudear.
—Entonces, permitiras que yo lo vea.
La voz de Tarod era implacable.
Drachea trato de resistirse, mientras aquellos ojos verdes y frios se fijaban en los suyos, pero no pudo desviar la mirada. Espasmodicamente y contra su voluntad, levanto la mano y la tendio, y Tarod tomo los documentos.
Le basto una mirada para confirmar sus sospechas. Drachea lo sabia... y sin duda tambien Cyllan habia visto esos papeles. No era de extranar que, con el testimonio de Keridil fresco en su mente, se asustara tanto cuando el la habia encontrado en el sotano...
Miro de nuevo a Drachea; el heredero del Margrave estaba temblando como si tuviese fiebre, y el terror culpable que traslucian sus ojos, el desprecio que provocaba su actitud, repugnaron a Tarod.
—Asi pues —dijo suavemente—, te consideras con derecho a hurtar mas de lo que puedes encontrar en la biblioteca.
Palido como la cera, Drachea trago saliva y farfullo debilmente:
— Cyllan los descubrio, no yo... Yo... no los lei; le dije que no eran de mi incumbencia...
Su voz se extinguio al ver la expresion de Tarod.
— Eres un embustero.
Y, encolerizado por la desvergonzada perfidia de Drachea, sintio que algo estallaba en su interior. Sus ojos reflejaron su desprecio; arrojo los papeles a un lado, levanto la mano izquierda, hizo un solo ademan.
Algo con la fuerza de la coz de un caballo levanto a Drachea de sus pies y lo hizo chocar contra la puerta del Sumo Iniciado, que se abrio de golpe. Derrumbado en el umbral, Drachea, presa del panico, trato de levantarse y echar a correr; pero entonces vio la mirada de Tarod. Todos los musculos de su cuerpo se quedaron rigidos. No